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mandaba el ataque, dió orden para que se les pegase fuego. Esto se hizo sin tomar las precauciones necesarias para poner en salvo la gente, que hubiera perecido toda, si el general inglés no hubiera despachado multitud de lanchas, que corriendo el mayor riesgo, pudieron salvar á muchos. El espectáculo que la bahía presentaba durante la noche era el más horroroso, alumbra da con el incendio de las lanchas que se quemaban, oyéndose de cuando en cuando el estallido de las que se volaban y sobre cuyos fragmentos sobrenadaban los pocos que se salvaban de la explosión. Al amanecer del día 14, no quedaban ni las cenizas de aquel inmenso aparato, que tantos millones había costado; más de dos mil hombres habían perecido, sin que la guarnición de la plaza experimentase pérdida alguna.

después en Madrid en un desafio, originado en una disputa sobre quien había de conservar la acera en la calle, con cuyo motivo se mandó por real orden, que la conservase el que tuviese la pared á la dere cha. El ingeniero D'Arzon vivió hasta el imperio de Napoleón á quien fué muy útil en la invasión de la Holanda, obtuvo el empleo de general de brigada y fué además miembro del senado conservador. Murió en 1803, en una casa de campo que tenía cerca de Paris.

No obstante esta catástrofe, quedaba la esperanza de obligar á la guarnición á rendirse por falta de víveres, continuando el bloqueo; pero este medio también se frustró, porque la escuadra inglesa mandada por Lord Howe, entró en el puerto con el convoy que conducía, aprovechando el momento en que un golpe de viento, el aliado más fiel que la Inglaterra tuvo en toda esta guerra, obligó á la española del mando de D. Luis de Córdova, muy superior en nú mero de navíos á la inglesa, á dejar libre la entrada, con lo que la plaza quedó provista para mucho tiempo. Los sitiadores emprendieron entonces hacer una mina de muy grande extensión bajo del peñón mismo, que no llegó á experimentarse su efecto por haber cesado poco después las hostilidades.

El mal éxito del sitio de Gibraltar, decidió á Carlos á concluir las negociaciones de paz que estaban ya entabladas; deseábalo la Francia, por la apurada situación de su hacienda, y en Inglaterra, el partido que había estado desde el principio de la guerra en favor de los americanos, tomó mayor importancia y entró á ocupar el ministerio

por efecto de las ventajas obtenidas por aquellos; pero aunque la paz hubiese venido á ser una necesidad para todas las potencias beligerantes, el ajustar las condiciones de ella ofreció no pocas dificultades, por las pretensiones de la España para la cesión de Gibraltar. Por este motivo, aunque se firmaron los preliminares en París el 30 de Enero de 1783, el tratado definitivo no se concluyó hasta el 3 de Septiembre, que se firmó en Versalles.

Por este tratado, el más ventajoso que la España había celebrado siglos hacía, quedó dueña de Menorca y de las Floridas, que pueden considerarse como la llave del Golfo de Méjico: el corte de madera en la bahía de Honduras, se redujo al espacio entre los ríos Hondo y Wallis, quedando reconocida la soberanía de la España en todo aquel territorio, en el que los ingleses no podrían construir fortificación alguna, siendo visitados anualmente los establecimientos que formasen por un buque de guerra español, según quedó arreglado por un convenio. posterior.

Por este mismo tratado la Inglaterra reconoció la independencia de los Estados

Alamán -Tomo III.-61

Unidos de América, á los que Francia y España habían auxiliado con todas sus fuerzas para conseguirla: error político gravísimo que trajo á una y á otra potencia las más funestas consecuencias. En cuanto á la última, el conde de Aranda, plenipotenciario que firmó por el gobierno de Madrid este tratado, penetrando en el porvenir con un acierto digno de un político tan profun do como él era, en una memoria reservada que dirigió á Carlos III, que ha venido á tener justa celebridad, porque los resultados la han hecho considerar cemo una profecía, le decía: "Acabo de celebrar y firmar en virtud de las órdenes y poderes que me ha dado vuestra magestad, un tratado de paz con Inglaterra, en que ha quedado reconocida la independencia de las colonias. inglesas, lo que es para mí motivo de pesar y de temor." Explica en seguida los errores cometidos por el gobierno francés en favorecer á las colonias sublevadas contra su metrópoli, y los motivos que había para temer que las posesiones españolas de Amé rica siguiesen su ejemplo. "Esta república federal, dice, ha nacido pigmea, pero día vendrá en que llegará á ser gigante y aun

coloso formidable en aquellas regiones. Olvidará en breve los beneficios que ha recibido de las dos potencias, y no pensará más que en engrandecerse. Entonces su primer paso será apoderarse de las Floridas para dominar en el golfo de Méjico, y cuando nos haya hecho así difícil el comercio de la Nueva España, aspirará á la conquista de este vasto imperio, que no nos será posible defender contra una potencia formidable, establecida en el mismo continente y contigua á él. Estos temores, señor, son muy fundados y deben realizarse dentro de algunos años, si no hay antes en nuestra América otros trastornos más funestos todavía." Para evitar los males que con tanta claridad preveía aquel grande hombre de Estado, propuso prevenirlos, estableciendo desde luego en el continente americano tres grandes monarquías en Méjico, Costafirme, y el Perú, con tres infantes de España por reyes, tomando el monarca español el título de emperador y ligando entre sí estos Estados independientes por relaciones tales, que se ayudasen y sostuviesen mutuamente, sacando la España mayores ventajas que las que hasta entonces había percibido de sus

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