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>> ficar su relacion y pedirlos donde conviniesse á su derecho (1). » De conformidad con este fallo, firmado en Valladolid por el Emperador á 22 de Octubre de 1522, expidiéronse los reales despachos que eran consiguientes, dando las gracias y llenando de honores á Cortés, reprendiendo con severidad á Velázquez y mandándole que alzase las manos en todo asunto de conquista. En cuanto los cogieron los emisarios de Cortés, marcharon apresuradamente á Nueva España, y habiendo tocado en Cuba, intimaron á Velázquez á obedecer lo mandado: tan satisfechos y orgullosos se mostraron de su triunfo, que no contentos con propalarlo en conversaciones y corrillos, lo hicieron promulgar á toque de instrumentos militares, y ufanos de todo se embarcaron al fin para San Juan de Ulúa.

La impresión que tan injusto é inmerecido fallo causó en el ánimo de Velázquez, fué tristísima y profunda. Sobre ver perdida su hacienda en las repetidas expediciones y arrebatada su gloria no menos que toda participación en los magníficos resultados de la conquista, Velázquez venía á quedar convertido en un culpable á los ojos del soberano, y merecedor por consiguiente de una severa reprensión: la melancolía se apoderó de él enteramente, y cayendo en cama se le declaró una calentura que puso fin á su existencia.

La mayor parte de los historiadores afirman que no murió hasta 1524, y algunos creen que en 1525; pero la lápida de su sepulcro hallada al reedificar la catedral de Santiago, demuestra que su muerte ocurrió en 1522 ó lo más tarde en 1523, concediendo que el deterioro de la lápida hubiese hecho desaparecer el número final. Hela aquí transcrita:

(1) Copia literal de Solís, lib. V, cap. VIII.

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La muerte de Velázquez fué universalmente sentida. Los cubanos le miraban como padre y auspicio de europeos y naturales, y hasta el Monarca manifestó gran sentimiento por su muerte, expresando que se tenía por muy servido de Diego Velázquez, y su persona de mucha estimación. Solís, el más juicioso y discreto de los historiadores de Indias, reconoce su calidad, su talento y su valor, añadiendo que dió bastantes experiencias de uno y otra en la conquista de Cuba: compusiéronse elegías á su muerte, é hiciéronse en fin toda clase de manifestaciones de sentimiento por su pérdida.

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Velázquez fué efectivamente digno de general estimación y dejó un nombre imperecedero no sólo por sus virtudes y estimables prendas, sino por la compasión y simpatías con que hacen mirarlo su inmerecida desgracia é inexorable adversidad. Aun en sus días de mayor pena, cuando pudo sentirse más vivamente herido por el injusto fallo que puede decirse le privó de todo, dió una última prueba de magnanimidad renunciando á reclamar las importantes sumas que había gastado en provecho ajeno: no

hubo para él ni honores ni distinción que pudieran indemnizarle, al menos moralmente, de sus inmensas pérdidas, cosa que nada costaba al soberano, ni nada que lo desagraviase y correspondiera á sus grandes méritos y servicios. Fué menester que muriese para que se le hiciera justicia; la historia cumplirá siempre con este sagrado deber.

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A muerte de Diego Velázquez dejó un gran vacío en la isla de Cuba, pues era difícil hallarle un sucesor tan estimado. y querido de todos. El rey tenía mandado que en sus faltas ó ausencias le sustituyese Gonzalo Núñez de Guzmán; mas esta orden no llegó á cumplirse, porque el Ayuntamiento de Santiago eligió unánimemente para el Gobierno de la isla al Alcalde y Regidor de Santiago Manuel de Rojas, pariente y grande amigo del finado. Puede decirse que uno y otro estuvieron identificados en vida, y al entregarle el Municipio la vara de gobierno lo hacía en la inteligencia de que Rojas iba á ser un continuador de Velázquez en todo y para todo. La Audiencia de Santo Domingo confirmó la elección y la Corte la halló igualmente buena; mas su gobierno, sobre ser transitorio, debía verse mermado por circunstancias extrañas. Efectivamente, la Audiencia de Santo Domingo diputó á Juan Altamirano, individuo de su seno, para abrir el juicio de residencia del finado Velázquez, y aunque la

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