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vers, fueron de nuevo acometidos y deshechos por Gonzalo de Córdoba en la famosa batalla de Fleurus (9 de agosto, 1622), una de las mas gloriosas para los españoles y de las mas memorables de aquella guerra, y en la que acreditó el jóven nieto del Gran Capitan que corria dignamente por sus venas la sangre de su abuelo. Los generales rebeldes llegaron á Holanda con el resto de sus acuchilladas tropas.

El malvado obispo Brunswick, dijimos antes, y con razon hemos denominado así á un prelado que se hacia llamar él mismo amigo de Dios y enemigo de los sacerdotes, que convert a en moneda los objetos de oro mas sagrados, que robaba á los templos, y vendia ó acuñaba hasta las estátuas de los santos (1); con cuyas acciones y otras semejantes fué con mucha justicia tenido por uno de los hombres mas perversos de su siglo.

Este obispo guerrero fué otra vez derrotado al año siguiente (1624) por el valeroso Tilli, y quedó desde entonces tan debilitado que no pudo emprender ya cosa séria en adelante. Otro de los enemigos de Fernando, Betleen Gabor, que se intitulaba rey de Hungría, hizo por su parte una tregua con el emperador

(1) Refiérese que cuando se apoderó de Munster, se fué derecho à la catedral, y entrando en una capilla, donde habia doce estátuas de plata de los apóstoles, les apostrofó con cinico sarcasmo diciendo: ¿Así cumplis con el

precepto de vuestro maestro de correr por todo el mundo? Pues yo os haré obedecer. Y las mandó derribar y llevarlas à la casa de la moneda para convertirlas en thalers.

hasta marzo del año inmediato, que despues se prolongó y se convirtió en un tratado de paz. A pesar de esto pululaban de tal modo en Alemania los enemigos del emperador y de la casa de Austria, que llegó á tener contra sí un ejército de ochenta mil hombres; mas por una parte la muerte del abominable obispo Halberstatd (6 de mayo, 1626); por otra la derrota del conde de Mansfeldt sobre el Elba por el general de las tropas imperiales; por otra la victoria de Tilli sobre el ejército del rey de Dinamarca, y la del conde de Oppenheim sobre las turbas de paisanos armados, dejaron al emperador Fernando descansar por algun tiempo.

No era solamente en Italia y Alemania donde se meneaban las armas españolas. La antigua guerra de Flandes habia resucitado tambien. La tregua de doce años entre España y la república de las Provincias Unidas de Holanda espiró en el primer año del reinado de Felipe IV, y la proposicion que el archiduque Alberto hizo á los Estados generales de la república para que las diez y siete provincias volviesen á su obediencia, fué recibida con el desden que era de esperar por los holandeses, no sin razon orgullosos de haber conquistado su independencia. Preparáronse pues unos y otros á la lucha. Los holandeses se confederaron con el rey de Dinamarca, y el español don Fadrique de Toledo, general de la armada del Océano, atacó y destrozó en las aguas de Gibraltar una escuaTOMO XVI.

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dra de treinta buques mercantes holandeses, suceso al cual se dió gran importancia (1). De España le fueron ofrecidos socorros al archiduque, y dióse órden á los generales de Flandes para que emprendieran con vigor la campaña (1622). Hízolo con su acostumbrada energía el marqués de Espínola, y apoderóse, entre otras conquistas, de la importante plaza de Juliers. Las tropas y los generales españoles acudian indistintamente á Alemania y á Holanda, considerándose para nosotros cómo una sola la guerra que sosteníamos á uno y á otro lado del Rhin. El cardenal de Richelieu, que no perdia coyuntura de suscitar enemigos á España, logró que Francia é Inglaterra socorrieran con dinero á los holandeses, y los ayudáran á levantar tropas en aquellos reinos (1624. Acá se decomisaban los navíos holandeses que comerciaban con bandera alemana, pero en cambio las escuadras y corsarios de aquella república nos hacian daños inmensos en las costas de América y del Brasil, y saqueaban á San Salvador, á Lima y el Callao.

La muerte de Jacobo I. de Inglaterra, y la del holandés Mauricio de Nassau, dos terribles enemigos de España (1625), no mejoraron la situacion de nuestros negocios en Flandes; porque al de Inglaterra sucedió

(1) Hay varias relaciones manuscritas é impresas de esta victoria naval.-Coleccien de Cisneros (en la Biblioteca de la Real Academía de la Historia), p. VII., c. 1.

Victoria que la Real Armada, etc.. por Francisco de Lira, J. 117.Relacion verdadera de la victoria, etc. por Bernardino de Guzman, ibid. J. 32.

Cárlos I, que en su resentimiento contra España le hizo la guerra con mas calor que su padre, y al holandés le sucedió su hermano Federico Enrique, entusiasta por la independencia de la república, y hombre de gran talento para los negocios de la guerra. Pero un suceso de importancia vino luego á dar favorable aspecto á la lucha que España sostenia en los Paises Bajos. El marqués de Espínola recibió de Felipe IV, una órden, célebre por lo lacónica, en que le decia: «Marqués de Espinola, tomad á Breda.» Y Espínola emprendió sin vacilar el sitio de la importante, fuerte, y bien provista y guarnecida plaza de Breda (1626). Este sitio fué poco menos famoso que el de Ostende, y Breda se rindió á los diez meses de cerco. Envió despues Espínola al conde de Horn á der la Esclusa, pero no pudo lograrlo. Sin embargo las cosas de Flandes iban hasta ahora de buen aspecto (1).

sorpren

Coincidieron con este triunfo los de don Fadrique de Toledo contra los holandeses en la América Meridional, arrojándolos de Guayaquil, Puerto Rico y otras islas de que se habían apoderado; el de la armada de Nápoles contra los piratas berberiscos, bien que costándonos la muerte gloriosa del conde de Benavente que mandaba nuestras naves, y á quien reemplazó

(1) Le Clerc. Hist. de las Provincias Unidas.-Chapuis, Historia general de las guerras de Flandes.

-Céspedes y Meneses, Historia de
Felipe IV., lib. V.

don Francisco Manrique, que fué el que logró apresar casi todas las galeras enemigas; y el de don García de Toledo, que con no menos fortuna rindió cerca de Arcilla cuatro naves africanas. De modo que en los primeros seis años del reinado de Felipe IV. los ejércitos y las armadas de España iban en boga en Italia, en Alemania, en Flandes, en Amé ica y en la costa de Africa, con lo cual no es estraño que la córte de Madrid anduviera un tanto desvanecida, y no es poco de maravillar que tales resultados se obtuvieran en medio de la escasez de recursos que se sentia en el reino.

Entretanto no habia estado tampoco ociosa la diplomacia, y habian tenido grandemente entretenida á la córte los tratos de matrimonio entre la infanta doña María, hermana del rey Felipe IV., y el príncipe de Gales, primogénito del rey Jacobo I. de Inglaterra. Ya en los últimos años de Felipe III. habia el monarca inglés entablado pláticas á este fin, pero nada se habia determinado, á causa del reparo y como repugnancia que sentia el devoto rey de Castilla á ver su hija casada con un protestante. Muerto Felipe III. renovóse la idea y se avivaron las esperanzas del inglés, el cual envió de nuevo al conde de Bristol á Madrid junto con el embajador español Gondomar, para que prosiguieran con calor las negociaciones. Pero al propio tiempo que el rey de Inglaterra solicitaba por medio de su embajador la mano de la infanta, pedia

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