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quiso el padre poner límite á su fortuna, cuerdo, cristiano y temeroso. Corrió la fama de D. Rodrigo la mayor parte de la tierra; en toda élla se supo la privanza que alcanzó con el Duque, y la gran mano que tuvo en el gobierno. Ensoberbecióse con ésto sobradamente, tanto, que tenía á muchos lastimados de su trato y temerosos de su proceder; á los mayores Señores estimaba en poco, tratando á los criados y familiares sobrada y sobérbiamente. El número de sus delicias, regalos y riquezas, fué grandísimo; la veneracion, puntualidad y respeto con que hacía servirse era notable, dificultando audiencias y debiendo visitas. El poder y la grandeza le trajo, en ocasiones, para dejarse corromper con cohechos y recibos, tanto, que con nota general se hizo riquísimo. Grandes culpas y defectos publicaba dél la mala opinion suya, que le obligó á escudarse con un perdon que alcanzó de su Majestad (después se dijo que por malos médios), en que le daba por buen Ministro y le absolvia de todo lo pasado. Con ocasion del retiro del duque de Lerma á su casa, se publicaron de nuevo sus demasías, atreviéndose la voz comun á adjudicarle gravísimos delitos, muertes, falsedades, hechicerías y cohechos; fuése á Valladolid

muy temeroso de su desdicha, porque entre las reformaciones y residencias que entónces habia de Ministros, se juzgaba la suya por malísima: públicamente le señalaban todos por el primero de los que habian de residenciarse y de prenderse. Vacilando en lo qué haria, estuvo en Valladolid algunos meses indeterminable, y consultando sus intentos con una ejemplar Religiosa que tenía en su grandioso monasterio de Portaceli, y diciéndola que queria huir la furia y rigor de un Rey ofendido y enojado, le respondió la santa monja, que si queria salvarse esperase el fin de sus sucesos; razon que le hizo esperar quieto, si bien entónces no entendió por el camino que lo decia la santa, ántes, asegurando la libertad del cuerpo en lo que élla quizá ponia la salvacion, del alma, escondió muchas joyas y dineros entre conocidos y amigos, y, recogiendo algunos papeles importantes, esperó en Valladolid el fin de aquellas publicidades, que no se le alargó mucho, pues una noche le prendió D. Fernando Ramirez Fariñas, oidor del Consejo Real; con buena guarda, y á cargo de D. Francisco de Irazábal, caballero de Santiago, le llevaron al castillo de Montanches. Nombráronse jueces para su causa á Don

Francisco de Contreras, hoy presidente de Castilla, á Luis de Salcedo y D. Diego del Corral, oidores del Supremo. Mucha hacienda se descubrió en diversas partes, á fuerza de mandatos y censuras; hízose inventario en los bienes que tenía aquí y en Valladolid, depositándose riqueza inestimable, y algunas cosas, nóminas y papeles, que atestiguaban muchas culpas. suyas. Después de muchos dias, de Montanches le renovaron la prision, con la misma guarda, á la fortaleza de Santorcáz, y últimamente le trajeron á su misma casa, á donde, en prision apretada, con la misma guarda, y á cargo de D. Manuel Francisco de la Hinojosa, caballero de Santiago, estuvo hasta el dia de su muerte. Dos baules de papeles, que se hallaron en poder de un deudo suyo, dieron gran luz de sus cosas. Y procediendo en las informaciones y probanzas, le pusieron á cuestion de tormento, el cual pasó valerosísimamente, mostrando el mismo valor segunda vez que le reiteraron la tortura; fué de potro y de toca, sufriendo muchas vueltas y muchos cuartillos de agua, sin mostrar un punto de flaqueza. Guardáronse en su causa puntualmente los términos de justicia, de que él mismo alabó á los Jueces en muchas ocasiones. Estaban

siempre en su mismo aposento, pequeño, y tan oscuro, que siempre tuvo luz de vela, dos guardas de posta, que se remudaban á tiempos señalados, y un criado, que sin salir de allí, le servia, y á fuera repartidas las demás guardas, hasta diez y ocho. Nunca se abria la puerta, comia ó cenaba, sin la asistencia de la guarda mayor ó su Teniente; la comida era lo que él señalaba, y en todo se procuró siempre divertirle y darle gusto. No le habló nadie hasta la sentencia, sino sus Procuradores, Letrados ó Confesor, y eso con asistencia de las guardas. Lo más del tiempo pasaba en la cama, con que vino á cargarle gota en los piés, que le necesitó, cuando andaba, á valerse de una muletilla. Frontero del apartamiento donde estaba habia otro, de un oratorio, en que le decian misa, y á donde él salia con todas las guardas juntas, y otro á donde los Jueces tenian su tribunal; y todos estos repartimientos estaban en la sala que servia al estrado de la Marquesa; ¡tan capaz y hermosa era!: mas, ¿qué mucho si lo es toda la casa? Finalmente, á nueve de Julio se le notificaron dos sentencias, la una por las culpas que se le habian causado por el proceso civil, y otra por la causa criminal; por ésta le dieron por

libre en lo que el señor Fiscal le habia acusado, que habia sido culpante acerca de la muerte de la Reina, nuestra señora, Doña Margarita de Austria, que sea en gloria, en lo que le absolvieron y dieron por libre por no haberlo probado el señor Fiscal; y lo mismo en las muertes de Don Alonso de Carvajal, el padre Cristóbal Suarez, de la compañía de Jesús, Pedro Caballero y Pedro del Camino; pero por la prision y muerte de Agustin de Avila, Alguacil que fué desta Córte, y todo lo que en élla pasó, y haber cometido delito de asesino y muerte alevosa, haciendo matar á Francisco de Xuara por mano del sargento Juan de Guzman, y todo lo que en élla pasó, y haber impetrado de su Majestad, que haya gloria, cédulas de perdon y de liberacion de sus delitos, con malos médios; le condenaron á que de la prision en que estaba le sacasen caballero en una mula, ensillada y enfrenada, y con voz de pregonero, que publicase sus delitos, fuése traido por las calles acostumbradas desta villa, y llevado á la Plaza Mayor della, donde para aquel efecto estuviese hecho un cadahalso, y que en él fuese degollado por la garganta, hasta que muriese naturalmente. Por la otra sentencia civil, que dicen tiene doscientos

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