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bernador la carta; juntáronse á deliberar en la iglesia de la Trinidad, y visto que habian llevado la oposicion hasta un punto del que no podia ya pasar sin que tocára en abierta desobediencia y rebelion, lo cual no habia sido nunca su propósito, votaron todos el servi– cio, á escepcion de don Francisco Milan. Bastaba esto solo para producir un gravísimo conflicto en un cuerpo en que se necesitaba la unanimidad para que hubiera deliberacion. La noticia llegó á palacio, el conflicto existia, y gracias que no cundió entre los nobles el dicho de uno de los ministros del rey (don Gerónimo de Villanueva), que esclamó: «Merecia el don Miguel Milan que le dieran garrote. » Por fortuna lograron reducirle sus compañeros, y la votacion del servicio fué unánime.

Pero aun quedaba otra gran dificultad. Lo que el brazo militar acordó fué contribuir con un millon setecientas ochenta y dos mil libras, moneda de reales de Valencia, repartidas con igualdad entre los tres brazos, y siempre que la cob: anza de dicha suma no fuera contraria á los fueros, leyes y costumbres del reino. No estando conformes las cláusulas de este servicio con las del otorgado por los otros dos brazos, mandó el rey que cada uno nombrára comisarios que se entendiesen entre sí y con sus traiadores para ver el medio de venir á conformidad. Juntáronse en efecto y conferenciaron comisarios y tratadores, y como el rey estuviese ya en vísperas de salir para Barcelona, á

propuesta del celoso y prudente don Cristóbal Crespi, se adoptó un dictámen que pareció bien á los tres brazos, y fué el que se presentó al rey, á saber: que la cantidad del servicio se redujera á un millon ochenta mil libras, ó á la mitad del que pagase el reino de Aragon, si fuese menos, y no mas, y que la paga habia de hacerse en efectos, tal como pólvora, cuerda, bastimentos y municiones, y no en dinero, porque esto era todo lo que la escasez y el abatimiento del reino permitian. Conformóse el rey con este acuerdo, aunque tan menguado era el servicio respecto á lo que habia pedido, que tal era tambien su necesidad.

Así las cosas, y cuando todo parecia arreglado, nuevas complicaciones y de peor especie vinieron á túrbar la armonía que empezaba á nacer entre el rey

y

las córtes. Despues de haber accedido el monarcal á la súplica que estas le hicieron, de que permaneciera en Monzon doce dias mas, hallándose en sesion, viéronse sorprendidas con un mandamiento real, que de palabra les comunicó don Luis Mendez de Haro, diciendo que S. M. habia resuelto partir al dia siguiente, que queria antes celebrar el solio acerca del servicio, que para los demas asuntos nombraria un presidente, y que por lo tanto era menester que en el término de media hora determináran lo necesario al efecto: y sacando el reloj les intimó que comenzaba á correr el plazo. Absortos y suspensos dejó á todos un

rey

acto de tan inaudita arbitrariedad é inconsecuencia, tan contrario á sus fueros, y tan sin ejemplar en la historia. Al verse tan ingratamente tratados, el primer impulso del estamento militar fué acordar que en la hora y punto que el rey partiese para la jornada de Barcelona s ldrian todos de Monzon, dando al reino el escándalo de disolverse las córtes antes de haber tratado ninguna materia de interés público, y así lo hubieran hecho si no se hubiera dejado ganar por el el brazo eclesiástico. Discurriendo qué partido tomar habian pasado toda la noche, cuando en aquel estado de agitada confusion á las seis de la mañana entró otra vez don Luis Mendez de Haro, á decirles. que no pudiendo S. M. dejar de hacer alguna demostracion con vasallos que no se ajustaban á su real voluntad, habia resuelto quitarles el privilegio del nemine discrepante (1), que en lo sucesivo las resoluciones serian por mayorías, que él se iba á Barcelona, que dejaba nombrado presidente de las córtes al cardenal Espínola, y que mandaba prosiguieran en su ausencia tratando las cosas del reino.

Mudos de dolor y pálidos de enojo quedaron aquellos nobles con tan estraña conducta de su soberano, conducta que no acertaban á comprender ni es

(1) El famoso privilegio que en aquel reino tenia el estamento de los nobles de que todo servicio ó tributo habia de ser votado por unanimidad, ó sea nemine discre

pante, sin cuyo requisito, y con solo la divergencia de un voto, se entendia no otorgado el servicio, y no podia exigirse.

plicar. «Sepamos, señores, dijo don Cristóbal Crespi á la confusa y atónita asamblea, sepamos antes de todo qué es lo que quiere el rey.» Y en medio de la muchedumbre, llena de impaciente curiosidad, que poblaba el templo, salió á hablar con los tratadores, siguiéndole mucha gente á impulsos de la curiosidad que dominaba. Despues de conferenciar con los tratadores, volvió el don Cristóbal diciendo, que lo que él queria era que se quitáran las condiciones con que habian votado el servicio, que se le otorgáran sin condicion alguna, y con esto quedaria satisfecho. Con una docilidad que no comprende quien recuerda la antigua independiente altivez de la nobleza valenciana, votó el brazo militar el servicio sin condicion. Pero aun les quedaban mas humillaciones que sufrir. Cuando esto se deliberaba, entró un protonatario anunciando que tenia que hacer una notificacion, y desdoblando un papel dijo: «S. M. manda que quiteis de la concesion del servicio todas las condiciones, sopena de traidores.» Aun no faltó entre aquellos degenerados próceres quien escusára tan ultrajante mandamiento, diciendo que sin duda S. M. ignoraba al espedirle lo que se habia tratado. Poco tiempo se pudieron consolar con esta idea. A breve rato recibieron otra notificacion con estas palabras «S. M. manda que salgais al solio, sopena de traidores.»

Trabajo cuesta concebir que aquellos hombres tuvieran longanimidad para sufrir tantas provocaciones

y tanta humillacion. Pero es lo cierto que con admirable obediencia salieron al solio, que se celebró aquel mismo dia (21 de marzo, 1626), y en él los tres brazos del reino de Valencia ofrecieron á S. M. 1.080,000 libras en quince años, á 72,000 en cada uno, para sostener mil hombres por igual tiempo. A lo cual dijo el rey, que aunque pudiera éxigir el cumplimiento de mayor suna que al principio habia pedide, aceptaba aquella por consideracion á las razones de escasez y de penuria que le habia espuesto el reino. Y dirigiendo á los tres brazos una tierna despcdida, protestando su mucho cariño y amor al reino y á sus naturales, y dándoles cierta satisfaccion por el rigor con que los habia tratado, partióse para Barcelona, dejándoles que siguieran en Monzon deliberando sobre los negocios públicos, como si él se hallára presente, hasta que pudiera volver á celebrar solio por los acuerdos que hiciesen (1).

Nos hemos detenido algo en la relacion de estas córtes, porque en ellas se ve de un modo patente y gráfico hasta qué punto el despotismo de los tres reinados anteriores habia ido abatiendo este poder antes tan respetable y respetado, á qué estremo habian ido degenerando aquel pueblo y aquella nobleza en otro tiempo tan entera y tan firme, cuando un rey como Felipe IV. se atrevió á tratar las córtes de una manera

(1) Dormer, Anales de Aragon, MM. SS. cap. XI. al XV.

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