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Municipio Flavio Arvense.

Memoria leida ante la Sociedad Arqueológica de Carmona el 23 de Octubre de 1885.

SEÑORES:

Difícil en extremo es para mí la tarea de escribir con acierto la Memoria de la importante excursión verificada á la Peña de la Sal por la Sociedad Arqueológica. Se oponen á ello la rudeza de mi pluma y mi incompetencia científica, máxime cuando esta excursión ha dado por resultado una serie de descubrimientos de trascendencia tal, que para su simple exposición se hacen precisos grandes conocimientos en determinado ramo del saber humano.

La excursión de la Sociedad Arqueológica al antiguo municipio de Arva ha sido por demás interesaute, tanto, que las halagüeñas esperanzas concebidas en un principio fueron confirmadas más tarde por una realidad en extremo satisfactoria.

No es posible expresar la agradable sorpresa que todos experimentamos apenas cruzamos el caudaloso Betis y entramos en los despoblados de Arva. Estos despoblados, ligeramente inclinados sobre las orillas del Guadalquivir, forman los límites de los términos municipales de Alcolea y Lora del Río y están materialmente sembrados de restos de construcciones romanas de todas clases. Hemos encontrado en ellos trozos de mármoles de distintos tamaños y colores, fustes de columnas de grandes dimensiones, restos de ánforas

y de vasos de libaciones, de barro saguntino, y marcados los segundos con sellos que revelan el nombre del fabricante, varias monedas, dos rarísimos lacrimatorios de cristal con inscripción en la base y buen número de fósiles, de tamaño colosal algunos, muy raros y dignos todos del estudio y la admiración de los inteligentes.

La narración de esta importantísima excursión y el clasificar los objetos recogidos en ella son empresa muy superior á mis débiles fuerzas, porque, tratándose de un estudio histórico-crítico, exigen en primer término la más estricta y rigurosa exactitud para no dar lugar á interpretaciones torcidas, que traen consigo confusiones lamentables y motivo grave de perturbación y desacierto entre los eruditos. Estas y otras consideraciones son causa bastante á justificar mis dudas; pero la consecuencia que debo á mis dignos compañeros de Sociedad me ha decidido por fin á confeccionar esta Memoria, tan incorrecta en la forma como defectuosa en el fondo, y para la cual cuento desde luego con la indulgente benevolencia de los mismos.

Hicieron la excursión al municipio de Arva los Sres. D. Juán Fernández López, D. Jorge Bónsor, D. José Vega, D. Aniceto de la Cuesta y el que suscribe, acompañados del entendido aficionado y admirador de esta clase de descubrimientos D. Rafael Pérez, el que, deseoso de compartir con los excursionistas las agradables impresiones que todos esperábamos, no vaciló en unirse á nosotros. Iban también en la excursión el joven Antonio Rodríguez y el trabajor de la Necrópolis Luís Reyes, provisto éste de las herramientas necesarias por si hubieran de practicarse algunas excavaciones.

La forma y manera de llevar á cabo la excursión fueron repetidas veces discutidas, á fin de verificarla con arreglo al lema de esta Sociedad: Amor al estudio, investigacion, trabajo y economía. Decidido por último nuestro plan, dímonos cita para las tres de la mañana en la estación de la línea férrea del Norte, á la que cada cual acudió con puntualidad exacta, provisto de lo que juzgó indispensable para el mejor éxito de la excursión. A las tres y cincuenta sonó el silbato, púsose el tren en movimiento, y, comprimiendo los frenos, descendió por la inclinada y rápida pendiente que lleva á Guadajoz. Durante los quince minutos que tardamos en llegar, nada ocurrió entre los expedicionarios: todo se redujo á una conversación animada y sostenida sobre el resultado que obtendriamos en nuestras investigaciones de aquel día.

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Una vez en la estación de Guadajoz, nos apeamos del tren y fuimos á buscar una caballería preparada de antemano por D. Aniceto de la Cuesta, el cual la había alquilado en una huerta cercana, con el objeto de que sirviera para transportar las herramientas y los víveres. A partir de este momento, los excursionistas nos dividimos en dos grupos: el uno, compuesto del viejo Luís y el joven Antonio Rodríguez, emprendió la marcha por el antiguo camino de Córdoba; y el otro, formado por los restantes expedicionarios, siguió vía férrea arriba, hasta la huerta de Mejía, punto señalado de antemano para reunirse. Los del segundo grupo tuvimos ocasión de estudiar, antes de llegar á la predicha huerta, los grandes cortes que en las barrancas del Guadalquivir han dejado los desplomes del terreno, por el continuo socavamiento de las aguas, y en los que se ven curiosísimos restos de la época romana. Vivos deseos se nos pasaron de detenernos á registrar los llanos comprendidos entre la vía férrea y las orillas del Guadalquivir. A ello nos incitaban nuestra afición por las antigüedades y lo agradable de la hora (era el momento preciso de nacer el día, cuando la brisa, dulce y suave, lleva entre sus ondas el perfume de las flores, el charloteo de las aves y todos esos ruidos. llenos de encanto y armonía que acompañan al despertar de la Naturaleza); pero la ausencia del viejo Luís Reyes, portador de las provisiones, producía en nosotros cierto temor, fundado en la posibilidad de que se extraviara por un camino tan accidentado y áspero como el que tenía que recorrer. Esta consideración nos empujó hacia adelante, y llegamos á las inmediaciones de la huerta de Mejía, donde pronto se nos agregó aquél, cuya tardanza nos había inquietado tanto. Mediaron explicaciones, y entonces comprendimos la sinrazón de nuestro temor: Luis Reyes habia tenido necesidad de describir en su marcha un semicírculo por terreno desigual y accidentado, mientras que nosotros fuimos por el llano y en línea recta. Ya reunidos, marchamos á buscar la orilla del Guadalquivir, en la cual empezaron realmente nuestras investigaciones. Constituye la cuenca del Guadalquivir en este sitio una extensa y fertilísima llanura, limitada al Norte por las escabrosidades de Sierra Morena y al Sur por la cadena de alcores que lleva el nombre de Coronas de Guadajoz, elevadas crestas que por uno y otro lado la ponen al abrigo de las tempestades. Cruzan el llano que dejan entre sí estas alturas el caudaloso Betis y sus tributarios el Corbones, la Ribera de Huesna y otros,

festoneados todos por verdes y frondosas arboledas, que se columpina á impulso de la brisa, y que esconden entre sus ramas tórtolas y ruiseñores.

Este llano fertilísimo, cruzado por el Guadalquivir y rodeado por cadenas de montañas, que lo aprisionan como en un círculo de hierro, presenta un golpe de vista encantador. La Naturaleza lo ha dotado con todos sus dones, y difícilmente pudiera encontrarse en el transcurso del rio otro valle que se le asemeje.

Tales atractivos y ventajas fueron, sin duda, el motivo que impulsó á los romanos y árabes, para llenarlo todo de pueblos y casas de campo, asiento los primeros de activísima vida comercial, y destinadas las segundas al recreo y deleite de sus dueños. Andando el tieinpo, pueblos y casas de campo desaparecieron en su mayor parte; sin embargo, registrando con cuidado ambas márgenes del Guadalquivir, fácil es todavía señalar el sitio preciso en que se alzaron. Basta arañar la corteza de la tierra para que salgan á luz restos y vestigios de aquellas edades, testimonios elocuentes de una grandeza y una civilización que asombran.

Los romanos mostraron siempre gran predilección por estas quintas de recreo, construidas con arreglo á los más severos principios del arte, alhajadas con extraordinaria magnificencia, y á las que se trasladaban frecuentemente, no sólo para buscar la salud en el cambio de aires y de aguas, sino para disfrutar á sus anchas de ciertos placeres y diversiones para los que nunca faltaba un censor en la ciudad, no obstante la relajación de las costumbres. El libertinaje y el escándalo que reinaban en estas casas eran tales, que «bastaba que una mujer honesta respirase aquellos aires para que perdiese todo sentimiento de pudor y virtud.»

No es nuestro ánimo entrar á describir estos recreos campestres, en los que la ostentación y el lujo llegaban á la exageración. Sí indicaremos, por via de muestra que Lúculo hizo en su casa de Baya una galeria que iba desde el mar al estanque, de manera que el agua de éste se renovaba dos veces al día, por las mareas; y que Hortensia, de gusto más refinado, tenía estanques en los que cada pez costaba tanto como un buen caballo. Estos peces no se servían á la mesa bajo ningún pretexto; antes al contrario, se les alimentaba con otros peces más pequeños, buscados exprofeso; y cuando enfermaban, se les curaba como á los esclavos. Por último, Varron, hablando de

este particular, decía de sus conciudadanos: «Los más elegantes no quieren poseer una quinta, si no pueden mostrar en ella muchas cosas construidas y nombradas al estilo griego, por ejemplo, antecámara, vestuario, amphibii ó pajareras para aves acuáticas, etc.»>

Los que no tenían en propiedad una de estas quintas de recreo, la alquilaban por precio fabuloso; y fuesen alquiladas ó propias, el lujo en el decorado y mobiliario excedía á toda ponderación. Se podrá formar idea de ello por el siguiente dato: Cicerón, que no pasaba por rico, guardaba en su quinta una mesa que valía un millón de sextercios (204,500 pesetas). Todo, en fin, era fastuoso, deslumbrador y espléndido en aquellas moradas, sostenidas por la vanidad y destinadas á servir de refugio á toda clase de vicios. Pero basta ya de digresiones, que cada vez nos alejan más de nuestro objeto, y sigamos la historia de nuestra excursión.

Después de un frugal almuerzo, en el que reinó la animación más cordial, empezamos á reconocer los terrenos que forman la orilla del Guadalquivir, y encontramos innumerables restos romanos de todas clases y los cimientos de una quinta ó casa de campo, romana también. Pero esto no era aliciente bastante á nuestra curiosidad, y desde luego nos dirigimos á la barca, que nos transportó á la otra orilla término de nuestro viaje.

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Una vez en los terrenos del municipio Flavio Arvense, nos encaminamos á la parte oriental de los mismos, ocupada por seis túmu los romanos, uno de los cuales, el más extremo, está separado de los otros por grandes cortes abiertos en el suelo. En la base de este túmulo pudimos comprobar la existencia de varios sepulcros tallados en la roca y con entrada diferente de los de Carmona, que siempre la presentan en forma de pozo ó escalera.

Los dos ó tres sepulcros que reconocimos estaban llenos de tierra, circunstancia que bien pudiera atribuirse á encontrarse situados á orillas de un arroyo, que en tiempos de lluvia lleva gran cantidad de aguas, diferenciándose también en esto de los de Carmona y Osuna, . que ocupan sitios altos y enjutos, libres siempre de los peligros de una inundación.

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Los sepulcros que hemos visto en Arva constan de vestíbulo y sala funeraria, y en la segunda un número mayor ó menor de nacinas.

Siguiendo la cordillera en que está asentada la necrópolis, halla

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