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dolid en 1528, el subsidio que pidió, y como esto mismo se repitiese en las de Toledo de 1538, á que concurrieron los tres brazos, con entera división unos de otros, resentido el Emperador con el clero y la nobleza, hizo cesar las sesiones y desde entonces no volvió á convocarlos, quedando las cortes reducidas á la concurrencia de los procuradores de las dieciocho ciudades y villas que tenían voto en ellas, no habiendo asistido nunca los de Méjico y Lima á quienes se les había concedido. Por su fortuna, los aliados obraron con poca actividad, y siguiendo la política de falsía y mala fé que predominaba entonces, faltaron á sus mutuos compromisos, atendiendo cada uno á sus particulares intereses, con lo que todo el peso de la guerra vino á recaer sobre la parte más flaca, que era el Sumo Pontífice. Borbón se hallaba al frente de un ejército de veinticinco mil hombres, al que se debían grandes sumas atrasadas, y para contentar de alguna manera á aquella muchedumbre de gentes de todas naciones, á quienes no se podía sujetar á una severa disciplina por la falta de paga, después de haber sacado algún dinero de los

Alamán.-Tomo II.-13

vecinos de Milán, poniendo en prisión á los que resistieron exhibirlo y haciéndoles dar tormento, salió á campaña, dejando en Milán á Antonio de Leiva, prometiendo á sus soldados el saqueo de las ciudades que tomase. Los venecianos, previendo esta tempestad, se habían puesto á cubierto de ella, guarneciendo bien sus fronteras: Borbón se acercó á Florencia, que encontró resguardada por el duque de Urbino, general del ejército de la liga, y dirijió su marcha á Roma. El Papa, vacilante en la resolución que debía tomar, hizo un convenio con el virrey de Nápoles Launoy, estableciendo una suspensión de armas por ocho meses y el pago de un subsidio de sesenta mil ducados, y en esta confianza despidió sus tropas. Launoy puso en conocimiento de Borbón el tratado que acababa de celebrar en nombre del emperador, exhortándolo á que volviese sus armas contra los venecianos; mas este general, que estaba contrapunteado con el virrey á quien para nada reconocía, siguió su intento, sin detenerse por el armisticio contratado. Todas las ilusiones del Papa desaparecieron cuando vió que el ejército salía de Toscana, y entonces trató

de reunir de nuevo gente y ponerse en defensa, pero era'ya demasiado tarde. Borbón llegó delante de Roma; encendió la codicia de sus soldados con la vista de los templos y de los palacios, de cuyas riquezas iban en breve á ser dueños; distribuyó sus fuerzas en tres columnas de ataque, formadas de cada una las tres naciones que componían su ejército, alemanes, españoles é italianos, para que la rivalidad nacional estimulase más su valor, y favorecido por una espesa niebla, se acercó con sus tropas sin ser visto hasta la orilla del foso, el 6 de Mayo de 1527.

Se aplicaron las escalas á la muralla y se dió principio al ataque, que los romanos sostuvieron con valor: una de las columnas retrocedía y para animar á los soldados, Borbón armado de todas armas, con un vestido blanco encima, que le hacía conocer de todos. tomó una escala, y arrimándola al muro comenzó á subir por ella, cuando una bala de fusil le hirió mortalmente, y para que los soldados no se desalentasen viéndolo muerto mandó cubrir su cuerpo con una capa. Así terminó su vida, atacando contra la fe de los tratados y la voluntad del Em

perador, la capital del mundo cristiano, el condestable de Francia, duque de Borbón, uno de los más ilustres capitanes de aquel siglo, pero infiel á su soberano, enemigo de su patria, y mal visto por la que por despecho y venganza había adoptado. Su cadáver fué conducido á Nápoles, pero permaneció por muchos años en el cubo de la torre de la catedral de Gaeta, sin dársele sepultura por haber muerto excomulgado, hasta que siendo rey de aquel reino Carlos, que después lo fué de España, III de este nombre, se mandó enterrarlo, por respeto á la familia real á que pertenecía.

La muerte del general aumentó el furor de los soldados, quienes entrando por todas partes en la ciudad, la saquearon inhumanamente. Ni las vírgenes consagradas á Dios se libraron de la brutalidad de aque lla soldadesca desenfrenada, que no respetó ningún edificio sagrado ni profano. El Papa se había encerrado en el castillo de San Angelo, más por falta de víveres tuvo que rendirse, quedando prisionero bajo la guarda de D. Fernan 1 de Alarcón La peste que en seguida se declaró, vino à poner el colmo á las desgracias de la ciudad: murió

de ella el virrey de Nápoles Launoy, y habiéndose retirado á Sena el Príncipe de Orange á curarse de sus heridas, quedó Alarcón con el mando del ejército. Carlos cuando recibió las noticias de todos estos sucesos, se hallaba en Valladolid, celebrando con grandes fiestas el nacimiento del príncipe D. Felipe, que fué el II de este nombre: mandó luego cesar las funciones y dió muestras del mayor pesar, comunicando órdenes á todos sus dominios, para que se hiciesen rogativas públicas por la libertad del Pontífice. Parece un acto de hipocresía el haber dado semejante orden, sin que baste para excusarla la distinción entre el soberano temporal, promovedor de la liga que era enemiga del Emperador, y la cabeza de la religión, cuando siendo su prisionero, bastaba su voluntad para ponerlo en libertad; pero este proceder es menos extraño, si se atiende que Roma fué atacada sin su orden, y que no podía prometerse un pronto obedecimiento de una muchedumbre insolentada por el triunfo y con el pillaje.

Carlos hizo la paz con el Papa al que devolvió todas sus posesiones; pero la guerra

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