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los papeles encontrados á Patiño, entre los cuales solo habia de notable un horóscopo hecho en Flandes á don Juan, en que parece se le vaticinaba estar destinado á mas alta dignidad de la que tenia, todo lo pasó la reina al Consejo de Castilla, mandando le diese su dictámen sobre la manera como habia de proceder en tan grave y delicado asunto. La respuesta del Consejo (29 de octubre, 1668) no satisfizo á la reina, ni fué muy de su agrado; pues si bien aquella respetable corporacion calificaba de reprensible la conducta de don Juan en no haber ido á Flandes, en haberse fugado de Consuegra y en los medios reprobados que se le atribuian al intento de deshacerse del confesor, disculpábale en lo de pedir su separacion, tratábale con cierta consideracion y blandura, y aconsejaba á la reina que procurára arreglar sus diferencias con él, para lo cual debia permitírsele venir á Consuegra ó acercarse á la córte, bajo el seguro de que seria respetada su persona. Y aun un consejero, don Antonio de Contreras, en voto particular que hizo, se atrevió á proponer que le contestase con palabras de cariño, y que convendria apartase de su lado al Padre Everardo y se confesase con otro religioso que fuese castellano, y no tuviese dependencia ni de don Juan ni del inquisidor jesuita (1). Esta consulta quedó sin resolucion.

Viendo con cuánta libertad y cuán desfavorablemente se hablaba en el 'pueblo acerca del confesor, acusándole de haber sido el autor de la muerte de Malladas y de la prision de Patiño, publicó aquél un manifiesto sincerando su conducta, protestando no haber tenido parte en aquellos dos hechos, afirmando que aquellos dos hombres habian venido á Madrid con intento de ejecutar sus perversos designios contra su persona, y que don Juan de Austria habia intentado ya muchas veces hacerle asesinar. Este escrito fué contestado por otros que los amigos de don Juan publicaban, defendiéndole con mucho calor, y haciendo al confesor cargos é imputaciones gravísimas. Circulaban por la córte, y andaban por las tertulias y corrillos multitud de folletos, sátiras y li belos, impresos unos, manuscritos otros, unos perseguidos y otros tolerados, que encendian cada vez más los ánimos y mantenian una polémica, que era el pasto de los chismosos y murmuradores, y el escándalo de la gente juiciosa y honrada. Hasta las damas de palacio tomaban parte en la contienda, y se di vidieron en dos partidos, llamándose unas Nithardistas, y otras Austriacas (2).

(4) Consulta del Consejo real de Castilla, y voto particular de don Antonio de Contreras: en la Coleccion de cortes, leyes y cédulas, tom. XXX. pág 31 á 37.

infinitos papeles y sátiras de aquel tiempo, que manifiestan el estado lamentable de una córte, que se alimentaba de chismes. Las plumas de los poetas no se daban (2) En nuestras bibliotecas se encuentran vagar á escribir críticas de los personages

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Don Juan se habia dirigido disfrazado y por despoblados, primero á Aragon, y después á Barcelona, donde fué recibido con muestras de cariño y amor, por los buenos recuerdos que cuando estuvo ántes en aquella ciudad habia dejado, y por lo aborrecido que era alli el jesuita aleman. Nobleza y pueblo se pusieron de su parte, y hubo payés de la montaña que le pidió audiencia para ofrecerle sus servicios, y trescientas doblas que tenia de un ganado que acababa de vender (1). Hasta el duque de Osuna, que era virey del Principado, lejos de atreverse á proceder contra él, no pudo escusarse de festejarle, marchando con la opinion general. Desde la torre de Lledó donde se aposentó el principe, escribió al presidente y Consejo de Castilla, á las ciudades de Valencia y Zaragoza, al cardenal de Aragon y á otros personages, dándoles cuenta de los motivos que habia tenido para poner en seguridad su persona, y escribió tambien á la reina pidiendo desembozadamente la salida de España del P. Everard. Las ciudades contestaban favorablemente al príncipe fugitivo, y aun representaban á la reina la conveniencia de reconciliarse con él y apartar de su lado al confesor. La regente, temerosa de un conflicto si se empeñaba en contrariar la opinion pública, cedió de su natural altivez, y encargó al duque de Osuna, y á los diputados de Barcelona procurasen persuadir á don Juan á que se acercase para ajustar un tratado de amistad y reconciliacion. Envalentonado con esto el príncipe, contestaba á la reina que era menester saliera ántes el confesor del reino, y que entretanto no dejaria el lugar seguro en que cstaba. Por último, despues de muchas contestaciones y súplicas, se resolvió don Juan á aproximarse, no ya á Consuegra, donde la reina queria, sino á la córte, y con un aparato que no era propio de quien buscaba avenencia de paz (2).

Salió pues don Juan de Barcelona escoltado de tres buenas compañías de caballos que le dió el de Osuna, so pretesto de corresponder asi al decoro de un príncipe. Aclamábanle á su tránsito los pueblos catalanes, y al acercarse al Ebro, por mas que la reina habia prevenido a los Estados de Aragon que no le hiciesen ni festejos ni honores, salieron muchísimas gentes de Zaragoza á recibirle, é hizo su entrada en la ciudad en medio de aclamaciones y gritos de: «Viva el rey! viva don Juan de Austria! muera el jesuita Nithard!» Y aun los estudiantes y la gente bulliciosa hicieron un maniquí de paja repre

que figuraban en estos sucesos, y de las sátiras que corrian y se conservan, impresas y manuscritas, se podrian formar algunos volúmenes.

(1) MS. del archivo de Salazar, en la Biblioteca de la Real Academia de la Historia, Est. 4.° grad. 5. k. 18.

TOMO IX.

(2) Hállanse copias de la larga correspondencia que medió en este asunto en los meses de noviembre y diciembre de 1668, en el Archivo de Salazar perteneciente á la Real Academia de la Historia, Est. 4.o grada 5.2, k. 18, y en otros tomos varios de manuscritos.

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sentando al confesor, y llevándole á la puerta del convento de los jesuitas lo quemaron con algazara á presencia de los padres de la Compañía. Tomó don Juan en Zaragoza hasta trescientos infantes, y con éstos y los doscientos caballos, y otras personas armadas, criados y amigos, se encaminó hácia Madrid, llegando el 24 de febrero (1669) á Torrejon de Ardoz, distante tres leguas de la capital, donde hizo alarde de su gente.

Gran turbacion y ruido causó en la córte la aproximacion del hermano del rey en aquella actitud. Alegráronse muchos, pero parecióles á otros un paso demasiado atrevido, y que podia comprometer la tranquilidad del pais. La reina y el inquisidor se rodearon de cuantas fuerzas pudieron, como si se prepararan á resistir á un enemigo; y como viesen que no bastaban estas prevenciones para hacer desistir á don Juan, tomó la reina el partido de escribirle muy atenta y afectuosamente, invitándole á que dejase las armas. Contestó el príncipe con mucha cortesanía tambien, pero insistiendo en que saliera de España el P. Nithard, despues de lo cual seria el mas obediente de todos los súbditos. Salió el nuncio de S. S. á Torrejon á exhortarle á nombre del papa que se sometiera á la reina, y que se detuviera al menos cuatro dias en tanto que se da ban órdenes para satisfacer sus agravios; y la respuesta que alcanzó fué, que la primera satisfaccion sería la salida del P. Nithard de la córte en el término de dos dias, añadiendo, «que si no salia por la puerta, iria él en persona á hacerle salir por la ventana (1).» Cuando volvió el nuncio á Madrid con tan áspera y destemplada contestacion, el pueblo corria las calles indignado contra el estrangero por cuya causa se veian espuestos á un conflicto la córte y el pais.

Aunque los jesuitas eran los que más favorecian al partido de la reina y del confesor, no faltó entre ellos (tan impopular era ya su causa), quien se dirigiera por escrito al P. Everard representándole la necesidad de su salida, en términos los mas enérgicos, fuertes y duros. «Aunque V. E. (le decia) fuera es«pañol, nacido en Burgos, Zaragoza ó Sevilla, con sus procedimientos y vani«dades le aborrecieran los españoles; pues considérese siendo estrangero. Muy «de presto le ha entrado á V. E. la grandeza, y el apetito al obsequio, y la «sugestion al mando. Bien disimula haberse criado en un noviciado de la «Compañía, donde los mayores principes del mundo, y los Borjas, los Góngoras «y. otros muchos han hollado todo eso con desprecio. En fin, siendo ellos como «eran antes, se entraron en nuestra sagrada y ejemplar religion para dejarlo «toop. V. E. que no seria más, ni aun tanto, se entró en la Compañía para

(1) Relacion de la salida del P. Juan Eve- ria, Est, 25, grad. 3.

rado: MS. de la Real Academia de la Histo

apeterer cuanto hay, y hacerla odiosa al pueblo, no á los prudentes y sábios, «que no fueron todos los doce apóstoles, ni todos los de la Compañía de Jesús padres Juan Everard. V. E. quite inconvenientes, vénzase á sí mismo, evite «escándalos, duélase de ese ángel que Dios nos dió milagrosamente por rey. Y pues tanto favor merece en la gracia de la reina nuestra señora, atienda á «su decoro, váyase de España, crea estos avisos que le da un religioso que profesa su mismo instituto, y ántes fué su amigo apasionado y confidente, pero ya desengañado, le habla ingénuo, y nada equívoco, con palabras de sinaceridad, no de ironía. Acuérdese de la porfia del mariscal de Ancre en el va→ «limiento de Catalina de Médicis, reina madre de Francia, que por estrangero «y antojársele al pueblo que era causa de todos sus males, despues de muerto ❝y arrastrado por las calles de París, no se tenia por buen francés el que no allevase un pedazo de su cuerpo para quemar á la puerta de su casa, ó en su «pueblo el que habia venido de fuera. Dios alumbre á V. E. para que atienda á esto sin ambicion, y despegado de la vanidad de los puestos se retire don«de viva con quietud, y no nos embarace la nuestra (4).»

Decidióse al fin, asi en el Consejo Real como en la junta de gobierno, aun que no faltó quien disintiera de este parecer, que era necesario y urgente decir á la reina que convenia al bien y á la tranquilidad pública la pronta separacion y salida del confesor, cuya mision se encomendó á don Blasco de Loyola. Accedió á ello la reina, aunque con lágrimas y suspiros, y encargáronse de comunicarle tan desagradable nueva sus amigos el cardenal de Aragon y el conde de Peñaranda, los mismos que le acompañaron, con algunos otros, en su salida de Madrid. Mas para que saliese con toda la honra y decoro posible, la reina en su decreto hizo espresar, que accedia á las repetidas instancias que le habia hecho su confesor para que le permitiera retirarse de estos reinos, y le dió título de embajador de Alemania ó Roma, para que pudiera ir donde quisiese, con retencion de todos sus empleos y de lo que por ellos gozaba (2).

Salió por último el célebre y aborrecido jesuita de Madrid (lunes 23 de fe

(1) Carta del P. Dionisio Tempul al inquisidor general: MM. SS. de la Real Acade mia de la Historia. Est. 25, grad. 3.a c. 35. (2) El decreto decia: «Juan Everard Niethard, de la Compañía de Jesus, mi confeasor, del consejo de Estado, é inquisidor ge«neral, me ha suplicado le permita retirarse ade estos reinos; y aunque me hallo con toeda la satisfaccion debida á su virtud, y otras abuenas prendas que concurren en su peratendiendo á sus instancias, y por

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«otras justas razones he venido en conceder-
ale la licencia que pide para poder ir á la
aparte que le pareciere. Y deseando sea con
«la de encia y decoro que es justo, y solici
«tan sus grandes y particulares méritos, he
«resuelto se le dé titulo de embajador es-
«traordinario en Alemania ó Roma, don lo
«eligiere y le fuere mas conveniente, con
eretencion de todos sus puestos y de lo que
agoza por ellos. En Madrid á 25 de febrero
«de 1669.-Yo la Rein 1.5

brero, 1669), no sin que sufriese en las calles del tránsito los insultos, y la befa, y la gritería de las gentes que se agolpaban en derredor de su carruage, y hubiéranle algunos apedreado ó maltratado de otro modo, si no los detuviera el respeto al cardenal que le acompañaba y llevaba en su coche. «Adios, hijos, ya me voy:» decia él con cierta sonrisa de aparente serenidad. Y asi llegaron hasta el pueblo de Fuencarral, legua y media de Madrid, donde ya el confesor se contempló seguro, de donde partió al dia siguiente (26 de febrero), acompañado solo de un secretario de los de su hábito y de algunos criados, camino de Vizcaya, y de alli so dirigió á visitar el convento de San Ignacio de Loyola (1).

Quedaba satisfecna la exigencia de don Juan de Austria, pero no su ambicion. La reina regente habia cedido al temor y á la necesidad, pero orgullosa y terca y resentida de la humillacion, creció en ella el odio al que la habia puesto en aquel caso. Don Juan, envanecido con su triunfo, se hizo mas exigente, y el pueblo de Madrid, irritado con ciertas amenazas suyas, le fué perdiendo la aficion (2). La reina, lejos de acceder á la peticion que le hizo de venir á la córte, le mandó que se retirára á algunas leguas de distancia, y que despidiera la escolta que tenia consigo. Don Juan se retiró á Guadalajara, pero desde alli bizo nuevas peticiones, no ya personales, sino sobre reformas políticas, y de carácter revolucionario. La reina en tanto que se proveia de los medios de defensa para ocurrir á una eventualidad que no dejaba de parecer inminente, tuvo que transigir todavía, y acceder á que pasára el cardenal á Guadalajara para tratar verbalmente con el príncipe sobre los medios de reconciliacion, condescendiendo, siquiera fuese por entretenerle, con mucha parte de sus pretensiones. Ofreciósele, pues, que se crearía una junta, con el nombre de Junta de Alivios, con el fin de hacer economías en la hacienda, disminuir los tributos, distribuyéndolos equitativamente, y hacer reformas en el ejército y

(1) Relacion de la salida del padre Juan Everard, confesor de la reina: tomo de MM.SS. de la Real Academia de la Historia, Est. 25, grad. 3., C. 35.-En esta relacion, que se conoce haber sido hecha por un jesuita ami go del desterrado, se dan pormenores curiosos acerca de este suceso, que omitimos por carecer de importancia histórica. Al decir de su autor, el P. Everard habia ya en efecto suplicado muchas veces hasta de rodillas le permitiera retirarse, y la reina le habia rogado siempre con lágrimas que desistiera de aquella idea: los superiores de los jesuitas fueron á su casa á persuadirle la conveniencia de su salida: él recibió la órden

con firmeza y conformidad cristiana; no quiso admitir gruesas sumas que algunos de los magnates sus amigos le ofrecian para el viage, ni llevar consigo otro tren que su hábito y su breviario; y añade que despues de su salida se fué á registrar su casa, y se encontraron los cilicios con que se mortificaba todos los dias. Es pues apreciable esta apasionada relacion solo por ciertas noticias auténticas que contiene.

(2) Papel impreso censurando los actos del P. Everard y desaprobando la conducta de don Juan de Austria respecto de una car. ta suya de amenazas.--Bibliot. de la Real Acad. de la Historia, Est. 4.o grad. 5.a

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