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audiencia de la corte vino á ser la chancillería de Valladolid, y se crearon otras en las provincias.

Para la seguridad de los caminos se estableció "la santa hermandad," especie de cofradía que tenía por objeto perseguir á los malhechores, para lo cual se organizó una fuerza armada repartida en cuadrillas por todo el reino, cuyo jefe era el rey mismo y su hermano bastardo el duque de Villahermosa y se creó un tribunal especial, independiente de los demás, el cual, imponiendo prontos y rigurosos castigos, limpió de ladrones los campos y las poblaciones, y se restableció el orden por el temor á la justicia.

En el mismo reinado tuvo principio la inquisición, para la persecución de los ju díos. Estos fueron expulsados del reino, obligándolos á vender dentro de un corto término sus propiedades, y para que no quedasen ocultos los individuos de aquella creencia, ó recayesen en sus errores fingiendo abandonarlos y entrar en el gremio de la iglesia, se nombró un inquisidor general, por el cual se establecieron tribunales en las diversas ciudades en que había mayor nú

mero de individuos de aquella secta. La generalidad de la nación vió el establecimiento de este tribunal no sólo sin terror, sino que lo recibió con aplauso, como que estaba destinado á perseguir á una clase de gente odiada por su diversa creencia y por los giros usurarios en que se ocupaba, lo que había sido frecuente motivo de quejas en las cortes y de providencias de los reyes, y que por estos motivos era vista con tal horror, que entre los más distinguidos privilegios de la villa de Espinosa de los Monteros, se contaba el de que no se permitía á ningún judío pasar la noche en ella.

Fueron también objeto de los rigores de la inquisición, los moros convertidos à la fé cristiana, que recaían después en el mahometismo. Mientras que las conquistas de los cristianos sobre aquella nación se hicieron gradualmente, fue posible arrojar de las ciudades que sobre ellos se ganaban, todos los vecinos, siendo las casas y campos que se les hacía abandonar, el premio de los cristianos vencedores, no permitiéndose á los moros vencidos sacar otros bienes, que los que podían llevar consigo, como se ve por la capitulación de Sevilla,

cuando esta gran ciudad se entregó á San Fernando. Pero esto mismo no era practicable cuando se hizo la conquista de un gran territorio, como el que comprendía el reino de Granada, y por la capitulación de esta ciudad, los moros no sólo conservaron sus bienes, sino también el libre ejercicio de su religión. Esta capitulación no se guardó y á pretexto de haber faltado á ella los moros sublevándose dentro de la ciudad, á consecuencia de las violencias que se les hacían para reducirlos al cristianismo, se les declaró privados de los derechos que ella les había asegurado, y se dió orden para que saliesen del reino todos los que no recibiesen el bautismo. No podía ser muy sincera una conversión; operada por tales medios, y así era grande el número de relapsos que caían bajo la autoridad de la inquisición; mas esto tampoco hacía odioso al tribunal, cuya severidad recaía sobre una nación enemiga, que por largo tiempo había sido dominante y que siempre era temible, habiéndose conservado como extranjera en el país, sin mezclarse con la población española, impidiéndolo no sólo la religión, sino también todas las preocupaciones del

orgullo nacional. El número de personas de una y otra secta, castigadas por la inquisición con el fuego ó con el destierro ó confiscación de bienes en estos primeros tiempos, causa espanto, y esto, unido á la persecución que se hizo extensiva á muchas familias de los mismos españoles cristianos viejos, no sólo dió gran disgusto, sino que fué motivo de conmociones populares, especialmente en Córdova, contra el inquisidor Lucero, á quien Pedro Mártir llama Tenebrero, y mucho más en Aragón, cuyas cortes hicieron frecuentes reclamaciones contra el modo de proceder de aquel tribunal.

El cuidado y vigilancia de los reyes católicos, se extendió á todo lo que era susceptible de reforma ó de mejora. Las extragadas costumbres del clero y los desórdenes introducidos en las comunidades religiosas de uno y otro sexo, llamaron su atención y venciendo los más grandes obstáculos, y arrostrando la más tenaz oposición, lograron restablecer de tal manera la disciplina y la regularidad de costumbres, que á sus esfuerzos se debió el lustre que en los reinados siguientes adquirió el clero español,

por su ilustración y sus virtudes, y el que se formasen los planteles, "de donde salieron después tantos misioneros ejemplares, que llevaron la luz del Evangelio, y con ella la civilización y las artes, al nuevo mundo.

Los infortunios domésticos que fueron también causa de las calamidades de la nación, vinieron á turbar las prosperidades de este reinado. El príncipe D. Juan, (en quien consistía la esperanza de reunir permanentemente las dos coronas de Castilla y Aragón), joven de grandes esperanzas, educado con el mayor esmero é instruido en la literatura y las ciencias con los jóvenes de la primera nobleza, por el célebre milanés Pedro Mártir de Anglería, primer abad de la Jamaica, consejero de Indias y pri mer historiador de éstas, murió en la flor de su edad. La sucesión al trono recaía en la infanta D. Isabel, hija mayor de D. Fernando y de D. Isabel_casada con D. Manuel, rey de Portugal, y por su fallecimiento en D. Miguel su hijo, en quien iba á verificarse la tan deseada reunión de toda la península española, bajo un mismo cetro: reconociósele por las cortes de Castilla

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