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tura, nos contentaremos por ahora con dejar consignada la existencia en Carmona y su término de ceraunias prehistóricas, prueba concluyente de haber sido habitada esta región en aquellas remotísimas edades en que tan primitivos instrumentos eran de común á la vez que indispensable uso.

No se reducen á las ceraunias los documentos que acreditan la población prehistórica en Carmona. Una prueba de no menos valor la tenemos en las motillas, nombre con que en el país son conocidos los túmulos. Entre éstos no son los menos interesantes los que se alzan en el sitio llamado las Cumbres.

Con el nombre de las Cumbres es conocida una colina situada quince kilómetros al Este de Carmona, no lejos del Corbones ó Algámitas, río poco caudaloso aunque de curso perenne, y de cuya cuenca viene á formar parte en determinados sitios. Extiéndese esta colina, cuya anchura es de seis kilómetros por término medio, en dirección Nordeste-Sudoeste, desde la motilla de Parias, frente á la villa de Fuentes, hasta el Cerro-Gordo, en la dehesa de la Trinidad, en una longitud de doce kilómetros. Atraviesa la carretera general de Madrid á Cádiz, el camino de la Campana y algunos otros vecinales.

En la parte comprendida entre la carretera general y el camino de la Campana, en la vertiente meridional, álzanse unos cerrillos de poca altura y suave pendiente, que forman parte de los terrenos conocidos con el nombre de El Chaparral. En uno de estos cerros hay varios hornos de cal, situados en la pequeña planicie que forma su cúspide. Está formado este cerro por una marga caliza, sobre la cual descansa una pequeña capa de tierra vegetal. En los extremos de la meseta se ballan excavadas las cajas de donde los caleros extraen la tierra que el calor del horno ha de convertir en cal viva. Dichas cajas tienen una forma rectangular, de cuatro metros de largo, dos de profundidad dos de anchura. Cuentan los caleros, que al abrir estos cortes se encontraron á la profundidad de un metro y ochenta centímetros una como caja fúnebre, tallada en el tajón ó marga, y llena de tierra y piedras, de entre las cuales salieron un cráneo y algunos otros huesos humanos, una olla grande de barro, dos vasos pequeños de la misma materia, tres pedazos de hierro y un pedazo de pedernal, largo y estrecho, y de bordes muy finos. En trabajos anteriores se habían hallado en el mismo tajón, á igual nivel y en idénticas circunstancias, al

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gunos cráneos y huesos, que fueron quemados en el horno y convertidos en cal.

La noticia del primer descubrimiento de que dejamos hecha mención llegó pronto á Carmona y cundió entre los aficionados, uno de los cuales nos dió conocimiento de ella el 21 de Septiembre de 1886. Sospechando nosotros que pudiera tratarse de algo muy importante bajo el punto de vista arqueológico, determinamos personarnos en el lugar del suceso, apesar de nuestro delicado estado de, salud que no nos permite ninguna clase de fatiga. Dos de nuestros compañeros de Sociedad brindáronse desde luego á tomar parte en la excursión, ofrecimiento que aceptamos con mucho gusto, por ir en compañía de personas tan agradables y por tratarse de arqueólogos instruidos y prácticos en estudios de la índole del que íbamos á acometer.

Puestos de acuerdo, el 22 de Septiembre á las tres de la tarde emprendimos el camino de las Cumbres, montado cada cual sobre la cabalgadura que se había podido proporcionar. Por el arco de la Carne salimos de la población; y siguiendo el arrecife que la rodea, llegamos hasta cerca de la puerta de Córdoba, en donde el señor Pérez y Cassini nos mostró un montículo de tierra que parece ser un túmulo. Bajamos después la molesta pendiente de la carretera, hasta el ventorrillo de la Olaya, y entramos en la Vega. Siguiendo nuestro camino, atravesamos el hermoso puente del Corbones, río que, como el Manzanares, bien puede decir: Quitenme esta costilla que me mata. Cien pasos más allá torcimos á la izquierda, y, abandonando la carretera, tomamos la vereda de la Campana, que nos llevó directamente al sitio de los hornos de cal.

Alli supimos por los caleros que algunos de los objetos encontrados los tenían en su poder el secretario de la Sociedad Arqueológica D. Juan Fernández López y otro vecino de Carmona; que de los restantes objetos, la olla de barro y un vaso se habían roto; y que de los cuatro cráneos, tres fueron á parar al horno, y el cuarto, salvado milagrosamente de tan salvaje profanación, estaba rodando junto à una palma próxima.

Con estos antecedentes, nos dirigimos presurosos á la palma indicada; recogimos el cráneo y reconocimos detenidamente el lugar en que había existido la sepultura, de la que sólo quedaba uno de los lados, marcado en la pared del corte ó tajón; y nos volvimos á Carmona satisfechos de haber conseguido en parte nuestro objeto.

No se necesita mucha perspicacia ni grandes conocimientos arqueológicos para comprender que las sepulturas descubiertas en las Cumbres pertenecen á la época antiquísima que los sabios modernos llaman prehistórica.

Desgraciadamente los caleros no han sabido decirnos de una manera clara y precisa la forma de las sepulturas, ni la manera como estaban colocados los huesos existentes en ellas. Sin embargo, por lo que hemos logrado ver (no es mucho ciertamente, pues las sepulturas fueron á parar al horno), se deduce que consistían en simples excavaciones de un metro y cincuenta centímetros de profundidad, en las cuales se depositó el cadáver y algunos objetos de uso doméstico, cubriéndolo después todo con guijarros y tierra. Sobre esto no nos queda la menor duda; pero por si acaso, haremos practicar algunas excavaciones en aquellos alrededores cuando nuestros achaques y ocupaciones lo permitan.

Ahora bien; lo que no podemos afirmar ni negar es si sobre las sepulturas de las Cumbres se alzaron montículos de tierra: nos inclinamos á creer que debió haberlos, por más que fueran pequeños. Nos fundamos para pensar así en la razón muy atendible de que gran número de estos montículos, contemporáneos quizá de las sepulturas, existen muy cerca de allí.

Encarecer la primitiva sencillez de las sepulturas de las Cumbres lo juzgamos supérfluo. Nadie ignora que la costumbre de sepultar los cadáveres no se remonta más allá de la edad neolítica ó de la piedra pulimentada, habiendo sido desconocida durante la paleolítica; por lo menos así lo hace creer el que hasta hoy no se haya encontrado ningún indicio de sepulturas cuyo origen pueda referirse á la citada edad paleolítica, cosa que, después de todo, dejará de llamarnos la atención si tenemos en cuenta que el hombre de aquellos remotos tiempos carecia de verdaderas ideas religiosas; y sabido es lo íntimamente ligadas que están la religión y la costumbre de sepultar los cadáveres.

Uno de los modos de enterrar los cuerpos en la edad neolítica, época de la que datan las sepulturas más antiguas conocidas hasta hoy, consistia en colocar el cadáver en el suelo y arrojar piedras sobre él hasta formar un montón: este es seguramente el origen de los túmulos sepulcrales. En otros casos, la sepultura, sin dejar de pertenecer á la misma clase, se complicaba algo más: el cadáver no era puesto sobre la superficie del suelo, sino que excavando un sarcófago en

la tierra, en él se le metia, y después se cubria todo, cuerpo y sarcófago, con un túmulo alto, construido de tierra, de piedras, ó de ambas cosas mezcladas. De esta clase de sepulturas pudiéramos citar muchas, pertenecientes á edades históricas; mas no siendo nuestro objeto sino determinar la clase á que pertenecen las de las Cumbres, nos contentaremos con mencionar la tumba descripta por Homero en la Iliada, tumba levantada por Aquiles á su fiel Patroclo.

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No son tan sencillos todos los túmulos. (Léase la descripción que del de Agattes, padre del opulento Creso, hace Herodoto.) Las mismas Pirámides, tumbas de los reyes de Egipto, no reconocen otro origen que el tumular. Para comprender la grandeza de algunas de esas tumbas neolíticas, tan modestas en un principio, basta examinar uno cualquiera de los muchos grabados que representan dólmenes colosales, verdadera obra de gigantes, y que encierran en su interior túmulos no menores que montañas.

Los túmulos de las sepulturas de las Cumbres debieron ser hermanos en importancia de los ciento ó más que, aislados ó formando grupos, se encuentran en el término de esta población. Dichos túmulos bien merecen un estudio detenido, algo más minucioso del verifi

cado hasta ahora por nosotros y por los que de ellos se han ocupado. Puede ser que lo emprendamos algún dia. Por el momento podemos asegurar que los túmulos de Carmona son de origen remotisimo, muy anterior á griegos y romanos. Esto se prueba entre otras cosas por la sencillez de la construcción (tierra sola, ó tierra y piedra mezcladas; por la forma que revisten, un cono más o menos perfecto); por no encontrarse ni en su superficie ni á su alrededor vestigio alguno que indique la época ó el pueblo histórico á que pertenecen; y, finalmente, por haber hallado en sus inmediaciones hachas y otros instrumentos de piedra, pertenecientes á las edades prehistóricas.

Dos detalles queremos, sí, dejar consignados: el uno, que apesar de su sencillez, algunos de los túmulos de Carmona alcanzan proporciones considerables; y el otro, que ninguno de ellos se alza en la llanada de la Vega, sino que todos se yerguen á lo largo del alcor ó en otros lugares también elevados. De esta última circunstancia tal vez algún geólogo nos dé con el tiempo explicación satisfactoria. Entretanto, sentaremos la hipótesis de que en la época en que se construyeron los túmulos la Vega estaba cubierta por las aguas y no era posible hacer en ella lo que se hacía en otros parajes ya enjutos, como el alcor. No se olvide que hablamos en hipótesis.

Los túmulos de Carmona son, á nuestro entender, contemporáneos de las tumbas encontradas en las Cumbres, las cuales creemos que también tenían sus pequeños túmulos, destruidos hoy por causas que se escapan á nuestra curiosidad, pero que, seguramente, no serán de muy difícil averiguación.

Nada menos que cuatro cráneos extrajeron los caleros de las sepulturas de las Cumbres: tres fueron arrojados á los hornos y convertidos en informes terrones de cal viva, y el cuarto.... jah! el cuarto lo encontramos en un estado lastimoso. Faltábanle todos los huesos de la cara y sólo quedaban el frontal, parietales, occipital, sin el agujero, y la porción escamosa de los temporales. Después de todo, tenemos á gran fortuna el que hayan sido estas partes las salvadas, supuesto que ellas pueden proporcionarnos los datos que necesitamos para nuestro estudio. Dicho cráneo, relleno de tierra caliza y casi petrificado, presenta en la superficie externa numerosas incrustaciones, habiendo sido sustituida la sustancia ósea, en algunos puntos, por la materia fosilificante. La forma de la bóveda es oval, mirada á vista de pájaro, y de frente ofrece la misma perspectiva que vista por el occipital, esto

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