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CAPÍTULO XVII

Irrupción agarena. Rota de Guadalete

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OMO si no fuera causa bastante para el rápido sometimiento del Estado visigodo á la conquista sarracena, el vicio que llevaba en sí aquel Estado con el funesto sistema de la monarquía electiva, se han buscado otras explicaciones á tan singular fenómeno histórico: unos han creído hallarla en los mal extinguidos rencores de unas clases contra otras; no pocos, en el antagonismo de las razas hispano-romana y goda; bastantes, en la depravación del clero y en la lucha de opuestas religiones. En cuanto á la situación del clero bajo los últimos reyes visigodos, es muy de reparar que graves publicistas consagrados en nuestro país á dilucidar el singular fenómeno del derrumbamiento de la monarquía de Rodrigo, dejándose llevar de injustificadas antipatías hacia lo que impropiamente se denomina teocracia, se hayan desatado en censuras contra quiméricas invasiones del poder episcopal que los documentos con

temporáneos no comprueban. Lo más común es atribuir la repentina desaparición de un Estado que á tanta altura había subido, á una supuesta corrupción de costumbres en que cayeron los españoles todos, amollecidos por el lujo y enervados por la sensualidad hasta el punto de carecer de brío para defenderse de sus terribles invasores (1).

Todas estas son fábulas: lo que hay de cierto es que siempre que por la muerte de un rey se armaba el país en bandos para disputarse el trono los pretendientes, renacía el peligro de que un extraño poderoso, al amparo de aquella funesta lucha intestina, viniese á saltear nuestra península. Las ambiciones estaban siempre alerta: las conspiraciones, las sediciones, la guerra civil, eran preciosos elementos para el extranjero astuto que, sabedor de la frecuencia de aquellas crisis, espiase los períodos de su renovación y aprovechase el más oportuno para caer sobre el país desprevenido.

Iban á ser los árabes y bereberes para los hispano-godos lo que habían sido los bárbaros del septentrión para el mundo romano. Una religión nueva cuyo objeto principal parecía ser la milicia y la conquista, que proclamaba la guerra al nombre cristiano como plena justificación de las almas, y prometía á los que cayesen en ella goces futuros capaces de exaltar hasta el delirio la imaginación de sus adeptos, había hecho surgir de las arenosas llanuras del Yemen enjambres de escuadrones, que al grito de guerra santa llevaron en pocos años el exterminio y la desolación á todas las naciones y pueblos del Asia menor, de la Siria del litoral africano, desde los embalsamados verjeles del Éufrates á las peladas cumbres del Atlas. La ocasión para que la tremenda correría de los secuaces del Profeta salvase la profunda sima del Estrecho que separa la Libia de la Europa, la suministró el destronamiento de Witiza, suceso tristemente fecundo

y

(1) Véase la brillante vindicación que del estado de las costumbres en las postrimerías de la monarquía visigoda hace el sabio P. Tailhan S. J. en su opúsculo Espagnols et Wisigoths avant l'invasion arabe.— París, 1881.

porque él dió origen, primero al advenimiento del usurpador Rodrigo, luégo á los odios y deseo de venganza de los hermanos é hijos del destronado, y por último á la división del reino

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en partidos, preponderando el del vencedor y fomentándose en el del vencido el ansia del desquite. Para lograr éste, bastaba cualquier circunstancia propicia, y fué esta circunstancia, según testimonio concorde de la tradición y de las historias, un hecho

y

preparado por la tiranía y la lascivia consumado por ganza y la apostasía.

la ven

Enviado Muza Ben Nosseyr por el gobernador de Egipto y África, hermano del Califa Abdulmalek, á sojuzgar á los bereberes, gente aguerrida é indómita de las antiguas provincias de Numidia y Tingitania, y viendo cuán próspera le era la fortuna en su difícil empresa; después de haber agrupado bajo las banderas del Islam los pocos cristianos de aquella tierra, las numerosas tribus que aún vivían en la idolatría y la multitud de gentes que allí profesaban el Judaísmo, se dirigió á expugnar á Ceuta, plaza importante que con otros pueblos de la costa dominaban los godos y defendían con fuertes presidios. Mandaba la guarnición cristiana de Ceuta el conde D. Illán (1), vulgarmente llamado D. Julián, en quien reconocían los árabes relevantes dotes de guerrero. Puso el gobernador sarraceno sitio á la plaza y la estrechó con el ímpetu propio de un ejército numeroso y siempre vencedor; pero el conde hizo una vigorosa salida, y matándole mucha gente lo repelió, obligándole á retirarse hacia Tánger, que sojuzgó fácilmente (2). Mientras el gobernador godo atendía con los refuerzos que se le enviaron de la Península á librar para lo venidero aquella importante plaza de nuevas acometidas de los alárabes y africanos, cuyo poderío

(1) Illán y no Julián le llama la Crónica general atribuída á D. Alonso el sabio, que se cree ser obra de árabes y judíos convertidos. S. Pedro Pascual, que escribió estando prisionero en Granada y á quien por consiguiente no le faltaron ocasiones de oir la pronunciación árabe de este nombre, le llama también D. Illán. Por último Illán y no Julian escriben todos los historiadores árabes que cita el erudito D. Pascual de Gayangos en su nota 4 al cap. I. Lib. IV de la Historia de Almakkári. (2) Es de creer que la ciudad de Tánger fuese también de los dominios de los visigodos en África. Que lo había sido juntamente con Ceuta y todo el distrito montuoso de Gomera, no hay duda alguna, y claramente lo dan á entender el Pacense y el monje de Silos. Esas ciudades fueron siempre consideradas por nuestros monarcas godos como la llave del Estrecho. Pero al propio tiempo conviene no olvidar que ya en los días de Witiza y Rodrigo debió cstar muy debilitada su autoridad en África, pues según el testimonio de algunos escritores árabes, los muslimes avanzaron bajo el gobierno de Muza contra las ciudades de la marina que habían sacudido el yugo de los reyes de Andalus y cuyos gobernadores se habían enseñoreado de ellas. Esto explica porqué en muchas historias árabes de las que cita el Sr. Gayangos sc llama á D. Illán Señor de Ceuta y Rey de los Bereberes.

acababa de recrecerse con el sometimiento de las últimas colonias que en África habían mantenido los bizantinos, preludiaba en la corte de España el desdichado drama cuyo desenlace iba á ser la explosión de la cólera del cielo, manifiesta en el derrumbamiento de aquel trono católico tan laboriosamente afianzado y enaltecido por los Leovigildos y Sisenandos, y en el vilipendio de la Cruz por el Corán tras la paciente y gloriosa obra de los Concilios.

Era costumbre entre los godos, dice el historiador árabe Alkhozeyní, que los príncipes de sangre real, los nobles del reino y los gobernadores de las provincias, enviasen á la corte de Toledo sus hijos, para que, educándose en los ejercicios propios de la milicia y del mando, pudieran adelantar en el favor de su soberano y hacerse acreedores al regimiento de los ejércitos y provincias. Del mismo modo que los hijos varones, enviaban á la corte sus hijas, que criándose en el Palacio en compañía de las hijas de sus reyes, se enlazaban en la edad núbil con los jóvenes aventajados de la corte y llevaban al establecerse pingües dotaciones proporcionadas á la categoría de sus respectivas familias. Illán el gobernador de Ceuta, tenía una hija de sin igual hermosura é inocencia, y siguiendo la referida costumbre, la llevó á Toledo, corte y capital del reino de Rodrigo. Así que la vió el monarca, se enamoró de ella locamente, y en cuanto se ausentó Illán, empezó á poner por obra el torpe proyecto de seducirla, empleando la violencia después que vió salirle frustrada la persuasión. La infeliz doncella se quejó secretamente á su padre de la barbarie de que había sido objeto, y éste, sintiendo en lo profundo del alma aquella afrenta, juró lavarla con sangre y tomar de ella una ruidosa venganza. Embarcóse inmediatamente para Andalus (1) á pesar de hallarse ya muy adelantado

(1) Andalus (Andalosh) aspirando ligeramente la A inicial, llamaban los árabes á España, con lo cual aplicaban por sinécdoque á toda la Península el nombre de aquella parte donde habían residido los Vándalos. Es, pues, la palabra Andalus una mera corrupción de Vandalucia ó Vandalicia, lo cual se explica satisfactoriamente

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