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lla república mercante, y de quien tantas humillaciones habia recibido.

«

Muy á mal llevó el pueblo la prision de el de Osuna; estrañaba que no se tuvieran en cuenta para descargo de sus faltas los eminentes servicios que habia prestado al reino, y muchos de los grandes que antes habian preguntado ¿por qué no se le prende?» preguntaban despues «¿por qué no se le suelta?» Cualidad natural del pueblo español, condolerse en la desgracia y murmurar la persecucion de los grandes hombres le han admirado con sus hechos, aunque en la que prosperidad haya él mismo censurado sus faltas. El duque fué el que conllevó su infortunio con nias entereza. Pero al fin, cansado de la larga duracion de sus padecimientos, acabó sus dias en Madrid, donde habia sido trasladado, no tanto de enfermedad, como de disgusto y de ira contra sus enemigos, sin que se viese en justicia su causa. Era el gran don Pedro Giron, duque de Osuna, uno de los hombres mas eminentes de su siglo, y ocupará siempre un lugar digno entre los escelentes capitanes y políticos españoles; «ministro tal, dice uno de nuestros escritores, que nunca tuvo otro mas grande la corona de Es-paña (1),»

(1) Quevedo, Grandes Anales de quince dias.-Céspedes, Historia de Felipe IV., lib. II.-Fernandez Guerra, Vida de don Francis co de Quevedo.-Leti, Vida del

duque de Osuna.-Dormer, Anales de Aragon desde 1621, MS. de la Real Academia de la Historia; G., 43.

Otro de los sucesos mas ruidosos que señalaron el principio de este reinado y la política del conde de Olivares fué el memorable suplicio de don Rodrigo Calderon, marqués de Siete-Iglesias, conde de la Oliva, de quien tambien dimos noticia en el libro antecedente. Ya dijimos allí los delitos de que se habia acusado á este hombre notable. Ninguna apelacion, ninguna de las recusaciones de jueces que hizo le fué admitida (1). El jueves 21 de octubre (1621) marchaba por las calles de Madrid, acompañado de sesenta alguaciles de córte, pregoneros y campanillas, un hombre montado en una mula, vestido con un capuz y una caperuza de bayeta negra, el cabello largo, cuello escarolado, en las manos un crucifijo, y él en el crucifijo clavados los ojos. Este hombre era el antes tan poderoso don Rodrigo Calderon, á quien llevaban al suplicio. Esta es la justicia, decia el pregon, que manda hacer el rey nuestro señor á este hombre, porque mató á otro alevosa y clandestinamente, y por otra muerte y otros delitos que del proceso resultan, por lo cual le manda degollar: quien tal hizo que tal pague. El pueblo á quien tanto se habia hablado y aterrado, pintán

(1) En el tomo XXXII. de MM.SS. de la Biblioteca de Salazar, perteneciente à la Real Academia de la Historia, se ballan los documentos siguientes relativos á esta célebre causa: Memorial ajustado sobre la causa de don Rodrigo Calderon, para que se confirme la sentencia de muerte

pronunciada conta él.. Está impreso y consta de 166 páginas en folio.

Cédulas de perdon solicitadas y obtenidas por don Rodrigo Calderon.-Conc usion en que el fiscal pretende se repela la suplicacion de la sentencia de muerte y pide sea ejecutada.

dole como enormes y atroces los delitos de don Rodrigo, al oir los términos del pregon y considerando los crímenes por que se le condenaba, pequeños en comparacion de los que se le habian atribuido, compadecióse de él é hizo tales demostraciones de mirar aquella sentencia como cruel y tiránica, que si sus ruegos valieran, don Rodrigo no fuera ya ajusticiado. Se olvidó la antigua soberbia del hombre y solo se veia el infortunio; el ódio se convirtió en piedad, y en el suplicio no miraba la pena del reo, sino la envidia y venganza del acusador.

Aquellas demostraciones alentaron tambien á don Rodrigo: «¿esta es la afrenta? dijo: esto es triunfo y gloria. Al llegar al patíbulo sintió tal entereza y vigor de ánimo, que en su última confesion preguntó al religioso que le asistia si seria pecado de altivez despreciar tanto la muerte, y le pidió la absolucion de ello. Besó los piés á su confesor, abrazó dos veces al verdugo, sentóse con cierta magestad en el fatal banquillo, echó sobre el respaldo una parte del capuz, volvió reposadamente el rostro al público, dejóse atar de piés y manos, inclinó su cabeza á la del verdugo como para darle el ósculo de paz, púsole el ejecutor de la justicia delante de los ojos un tafetan negro, levantó don Rodrigo la cabeza, pronunció una breve oracion con voz entera y firme, y un instante despues aquella cabeza que antes habia sido objeto de envidias, de murmuraciones y de ódios, lo fué ya

solo de lástima, de admiracion y de respeto del pueblo (1).

Murió, dice un testigo que podemos llamar ocular, no solamente con brio, sino con gala, de donde vino el refran castellano: Andar mas honrado que don Rodrigo en la horca, que otros traducen: Tener mas orgullo que don Rodrigo en la horca. Desnudó el verdugo su cuerpo, y sin cubierta el ataud, y con órden que se dió para que nadie le acompañara, fué llevado á enterrar al cláustro de los Carmelitas. Lloraron y elogiaron su muerte los mismos que en vida le habian zaherido; hicieronle muchos epitáfios los poetas, y con esta muerte y la del duque de Osuna no ganó nada la reputacion del conde de Olivares (2).

Así murió aquel magnate, tan murmurado en vida como reverenciado en muerte. No justificarémos la conducta de don Rodrigo en la época de su vali

(1) El historiador Vivanco, que todo lo presenció, dice que se quitó la capa que tenia puesta con la cruz de Santiago, y se llegó un criado y le vistió un capuz sobre una sotanilla escotada, à la cual y el jubon y cuello cortó las trenzas y puso un solo boton para ir mas desembarazado.-Historia de Felipe III., lib. VIII.

(2) Avisos manuscritos, en la Biblioteca nacional. - Céspedes, Historia de Felipe IV. lib. II. Quevedo. Grandes anales de quince dias.-Proceso de don Rodrigo Calderon: Biblioteca de la Real Academia de la Historia.-Archivo de Simancas, Diversos de Castilla, legajo núm. 34.-Soto, Historia de Felipe IV. M.S. de la Academia de

TOMO XVI.

la Historia; G. 32.

En los Avisos manuscritos de la Biblioteca Nacional se lee la siguiente curiosa observacion: «Es cosa notable que todos los sucesos de esta causa fueron en martes: porque en martes salió (don Rodrigo) de Madrid para Valladolid; prendióle allí en martes don Fernando Fariñas; en martes entró en la fortaleza de Montanches; trajéroule en martes al castillo de SanTorcaz, y preso en martes á su casa; en martes le tomaron la confesion; en martes le dieron tormento, y en martes le leyeron la sentencia de muerte don Francisco de Contreras, Luis de Salcedo y don Diego del Corral. »

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miento pero si los escesos que se le atribuian hubieran sido castigados en otros con la misma severidad, muchos magnates hubieran debido preceder á don Rodrigo Calderon en el camino del cadalso.

En conformidad al sistema que el de Olivares se propuso de ir haciendo desaparecer, con la muerte, la prision ó el destierro, todos los personages influyentes, amigos ó deudos del duque de Uceda, obtuvo un mandamiento real para que saliera de la córte el inquisidor general fray Luis de Aliaga, confesor que habia sido del duque de Lerma y mas adelante del rey Felipe III. (abril, 1621). Retiróse el director de la conciencia y de la política del difunto monarca al convento de su órden en Huete, y á los pocos años murió en la ciudad de Zaragoza (1).

El mismo duque de Uceda, so pretesto de la causa del de Osuna y de la estrechez que con él habia tenido, recibió órden del rey para que se retirase á su casa y lugar, y á los pocos dias (24 de abril) fueron á prenderle en su villa de Uceda un consejero de Castilla y un alcalde de córte. Reconocieronle sus papeles, y trasladaronle y le pusieron incomunicado en el castillo de Torrejon de Velasco, donde pasó á tomarle

(1) En diciembre de 1626, estando en Huete escribió contra Quevedo un papel titulado: Venganza de la lengua española, aunque bajo el seudónimo de Juan Alonso Laureles.

El rey pasó al confesor un papel en que le decia: A vuestra con

veniencia y á mi servicio importa que dentro de un dia os salgais de la córie, y vais à la ciudad de Huete, al convento que en ella ay de vuestra órden, y allí os ordenará vuestro superior lo que aveis de hacer. Céspedes, lib. II., cap. III.

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