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tudio de los de Arva, vamos á ocuparnos de ellos expresando la particularidad que nos presenta el terreno y la circunstancia especialísima de ser algunos de aquéllos transportados á éste por las corrientes del Occéano al entrar en el Guadalquivir.

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Antes de proseguir adelante digamos lo que entendemos por fósiles: para nosotros es todo animal, vegetal o producto de estos dos reinos en que las moléculas orgánicas ú organizadas se hallan sustituidas por otras de mineral. Ciertamente, toda sustancia orgánica abandonada á sí misma, en presencia del aire, humedad y temperatura convenientes, ó fermenta ó se pudre, y su descomposición, produciendo cuerpos más sencillos, proporciona nuevos elementos, que van al receptáculo común á unirse con aquellos para los cuales tienen mayor afinidad. Pero si la descomposición se verifica en la tierra ó en el agua cargada de sales, cada molécula orgánica es sustituida por una mineral: de aquí resulta el fósil. Hé aquí cómo se han formado los fósiles de Arva.

Las rocas neptunianas tienen por carácter de composición el ser ó estar constituidas, generalmente estratificadas, de rocas areniscas, arcillosas y calizas. A esta clase pertenecen las de Arva. El fósil lleva el sello del terreno donde se encuentra.

Las rocas estratificadas y fosilíferas han sido primitivamente depositadas bajo el agua, siendo su composición arena y sílice. La de los fósiles que tenemos á la vista es la misma, siendo muy fácil su comprobación y análisis.

El primero de los fósiles obtenido en nuestra expedición por don Aniceto de la Cuesta, y el más voluminoso, es el Grifea fósil, cubierto interior y exteriormente de sérpulas fósiles: es en miniatura una reproducción exacta de la forma en que se encuentran dispuestas las capas estratificadas, que simulan lechos que van alternando y que se han depositado, tanto en este ejemplar como en el terreno de Arva, por la acción laboriosa del tiempo en el transcurso de los siglos.

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En este fósil, que es análogo en cuanto á la disposición de sus caá los demás de Arva, se ve que están formados de varias conchas, ó, si se permite la expresión, de la aglomeración de conchas, ó conchas conglomeradas por la adherencia de unas con otras, adherencia que se ha verificado durante la vida y después de la muerte del animal: las exteriores, durante la vida ó muerte; las interiores, en este último caso. Fácil es comprenderlo, puesto que las sérpulas en el inte

rior de las conchas no podian adherirse durante las funciones del animal, ó la vida del animal, pues las valvas en este periodo están cerradas á toda causa exterior.

La excavación mayor, hendidura ó ranura que se observa en este ejemplar corresponde á su apéndice caudal, y las exteriores pertenecen á otro orden de animales. La primera nos manifiesta casi de una manera evidente, ya el Lituites Giganteus, ya la Spirolina Stenostoma. Hay además dos hermosos ejemplares adquiridos por D. José Pérez Cassini y difíciles de clasificar. Sin embargo, su semejanza con la cubierta que debió tener, y que se ve por su forma, nos recuerda é induce á suponer sea el Venericardia planicosta. Todavia se puede apreciar la disposición de sus valvas y las cavidades para la inserción de sus poderosos músculos y ligamentos: está completamente fosilificado y constituido por sílice y arena.

Spirifer micronatus es un bellísimo ejemplar hallado en esta excursion por D. Jorge Bónsor. Una simple inspección, y la forma de abanico que presenta la concha, es prueba bastante para clasificarlo como perteneciente al Brontes flabelhfer, especie de trilobito, cuya cola recibe el nombre de Spirifer. Estos fósiles, como los lamelibranquios bivalvos, son comunes de la calvia de Plymout, la que entre otros ha presentado el Megalodon y varios bivalvos espirales. De todos los demás puede decirse que su disposición particular es la misma, y corresponden á los géneros Lituites Giganteus, Scaphites Gigas ó Ancitoteras, Megalodon Cucculatus; y algunas conchas de braquiopodos del género Spirifer, particularmente la Atripa reticularis. Algunos de estos fósiles pueden provenir de los fondos del Occéano durante las tempestades que lo remueven, siendo trasladados en las mareas altas, y por diferentes causas empujados más tarde y en tiempos remotos á la corriente del Guadalquivir.

Es notable y completo el ejemplar bivalvo que debe encerrar en su interior el cuerpo del animal.

No quiero terminar estas notas sin hacer constar que esta curiosa colección es debida en su mayor parte, casi en totalidad puede decirse, á la perseverancia y afición del Sr. D. Aniceto de la Cuesta, quien nos proporcionó el magnífico ejemplar del Grifea en nuestra primera excursión. Posteriormente, recordando haber visto durante nuestra permanencia en aquel sitio los curiosos fósiles que restan por descubrir, y de algunos de los que llevamos hecha mención, empren

dió solo y á sus expensas un nuevo viaje, no perdonando medio alguno ni sacrificio hasta conseguirlos.

La Sociedad Arqueológica está de enhorabuena por contar entre sus miembros individuo tan activo como el Sr. Cuesta, cuya conducta es digna de elogio y debe ser imitada por todos los que aspiren á cumplir con el lema de nuestra Sociedad.

JUAN FERNÁndez López.

Carmona histórica (

Memoria leida ante la Sociedad Arqueológica el 1.o de Septiembre de 1886.

Señores:

Antes de dar principio á la lectura de esta mal perjeñada Memoria, me permitiréis os manifieste mi reconocimiento por el favor altísimo que me dispensáis, permitiéndome la señalada honra de sentarme al lado vuestro. Cuantos aquí estáis tenéis sobrados méritos para ocupar un puesto en esta ilustrada Sociedad; mas yo ¿qué méritos he contraido para que me hagáis lugar entre vosotros? Que yo sepa, ninguno; únicamente á vuestra benevolencia debo tan inmerecido favor. No temáis que nunca lo olvide.

Bien conozco mi pequeñez; y conociéndola, es natural que mi papel se limite á aprender entre vosotros. ¡Quién sabe si algún dia podré contribuir con mi óbolo al mayor engrandecimiento de tan culto Centro!

Fáltanme la teoría y la práctica necesarias para poder disertar sobre una tan difícil ciencia como la Arqueología; pero sóbranme buenos deseos y decidida afición por esta clase de estudios. Y ahora caigo en que esta consideración será, quizá, la que habéis tenido presente para premiar mis deseos de ocupar el último puesto entre vosotros, dispensándome de todas las otras cualidades de que carezco.

(1) El autor de esta Memoria y dignísimo miembro de la Sociedad arqueológica, don Manuel Pelayo y del Pozo, falleció en Carmona á las nueve de la mañana del 5 de Mayo de 1887. (R I P.)

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Sí señores; debo confesarlo, aun cuando parezca inmodesto. La afición á los estudios históricos es en mi tan grande, que pudiera decir me es innata. Y es que mi buen padre me hizo conocer desde pequeño la importancia de esta clase de estudios. No es la historia un mero pasatiempo ó un mero objeto de curiosidad; es algo más provechoso y también algo más sublime. Bien hicieron los antiguos en divinizarla, pues no es menos benéfica que un Dios: no es Clío inferior á las demás musas. Pero ¿á quién me dirijo? ¡Ah, señores! dispensad mi distracción. No recordaba en este momento que hacía un gran panegírico de la Historia, delante de hombres ante quienes debe enmudecer mi lengua, mientras que como ellos no haya dado pruebas inequívocas de ese amor que á todos nos inflama.

CARMONA PREHISTÓRICA.-No creemos aventurado suponer que allá en los remotos tiempos en que el mamut, el reno y el oso de las cavernas constituian la fauna más importante de la Europa occidental, única entonces habitable, el hombre de las razas Caustad y de Cror-magnon, las más antiguas de las fósiles cuaternarias, hollaba con su desnuda planta las duras rocas que forman el suelo de esta ciudad. Nos induce á creerlo así la topografía del país, en cuyo terreno terciario, formado por el alcor, roca arenisco-calcárea, encontramos multitud de abrigos y cuevas naturales, las más á propósito para servir de morada á aquellas razas primitivas.

Vienen á dar fuerza á nuestra creencia los restos de la industria del hombre en aquella Edad, encontrados en distintos lugares de este

terreno.

Los datos apuntados no son suficientes para ir más allá del terreno de las conjeturas, es muy cierto; sin embargo, creemos que la tal insuficiencia depende de la falta de exploración y no de la absoluta carencia de los mismos.

Claro es que ningún vestigio de construcciones hemos de encontrar de una época en que el hombre apenas contaba con medios para poder subvenir á sus más perentorias necesidades; por tanto, inútil fuera empeñarse en buscarlo.

CUEVAS ARTIFICIALES.-Hasta la Edad neolíthica ó de la piedra pulimentada no fueron construidas las cavernas y cuevas artificiales,

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