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que recibiese, mereciendo muy grande castigo, y iba mucho en que por esta ocasion nunca se ha tenido por cierta la muerte del rey don Sebastian, de donde han nacido tantas desventuras, pues tantos hombres bajos, y de diferentes naciones, han intentado alborotar el Reino y ánimos dél hasta haber incitado á algunos dellos con sus valedores levantarse con Lisboa, dia del glorioso San Juan por cuyos méritos la libró Dios.

Mas volviendo á las tiendas donde los captivos pasaron la noche, luego que el sol dió luz á el dia se abrió la de sus entendimientos, llenándolos de tan profunda tristeza, que apenas les dejó sentido libre para poder pensar en cosa alguna, porque viéndose cercados de tantas miserias, y la honra portuguesa, que el dia ántes estaba en el más sublime estado, despeñada dél de todo punto, les acababa la paciencia.

Estando, pues, desta manera, como Dios siempre consuela á los afligidos, vieron muchos carros que venian por el camino, y al rededor dellos muchos moros y moras gritando, los cuales traian sus muertos; y aunque esta vision no les podia causar ningun contento, fué de gran de consuelo, pues veian que aquellos, que

con razon se pudieran llamar dichosos, iban de aquella manera, despedazados y muertos en su tierra, con tanta grita y lástima de sus parientes, sin algun gusto de la mal lograda vitoria, y ellos todavía, aunque mal tratados y captivos, estaban con vida.

Jamás, despues que hay guerras en el mundo, se cometió tan temeraria impresa con tan mal disciplinada y simple gente, siendo la más della llevada por fuerza, sin saber á donde iban, llevando los más los piés adelante y los ojos y corazones atrás, donde dejaban sus casas, mujeres y hijos.

CAPÍTULO XXIII.-Manda Mulet Amet buscar el cuerpo del rey don Sebastian y dánle sepoltura.

En el mismo dia de la batalla, pasando Sebastian de Resende, un paje de cámara del Rey, por el campo donde estaba la multitud de los cuerpos muertos, de amigos y enemigos, todos desnudos y despojados, sin diferencia alguna, vió, entre otros muchos, el real cuerpo del Rey, cuyo criado era, y como por entonces no pudo hacer otra cosa mas que derramar infinitas lágrimas, advirtiendo bien el

puesto y lugar en que lo habia visto, otro dia por la mañana, dando cuenta dello á los fidalgos, fueron de parecer que se dijese á Muley Amet, porque no quedase el real cuerpo sin la debida sepoltura. Luego se dió cuenta, y él mandó que se buscase con dos moros en compañía de Resende, y fué hallado en el mismo lugar que habia dicho. Viendo, pues, Resende aquel hermoso y real cuerpo, despues de habello visto, bañado de amargas lágrimas, se desnudó su camisa, con que lo cubrió, y cubierto con la ropa, que acaso por despreciada en el campo habia quedado, fué puesto encima de un caballo y llevado á la tienda de Muley Amet.

¡Oh miserable vida, caducas esperanzas, desengañado espejo de la presuncion humana! ¿Quién vió el dia ántes un Rey mancebo tan amado y tan temido, Señor de reinos tan ricos y tan honrados, sobre un soberbio caballo, pisando á el enemigo campo, libre y seguro entre sus vasallos, todo rodeado de lucientes armas y de puro amor, y lo vé agora puesto en una humilde cabalgadura, atado con una cuerda, cubierto de sangre, sudor y tierra, con el rostro disforme, del trầnsito mortal y de una herida que en la cabeza tenía, y otra debajo del brazo

derecho, que parecia de azagaya, sin otras muchas aunque no tan profundas ni peligrosas; bien ha menester celestial consuelo, viendo fenecida con él la honra de las gloriosas armas portuguesas las esperanzas de un Rey tan valeroso, perpétuo amparo y consuelo de tantos.

Luégo que el real cuerpo llegó á vista de los fidalgos que presentes estaban, y de otros captivos, todos se pusieron en un vivo llanto, y de rodillas, con entrañable amor y obediencia, le fueron á besar los piés. Luego Muley Amet les envió á decir que dijesen si estaban ciertos en que aquel cuerpo fuese del Rey don Sebastian, que se le daria la debida sepoltura; certificáronle dello, y envióles á decir que si querian rescatar el cuerpo de su Rey, á lo cual respondieron que sí, y que viese su Majestad lo que le habian de dar, porque en el primer lugar de cristianos se entregaria á quien mandase. Luégo que el Rey se enteró desta verdad, mandó que lo pusiesen en una caja en que fué llevado á Alcázar por Melchior de Amaral y fué enterrado en las casas de Abraen Sufiane, alcaide de la misma villa, en el mismo cajon en que venía, cubierto de cal y arena. Las diligencias que Muley Amet hizo en las averiguaciones de los captivos no

bles para sus rescates, el modo que muchos tuvieron para libertarse sin ellos, huyéndose á las fronteras de cristianos, crueldades que en algunos se usaron, aunque son tocantes á esta historia no á mi propósito, que sólo ha sido servir à vuestra merced con la memoria de su invencible abuelo, pues bien se puede decir por el que fué muerto y no vencido; cuyo cuerpo, con los de otros Príncipes y señores particulares, quedó sepultado en aquel campo de Alcázar, que mejor se podrá decir de mártires.

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