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te alta de los Alcores, en donde debió existir antiguamente la población romana cuya necrópolis estudiamos. El paso á que nos referimos tiene de dos á tres metros de ancho y treinta metros de largo, y parece dirigirse á la parte Oeste-Noroeste del túmulo, de cuya base arranca un sendero que sube en espiral hasta la plataforma.

Con ayuda de los planos y dibujos que van al final de esta Memoria, creemos se podrá formar una idea exacta de cuanto llevamos expuesto.

Supongamos que un romano entra por el paso abierto entre las rocas y se dirige al túmulo, al cual sube por el sendero en espiral, lo mismo que se puede hacer ahora, con la diferencia de que nosotros iríamos movidos por la sola curiosidad. ¿De dónde venía el romano? ¿Había ó nó una ciudad romana en estos alrededores? ¿Y sobre este misterioso túmulo, qué se alzaba? ¿Un monumento, un templo ó un mausoleo? No es posible adivinarlo; y para saber la verdad, ó algo que se le parezca, es preciso cavar. En cuestión de arqueología, cuando no hay nada escrito, es necesario cavar para averiguar algo. Discurrir sobre hipótesis más ó menos probables, es perder el tiempo; cavando es únicamente como sale la luz. Sin embargo, por esta sola vez nos vamos á permitir hacer algunas suposiciones, que podrán ser de utilidad para la historia de esta parte de la Bética.

Todos los itinerarios están conformes en que la vía Augusta, que unía á Sevilla con Carmona, cortaba á la que iba desde Ilipa Magna á Urso. Este cruce no podía ser en otro lugar que en el sitio llamado Ronquera, pago de viñas situado á dos kilómetros excasos del Alcaudete. Según los dichos itinerarios, sabemos también que en el trayecto de Hispalis á Carmo no existía ninguna población sobre la vía militar; y en cambio sabemos que à poca distancia del punto de intersección de las vías, y sobre la de lipa á Urso, había una población, la cual debió estar en el Alcaudete y no en otra parte, supuesto que la distancia que hay entre el Alcaudete y Alcalá del Río es justamente la que marcan los itinerarios. Los que antes de nosotros se han dedicado á buscar el sitio preciso de esta población, la han colocado siempre en el Viso del Alcor, dos kilómetros al Oeste del Alcaudete; pero en el Viso no se han encontrado nunca, que sepamos, vestigios romanos de ninguna clase.

Nos consta que al pie de la colina sobre que se alza el túmulo, y en el fondo del arroyo que lame su base, se han hallado columnas de

mármol, que sin duda fueron arrojadas desde lo alto de la plataforma, y que debieron formar parte de un monumento cuya fundación es de presumir exista todavía. Concluida nuestra visita de exploración al túmulo, bajamos á los molinos del valle en busca de informes. Allí supimos que el túmulo y las tierras colindantes pertenecen á los herederos del general Armero. Supimos también que cierto dia, con ocasión de estar labrando la plataforma, se descubrió una gran piedra que estaba cerrando una especie de cueva ó silo, que fué vuelto á cubrir. Aunque, por lo general, no se puede dar fe á las relaciones de la gente de campo, siempre dada á lo maravilloso, sin embargo, en este caso es diferente, porque en lo alto de la plataforma se observa aún el vacío que dejó la tierra con que llenaron el silo.

Uno de los molineros nos vendió dos monedas encontradas por él en las inmediaciones del túmulo: una del emperador Honorio, y la otra de Carmo (cabeza con delfín á la izquierda; en el reverso, «Carmo» entre dos espigas). Esta moneda tiene el número diez y seis en la obra del Sr. Delgado.

Después de una visita al antiguo castillo, hoy en ruinas, y á la ermita de San Juan Bautista, que ninguna partícularidad ofrece al arqueólogo, pensamos en el regreso. La vuelta á Carmona debía tener lugar por la cadena de los Alcores. El mismo viento fresco que tuvimos por la noche, vino en nuestra ayuda durante el día. Eran las dos de la tarde cuando nos pusimos en marcha. La cadena de rocas que forman los Alcores se desarrollaba á nuestra izquierda, semejante á un arrecife en el mar: á la derecha estaba la gran llanura de la Vega, en la que no existe ni un árbol, ni un accidente del terreno sobre que posar la vista: la ocupa toda un inmenso campo de trigo, que en esta época del año se asemeja á un vasto desierto que se pierde en lontananza. Por la banda de la izquierda estaba nuestro camino y nuestro refugio contra los rayos del sol, supuesto que en ella se encuentran los olivares, la vegetacion y la sombra. Esta especie de murallas naturales presentan de trecho en trecho hendiduras ó ángulos entrantes, que llamaremos bahías, siguiendo la comparación con el mar, por las que bajan un arroyo y un camino, á través de una vegetación más lozana que en otras partes.

Los labradores de las cercanías llaman á estas bahías ¡puertos! Desde el Alcaudete á Carmona cuéntanse cinco de éstos, muy notables unos por su forma pintoresca y otros por sus recuerdos históricos.

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El puerto del Alcaudete, el primero y tal vez el más hermoso, está regado por un arroyo de agua clara que, cayendo á la llanura, mueve en su curso las ruedas de cuatro molinos, surte un abrevadero y atraviesa una huerta poblada de naranjos, de la que sale para perderse en la Vega, dejando tras sí una franja verde que desaparece con la última gota. El gran túmulo, situado á la izquierda de este puerto, nos hace el efecto de un faro.

Más acá del Alcaudete, en dirección de Carmona, hay un promontorio conocido con el nombre de la cabeza del Puerto Judío. Aquí la roca está cortada perpendicularmente, en una altura de quince á veinte metros; y al pie rocas enormes, que parecen precipitarse hacia nosotros, disputan el sitio á la higuera, el acebuche, el chaparro, el lentisco y el algarrobo. Es una verdadera lucha entre el árbol y la piedra. El primero se retuerce y toma expresiones casi humanas. Si por un lado sucumbe bajo el peso de un peñasco, por otro se levanta victorioso, después de despedazarlo con sus poderosas raíces. Algunas rocas parecen estar rodando; y otras, detenidas en su caida por un equilibrio incomprensible, sólo esperan un soplo para precipitarse á la Vega. Sin embargo, siglos han pasado y estas rocas nunca acaban de caer. ¿Cuántos siglos habrán de transcurrir todavía antes de que su base de sustentación se modifique en lo más mínimo?

Al otro lado del Puerto Judío, siempre viniendo para Carmona, hay un segundo promontorio, notable por su mucha elevación, y cuyas altas plataformas son por extremo dificiles de escalar: cada una de ellas tiene un hogar en el que se ven señales de fuego. Estas plataformas son muy á propósito para servir de refugio ó escondite, aunque sólo sea porque estando cubiertas por una bóveda natural desde ella se puede registrar la Vega, sin ser visto ni por los de arriba ni por los de abajo. En tiempos, sirvieron de refugio á los judíos de Carmona, durante las fieras y repetidas persecuciones que éstos sufrieron. De ahí el nombre de Puerto Judío con que se conoce este lugar. Carmona, al igual de las demás ciudades antiguas de España, encerró siempre una numerosa población israelita dentro de sus muros; y frecuentemente, ya por cuestiones religiosas y políticas, ó por otras causas, la verdad es que los judíos fueron siempre el blanco del odio y el desprecio de la población cristiana. Cuando la conquista por los árabes, se encargó á los judíos el presidio de la ciudad; y esto, naturalmente acrecentó la antipatía que ya inspiraban de antiguo.

Las persecuciones de judíos comenzaron en Carmona á raíz de la Reconquista. Durante el siglo XIV gozaron de algunas ventajas merced á la protección que les dispensara el rey D. Pedro; pero después de la tragedia de Montiel, los carmonenses volvieron á perseguirlos con saña. Los judíos concluyenro por huir de la ciudad y ocultarse en los alcores, de donde también fueron arrojados. (Se han encontrado en la Cabeza del Judío monedas de Sancho IV el Bravo y de Enrique II, que vienen á confirmar el dicho de la tradición.)

Pasado el puerto Judío, se nota que continúan las plataformas, unas más elevadas que otras y en forma de escalera gigantesca.

Algo más adelante encontraremos una cueva natural, que muy bien pudo haber servido de morada en los tiempos primitivos. Para subir á ella es necesario agarrarse con pies y manos á los salientes de las rocas. Se compone de dos salas, de cuatro metros de largo por dos de ancho y cinco de alto. El suelo se halla cubierto de un polvo fino, formado por excrementos de insectos y de aves. La primera de estas salas muestra una gran abertura que mira á la Vega y que debe reconocer su origen en alguna corriente de agua subterránea. Conductos bastante estrechos parecen comunicar con otros departamentos.... Desgraciadamente, nos faltó el tiempo necesario para reconocerlos, porque debiendo estar en Carmona para antes de la noche, nos fué preciso seguir nuestro camino. Ya volveremos en

otra ocasión.

Llegamos al puerto del Acebuchal. Antes vimos un túmulo romano de forma no muy marcada y que ocupa la misma posición que el del Alcaudete, á la izquierda del puerto. Aquí encontramos también fragmentos de tejas romanas, vasos y ladrillos.

Más adelante, á la derecha del camino, se distingue otro túmulo, en el cual nos aseguró nuestro guía haber descubierto en su juventud más de 200 monedas romanas, entre grandes y pequeños bronces.

Empezamos á sentir el cansancio de la marcha, y pronto perdió. para nosotros todo interés el caos de rocas que teníamos á la izquierda. Pasamos por el puerto de Santa Marina, en el que hubo una ermita que desapareció no se sabe cuándo. De entre las ruinas de esta ermita se sacó un Cristo de madera, que fué llevado á la iglesia de San Felipe de Carmona, en la que se conserva con gran veneración.

En Santa Marina se ven varios túmulos y otros restos de funda

ciones romanas. Desde aquí al puerto de Brenes el terreno presenta algunas ondulaciones, debidas á las corrientes de agua que bajan á la Vega y que alcanzan en ocasiones la importancia de impetuosos torrentes. Sin embargo, algunas de estas ondulaciones son verdaderos túmulos romanos, fáciles de reconocer por los restos de vasijas y tejas que en sus alrededores se encuentran.

El puerto de Brenes, en el cual hay una fábrica de destilar aguardientes, ocupa el mismo sitio en que debieron estar unas termas romanas, á juzgar por los vestigios de fundaciones, trozos de columnas, etc., que allí han aparecido. La Necrópolis Romana de Carmona se extiende hasta este lugar, supuesto que en el puerto de Brenes se han descubierto antes de ahora tumbas familiares, conteniendo magníficas fiolas globulares y una pátera de vidrio policroma.

Llegamos por fin al Campo de Marte, hoy Campo Real, llamado así porque en él plantó sus reales el rey San Fernando cuando vino á la conquista de Carmona. Es fama que habiendo visto desde su tienda aparecer en el horizonte la estrella de la mañana, exclamó aquel vencedor de la morisma: Sicut Lucifer lucet in aurora, ita in Vandalia Carmona. Esta divisa y una estrella sobre campo azul forman hoy el escudo de la ciudad.

Pasada la ermita de Santa Lucía alcanzamos el puerto.... último de nuestra expedición, el de Carmona.

JORGE BÓNSOR.

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