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SEÑORES:

O vengo á pronunciar un discurso: ni mis circunstancias personales ni la brevedad del tiempo lo per

N

mitirían. Vengo sólo, por encargo del Gobierno del Estado, á hablaros breve. mente del objeto de la presente festividad, lamentando sí, que persona más digna que yo de ocupar esta tribuna, por sus dotes oratorias, no se encuentre en mi lugar. Os ruego, señores, que me escuchéis con indul. gencia, y que os dignéis prestar vuestra atención á las breves y sencillas palabras que voy á pronunciar.

Si el objeto que aquí nos ha reunido para celebrar esta fiesta es nuevo, porque no contamos en los tiempos anteriores ningu. na otra semejante, no son, en mi concepto,

Cora.-10

ni el pensamiento que la ha inspirado, ni el sentimiento que la embellece, ni el fin que nos proponemos al celebrarla. En la vida de los pueblos, como en la vida de los individuos hay momentos de esperanzas risueñas y de tristes y amargos desengaños, momentos de languidez y de fácil abandono: de terribles pruebas y dolorosas agitaciones, pero hay también momentos de paz y tranquilidad en que la razón y la reflexión imperan, en que la sensatez y la prudencia dirigen todos sus pasos y norman todas sus resoluciones.

Mas en todas circunstancias, en las múltiples y variadas escenas que se desarrollan en el vasto teatro de la vida de las naciones hay un principio que forma su carácter his tórico, que constituye, por decirlo así, todo su sér; hay igualmente un sentimiento, único en su esencia, aunque variado en sus formas, que anima todos sus actos, que da vida á todas sus aspiraciones, que embellece todos sus ideales, y que consuela todos sus infortunios. Este principio es la unidad de su existencia, y este sentimiento es el amor santo de la patria.

Tomad, si no, á cualquiera de esos pueblos que hoy asombran el mundo por la gloria de su nombre, por el brillo de sus conquistas en los campos de la ciencia, por la

- grandeza de su comercio, por la sabiduría de sus leyes ó la perfección de sus instituciones: es el mismo pueblo que allá en siglos pasados, vió su territorio devastado por los bárbaros, sus campos talados, y sus ríos teñidos por la sangre vertida en mil combates; es el mismo pueblo que por largo tiempo vivió sumido en la ignorancia, rindió homenaje á la fuerza, y cuyas instituciones no se perfeccionaron sino después de largas y dolorosas experiencias.

Así la industriosa y rica Inglaterra, señora hoy de todos los mares y emporio del comercio del mundo, es la misma nación oprimida un tiempo por la ferocidad de los señores sajones, invadida por los normandos, destrozada en tiempos posteriores por la guerra civil de las dos rosas, y apenas alumbrada por alguno de aquellos génios esclarecidos que brillaron en los horizontes de la ciencia, durante la Edad Media, ó en los primeros tiempos de la Edad Moderna.

Así la España de nuestros días es la mis ma nación altiva y orgullosa, dificil mente sometida por los romanos, en lucha por espacio de ocho siglos con el poder mus ulmán, que se levantó después más lozana y vigorosa para agrandar con Colón los límites de la tierra, enriquecer la literatura con la ar moniosa belleza de la lengua, llenar de ad

miración al mundo con las maravillas artís ticas de sus grandes pintores, y arrojar, á su vez, algunos rayos de luz en el foco inmenso de la civilización europea.

Así la Francia contemporánea cuenta sus glorias guerreras desde las guerras de los Francos hasta las guerras de Napoleón 10 y sus glorias científicas y literarias desde los tiempos de Carlo Magno hasta los tiempos de Luis XIV, y desde los tiempos de Luis XIV hasta los de Arago y Laplace, de Chateaubriand, Lamartine y Victor Hugo: es la misma nación que conservando siempre la unidad de su carácter, parece estar destinada en nuestros días, merced á su génio fácil y expansivo, á la índole correcta y precisa de su idioma, á dar forma y belleza á todas las ideas, á generalizar todas las doctrinas, y á vulgarizar todos los conocimientos.

Así la Alemania de hoy, tan erudita y tan sabia, entregada á las más altas especulaciones del pensamiento, es la misma nación en medio de la cual Guttemberg hubo de pasar tristes y silenciosas horas á la sombra de una catedral gótica, fabricando aquellos toscos caractéres que habían de dar cuerpo á las ideas y alas al pensamiento, multiplicando más allá de lo que era dado concebir el poder de la palabra humana.

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