Imágenes de páginas
PDF
EPUB

CARTA SEXTA.

8 de febrero de 1824.

No estaban, sin embargo, desacreditados aun los bienes de la libertad, porque las llagas que habia hecho en el cuerpo político el azote del poder arbitrario manaban sangre todavía. Cifrábase su remedio en la reforma, y los ánimos, en vez de desmayar, se sentian excitados de un nuevo vigor, dirigido mal, si se quiere, pero no por eso insuficiente á proseguir el camino comenzado. Los yerros y faltas de la primera asamblea podrian corregirse en la siguiente; con lo que se pusieran de manifiesto á los mas ciegos las ventajas de la institucion, y esta echaria mas hondas raíces en la segunda prueba. Mas para esto eran necesarias unas

cortes atinadas y prudentes, y un ministerio vigoroso y de confianza que procediese de acuerdo con ellas. Veamos, Milord, cómo se compusieron y combinaron entonces estos elementos de poder.

Cuando empezaron á circular por el público las listas de los nuevos diputados, no dejaban de presentar algunos motivos de congratularse. Todos sin excepcion eran amigos de la libertad; muchos habia muy recomendables por su capacidad y sus virtudes; otros, en fin, prometian las mejores esperanzas, ó por sus antecedentes conocidos, ó por su decision intrépida, su elocuencia vehemente y popular, y sus talentos grandes y precoces. Pero desgraciadamente las pasiones viciaron en muchas partes el grande acto de la eleccion, y se escucharon sugestiones de encono y de venganza, donde por conveniencia, y aun por necesidad, no debian resaltar mas que la mejor buena fe y el mas prudente discernimiento. Y al leerse tantos nombres enemigos declarados del Gobierno, y tantos votos de monton que los seguirian á ciegas, no hubo hombre juicioso que no se estremeciese del peligro que iba á correr la causa pública.

Ni para mitigar este doloroso recelo alcanzaba la

confianza que no pocos tenian en D. Agustin de Argüelles, nombrado diputado por Astúrias: figurábanse que él solo era bastante á contener el mal que se temia, y en esto se engañaban. En una asamblea de diputados dispuestos generalmente de buena fe á seguir el mejor camino, Argüelles podia prometerse todos los grandes efectos que produce la elocuencia, el saber y la virtud. Mas con tantos ánimos prevenidos de antemano, artificiosamente preparados y resueltamente dispuestos á desentenderse de las razones de un hombre, la elocuencia es en balde, el saber inútil y la virtud importuna. Hubiera sido preciso para sostener el combate y mantener el campo oponer intrigas á intrigas, pasiones á pasiones, y constituirse realmente en un jefe de partido, con toda la afanosa actividad que necesita y con toda la audacia que le acompaña. Mas este carácter y estos medios han repugnado siempre, Milord, á nuestro digno amigo, y no solo los ha desdeñado para su propio influjo y reputacion, sino que tambien ha hecho escrúpulo de emplearlos hasta para objetos de interés público y general.

Las cortes reunidas dieron la presidencia al general

Riego, elegido tambien diputado por Astúrias. El honor que entonces se le daba no desdecia del militar intrépido que dos años antes habia con tanto arrojo y felicidad proclamado la libertad en las Cabezas; pero este lauro añadido entonces á su frente se marchitó bien pronto, como los otros que la fortuna le habia puesto, por no saber hacer uso de él. Ya en la algazara y triunfo de aquel dia, y en las francachelas que por la tarde tuvieron sus parciales con soldados y gente del pueblo, la locuacidad del vino dejó traspirar por plazas y por calles las miras y designios de aquel partido imprudente y temerario. Riego por su parte, sin suficiente fondo de conocimientos y sin práctica alguna de congreso, no podia hablar ni portarse en él de un modo correspondiente á su celebridad, ni aun mostrar el mismo desahogo y confianza que en su predicanda por los pueblos. De aquí su nulidad; y nadie hubiera percibido su presencia en el congreso español, á no ser por el lastimoso influjo que como presidente tuvo en sus primeras operaciones.

Carecia él de un talento muy preciso en todo jefe de partido cuando llega á ser hombre público y de estado, que es el de saber contener las inmoderadas preten

siones de los de su bando sin hacérseles sospechoso, y disimular hábilmente su aficion en aquello mismo que les concede: á esta altura de discrecion y gravedad Riego no podia subir. Él manifestó la parcialidad mas funesta en el nombramiento de las comisiones, con lo cual dió por el pié á todos los trabajos de las Cortes; él apadrinó el tropel de proposiciones con que cada diputado quiso señalar su fervor en el principio : unas indiscretas, absurdas otras, impertinentes las mas; él, en fin, en la manera de conceder ó negar la palabra allanó el camino al artificio con que fueron eludidas todas las precauciones del reglamento para asegurar la libertad y el equilibrio de los debates.

Seguros los agitadores de su preponderancia en el bufete, porque el presidente y los secretarios eran suyos; en las comisiones, por la mayoría que en ellas tenian; en la discusion y en las votaciones, por el artificio con que las preparaban; todo se les hizo llano, y empezaron á manifestar el orgullo de hombres nuevos á quienes la fortuna pone en la mano la suerte de los que valen mas que ellos; y no ocultando sus miras hostiles contra personas, destinos, institutos, y aun contra el órden establecido, nadie se creyó se

« AnteriorContinuar »