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entre ellos se guarden para que más libremente puedan venir en conocimiento de nuestra santa fé católica, porque viendo ellos que sus amos no quieren sino lo que justamente ellos les pueden dar, no es pequeño ejemplo para que ellos dejen sus malas costumbres, como naturalmente los siervos juntan el ejemplo de sus amos, y no al revés, si entre ellos anduvieren sus nefandas costumbres, ellos perecerán con ellas, y la tal pestilencia en ninguna manera se debe pegar á los cristianos, ni consentirse pegar, porque seria materia para que los indios más pecasen compelidos por sus amos, y sus amos pecarian, y quien lo tal consintiese, gravemente cargarian su conciencia; así que es la verdad que dejándose de herrar, se quitan muchos pecados graves, y herrando se harán; pues está claro que en ninguna manera se debe permitir herrar (1).

Á la novena dificultad, donde se toca el quinto de su Magestad, está claro que su Magestad no quiere quinto

(1) En cuanto aquí dice en esta octava dificultad de sus bárbaras costumbres de estos naturales entre ellos, digo que para quitarles estas, como gente bárbara é ignorante, se concedió por el Papa Alejandro á los Reyes Católicos la pacificacion de esta tierra, que no reconocia á nadie hasta estos tiempos en que se pacificó con este título, y esto para instruirlos en las cosas de nuestra santa fé y buenas costumbres por varones sábios y perfectos, y no para hacerlos, tomarlos, ni tenerlos por esclavos, siendo libres por las suyas bárbaras, é ignorantes y tiranas; y Dios los puso y sujetó debajo de poder de Rey tan grande y católico, y en ninguna manera se debe de dejar de cumplir el modo y el cargo y la condicion con que la tierra se concedió y para que se pacificó, y para que Dios permitió que así por tanto misterio se ganase, como se ganó, porque de otra manera yo pienso cierto que aun el agua en esta tierra por los españoles no se beberia con buena conciencia.

sino de lo que justo fuere, y los cristianos somos más obligados á querer el ánima del Rey que no su hacienda, especialmente sino es justamente aplicada ó habida, y de esto más cargo tiene y terná el aplicador ó consentidor que su Magestad, como él descarga su conciencia diciendo que siempre se haga justicia.

Esto es, muy magnífico Señor, lo que á las dudas respondo segun la doctrina de los doctores, así teólogos como canonistas, y hacer cerca de esto otra cosa más de lo que principalmente aquí se dice, es pecado y grave, y gran cargo de conciencia, y en ninguna manera vuestra Señoría lo debe consentir.-Magister de Rojas (1).

RELACION DE GREGORIO DE ACOSTA SOBRE EL GOBIERNO DE LAS PROVINCIAS DEL RIO DE LA PLATA, DIRIGIDA Á SU MAGESTAD Y Á SU REAL CONSEJO DE INDIAS (2).

En el año de 1535 vino un gobernador á estas provincias, que se llamaba D. Pedro de Mendoza con dos

(1) He querido así mal apostilar esto, porque temo que como este parecer de este reverendo padre maestro fué dado dias há y tuvo autoridad de maestro, que nacieron de aquí no pocos errores en los herrados pasados, y aun en los presentes, y Dios guarde los por venir, porque despues acá por ventura se han ido los otros tras él á manera de ovejas, que por donde una salta quieren ir todas, sin tener á más respeto, y sin á más advertir ni recatar las circunstancias, reveses y traveses que tenia y tiene esta cosa, así en hecho como en derecho, y porque se vea claro el engaño, y no se quebranten los límites de buena razon y justicia, ni del temor de Dios, que ni engaña ni puede ser engañado.

(2) Archivo de Indias.

mil hombres, el cual se perdió, lo primero por no hacer justicia, y lo segundo por gobernarse por gente de poca esperiencia. Por envidia de algunos y por mal consejo mandó matar á su maestre de campo, y afrentaba mucho á los soldados por malos tratamientos, por malos consejos. Castigóle Dios su soberbia, porque á los soberbios Dios los resiste y fué con una grande hambre como la de Jerusalem y mayor, pues se comieron muchos hombres unos á otros; y como se vido perdido, determinó volverse á Castilla é murió en el camino é echáronle en la mar. Y antes que este partiese, envió un criado suyo no menos envidioso que los otros, que se llaina Juan de Ayolas, para que fuese á descubrir, y navegó con dos bergantines por un rio arriba que se llama el Parana, y por otro que se llama el Paragui, trescientas ó cuatrocientas. Entró la tierra adentro y dejó en guarda de los bergantines á un vizcaino de poca cantidad y autoridad é importancia, que se llamaba Domingo de Irrala, y él fué tal, que cuando volvió, no halló á él ni á los bergantines. Por la tal causa mataron al dicho Juan de Ayolas y á los que con él venian los indios paraguas que habitan en aquel puerto y tierra, y este Domingo de Irrala, á falta de hombres proveidos por vuestra Magestad, que siempre ha habido falta de los gobernadores en la tierra hasta que vino Alvar Nuñez Cabeza de Baca, usando de cautelas, y éste con los oficiales de vuestra Magestad, prendió al dicho Cabeza de Baca, y con su prision totalmente la tierra se destruyó, porque murieron más de treinta mil indios, indias, niños, y niñas de teta y más grandes, porque Domingo de Yrala (1) por susten

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(1) Este apellido está escrito en el original de tan diversas maneras como lo trascribimos.

tarse en el mando y que no pidiesen socorro de España, dió mucha larga á los soldados que tomasen las mujeres y las hijas á los indios y los robasen.

Este Domingo de Yrala murió rabiando de dolor de costado y dejó por su tiniente á un yerno suyo tal como él, que se llamaba Gonzalo de Mendoza, el cual al cabo de seis meses murió súpitamente en menos de veinte y cuatro horas; lo cual todo pareció justicia del cielo.

Y luego eligieron por gobernador á un Francisco de Vergara, natural de Sevilla, de la misma suerte y condicion de los pasados, por sobornos y promesas que hacia, de manera que tampoco entró por la puerta de Dios; peor gobernador de justicia que los otros por sustentarse en el mando, porque á todos aquellos que aquí han mandado dicen; ne forte veniant romani. É este gobernador gobernó en esta tierra nueve años sin hacer saber á vuestra Magestad de la vacante; ya no se pudiendo valer ni sufrirlo los hombres, le fué forzado salir al Perú, é con él fué el obispo de estas provincias, aunque viejo, bien trabajado y harto celoso como vuestra Magestad verá, por buscar el modo con que los pudiese aministrar los Sacramentos y avisar á vuestra Magestad de las cosas de la tierra, como creo que le avisó. Y á este dicho gobernador los que estaban allá, de palabra, y los que quedaban acá, con sus cartas y relaciones que allá enviaron, le acusaron é persiguieron, hasta que el gobernador de Lima y el Audiencia real de las Charcas, le tiraron la gobernacion y la proveyeron en un vizcaino que se llama Juan Ortiz de Zárate, el cual envió á esta tierra por su tiniente á Felipe de Cáceres, que pluguiera á Dios que no lo hubiera enviado, porque es el que tiene la tierra destruida y agora la ha destruido del todo. Este es natural de Madrid é te

nia el oficio de contador sin tener qué contar; hombre revoltoso y desasosegado, el cual como llegó á esta tierra é ciudad de la Asuncion, se hizo obedecer por fuerza y por amenazas, sin entrar en cabildo para recibirlo, porque el que entonces gobernaba en nombre de Francisco de Vergara, se llamaba Juan de Ortega: era hombre simple y mal quisto, porque seguia los mismos pasos de los antes pasados. É este Felipe de Cáceres era hombre muy tímido y audaz y cobarde y muy soberbio y vengativo y cobarde en su persona; llevó asidos los hijos naturales de la tierra, pensando por aquí sustentarse con ellos, y por esto y por ser ellos muchos, les consentian hacer muchos desaguisados é desvergüenzas en que apelaban los hombres honrados y deshonraban los hombres honrados, entrándoles de noche y de dia en sus casas á sus mujeres é hijas y robando y haciendo otras liviandades. Por las grandes ofensas de Dios é de vuestra Magestad, quiso irle á la mano como pastor celoso, de que procedió entre ellos mucha enemistad; despues el obispo, por razon de ciertas denunciaciones que de él denunciaron é depusieron, como católico le prendió con voz de luterano, con color de algunos buenos cristianos, haciendo amistad con un fraile que se llama Fr. Francisco de Ocampo, del mismo hábito del señor obispo, aunque muy diverso de su condicion é de su vivir, hombre revoltoso y desasosegado y deshonesto ques contra la condicion del obispo; al cual dicho Felipe de Cáceres el mismo obispo lo llevó consigo á España, remitido al Santo Oficio. Queda mandando en la tierra un caballero de Sevilla, probo, bien acondicionado, que juntamente por el dicho Felipe de Cáceres era tiniente del dicho Juan Ortiz de Zárate; queda la tierra en tanto peligro por todas partes, que sería po

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