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los primeros cristianos, que de una tolerancia ó indiferencia religiosa censurada por los cánones del Concilio de Iliberis pasaron súbitamente al extremo opuesto, cambio debido probablemente á las persecuciones del cruel Daciano; y si tenemos en cuenta la indignación que esos mismos cristianos sentían hacia los gladiadores, actores y conductores de carros, todos los que, según el mismo Concilio, no podian ser bautizados sin renunciar antes á sus odiosas profesiones, nos formaremos una idea exacta de aquella época y aquellos hombres y del desprecio que los espectáculos del teatro y el circo inspiraban á los partidarios de la nueva doctrina. ¡Desprecio muy justificado por otra parte! Este es el origen de la intolerancia de los godos, pueblo que sin ser el más bárbaro que invadiera la Península, fué el más instransigente y el más destructor de todos, en términos de que, á imitación de los emperadores Teodosio, Honorio y Arcadio, se propuso hacer desaparecer los pocos monumentos gentílicos que aun quedaban en la Bética, borrando así hasta el recuerdo de un Anfiteatro en el que tantos mártires habian derramado su sangre, y de una Necrópolis en la que reposaban los huesos de sus perseguidores.

En la provincia de Sevilla tenemos, pues, dos anfiteatros, el de Itálica y el de Carmona. Varios autores citan otros dos que no existen ya, los de Sevilla y Écija. Es probable que haya también dos teatros romanos, uno en Osuna y otro en Marchena (Colonia Martia), el úl timo de los cuales esperamos descubrirlo en la primera ocasión. La existencia del teatro de Marchena no está plenamente confirmada; parece se hallaba situado, como el Anfiteatro de Carmona, en medio de una necrópolis.

El teatro de Osuna, que debió estar á la sombra de los muros de la ciudad no se hallaba tampoco muy retirado de la necrópolis. La antigua Urso (Colonia Genetiva Julia) debió ocupar toda la parte de la pendiente Sur y Sureste de la gran colina llamada Cerro de Osuna; sobre la cumbre de éste se alzaria tal vez la acrópolis ó fortaleza, ocupando todos los terrenos donde hoy se ven las ruinas del Palacio ducal, la Universidad y la Colegiata.

El teatro, que se encuentra á algunos pasos de estos modernos dificios, es muy semejante al de Acinipo (Ronda la vieja), aunque quizá cuatro ó cinco metros mayor. La parte ocupada por los es

pectadores, la cávea, estaba al Oeste, y la escena, naturalmente, al lado opuesto. La entrada y salida del público tenian lugar por lo alto de la cávea, mientras los privilegiados, ó sea los que gozaban el derecho de sentarse en la orquesta, entraban por ambos lados de la escena. La cávea estaba tallada en la roca, en tanto que la escena era de construcción. El diametro exterior del hemiciclo de la cávea alcanza 50 metros próximamente; el de Ronda la vieja 45; el de Sagunto 102, y el de Clunia 64 metros.

La parte todavia visible del teatro de Osuna se encuentra en muy mal estado. Las gradas hállanse deterioradas; y la escena, que sobresale bien poco de la superficie del suelo, desaparecerá muy pronto. Hoy apenas se ve más que un misterioso semicirculo de rocas, perdido, por decirlo así, en medio de un inmenso campo de trigo. Si nos sentamos en una de las escasas gradas que asoman en el suelo, distinguimos á la izquierda, y á distancia de unos 56 metros, el camino de Granada, que debe ser la antigua via que iba de Híspalis á Ilíberis: esta vía, que pasaba por Osuna, atraviesa una necrópolis romana llamada vulgarmente Las Cuevas.

El descubrimiento del teatro de Osuna data del último siglo, á consecuencia de las excavaciones que se hicieron por orden del Conde de Florida Blanca, ministro de Carlos III. Según opinión de algunos, en un olivar situado á la izquierda del camino que iba de Hispalis á Ilíberis, fué donde se encontraron en estos últimos años las famosas tablas de bronce que se custodian hoy en el Museo Nacional Arqueológico de Madrid y en la colección del Marqués de Casa Loring. El honor de este descubrimiento, si cabe honor cuando de quien se trata no es más que un rústico é ignorante campesino, corresponde á Juan Miguel Martín, quien no fué otra cosa sino el instrumento inconsciente del destino. Mucho nos alegrariamos de poder dar fe á ciertos rumores que circulan en Osuna, según los cuales el afortunado descubridor conserva ocultas algunas tablas más. En fin, gracias á la buena suerte de aquel bracero y á la traducción y comentarios del sabio Berlanga, podemos, sentados en las gradas del teatro, leer las antiguas leyes que al mismo se refieren.

«CXXVII.-Cuando por alguno se den espectáculos escénicos en la colonia Genetiva Julia, que nadie se siente en la orquesta para ver los espectáculos, excepto el magistrado ó el promagistrado del pueblo romano, ó el que presida á la dicción del derecho, ó cualquier sena

dor del pueblo romano que allí esté, estuviera ó estuviese, ó el hijo de algún senador del pueblo romano que allí esté, estuviera ó estuviese, ó algún prefecto de los zapadores del magistrado ó promagistrado que obtuviere y gobernare la Bética, provincia ulterior de las Hispanias....

«LXVI.-Tengan los pontifices y augures el derecho y potestad de usar togas pretextas en los juegos públicos que den los magistrados y en las fiestas públicas sagradas de la colonia Genetiva Julia que celebren los mismos pontifices y augures, los cuales tengan también derecho y potestad de asistir entre los decusiones á los juegos y á los espectáculos gladiatorios. >>

«CXXV.-Ninguno ocupe el lugar que se dé, asigne y señale en los espectáculos á los decuriones, desde el que los decuriones puedan ver los juegos, á no ser que sea decurión de la colonia Genetiva, magistrado ejerciendo mando y poder por sufragio de los colonos, con autorizacion del dictador Cayo César, consul ó proconsul, ó el que haga sus veces en la colonia Genetiva....»

«LXX.-Los duumviros, cualquiera que ellés sean, excepto los primeros elegidos después de esta ley, durante su magistratura den fiestas y juegos escénicos en honor de Júpiter, Juno, Minerva, los dioses y las diosas.»

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Poco a poco, y guiados por la imaginación, nos transportamos á los tiempos pasados, hasta el punto de parecernos ver surgir por encima de la escena la colina de la necrópolis, sembrada aquí y allá de monumentos funerarios que se descubren á través de los numerosos mausoleos y del humo de las piras.... Un mimo con su traje clásico atraviesa la escena; pero ¡ay! que bajando la vista al proscenio, no podemos prolongar la ilusión. En vano buscamos la orquesta.... nos esforzamos y.... la realidad se nos aparece en toda su desnudez. La orquesta, ese hemiciclo privilegiado de los romanos, ese puesto de honor, destinado á los grandes y personas influyentes de la colonia, orgullo de cada cual, se encuentra hoy bajo inmensa capa de tierra....

Osuna no es ya más que un recuerdo de aquellos tiempos en que Julio César, después de vencer á los partidarios de los hijos de Pompeio, celebra su victoria legando á las ciudades sometidas leyes tan sabias como las escritas en las famosas tablas de bronce. A partir de aquella época empieza en la Bética un período de tranquilidad que

dura varios siglos. Para formarse una idea del bienestar y civilización que reinaban en tiempo de los romanos, basta considerar que hoy mismo, apesar de las miles discusiones políticas, guerras civiles y epidemias, son suficientes algunos años de paz para hacer de esta región el rincón más feliz de la tierra.

Jorge Bónsor.

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La renta de cal y barro.

Memoria leida ante la Sociedad Arqueológica el día 20 de Julio de 1888.

Señores:

Lo que nunca quisieron hacer los reyes de Castilla, esto es, desprenderse del señorío de los alcázares de Carmona en obsequio de personalidad determinada, por alta y respetable que ésta fuese, lo realizó por fin el César Carlos V, poco antes de traspasar la corona á las sienes de su hijo. Es verdad que la venta de la alcaidía de los alcázares obedeció á la escasez de metálico en las arcas imperiales y á los continuos y crecidos gastos que ocasionaba la guerra, y no al deseo de premiar los servicios y méritos de ningún magnate, aunque éste fuera el ilustre prócer sevillano D. Fadrique Enriquez de Rivera; pero de todos modos, siempre resultará que la Corona olvidó las promesas hechas á los carmonenses, de que nunca permitiria que el señorío de la villa, y el de los alcázares por tanto, saliera de la Casa Real. Los ofrecimientos de no enajenación eran tan explicitos_y terminantes, que no admitian duda ni interpretación posible. En prueba de ello, véase lo que en cierta ocasión decia Enrique IV:

«Don Enrique, etc. Por facer bien e merced a vos el concejo, alcaides, alguacil, regidores, caballeros, escuderos, jurados, oficiales e omes buenos de la Muy Noble villa de Carmona e vecinos e mora

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