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diendo volviese al ministerio. Este fué el motivo de que se le mandase confinado á Medina del Campo, en donde pasó el resto de sus días y falleció el 2 de Diciembre de 1787 á los setenta y nueve años de edad. Este movimiento popular produjo en el ánimo de Carlos profundas y duraderas impresiones: nunca pudo olvidar que se le hubiese obligado á despedir á un ministro en quien tenía depositada su confianza, y ann tuvo el intento de transferir la corte á Sevilla, de cuya idea lo retrajo la consideración de los muchos edificios reales construidos en Madrid y sus cercanías que quedaban perdidos, mas no volvió á la capital hasta después de ocho meses, cuando la tranquilidad estaba enteramente restablecida.

El año de 1767, se hizo memorable por la expulsión de los jesuitas de todos los dominios de la monarquía española. Este suceso y las causas que lo motivaron, no han sido referidos con verdad en ninguna obra impresa en castellano de que yo tenga conocimiento: en España, en los tiempos inmediatos á la expulsión, no se permitió hablar sobre ella, y después ha habido inte

rés en desfigurar la verdad, y en Méjico, para donde especialmente escribo, no se tienen mas que ideas muy confusas sobre este acontecimiento, por lo que me he propuesto entrar acerca de él en algunos más pormenores que los que parece permitir el objeto de esta obra, tomando todos los hechos de escritores protestantes, que son los que han tratado este asunto con mayor imparcialidad, y en los que no puede caber la sospecha de ser afectos á los 'jesuitas.

Dos géneros de enemigos se habían declarado contra estos: los jansenistas y los filósofos. Por los primeros, no se entiende precisamente los que habían sostenido las cinco proposiciones del obispo de Ipres, que habían sido el origen de tan acaloradas disputas con la silla apostólica y los jesuitas: sino el partido político y religioso, que con aquel nombre se había formado, contrario á los principios ultramontanos, que pretendía hacer la autoridad de los obispos casi independiente de la del Papa, y que en muchos artículos parecía estar de acuerdo con las opiniones de los protestantes, así como en materias políticas coincidía con las de los filósofos de aquel siglo, que confor

mes con los Jansenistas en estos puntos, en materias religiosas intentaban echar por tierra toda religión que se fundase en la revelación, substituyendo un mero deismo y aun el ateismo y materialismo.

La alta sociedad en Francia y aun en Inglaterra, se hallaba contaminada de estas opiniones de los filósofos en materia de religión, y particularmente en París, Voltaire, Rousseau, D'Alembert y los demás de aquella secta, que reconocía á Voltaire como su patriarca, daban el tono en todas las concurrencias, y no era tenida por persona de buen gusto en el uno y el otro sexo, quien no profesaba aquellas doctrinas que se propagaban fácilmente en medio de la escandalosa corrupción de costumbres, que desde el trono se había derramado en todas las clases del Estado y en especial en las más elevadas. La nobleza frauc sa se había persuadido que podía impunemente ayudar á socavar los cimientos de la religión; que las ruinas de la sociedad no caerían mas que sobre el clero y el altar, y que el trono y los privilegios de la nobleza no sólo se salvarían, sino que se aumentarían y consolidarían librándose de la opresión religiosa.

Así se lo persuadían los filósofos, á cuya clase y á la de los jansenistas pertenecían muchos de los magistrados y abogados.

En este estado de la opinión dirigida por los filósofos, que para extender sus doctrinas mezcladas con los principios elementales de las artes y ciencias, emprendieron publicar la "Enciclopedia metódica," se formó, dice el historiador protestante Schoell, "una conspiración entre los jansenistas y los filósofos, ó más bien, como estas dos facciones se dirigían á un mismo fin, trabajaban para él con tal armonía, que se hubiera podido creer que se ponían de acuerdo en sus medios. Los jansenistas, con la apariencia de un gran celo religioso, y los filósofos proclamando principios de filantropía, trabajaban de consuno para derribar la autoridad pontificia, y tal fué la ceguedad de algunos hombres de buenas intenciones, que hicieron causa común con una secta que hubieran sin duda aborrecido si hubierau penetrado sus miras. Los errores de este linaje no son raros, y cada siglo adolece de los suyos. Pero para echar por tierra el poder eclesiástico, era menester aislarlo, quitándole el apoyo de aquella falan

ge sagrada que se había consagrado á la defensa del trono pontificio, es decir, los jesuitas. Tal fué la verdadera causa del odio que se declaró contra esta orden religiosa. Las imprudencias que algunos de sus individuos cometieron, dieron armas para combatir á la Compañía entera, y la guerra contra los jesuitas vino á ser popular, ó más bien, aborrecer y perseguir á una orden cuya existencia tocaba tan de cerca á la de la religión católica y del trono, vino á ser un título que daba derecho á llamarse filósofo. Clemente XIII y su ministro de íntima confianza, el cardenal Torregiani, habían penetrado las miras de los adversarios del orden público y se oponían á ellas con todas sus fuerzas." (1) Pudiera decirse que este párrafo contiene la historia de la persecución de los jesuitas en el siglo pasado, y todo lo que vamos á ver no es mas que la aplicación de lo que en él se di

(1) Schoell, Curso de historia de los Estados europeos tomo 44. página 71, citado por Lamache, historia de la caída de los jesuitas, París 1845. Aunque en esta obra no he citado las autoridades en que me apoyo, mientras he tenido que tratar de cosas muy conocidas, lo hago ahora teniendo que referirme à obras no comunes en España ni en Méjico.

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