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tidos durante su administración y resarcir daños y perjuicios al agraviado que contra ellos se querellare. En tal manera, dice el procurador Juan Jiménez de Arauso, que los alcaldes tenían que ser buenos por fuerza.

Ahora bien; ¿qué rey era ese, que no contento con despojarse de la facultad de nombrar las justicias á su gusto, establece para las mismas el juiciò de residencia, en el que nobles y pecheros puedan exigir á los gobernantes la responsabilidad á que se hubieran hecho acreedores? Ese rey es D. Pedro I de Castilla, el mismo que en las Cortes de Valladolid dotó al Estado de las más sabias leyes que hasta entonces tuviera, reglamentando la mendicidad y la vagancia, garantiendo la propiedad y la seguridad individuales, protegiendo el comercio y la industria y dando por concluido el sistema de los gremios. Sobre este último particular sus palabras no pueden ser más levantadas y nobles: «No hay corporaciones gremiales,-dice;-se castigará á los menestrales, mercaderes y tenderos que hacen juras de no admitir en su oficio sino á los de su linaje, ó mozos pequeños que los sirvan por determinado número de años.» Aprenda el que guste y enseñe el que sepa, tal es la síntesis de este célebre ordenamiento.

¿Será posible que el hombre que así legislaba y que tan celoso defensor aparecía de los débiles y oprimidos, en términos de que bien pudiera llamársele el paladín de la igualdad ante la ley, fuera como nos lo pinta la Crónica del Canciller, un déspota cruel y sanguinario, sin respeto ninguno á Dios ni á los hombres, y dispuesto siempre á atropellar por todo con tal de satisfacer sus instintos de fiera? Nó; quien como D. Pedro se muestra en todas ocasiones enemigo declarado del favor y la injusticia, ya se trate de magnates y poderosos, ya de simples menestrales y pecheros, ese Rey tiene ganado desde luego un lugar en la historia al lado de las grandes figuras que han trabajado por el progreso de la humanidad, y bien merece que los pueblos veneren su nombre y digan de él lo que á toda hora repiten los carmonenses:-¡Ah, el rey D. Pedro fué un gran rey!

MANUEL FERNÁNDEZ LÓPEZ.

Las sepulturas de las Cumbres "

(1)

SEÑORES:

No hace muchos dias que en nuestro discurso de recepción, leido ante esta Sociedad, decíamos lo siguiente: «No creemos aventurado suponer que allá en los remotos tiempos en que el mammut, el reno y el oso de las cavernas componian la fauna más importante de la Europa occidental, única entonces habitable, el hombre de las razas de Camstadt y Cro-Magnón, las más antiguas de las fósiles cuaternarias, hollaba con su desnuda planta las duras rocas que forman la mayor parte del suelo de esta región.» ¿Y cómo no habíamos de pensar así á la vista de tanto testimonio como á cada paso sale á nuestro encuentro, proclamando la existencia de un pueblo que habitó esta región antes que fenicios y griegos abordaran á nuestras entonces misteriosas costas? Cavernas naturales en escarpados riscos; túmulos sepulcrales, grandiosos y severos por su misma sencillez; va

(1) Esta Memoria y la que lleva por título El Cura Bernáldez las escribió el autor para leerlas ante la Sociedad Arqueológica; pero habiéndose agravado por aquellos días la enfermedad que por fin lo llevó al sepulcro, no pudo realizar su propósito. La Sociedad Arqueológica, deseosa de honrar el primer tome de sus Memorias, incluyendo en él los trabajos todos de D. Manuel Pelayo y del Pozo, solicitó y obtuvo de su viuda el permiso para publicarlos. Por tan señalado favor la Sociedad reitera aquí á dicha señora la expresión de su agradecimiento.

riados instrumentos de piedra; costumbres, creencias y supersticiones perpetuadas á través de siglos y generaciones.... hé aquí los documentos en que fundamos nuestra creencia. ¿Acaso no son bastante valiosos? ¿Habremos de decir, como el erudito historiador D. Aureliano Fernández Guerra, que faltando piedras que nos den pruebas escritas hemos por necesidad de ignorarlo todo? ¿Por ventura, niégase á la buena crítica cualquier otro auxilio que no sea el de un letrero en donde pueda leerse: aquí fué Troya, aquí Numancia, aquí Castell-Fullit? ¿Hemos de negar la existencia en Carmona de un pueblo anterior al fenicio porque falten documentos escritos que nos lo digan? ¿No es bastante que lo demuestren los documentos irrefutables de que llevamos hecho mención?

El origen de Carmona es anterior al arribo á nuestras costas de fenicios y griegos; y valiéndonos de las mismas expresiones que emplea D. Manuel Fernández López en su historia de Carmona, recientemente publicada, diremos que «el origen de Carmona se pierde en la noche de los tiempos» (1). Esta ha sido siempre nuestra creencia.

Es indudable que la Providencia, deseosa de recompensar nuestros buenos deseos, ya que no nuestros méritos, nos ha facilitado nuevos datos que ponen el asunto fuera de toda discusión: tales son las sepulturas descubiertas en las Cumbres y cuyo estudio será el objeto principal de este trabajo.

Conocemos que nuestra ilustración no está á la altura del propósito y que la empresa es muy superior á nuestras fuerzas: sin la esperanza de que habréis de juzgarnos con la benevolencia acostumbrada, jamás hubiéramos tenido la osadía de presentarnos ante vosotros con tan pobre dón. No el vano deseo de hacer alarde de conocimientos que no tenemos, ni el de dar satisfacción al amor propio nos lanzan al presente empeño, nó; hémoslo emprendido por tratarse de materia á la que nos llevan añejas aficiones y por ser asunto que, una vez esbozado, puede servir para que ingenios más capaces saquen de él provechoso fruto. No hay duda de que tratado este punto convenientemente, la luz que de él salga disipará en parte las sombras que obscurecen la historia antigua de Carmona, y aun la de la Península entera. Si en algo puede contribuir la presente Memoria á tan noble. fin, quedarán recompensados con creces los desvelos del que suscri

(1) Lástima que después se desdiga.

be, y saldada en parte la deuda de gratitud que con la Sociedad Arqueológica tiene pendiente.

En distintas ocasiones se han encontrado en el término de esta población y aun dentro de ella sílex labrados, de los denominados por el vulgo piedras de rayo.

Ignorante el vulgo de ciertas leyes físicas, atribúyeles origen divino, los cree dotados de raras y misteriosas cualidades y les tributa supersticioso culto, semejante al que los pueblos orientales y los griegos y romanos le rendian, por creerlos del mismo origen, es decir, lanzados nada menos que por Júpiter en persona.

¡Así se perpetúan creencias y supersticiones á través de generaciones y siglos! Después de todo, el hecho no debe extrañarnos, si tenemos en cuenta que apesar del advenimiento del Cristianismo, durante todo el Renacimiento continuaron imperando las mismas creencias respecto á las ceraunias. En todo ese tiempo siguióselas creyendo de origen divino y atribuyéndolas propiedades extraordinarias, prefiriendo los eruditos de la época perseverar en tal error á reconocerles un origen puramente humano. Hasta 1686, en que Cochelet ofreció á la Academia de París piedras talladas con mangos de asta de ciervo, no se concedió á las ceraunias el honor de ser conceptuadas como producto de la industria del hombre. Mas aquí paró todo, y ningún sabio les dió por el pronto otro valor.

A la ciencia arqueológica se debe el descubrimiento en cavernas y valles de sílex y otras piedras labradas, mezclados con restos de animales, algunos hoy extinguidos, y huesos humanos. El valor antropo-arqueológico de estos descubrimientos es superior à todo encomio. En efecto; la ciencia paleontológica, que había alcanzado cuando esto sucedió un desarrollo notable y probado la existencia del reino animal en épocas antidiluvianas, ante el hallazgo de restos humanos mezclados con los de animales ya extinguidos, sospechó por primera vez al hombre fósil y se dedicó á buscarlo. La ignorancia y el fanatismo levantaron fiera cruzada contra una ciencia que desde luego se ponía en pugna manifiesta con la ciencia oficial, y ya que no otra cosa, consiguieron retardar algún tanto los progresos de la que más tarde había de conocerse con el nombre de Prehistoria; pero ante los progresos incesantes de la geología y la antropo-arqueología, ciencia la segunda que se ocupa de indagar cuanto concierne al hombre prehistórico, hubieron de confesarse derrotados, cuidando ya no

más que de salvar el conflicto aparente que resultaba entre la arqueología prehistórica y la tradición mosaica.

En la actualidad á nadie es permitido ignorar el verdadero origen de las ceraunias ó instrumentos de piedra que el vulgo designa todavía con el nombre de piedras de rayo, y que algunos, más ilustrados al parecer, en su afán de poner una pica en Flandes, dicen ser simplemente juegos de la Naturaleza. Lo repetimos: después de los trabajos de Pesthes, Falcones, Lyell y Prestwith, beneméritos de la ciencia prehistórica, nadie puede dudar que los instrumentos de sílex ó ceraunias, son producto de la industria humana y labrados en una época anterior á la historia escrita.

No habiendo motivo para dudar de la autenticidad de las ceraunias encontradas en esta población, preciso es admitir su origen prehistórico; mas ¿en cuál de las épocas prehistóricas fueron labradas? Si no tuviéramos en cuenta más que los instrumentos, desde luego nos sería facilísimo responder; pues siendo las hasta ahora encontradas piedras pulimentadas, con su corte en la extremidad más ancha, es decir, verdaderas hachas celtas, y sabiendo que éstas no aparecen hasta la edad neolithica, en la que fueron importadas en Europa por la raza de Furfaez, tercera raza fósil, al parecer ninguna dificultad ofrecería el clasificarlas como pertenecientes al segundo periodo de la edad de piedra; pero debe tenerse presente que las armas é instrumentos de piedra continuaron en uso durante la edad del bronce. Así, pues, aun cuando su origen date de la época anterior, bien pueden haber sido labradas en esa otra más moderna. Ignoramos las circunstancias en que han sido halladas estas ceraunias, algunas de las cuales forman parte del modesto museo de esta Sociedad. Únicamente sabemos que casi todas han sido encontradas en las inmediaciones de las motillas, sobre el alcor, y bajo una ligera capa de tierra vegetal. Debemos hacer excepción de la magnífica hacha prehistórica encontrada en una sepultura descubierta en el patio principal del Alcázar de la puerta de Marchena. Hé aquí la descripción de esta hacha y la del sepulcro donde se halló: en el patio de los algibes del Alcázar de Arriba se encontró un sepulcro, cuya entrada tiene la forma de un segmento de círculo, de cuarenta y cinco centímetros de luz, y en cuyo fondo había un cráneo incompleto, relleno de tierra, y además un hacha de piedra, de siete centímetros de largo por seis de ancho, rota, y conservando muy bien el filo. Sin perjuicio de volver de nuevo sobre esta hacha y sepul

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