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Bo, y otros tantos de una lucha no tan viva como ruiñosa y asoladora para' ambos pueblos. Por este tratado, que se ratificó en Madrid el 23 de febrero, y por el cual venia á reconocerse la independencia de Portugal, se obligaban las dos naciones á restituirse las plazas conquistadas, á escepcion de Ceuta, que quedaba del dominio del rey Católico, al mútuo rescate de los prisioneros, al restablecimiento del comercio entre ambas naciones, á la anulacion de las enagenaciones de bienes y heredades que se hubiesen hecho, y se dejaba á la Inglaterra la facultad de poder entrar en todas las alianzas defensivas y ofensivas que España y Portugal entre sí hiciesen (4).

Cuando esta paz se ajustó, no reinaba ya en Portugal Alonso VI. Sus desórdenes le habian arrastrado hasta perder el trono; las córtes del reino le hicieron firmar su propia abdicacion de la autoridad régia; la reina, que de acuerdo con el infante don Pedro su cuñado se habia fugado de palacio y refugiadose á un monasterio, le escribió desde alli, diciéndole que nadie mejor que él sabia que no habia sido su esposa, y le pedia su dote. Furioso el rey con esta carta, corrió al convento, pero halló á la puerta al infante su hermano con los de su partido, que no solo le impidió la entrada, sino que le prendió después, acompañado de la nobleza. Firmada por Alfonso VI. la renuncia del trono, fué alejado de Lisboa y enviado á las islas Terceras. Los estados del reino pusieron el cetro en manos del infante don Pedro, bien que con solo el título de regente. Y para complemento de estos escándalos, el cabildo catedral de Lisboa, sede vacante, á peticion de la misma reina Isabel de Saboya, declaró nulo su matrimonio con el rey, como no consumado á pesar de haber llevado cerca de quince meses de vida conyugal, y la reina pasó á ser esposa de su cuñado el infante don Pedro (2). Uno de los primeros cuidados del regente fué celebrar la paz con España.

La noticia de las paces de Portugal se recibió con la mayor satisfaccion en Madrid. Tál era ya el estado miserable y abatido de la nacion española, y en tál necesidad la habia puesto tambien á la sazon la injusta guerra que por otra parte habia movido y nos estaba haciendo Luis XIV. de Francia, de que vamos á dar cuenta ahora.

Habia quedado demasiado débil á la muerte de Felipe IV. la España, y era demasiado ambicioso de grandeza y de conquistas Luis XIV. para que re

(4) Coleccion de Tratados de Paz.-Faria y Sousa, Epitome de Hist. Portug. p. IV, e. 6. Los plenipotenciarios que firmaron el tratado fueron: por España, don Gaspar de Haro, marqués del Carpio y conde-du

e de Ol vares; por Ing aterra, Eduardo,

conde de Sandwich; por Portugal, el duque de Cadaval, el marqués de Niza, el de Gobea, el de Marialva, el conde de Mirau la, y don Pedro de Vieyra y Silva,

(2) Faria y Sousa, Epitome, p. IV. c. 5,

nunciára á ellas y no se aprovechára de nuestra debilidad y de la ventajosa situacion en que se hallaba su reino. Veíase con ejército poderoso, con mucha y buena artillería, con excelentes generales y con dinero en el tesoro. De todo esto carecia España. Pero necesitaba de un pretesto para cohonestar la infraccion del solemnísimo pacto de los Pirineos, y este pretesto le encontró en el derecho que pretendió tener su esposa la reina María Teresa de Austria á los estados de Flandes, como hija del primer matrimonio de Felipe IV., con preferencia á los de Cárlos II., hijo de la última muger de aquel rey, y en que no se habia pagado por la córte de Madrid la dote de la reina estipulada en el tratado. Apoyaba lo primero en una ley, la del derecho de devolucion, que acaso un leguleyo dijo haber encontrado en los libros del Estado de Brabante. En vano fué que jurisconsultos españoles de la reputacion de Ramos del Manzano refutáran victoriosamente tan estraña doctrina con sólidas é incontestables razones. Conveníale á Luis no dejarse convencer, y remitir el fallo de la cuestion á las armas. Pero ántes publicó un manifiesto para sincerarse á los ojos de Europa, pretendiendo demostrar la justicia que suponia asistirle. Hecho lo cual, pasó á la frontera de Flandes para ponerse á la cabeza de treinta y cinco mil hombres, disponiendo al propio tiempo que invadieran aquellos paises otras dos divisiones, mandadas la una por el mariscal de Aumont y la otra por el marqués de Crequi (mayo, 1667). De aqui su interés en la liga con Portugal y en que continuára por acá la guerra, para que la regente no pudiera distraer las tropas y enviarlas á los Paises Bajos.

Desprovisto de recursos, y con poca fuerza, y esa desorganizada y sin pagas, se hallaba el marqués de Castel-Rodrigo que gobernaba aquellas provincias, cuando Luis XIV. penetró en ellas con un ejército de mas de cincuenta mil hombres, bien abastecido de todo. No era posible resistir á tan formidable hueste; y asi la campaña del monarca francés, aunque ripida y breve, no tuvo nada de gloriosa, por mas que se haya ponderado, ni podia serlo. Porque unas plazas encontró desguarnecidas é indefensas; oponíanle poca resistencia otras; y aunque algunas se defendieron valerosamente, todo lo que podian alcanzar era una honrosa capitulacion, y el mayor ejercito que el de Castel-Rodrigo pudo reunir no excedia de seis mil hombres, entre alemanes, españoles y flamencos. Apoderóse pues el francés en esta campaña de Charleroy, Bergnes, Furnes, Courtray, Oudenarde, Tournay, Alost, Lille, y otras ciudades y plazas. de menor importancia, muchas de las cuales hizo desmantelar (1).

La rapidez de estas conquistas y la desmedida ambicion de Luis pusieron

(1) Quincy, Historia militar del reinado mont, Memorias politicas,

de Luis XIV. Obras de Luis XIV.-Du

en inquietud y cuidado á Cárlos de Inglaterra y á la misma república de Holanda. Ambas naciones se entendieron para atajar el engrandecimiento de una potencia que parecia ir en camino de hacerse mas temible que lo habia sido la España. Unióseles la Suecia, y las tres formaron alianza, conviniendo en hacerse mediadores entre Francia y España, á fin de obligar á la primera á que cesase en las hostilidades, que podian comprometer de nuevo la tranquilidad de Europa, y encargaron á sus representantes en París que hiciesen saber á Luis aquella resolucion. Luis accedia á firmar la paz, pero con tantas condiciones que era imposible las aceptase la córte de España siempre que conservara un resto de pundonor. Tales eran, la de que habia de cederle, en recompensa de los derechos de la reina, las plazas conquistadas, ú otras equivalentes que él designaría; la de que en otro caso se le diera el Franco-Condado, y que se obligára la república holandesa á mediar con la córte de Madrid para que aceptara aquella alternativa. Desechadas, como era de esperar, tan humillantes condiciones, fué preciso continuar la guerra, Inmediatamente ordenó Luis al príncipe de Condé que penetrára con sus tropas en el Franco-Condado, y se apoderára de aquella provincia. Sin mucha dificultad rindió su capital, Besanzon (febrero, 1668), y tras ella se le fueron entregando, con mas ó menos resistencia, las demas plazas, en términos que en menos de un mes se halló el rey de Francia dueño de todo el Franco-Condado (1).

Estos sucesos justifican cumplidamente la necesidad y la conveniencia de la paz que en este tiempo se celebró entre España y Portugal, asi como esplican el interés que en realizarla y llevarla á cabo mostró Cárlos II. de Inglaterra.

Tan pronto como se vió Castilla desembarazada de la guerra de Portugal, dedicó toda su atencion á la de Flandes; y en tanto que se hacian levas de tropas en Galicia, Asturias y Castilla, y se enviaban órdenes á Cádiz para quo se armáran nueve bageles en que trasportarlas á Flandes desde la Coruña, se buscaban recursos y dinero. Alguno se junto de los donativos con que contribuyeron generosamente el marqués de Mortara, el almirante de Castilla, el arzobispo de Toledo, el cardenal, el duque de Montalto, el conde de Peñaranda yotros grandes y señores. Impúsose un tributo sobre los carruages y mulas; se rebajó un quince por ciento más á la deuda de juros reales, y se arbitraron otros medios de los que la pobreza del pais consentia. La reina regente nombró general de todas las fuerzas destinadas á Flandes á don Juan de Austria.

(1) Quincy, Hist. milit. del reinado de Luis XIV. El Franco-Condado despues de la paz de los Pirineos se mantenia en estado de neutralidad. Por eso se ballaba tambien

mes descuidado, y su conquista no necesitaba de las grandes precauciones militares que tomó Luis XIV., ni merecia que hubie raido, como fué, á celebraria en persoua.

La razón aparente de este nombramiento era la de necesitarse allá un hombre de su representacion, y que por otra parte conocia ya el carácter de aquellos habitantes y la situacion de aquellos paises, como gobernador que habia sido de ellos; pero el verdadero objeto cra el de alejarle de España, y librar al P. Nithard de la inquietud que le causaba un hombre que le aborrecia de muerte. Don Juan lo comprendió, y sobre estar ya poco dispuesto á salir de España, sucesos de la córte que le indignaron mucho y que referirémos después le afirmaron en su resolucion. Y sin desobedecer abiertamente á la reina, despues de enviar los soldados en pequeñas partidas á Flandes, hízole presente que el estado de su salud no le permitia emprender la espedicion, que asi lo certificaban los médicos, y que la suplicaba por tanto le relevase del cargo y le dispensase del viage. Por mas que la reina y el confesor comprendieron que todo era pretesto y escusa para no alejarse, admitiósele la dimision de su empleo, mandándole que se retirára á Consuegra, y en su lugar fué nombrado general y gobernador de Flandes el condestable de Castilla (4).

Pero ya en este tiempo hacia meses que se hallaban reunidos en Aix-laChapelle los plenipotenciarios de las potencias de la triple alianza, junto con los de Francia, España, y algunas otras naciones, para tratar de la paz. Despues de muchas conferencias se concluyó y firmó un tratado (2 de mayo, 1668), por el cual Luis XIV. se obligaba á restituir á España el Franco-Condado que acababa de conquistar, pero conservando todas las plazas de que se habia apoderado en Flandes (2). Sacrificio grande para España, y error torpe y funesto, toda vez que si algo importaba conservar era lo de Flandes, y sobre ser imposible la conservacion del Franco-Condado, nada nos hubiera importado cederle. Pero todo pareció preferible á la continuacion de la guerra, y el marques de Castel-Rodrigo tuvo órden de no poner gran reparo á ningun género de condiciones.

Lo peor era, que aun asi, nadie confiaba en la duracion de la paz de Aquiзgran: eran ya demasiado conocidos el carácter y los designios de Luis XIV. y sus poderosos elementos para hacerlos valer, y el tiempo acreditó que no habian sido infundados estos recelos.

(4) Relacion de todo lo ocurrido en el asunto del P. Juan Everard y don Juan de Austria. MS. de la Biblioteca de la Real

Academia de Ilistoria, Est. 25, grad. 2.
(2) Coleccion de Tratados de Paz.-Du-
mont, Corps Diplomat.

CAPITULO IL

DON JUAN DE AUSTRIA Y EL PADRE NITHARD.

De 1068 á 1670,

Causas de las desavanencias entre estos dos personages.-Prision y suplicio de Malladas. -Indignacion de don Juan contra el confesor de la reina.-Se intenta prender á don Juan.-Fúgase de Consuegra.-Carta que dejó escrita á S. M.-Consulta de la reina al Consejo sobre este asunto, y su respuesta.-Sátiras y libelos que se escribian y circulaban.-Partido austriaco y partido nithardista.-Don Juan de Austria en Barcelona.Contestaciones con la reina.-Acércase don Juan á Madrid con gente armada.-Alarma y confusion de la córte.-Enemiga contra el padre Nithard.-Carta notable de un jesuita.-Sale el confesor de la córte.-Insultos en las calles.-Nuevas exigencias de don Juan de Austria.-Transijese con sus peticiones.-Creacion de la Guardia Chamberga en Madrid.-Oposicion que suscita.-Nuevas quejas de don Juan.-Agitacion en la córte.-Es nombrado el de Austria virey de Aragon y va á Zaragoza.-Estrañeza que causa el nombramiento.-El padre Nithard en Roma.-Obtiene el capelo.-Enfermedad peligrosa del rey.-Recobra su salud con general satisfaccion.

La enemiga que ya en vida de Felipe IV. se habia advertido entre la reina, su segunda esposa, y su hijo bastardo don Juan de Austria, y el aborrecimiento con que mútuamente se miraban don Juan y el Padre Everardo Nithard, confesor y privado de la reina; enemiga que habia costado ya al de Austria sérios disgustos, y aborrecimiento que creció desde la elevacion del confesor á inquisidor general y á individuo del consejo de regencia, tomó mayores proporciones con el nombramiento del austriaco para general y gobernador de Flandes, hecho á propósito de alejarle del reino, y con su resistencia á salir de España, y fue el principio de funestas discordias que alarmaron y escandalizaron la córte, y pusieron en perturbacion toda la monarquía.

¿Por qué no se envia á Flandes al reverendo confesor, dijo un dia don

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