Imágenes de páginas
PDF
EPUB

terreno que aquellos tenían, hubieron de volverse á Baracoa, advertidos para el porvenir de los peligros que corren aquellos que en la guerra se entregan á una absoluta confianza.

Pocos días después se presentaban á Narváez los fugitivos. pidiendo perdón y dando muestras de estar verdaderamente arrepentidos: apelaron para ello á la intercesión del P. Las Casas, cuyo espíritu evangélico le había conquistado gran prestigio entre los indios, y para más inducirle á su favor, le presentaron como fineza una sarta de cutías podridas, que á pesar de ello, juzgaban cosa de gran valía. El benévolo misionero echó en la balanza todo el peso de su influencia, y los indios volvieron á sus casas con general contento.

Cuando Velázquez recibió noticias de todo lo ocurrido, hallábase un tanto preocupado por la actitud de algunos díscolos, que no obstante tener abiertos los caminos de la prosperidad, merced al repartimiento de tierras y brazos indígenas, se mostraban poco complacidos de su jefe, por no sabemos qué actos de justicia que consideraron poco acertados. El capitán Francisco de Morales fué el primero en alzar la voz contra la autoridad, y habiéndosele unido otros descontentos, resolvió Velázquez procesarlo: prendióle de seguida, y ultimado el sumario, le remitió con él á la Española para que lo juzgara el Almirante. Muy tranquilo quedó con esto el buen Velázquez, mas bien pronto se supo que habían llegado á la inmediata isla Jueces de apelaciones proveídos por S. M., y viendo los descontentos ocasión para vengarse del Gobernador, concertaron enviar á la Española un Personero que llevase á los Jueces sus quejas y memoriales. Fué elegido Hernán Cortés para tan delicada misión, pues exigía mucha habilidad y grande arrojo, toda vez que habiendo de salir sin licencia del gobernador, precisábale salvar en una canoa las diez y ocho leguas de mar que separaban ambas islas. Velázquez descubrió la trama, y estando ya Cortés á punto de partir, le hizo prender y manifestó el propósito de ahorcarlo; mediaron súplicas y ruegos, y dominado el primer movimiento

de ira, perdonó Velázquez la vida al prisionero y le hizo embarcar en una de las carabelas surtas en el puerto.

Cortés no era hombre para estarse encerrado en parte alguna por el tiempo que cualquier otro determinase, y aprovechando una noche el sueño de sus vigilantes, lanzóse al mar asido de un madero. No sabiendo nadar, esperaba que el oleaje lo arrojara á la orilla; mas sucedió todo lo contrario, pues estando bajando la marea, fué arrastrado mar afuera cerca de una legua; pasaron algunas horas en tan penosa situación, y Cortés se llegó á ver tan afligido, que estuvo á punto de soltar el madero y dejarse ahogar; mas al cabo recobraron las olas su creciente, y bien pronto pudo ganar la orilla el futuro conquistador de Méjico.

Su situación continuaba sin embargo siendo crítica, pues la aurora comenzaba á rayar, y en cuanto fuera descubierto, sería preso y después tal vez ahorcado. No le quedaba más que un recurso, frecuente en aquellos tiempos y supremo las más veces, el de acogerse á un lugar sagrado. Á él apeló el inquieto joven, y metiéndose en la iglesia, quedó allí prisionero de cuerpo desde luego y poco después del alma, pues viviendo frente á ella la hermosa y honesta dama D.a Catalina Juárez, en quien Cortés había puesto anteriormente su afición, aquella vecindad acabó por enamorar todo su sér. Tan ciego estaba el acogido y tan deseoso de reiterar de palabra lo que por señas había dicho á la mujer que amaba, que un día abandonó el sagrado y se fué derechamente á la casa de Juárez; mas no bien hubo salido de la iglesia se le acercó un corchete, y cogiéndole la espada por sorpresa, dió en la cárcel con el galán enamorado.

El escándalo que esto produjo en la naciente villa fué de los mayores; todos creían que Cortés iba á ser inmediatamente ahorcado; pero sus amigos, y los de la familia de Juárez suplicaron tanto y tan bien, que Velázquez le dejó en libertad, aunque desposeído del cargo que venia desempeñando. Poco tiempo después, la iglesia que sirvió de asilo al fugitivo, abría sus puertas para que se uniera al pié de los altares con su amada

Catalina; y cuando aquella unión dió el fruto deseado, el bondadoso Velázquez completó la felicidad de los esposos brindándose á ser padrino del hijo de aquellos románticos amores, volviendo á Cortés su gracia y antiguo afecto.

Libre ya de intrigas y revueltas, salió Velázquez á reconocer la parte meridional de la isla, llegando hasta los parajes en que después se edificó la ciudad de Santiago, y dió al mismo tiempo orden á Narváez para que prosiguiera el reconocimiento de la parte central y costa del norte. Merced á su actividad y á la del capitán Grijalba que continuó el reconocimiento del sur por haber tenido Velázquez que regresar á Baracoa para recibir á la que iba a ser su esposa D.a María de Cuéllar, bastó un año para formar cabal conocimiento de las condiciones de la isla y puntos más apropiados para erigir nuevas poblaciones. Previa consulta con Narváez y demás jefes distinguidos, se acordó establecer cinco villas, dos en la costa del sur, que debían denominarse Santiago y Trinidad, y tres en el centro, con los nombres de Bayamo, Puerto Príncipe y Sancti Spiritus. La proximidad de Jamaica, centro importante entonces de la actividad española, determinó la preferencia de estas villas en el orden de fundación; mas no por esto quedó desatendida la parte norte de la isla, pues al siguiente año (1515) se fundó la nueva villa de San Juan de los Remedios. Igualmente se levantó aquel año otra nueva villa en la parte del sur con el título de San Cristóbal de la Habana, á cuya erección concurrieron muchos de los atrevidos capitanes, que con Hernán Cortés, consumaron de allí á poco el descubrimiento y conquista de Nueva España; pero lo malsano de aquel sitio, inmediato á Batabanó, hizo que cuatro años después (1519) se trasladasen los pobladores al Puerto de Carenas, ó sea la Habana, que por los numerosos buques que la visitaban de tránsito para Costa Firme y Canal de Bahamá, se había hecho muy inte. resante su posesión.

Todas estas poblaciones fueron creciendo rápidamente, merced á la afluencia de inmigrantes que acudían, los unos llamados

sólo por la fama de sus terrenos y productos, los otros por parientes que ya se habían establecido en ellos y veían claro el horizonte de su prosperidad. El concurso obligado de los indios hacía fácil la explotación de la tierra, por extremo productiva, y seguramente si los encomenderos hubieran sido más parcos en exigir á los indios lo que difícilmente podían dar, esto es, un trabajo intenso y constante, los progresos de la isla hubieran sido rápidos sin que la población hubiese decaído; mas, por desgracia, el espíritu que presidió á la creación de las encomiendas se vió muy pronto enteramente desconocido, y los que debían ser guía y salvaguardia de los indios, convirtiéronse en tiránicos explotadores de aquella infeliz raza. Inútilmente clamó el benemérito Las Casas contra tales abusos; inútilmente hizo repetidos viajes á la corte para impetrar amparo y protección en favor de los indios; las órdenes que una y otra vez expidieron los soberanos mandando tratar á los indios como hermanos menores nuestros, fueron desoídas, y la raza habitante de Cuba desapareció con lastimosa rapidez por el exceso de fatiga, por la emigración, y lo que es más triste aún, por el suicidio de muchos de aquellos desdichados.

Á pesar de la rápida desaparición del elemento indígena, las nuevas poblaciones progresaban de un modo visible. Baracoa obtuvo durante algún tiempo todas las preferencias de Velázquez; en 1518 se erigió en ella la primera catedral de Cuba, haciendo dependiente de ella la isla de Jamaica, y declarándola sufragánea del arzobispado de Santo Domingo; pero diversas causas determinaron que la capitalidad de la isla se trasladase á Santiago de Cuba, transfiriéndose juntamente á aquel punto, en 1522, el obispado.

Velázquez, deseoso de reducir á su gobierno algunos de los nuevos países situados á Occidente y cuyas costas habían sido ya exploradas en parte, dispuso varias expediciones que tuvieron capital trascendencia en la historia de los descubrimientos y conquistas. En 1516 se concertó con Francisco Fernández de Cór

doba, que con 100 castellanos se había venido del Darien, huyendo de las tiranías del verdugo de Vasco Núñez de Balboa, Pedrarias Dávila, para reconocer la península de Yucatán, no sólo para averiguar su importancia, sino para traer indígenas con que aumentar la población trabajadora en Cuba. La expedición fué muy desgraciada, pues recibidos primero los españoles favorablemente, estalló en seguida el espíritu de hostilidad y resistencia entre los indios hasta el punto de verse cercados los expedicionarios por una muchedumbre tan considerable, que tuvieron que luchar en la proporción de uno contra trescientos, para abrirse paso, llegando á las naves todos heridos y dejando en la playa gran número de muertos.

No se retiraron los españoles de Yucatán sin llevar algunos prisioneros, cuyo aspecto, diademas de oro y otras prendas no menos ricas con que se adornaban y vestían, excitaron el general deseo de conquistar aquella tierra. En opinión de muchos era el país soñado por Colón, esto es, el continente asiático que había creído descubrir, y ofreciendo tan grandes incentivos, preparóse en corto tiempo en Cuba una nueva expedición compuesta de cuatro naves con 250 hombres de armas al mando de Juan de Grijalba. La expedición salió de Santiago en Abril de 1518 y reconoció detenidamente las costas de Yucatán, hizo ventajosos cambios con los indígenas que se mostraban bien provistos de objetos de oro, castigó á los indios de Potonchau por su hostilidad hacia los anteriores expedicionarios, descubrió el caudaloso río de Tabasco, y aportó por fin al territorio de Ulúa, cuyos habitantes demostraban poseer una civilización superior á la de los territorios anteriormente descubiertos. Aquellos hombres no andaban enteramente desnudos como los isleños, sino que usaban ricas y pintorescas telas, ni habitaban en sencillas chozas, sino en sólidos edificios, algunos de los cuales tenían altas torres, de caprichosas formas, y empleaban, en fin, un verdadero lujo en el adorno de su persona. Aquel país, por lo que entendieron los españoles, y así era la verdad, formaba parte de

« AnteriorContinuar »