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Matanzas. La población y sus monumentos.-Las Cuevas del Yumuri y de Bellamar

I

A segunda ciudad mercantil de la isla de Cuba, la cada día más populosa Matanzas, era á principios de este siglo una bien pobre cosa. Aún no existían el lujoso barrio de Versalles, ni el más moderno titulado Pueblo Nuevo; separados de la primitiva población, el primero por el caudaloso Yumurí y por el San Juan el segundo. Unas cuantas casas de pobrísimo aspecto, un tráfico insignificante ó nulo y un suelo cenagoso, constituían el Matanzas de aquellos tiempos.

Hoy todo ha cambiado: centenares de buques visitan la espaciosa bahía: en tierra todo es animación y vida; por doquiera se ven casas que parecen palacios, curiosos edificios, y por todas partes se respira el ambiente de la moderna sociedad. La población, como ya hemos ligeramente indicado, se halla dividida en tres grandes barrios separados entre sí por el Yumurí y el San Juan: sus calles son todas rectas y espaciosas, y las casas, bien dispuestas por lo general, tienen patios y jardines, contándose muchas de dos pisos. Entre las diferentes y espaciosas plazas que aquella ciudad cuenta, las principales son la de Armas en el barrio antiguo, y la de Santa Cristina en el de Versalles. La primera mide 170 varas de Levante á Poniente por 190 de Norte á Sur, con un cuadrado interior dividido, como el de la plaza de Armas de la Habana, por dos calles que lo cruzan de Norte á Sur y de Este á Oeste, formando por consiguiente cuatro cuadros, con una glorieta en el centro donde se levanta una estatua pedestre de Fernando VII de mármol blanco, obra del mismo autor que la de la Habana. Todo parece copiado de la Plaza de la capital de la Isla: los cuadros se hallan adornados de árboles y plantas: sus jardines interiores tienen enverjados de hierro con asientos de piedra y calles embaldosadas que sirven de paseo á los matanceros en la tranquila noche.

La Plaza de Santa Cristina es mayor que la de Armas, pues mide 265 varas por cada uno de sus lados; pero este espacio era demasiado extenso, y se creyó acertado levantar en su centro el cuartel que da nombre á la plaza y que mide 100 varas en cada uno de sus frentes. Desde esta plaza se entra inmediatamente en la Alameda de Versalles, paseo que ocupa una extensión de 3,600 pies desde su arco de entrada hasta su remate en la explanada del castillo de San Severino. Constitúyenlo tres calles, una central de 100 pies de anchura destinada al tránsito de carruajes, y otras dos laterales, de veinticinco cada una. En el comedio de la Alameda se ha formado una glorieta circular, que aunque desprovista de toda obra de escultura, es

vistosa y agradable, como todo el paseo, por la magnífica arboleda que lo adorna y las verjas de hierro que sirven de límite á las calles en que se divide.

Los edificios públicos son los extrictamente necesarios. La Casa Consistorial y de Gobierno es vasta y del mejor gusto, y constituye con su fachada principal uno de los frentes de la Plaza

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de Armas. Dicha fachada mide 100 varas exactas: el edificio consta de tres cuerpos, y en él se hallan alojadas las oficinas del Gobierno, el Ayuntamiento y la estación del telégrafo, y aun sobra el piso bajo, destinado á tiendas y cafés.

Todos los demás edificios del Estado llevan el mismo sello, es decir, son grandes y espaciosos, bien distribuídos y apropiados á las exigencias del clima; mas carecen de mérito artístico, y, como de construcción modernísima, de todo recuerdo histórico.

La iglesia que se levanta en la plaza de su nombre tiene una relativa antigüedad, pues se eleva su origen á 1695. El templo,

inaugurado aquel año, era un humilde edificio con techo de guano y no duró más que lo que tardó en llegar el primer huracán serio: el culto tuvo que estarse celebrando, por consecuencia de aquel siniestro, en una casa particular, hasta que en 1725 se emprendió la construcción del nuevo templo merced á las limosnas de la Mitra y del vecindario. Las obras terminaron en 1736, y posteriormente ha ido recibiendo modificaciones y mejoras que lo han elevado á su actual situación. La fachada es sencilla, lo mismo que la torre: el interior consta de tres naves, la mayor de las cuales tiene 50 varas de longitud: los altares son de regular gusto; pero á excepción de algunas imágenes de talla de mediana ejecución, nada ofrecen digno de mencionarse. La parroquia, sin embargo, pasa por ser la más rica de la isla.

Si risueño y agradable es el interior de Matanzas, mucho más lo es el paisaje que la rodea. Un litoral perpetuamente verde; dos ríos bordados por graciosas casas en todas sus riberas; frondosas alamedas y extensos valles que se van alzando lentamente hacia la cercana sierra, ofreciendo á la vista verdes colinas matizadas aquí y allá, ora por la pequeña casa rústica del labrador indígena, ora por la vasta y pretenciosa del rico hacendado; arroyos que van murmurando á pagar tributo al Yumurí y San Juan; tal es el aspecto que ofrecen las cercanías de Matanzas. El cuadro adquiere sus más vivos colores cuando se contempla desde alguna de las alturas que van levantándose como escalones á medida que el viajero se interna: uno y otro río se deslizan como serpientes de plata sobre la verde alfombra de los campos, destacándose en primer término la ciudady la bahía con sus numerosos buques, y en el fondo el ancho mar con sus eternas olas.

Encantador es todo cuanto la vista abarca; mas si se quiere ver algo maravilloso é imponente, la tierra brinda en su interior cosas incomparables, pues de todo ello participan en gran manera las Cuevas del Yumurí y Bellamar donde la naturaleza ha hecho primores tales que exceden con mucho á todas las creaciones de su género.

Las primeras se hallan al S. O. de la ciudad, y aunque no tan vastas y portentosas como las de Bellamar, contienen curiosidades bastantes para decidir á cualquier viajero á penetrar en ellas. La entrada principal consta de un arco de unas cinco varas de diámetro, y á medida que se desciende, comienzan á encontrarse maravillas de la creación que suspenden el ánimo: primero una sala abovedada con un bloc de riquísimo mármol es

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tatuario que parece la base de una gran columna; después otra sala mayor cubierta de multitud de estalactitas y estalagmitas, entre las cuales llama la atención una que semeja con toda propiedad un caimán; más allá otro salón que figura una á manera de pila bautismal cubierta de un paño de riquísimos encajes; y por último otro salón con una estalagmita de unas dos varas de altura que representan un busto con hábito talar, y que por esto ha hecho que se apellide aquel salón el del Fraile. Columnas elegantes, festones como de encajes riquísimos, bajos relieves caprichosos, arcos góticos, jarrones y otras maravillas

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