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es, una curva bastante rebajada y sin accidente ni interrupción alguna. El frontal algo prominente, al nivel de los senos, se dirige bruscamente hacia atrás, formando un ángulo casi recto. Las órbitas son redondas y no muy grandes, y los arcos superciliares delgados y poco salientes. Las suturas, perfectamente unidas, muestran muy distintas sus dentadas articulaciones, y las fontanelas están completamente osificadas. Por último, las protuberancias resultan poco voluminosas, y los huesos de mediano espesor.

Teniendo presente el desarrollo de los huesos y el de las suturas y fontanelas, fácil es adivinar que este cráneo perteneció á un individuo adulto, mayor de treinta años y menor de cincuenta. Por lo redondeado de los contornos, por lo suave de las curvas y protuberancias, por el poco espesor de los huesos y por las dimensiones moderadas de las cavidades, se puede también afirmar que formó parte del esqueleto de una mujer, cuya raza hay necesidad de buscarla entre las llamadas prehistóricas, puesto que la sepultura de donde el cráneo salió corresponde á las dichas edades.

A tres pueden reducirse las razas prehistóricas en la vieja Europa: la de Camstadt, la más antigua de las fósiles, contemporánea de los grandes paquidermos hoy extinguidos, y que existió durante el período conocido por los geólogos con el nombre de post-plioceno; la de Cro-Magnón, segunda de las cuaternarias, de origen africano, según se cree, que apareció en Europa en el periodo geológico intermedio entre la época del mammut, propia de la raza Camstadt, y la del reno, los cráneos de cuyos individuos son también dolicocéfalos; y la Bereber, igualmente dolicocéfala, última que se estableció en nuestra Península, según los antropólogos.

Al describir el cráneo de las Cumbres, dijimos que, en nuestro sentir, perteneció á un adulto del género femenino. Respecto á las razones que tenemos para creerlo así, expuestas quedan en otro lugar y no hay para qué repetirlas.

Ahora bien; conociéndose en la actualidad un cráneo de la raza de Cro-Magnón, clasificado como de un individuo del género femenino, veamos de compararlo con el nuestro de las Cumbres.

El cráneo de la raza de Cro-Magnón y el de las Cumbres se parecen extraordinariamente. Ambos son dolicocéfalos, aunque no tanto como los de Camstadt, y no tecticéfalos ni platicéfalos, sino de curvas suaves, según las normas frontales y occipitales; de diámetros

casi iguales; de huesos de mediano espesor, con atenuadas prominencias; y de rostro ortognato, con frente no muy elevada, pero no aplastada tampoco; y arcos orbitarios poco gruesos y nada salientes. Unida esta semejanza al conocimiento perfecto que tenemos de que en los tiempos prehistóricos las razas de Camstadt y Cro-Magnón se extendieron por nuestra Península con sus tipos característicos, como lo prueban los cráneos encontrados hasta ahora en Gibraltar, sierra de Granada, cuenca del Tajo, las Vascongadas y Asturias (1), no dudamos un momento en clasificar el cráneo de las Cumbres como perteneciente á la raza de Cro-Magnón.

Una dificultad encontrarán algunos todavía para admitir como cierta esta afirmación nuestra, y es que, al parecer, no concuerdan la naturaleza de los estratos que forman el terreno de las Cumbres y los objetos encontrados dentro de las sepulturas con la época en que la raza de Cro-Magnón habitó el Occidente de Europa.

En efecto; averiguado como está que la raza de Cro-Magnón existió en el período geológico cuaternario, y que el suelo de las Cumbres, así como los objetos extraídos de las sepulturas son propios de la edad del bronce, tiempo en que ya la raza Bereber había penetrado en nuestra Península, resulta discordancia notable. Sin embargo, la contradicción no es sino aparente, pues la raza de Cro-Magnón nunca desapareció por completo, sino que en parte emigró, en parte sucumbió durante la lucha que sostuvo con los nuevos invasores, y en parte se mezcló con los posteriores inmigrantes, dando lugar con su fusión á una nueva raza, la raza Ibera, que conservó y aún conserva, apesar de los numerosos cruzamientos que han tenido lugar en tiempos posteriores, los caracteres distintivos de las razas primitivas de que dimana.

Resumiendo: el cráneo de las Cumbres pertenece por sus caracleres anatómicos á la raza de Cro-Magnón, pero no á la época paleolítica, á la que corresponde el apogeo de esta raza, sino á la edad del bronce, en que ya estaba decadente y había sido sustituida en la Península por la raza Bereber, dolicocéfala como ella y como ella también de procedencia africana.

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El Cura Bernáldez.

Memoria leida en nombre del autor ante el Ayuntamiento de la villa de Los Palacios el 10 de Febrero de 1887, por el alcalde presidente del mismo D. Miguel Monge.

Señores:

"Tiempo es ya de que este pueblo honre, como es debido, la memoria del ilustre varón, eruditísimo historiador y virtuoso y modesto sacerdote D. Andrés Bernáldez ó Bernal, más generalmente conocido por el Cura de los Palacios.

Extraño entre vosotros, voy, sin embargo, á permitirme suplicaros que acordéis se ponga el nombre del cura Bernáldez á la calle en que, según la tradición, vivió este ilustre historiador, el más verídico, desapasionado y exacto de su tiempo. Comprendo que no es necesario exhortaros para que acojáis benevolos mi ruego: de vuestra cultura y amor á las glorias locales no es dado esperar otra cosa.

Según los datos que he podido recoger, no le cupo á este pueblo, y sí á la villa de Fuentes de Andalucía, la gloria de que en él naciera el cronista eminente de los Reyes Católicos D. Fernando y D.a Isabel; pero si la villa de Los Palacios no lo cuenta en el número de sus hijos, lo tuvo, en cambio, de cura párroco durante un largo periodo, desde el año 1488 hasta el de 1513 en que falleció.

Antes de desempeñar su modesto curato, D. Andrés Bernáldez fué capellán del arzobispo de Sevilla D. Diego de Deza, uno de los dominicos que se atrevieron á defender à Colón en el Consejo de sabios que se reunió en Salamanca, por orden de los Reyes Cátólicos, para decidir sobre la posibilidad de los proyectos del gran Genovés. Con este motivo, el arzobispo Deza se hizo grande amigo de Colón, y á causa de estas relaciones es de suponer que entablara conocimiento con el cura Bernáldez. Hay que advertir que éste, por las relevantes prendas de su carácter, su mucho saber y criterio poco común, fué siempre amigo de Colón, con el cual tuvo íntimo y frecuente trato. En 1496, Cristobal Colon, vestido de fraile dominico, visitó al Cura en su casa de Los Palacios, y le dejó muchos de sus manuscritos y apuntes, utilizados más tarde por Bernáldez para escribir la relación de los viajes del Almirante por las costas del Sur de Cuba. En dicha narración, según el parecer de los más imparciales críticos, se ponen de manifiesto, como en ninguna otra de sus obras, las grandes dotes de historiador que lo adornaban.

Hemos dicho que la obra principal de Bernáldez es la historia de los Reyes Católicos, trabajo notable por más de un concepto, y que ha estado manuscrito hasta que recientemente lo ha dado á luz la Sociedad de Bibliófilos Andaluces. En opinión de Serrano, esta obra mejor que ninguna otra da á conocer la historia de los dos primeros viajes de Cristobal Colón. Esto solo bastaria para dar importancia al libro y al autor; de tanto bulto es el asunto tratado.

Pero no es solamente ese episodio (si tal puede llamarse á tan gran epopeya) el que introduce Bernáldez en su renombrada historia. Las disidencias entre el Duque de Medina Sidonia y el Marqués de Cádiz, magnates tan opulentos como ambiciosos, y las guerras civiles del reinado de Enrique IV, durante las cuales Andalucía vió arruinadas las más hermosas ciudades y regados sus campos con la sangre de sus más preclaros hijos, descriptas están también magistralmente, sin omitir detalle, ni dejar pasar hecho ó circunstancia que á tan interesante periodo histórico pueda interesar. Por último, al reseñar el cerco de la fortaleza de Utrera retrata con tan vivos colores la degeneración de las costumbres y el triste estado á que la nobleza era llegada, que dificilmente encontraremos otra crónica que nos deje tan al cabo y tan bien enterados de aquellos sucesos.

En cuanto a la importancia de la obra en general, bastará decir

que á ella, como á la más pura fuente, han tenido necesidad de acudir todos los escritores que con posterioridad se han ocupado del reinado de los Reyes Católicos. La historia de Prescott, entre otras, está llena de citas en que el autor copia con frecuencia párrafos enteros y los aduce como testimonio indiscutible. Para concluir: todos los eruditos están conformes en considerar como verdadera joya la crónica del padre Bernáldez, tanto por la minuciosidad y exactitud, como por la imparcialidad y buen juicio crítico que en ella resaltan.

Si como historiador goza de tan buen concepto entre los sabios el Cura de Los Palacios, no lo disfruta menos halagüeño como hombre. El mismo Prescott alaba su carácter afable y humano, su modestia y sus muy limitadas ambiciones. La prueba de que Prescott dice la verdad, la tenemos en el modesto cargo de cura de aldea que desempeñó durante los últimos veinticinco años de su vida, apesar de sus extraordinarios merecimientos y sus muchas relaciones con personas de gran valer.

Si me he detenido algún tanto en biografiar al ínclito varón que ha hecho popular en nuestra Patria y dado á conocer muy favorablemente en el Extranjero el nombre de este pueblo, no ha sido ciertamente con el fin de hacer alarde ante vosotros de una erudición de que carezco, sino que á ello me ha obligado el deber en que estoy de justificar lo razonable de la súplica que al principio os dirigi; súplica encaminada á que saquéis del olvido en que yace el nombre del cronista de los más grandes reyes que registran las crónicas de España. Si mi ruego atendéis, y es imposible que dejéis de atenderlo, además de llevar a cabo un acto justo y reparador, daréis una prueba más del amor y entusiasmo que sentis por las glorias de este pueblo, tan laborioso como honrado.

MANUEL PELAYO Y DEL Pozo.

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