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Hojeando documentos correspondientes al año 1590, he tenido la suerte de encontrar una carta autógrafa, de la que se desprende que en este mismo año vino á Carmona Miguel de Cervantes á recoger cierta cantidad de aceite, como comisario ordinario que era, á las órdenes de D. Antonio de Guevara, consejero de Hacienda y proveedor de las armadas y flotas de Indias. Con este empleo vivió Cervantes en Sevilla desde 1588 á 1592.

A la muerte de Felipe II, en 1598, volvemos á encontrarlo en Sevilla, como lo prueba el famoso soneto dedicado al túmulo que en aquella ocasión se levantó en la Catedral cuando la celebración de las honras reales.

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«Miguel de Cerbantes Saavedra, comisario del Rey nro Sor, digo: »que yo e venido a esta villa asacar quatro mil @ de aseyte para servi»cio de su Mgt, como consta por los recados y comision q tiene pre» sentados; y por q para podellas juntar con la brevedad q su Mg las »pide, no lo puede haser por no tener noticia de quien las tiene; y »por evitar las quexas q se suelen recrear de sacar más cantidad »al pobre q al Rico, pide y supp.ca a Vms. sean serbidos de ha>> ser un repartimiento de la cantidad q se le puede dar, el qual se cum>>pla luego, q el dexara aqui un alguazil suyo para q lo enbie a Sevi» İla, y pasara adelante a cumplir en otros lugares la cantidad q faltare; »y con esto se escusaran los agravios q como Vms. tiene se suelen >> recrecer. fecha 12 de febrro 1590

Miguel de Cerbantes
Saavedra»

He creido conveniente transcribir estas dos cartas, porque si bien carecen de gran importancia histórica, apesar de ser inéditas, puede la segunda ser un motivo de agrado para los cervantistas, cuya admiración y entusiasmo por esa gloria de la literatura española sólo puede compararse al culto que profesan los ingleses al poeta Shakespeare. Para cervantistas como para shakespearianos, el menor detalle de la vida íntima de sus ídolos envuelve una importancia capital.

Cervantes debió pasar por Carmona en varias ocasiones, por hallarse esta ciudad en el camino de Madrid á Sevilla. Esto, que parecia probable á los pesquisidores de la vida del autor del Quijote, viene á

los

certificarlo afortunadamente la existencia de la preinserta carta. Su visita á Carmona, que por su objeto no podia ser agradable ni habitantes ni para el huésped, fué lo más corta posible.

para

En el acta del Cabildo de la villa, escrita por el entonces escribano del mismo Pedro de Hoyos, se recomienda para este asunto mucha prudencia, sobre todo al anotar los envios y recoger los recibos, para evitar «munchos ynconvenientes q en semejantes comisiones abi>>do otras vezes.

>> Carmona encargo al señor Bernardo Barba, regidor, para que to>me recaudes bastantes del comisario, del azeyte que se sacare; y pi» da, con parescer del letrado de la villa, lo que conbenga

(Cabildo del 12 de Febrero 1590.)

En consideración al documento á que me refiero, me permito proponer à la Sociedad Arqueológica dé los pasos necesarios cerca del Ayuntamiento para que el autógrafo del glorioso manco de Lepanto salga de los empolvados estantes en donde está como perdido, y sea expuesto en un cuadro para su mejor conservación.

JORGE BÓNSOR.

CARMONA

Y

PEDRO I DE CASTILLA

Memoria leida ante la Sociedad Arqueológica el 1.o de Abril de 1887.

Señores:

Quinientos diez y ocho años van transcurridos desde el alevoso asesinato de Montiel, y todavía la memoria del rey Pedro I de Castilla permanece envuelta en la atmósfera de sangre que le crearon sus enemigos.

Y euenta que difícilmente habrá existido en España personalidad más discutida que la del hijo legítimo de Alfonso XI. Sus detractores, dejando muy atrás al canciller Pero López, se han complacido en hacer de él una bestia feroz, no habiendo crimen de que no le acusen, ni infamia que no le arrojen al rostro. En cuantas ocasiones han podido le han azotado sin piedad ni compasión, y exagerando sus vicios y debilidades, y callando ó desfigurando maliciosamente sus grandes empresas, hánlo convertido en un mónstruo sin entrañas, digno por todos conceptos de la execración pública. López de Ayala, Froissard, D. Pedro IV de Aragón, Zurita, Morales, Mariana, Flores, Llaguno, Amirola, Ferrer del Rio y Castro, hé aquí los principales

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heraldos encargados de pregonar urbi et orbi los crueles instintos de esa fiera conocida por el nombre de Pedro I de Castilla.

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En contraposición á estos flageladores de un rey sin ventura, hombres de recto criterio y espíritu independiente han vuelto por fueros de la verdad ultrajada, y en fuerza de trabajo han conseguido destruir muchas de las calumnias y falsedades que, cual maldición horrible, venían pesando sobre la cabeza del asesinado en la tienda de Bertrand Claquin. Mucho ha costado llevar á término la obra de vindicación, que no en vano el de Trastamara y los suyos pusieran especial cuidado en destruir, cuanto andando el tiempo pudiera servir para rehabilitar la memoria del sacrificado por ellos; pero la justicia de Dios, que jamás permite el triunfo completo de la iniquidad, vino en ayuda de los mantenedores de la buena causa y les facilitó los medios de demostrar lo que de antemano estaba en la conciencia de algunos; esto es, que sólo fueron actos de severa justicia los crueles castigos que nos cuenta el Canciller y de que historias y crónicas se encuentran llenas. Merced á las investigaciones de Salazar y Mendoza, Conde de la Roca, Ledo del Pozo, Ceballos, Montoto, Salas, Asensio y Toledo, Guichot y otros, Pedro I de Castilla, despojado de la coroza que le vistieran nacionales y extranjeros, se nos aparece hoy tal como fué en realidad, un rey noble, valiente, caballeresco, celoso defensor del prestigio de la corona, amigo del pueblo y la nobleza llana, y de tan grandes alientos como jamás los tuvo ninguno de los mo

narcas sus antecesores.

Parecia lógico que el autor del Ordenamiento de Alcalá fuera juzgado de igual manera por todos los eruditos, especialmente 'después de la justificación que de su carácter y reinado se ha hecho en estos últimos años; pero no ha sucedido así. Lo que se creyó íris de paz ha resultado motivo de mayor discordia; se han exacerbado las pasiones; al frio razonar ha sucedido el ardor de la pelea, y hé aquí que en medio de tanta confusión la mayoría no acierta con la verdad, y duda y vacila, sin saber de qué lado inclinarse.

Una sola localidad, la ciudad de Carmona, ha tenido el privilegio de no tomar parte en esta enconada lucha de los dos partidos. Extraño parecerá, pero lo cierto es que Carmona no necesitó nunca de argumentos escritos para honrar la memoria de su rey predilecto, antes al contrario, en todos tiempos y ocasiones ha hecho alarde de su afecto y devoción hacia el hijo legítimo de Alfonso XI. Y no se diga

que lo que ejecutó en el siglo XIV, á raíz de la tragedia de Montiel, obedcció, más que á motivos especiales de agradecimiento, á la presencia en la vilia de Martin López de Córdoba y sus hombres de armas, nó; aquella heróica protesta reconoció por origen el profundo amor que los carmonenses sentian por el rey inmolado, rey al que, por haber vivido entre ellos, conocian mejor que otros. ¿Es creible que un pueblo entero afrontara los peligros de una guerra larga y desastrosa como la que le movió el de Trastamara, sólo por seguir los caprichos de un magnate más o menos afecto á la dinastía caida, máxime cuando de ser vencido, y apénas si vislumbraba otro porvenir que el vencimiento, se exponia á perderlo todo? Nó; los pueblos como los individuos no tienen el instinto del suicidio; y si á tal se arrojan, necesario es admitir que andan de por medio muy graves

razones.

Queremos suponer que la epopeya de 1369 à 1371 fué debida á á causas transitorias y del momento, convenido; pero ¿y el entusiasmo con que todavía recuerdan los carmonenses al rey D. Pedro, cómo se explica? Porque importa advertir que la admiración del siglo XIV dura y subsiste aún en el siglo XIX; que para los de Carmona no ha corrido el tiempo respecto á ese particular, y que cualquiera de ellos á quien se le pregunte de aquel monarca, responde de seguida con la seriedad y el aplomo del que está convencido de lo que dice:-¡Ah, el rey D. Pedro fué un gran rey!-Excitada nuestra curiosidad por el tono sentencioso de esta respuesta, más de una vez hemos tratado de averiguar los fundamentos sobre que descansa, y nunca obtuvimos nada concreto de la pesquisa.-Lo decimos porque es la verdad,es la suprema razón que nos han dado cuando hemos ahondado mucho en el asunto.

Visto que por ese camino no sacábamos cosa de provecho, recurrimos á los archivos, esperanzados en que allí encontraríamos la clave del enigma. ¡Triste decepción nos esperaba! En el archivo municipal, uno de los más ricos de la provincia, y en el de la Universidad de beneficiados, el segundo de Carmona en cuanto á antigüedad (arranca de los tiempos de Sancho IV el Bravo), no queda del reinado de Pedro I el más insignificante papel. Cartas de privilegio, cédulas, albaláes, provisiones, libros de acuerdos, todo ha desaparecido: se conoce que manos interesadas han andado por alli y sustraido una documentación en la que estaba, sin duda, la justifica

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