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INFORME DEL VIREY ARREDONDO

Exmo. Señor:

Si la relacion de govierno que acostumbra y debe hacer el que deja el mando al que lo recibe, pudiera tenerse alguna vez por ociosa, nunca seria mas cierto, ni mas propio este concepto que cuando yo entrego á V. E. el baston de este Vireynato: á V. E digo, que residió y gobernó por muchos años en una de las mejores Provincias del Rio de la Plata; que en ella y en sus viages de ida y vuelta, supo adquirir conocimientos utilísimos con respecto á todas; que aun en la Península no cesó de pedirlos por medio de personas rectas, severas y observadoras, que debe á Dios. un talento reflexivo y penetraute, para atinar con todas las ventajas que pueden dar de si esas mismas nociones que ya posée: á V. E. repito, (y lo digo todo de una vez) que acaba de poner el pié en una capital donde todos saben cuanta es la instruccion política de V. E. á cerca de estos payses, y cuanta es la mejora que por su diestra mano van á recibir todos los grandes objetos que el Momarca pone hoy á su cuidado.

Yo mismo, que acabo de servir este propio destino y que lo he servido nada menos que cinco años y algunos meses, no me atreveré á pensar que haya ramo de gobierno en que yo pueda dar á V. E. noticias de que carezca.

Sin embargo, ello es preciso decir algo en esta ocasion,

no para instruir sino para manifestar á V. E. cual ha sido mi modo de conducirme, segun las materias y casos, en el tiempo de mi mando. Procuraré no consumir el suyo á V. E. inútilmente con un papel, cuya lectura haya de ser prolongada y fastidiosa, ciñendo á poner en sus manos un breve apuntamiento de ciertas observaciones sobre el actual estado de las cosas que deben llamar, á mi parecer, la principal atencion de V. E.

Será el órden que yo tenga de proponerlas el mismo que ellas tienen en la Recopilacion de Indias, no porque yo haya de hablar de todas cuantas en este código se comprehenden, sino porque en las que tocare me arreglaré al órden de sus títulos y libros, aunque sea presuntoriamente.

LA SANTA FE CATÓLICA

Este es el primero, el mas glorioso título que en todos tiempos ha dado y dará honor á la legislacion y á la uacion Española: y no parezca que es ageno, sino mui propio de una relacion de gobierno el empezarla por este tratado tan sublime: por que asi como es cierto que el primer cargo de los vireyes es velar, y concurrir con sus providencias á que, en el distrito de su mando, no reciba detrimento alguno la santa religion que profesamos, de la misma manera será el primer cargo del Virey desinente informar á su sucesor, qué es lo que ha observado y en que constitucion deja á los pueblos á cerca de tan importante materia, mayormente en estos desgraciados tiempos que con dolor del corazon miramos. Es pues mui oportuno que yo diga á V. E. en el principio de esta relacion que, si Dios por sus altos juicios permite en otros parages las impiedades, las abominaciones, las perfidias,

y los escándalos, que son noterios por acá, en estas provincias, quiero decir, que entra á gobernar V. E. se conserva pura la sana creencia de nuestros padres; se conserva la piedad, la debocion, y el esmero en el culto esterno, se conserva el vínculo santo, que une íntimamente á los cristianos, y les hace ser fieles y obedientes á las legítimas potestades, y se conserva en fin el competente vigor en los ministros del Evangelio, especialmente en el clero secular y regular de Buenos Ayres, para sostener, como lo egecutan con vivas y nerviosas exortaciones, no solo los divinos derechos del Santuario, sino tambien los del Imperio, por si acaso ha podido minar hasta estos parages remotos la nueva alagueña, y engañadora filosofía; de modo que este justo y encendido celo de los eclesiásticos, que dos años atras pareceria aquí una injuriosa, é intempestiva declamacion contra gentes que siempre se han mostrado fieles á Dios y al Rey, se ha hecho hoi tan necesario, como lo es el cuidado que se ha tenido por parte mia, y de ni órden por los magistrados Reales para impedir el progreso en esta capital de la seduccion, que parece quiere. cundir por todas partes. Por lo que á mí toca desde que acá se tuvieron noticias de las conspiraciones que en Europa se tramaban por la nacion seductora y por sus prosélitos, he vivido siempre como en centinela, observando con recato todo género de pasos y movimientos y aunque en los últimos dias de mi mando hubo que tomar providencias con ciertas personas por sospe chosas de infidelidad, y las buenas gentes de este pueblo llegaron á tener su cierto género de temor, ha querido Dios que todo se haya precavido á buen tiempo; de cuyo acaecimiento podrá imponerse V E. con mas estension llamando los procesos que en su razon se están siguiendo y servirán de materia á la fina política de V. E. para una última determinacion, que deje satisfechos y tranquilos á

los buenos vasallos, quiero decir, á los buenos españoles, cuyo distinguido carácter ha consistido siempre en ser fieles á Dios y á su soberano. Cuente pues, V. E. que, si en alguna parte reciben menos golpes esta religion y esta fidelidad española, en ninguna mejor que en Buenos Aires es donde gozan, una y otra, el reposo y á mi parecer una consistencia que nunca tendrá mella. Yo es preciso que haga á Buenos Aires esta justicia, sin embargo de que por su grande y abierta poblacion, no se pueda escusar que, entre la buena semilla, se tire tambien alguna vez la maligna cizaǹa.

No es pequeño el consuelo que yo aseguro tendrá V. E. de gobernar en una capital tan religiosa y tan obediente á la voz de los ministros del Evangelio y al precepto de los magistrados.

Grande será tambien el consuelo de V. E. en ver como se propaga y adora entre los indios infieles el nombre de Jesucristo y como se aumentan los neófitos á centenares; no pareciendome muy difícil el que durante el mando de V. E. lleguen á conseguirse las miras que tantos años hace se tienen con respecto al Chaco y Chiriguanos.

ESTADO ECLESIÁSTICO Y REAL PATRONATO

Por el órden que me propuse corresponder tratar aquí, bien que con brevedad, de la materia que enuncia el presente capítulo. No ignora V. E. cuanto elogio merecen uno y otro clero de Buenos Aires, de muchos años á esta parte, por la larga experiencia que se tiene de su virtuosa y ejemplar conducta, acompañada de una instruccion escogida, que casi es general en todos los individuos. Pero si en la actualidad gobierna un prelado lleno de luces, de

literatura de prudencia y de providad ¿cómo no han de ser los demas eclesiásticos, que le miran, le observan y le oyen, sábios y virtuosos? Los curatos y otros beneficios ó capellanías de este obispado, así de la jurisdiccion castrense, como de la diocena, están servidos por personas idóneas, segun que lo han permitido la naturaleza y circunstancias de los pueblos y de los mismos ministerios ó de sus interinidades, cuyas propuestas, nombramientos y provisiones, á lo menos las que se han hecho en mi tiempo, siempre han guardado el órden de las leyes del patronato, sin que por parte del reverendo Obispo ni de la mia, se haya dado materia á desavenencias ni á contestaciones embarazosas. Uno y otro hemos cultivado cierta especie de mútua correspondencia, en la cual pienso que, ni el prelado ni yo hemos decaido un solo punto de la circunspeccion y decoro que respectivamente nos tocaba conservar por nuestros altos ministerios, dando por otra parte al pueblo aquel gusto que es inseparable de los buenos corazones, cuando el obispo y el virey se estiman reciprocamente, y quitando la ocasion de murmurar y complacerse á muchos, que sacan su partido de la discordia que observan entre las principales cabezas. Solamente el uso del dosél en la catedral, pretendiendo el reverendo Obispo que lo puede tener levantado en concurrencia del virey no solo cuando celebre el sacrificio de pontifical entero, sino aun cuando asista de medio pontifical, es el único punto de controversia que los dos hemos tenido hasta el presente, siendo yo con el real acuerdo de opinion contraria á la del prelado; y aunque de todo se dió cuenta al rey, y mandó S. M. que no se hiciese novedad, estoy en que el reverendo Obispo ha vuelto á representar sobre el particular, y que por haberle yo oportunamente protestado en las dos ocasiones que en mi tiempo ha tenido el dosél levantado sin pontificar, ha tomado el partido de no asistir

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