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3. »Si, contra toda esperanza, se llegase á verificar alguno de estos desórdenes, no solo se hará resarcir el daño causado al vecino á costa del que lo ocasionase, anticipándolo el cuerpo con arreglo á ordenanza, sino que se me dará parte por el jefe para acordar yo la pena conveniente.

4.° »Los delitos de robo, incendio, muerte ó cualquiera otro, ya sea en marcha ó ya en alojamiento, se castigarán irremisiblemente con entero arreglo á ordenanza.

5. »Ningun alojado podrá exigir de sus patrones otros artículos que los detallados por la ordenanza, á saber: luz, sal, aceite, vinagre y leña, ó lugar á la lumbre para guisar, no comprendiéndose la cama, por que ni la permite la guerra, ni el considerable número de tropas.

6.o »Se enterará de estas disposiciones á todos los cuerpos, leyéndose por ocho dias consecutivos.

»¡Soldados! Nada honra tanto á un ejército, nada le hace más imponente y esforzado, ni nada le procura más apasionados, noticias y ventajas, como el órden y la disciplina. Esta y aquel son el alma de las operaciones, los precursores de la victoria, y será vuestra, si como espero, lo respetareis todo menos al enemigo en el combate.

»¡Habitantes de Navarra! Al tiempo mismo que seré inexorable con mis subordinados, emplearé igual rigor con los que, ingratos á los desvelos y sacrificios de mis tropas, les causaren ó intentaren causar el más leve daño. Las medidas dictadas os ponen á cubierto de todo insulto, y alejan cualquier pretesto de que pudiera valerse la malignidad para hacer odioso al soldado: caminemos solo contra el enemigo. Queremos alejar del país esta plaga que hace tanto tiempo le devora y consume. Interesa á todos que se termine cuanto antes la guerra. »

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El conde de Luchana tambien se preparaba, esperando mover sus tropas cuando llegasen á Bilbao los recursos y víveres de que carecia, y esperaba de un momento á otro, por aviso del gobierno, su remesa.

Ya vimos cómo se fué remediando esta necesidad, y en su consecuencia, dispuso marchar en la mañana del 10 de marzo, coincidiendo su salida con la de Evans de San Sebastian y la de Sarsfield de Pamplona.

El gobierno, para hacer frente á las consecuencias que pudieran tener las operaciones que iban á emprenderse, circuló á los capitanes generales de las provincias del reino una real órden, en la que despues de manifestar el movimiento combinado de los ejércitos y sus primeras operaciones, y haciéndose cargo de lo posible que era que se derramasen los carlistas por las provincias limítrofes, creia entonces seguro su esterminio, y prevenia para conseguirlo cayeran rápidamente con sus tropas sobre las que invadieren su territorio; que movilizasen la milicia que creyesen conveniente, y adoptaran otras disposiciones que concurrian al mismo objeto.

La confianza pública se alentaba con estas disposiciones, cuyo resultado era el sueño de todos.

SITUACION DEL CAMPO CARLISTA.

V.

La inamovilidad de las tropas liberales en los meses de enero y febrero, permitieron al nuevo general en jefe del ejército carlista organizar sus huestes, segun manifestamos, y avivar el entusiasmo que tanto amortiguaron los últimos reveses.

Tambien sufrió un cambio notable la administracion carlista; pues sufriéndolo el mando del ejército por las causas que se han visto, no podia ménos de tenerse que variar la marcha administrativa, tan íntimamente enlazada con los negocios militares, y aun con las afecciones de los jefes del ejército. Pero ni se hicieron las reformas que la necesidad reclamaba, ni se prescindió de las personas por atender à las cosas. Así Erro, al dejar su ministerio universal, hizo que don Cárlos aprobase un espediente de gracias, que se llamó su testamento, en favor de los que le eran adictos, aunque eran pocos los servicios que habia que premiar.

La organizacion que se dió á la parte militar, no la esperimentó la política, en cuyo seno se agitaban los disturbios é intrigas, distinguiéndose don Cecilio Corpas, de quien ya nos hemos ocupado. El hizo dimitir á Erro, y nombró don Cárlos otro ministerio de que fué presidente el obispo de Leon, con el despacho de Gracia y Justicia; del de Guerra, el general don Manuel María de Medina Verdes y Cabañas, y del de Hacienda don Pedro Alcántara de Lavandero, continuando con el de Estado don Wenceslao Sierra, oficial primero de la misma secretaría, puesto á que Corpas dirigió siempre sus tiros. Pero don Cárlos le conocia algunas veces, y sus esfuerzos y maquinaciones se estrellaban en la justa prevencion que se le tenia.

Por conquistar una cartera, viósele en aquellos dias en contínuo movimiento desde Durango, donde el real se hallaba, á Zornoza, donde estaba el cuartel general á la sazon, aconsejando y negociando con sus paisanos los generales Moreno y Cabañas; y aquel hombre, que habia declarado una guerra mortal á Erro y á Eguía, hacia entonces participantes de este odio á todos los allegados y amigos de aquellas dos personas respetables.

Y tal era la guerra que se hacia, que se denunció á don Cárlos la que llamaron Sociedad de Eguía, en donde se dijo que se jugaba al monte, y se le acusó tambien de transaccionista, en cuya virtud se mandó al

conde de real órden á la córte de Turin, para tratar asuntos muy interesantes al real servicio y de la mayor urgencia (1), y si bien el príncipe le volvió á su gracia, decretó á los pocos dias su prision, y fué conducido al fuerte de San Gregorio. De esta manera, dice un escritor carlista, los consejeros de don Cárlos le predisponian y decidian á tratar así á sus más fieles defensores.

Con el general Moreno debian de ir de ayudantes generales, Zaratiegui, Vargas y Urbiztondo; pero estos, que conocian el peso y la responsabilidad que tendrian en el cumplimiento de sus deberes, dimitieroncon algo de egoismo, segun manifiesta uno de los mismos interesadosaquel destino, que ya se habia comunicado de real órden al general en jefe del ejército.

Los dos primeros habian tenido igual encargo en tiempo de Zumalacarregui, y desde la muerte de éste no cesaron de trabajar, siendo de suponer trabajarian más ahora, no teniendo á su cabeza el reemplazo de aquel caudillo; en cuanto á Urbiztondo, deseaba quizá el mando de la division castellana, que estaba organizando y debia prometerle, como sucedió más adelante en su carrera. Corpas fué quien más contribuyó á que aquella disposicion quedase sin efecto, porque conocia que no era fácil que las tres personas que indicamos le sirviesen en sus juegos, y así instió y obtuvo del general Moreno, su amigo, quedase solo con el ayudante general Cabañas, porque sus circunstancias eran las más á propósito para no tener ninguna clase de influencia en los negocios; pero este apreciable jóven fué desde entonces sacrificado, porque su bondadoso y sencillo carácter no era para luchar en las borrascas que se agitaban; su muerte, despues, es un borron que mancha la historia del partido carlista.

Un suceso personal, insignificante y al parecer indiferente, lanzó la primera chispa, que luego causó el fuego de discordia que se desarrolló entre el general Moreno y el brigadier Elío, secretario de don Sebastian. Por el ministerio de la Guerra se habia nombrado secretario del jefe de E. M. general, al segundo ayudante don Manuel Lassala, y Corpas sugirió á Moreno la maléfica idea de que se le ponia para espiarlo, y que la amistad que mediaba entre Lassala y Elío reducida á la que adquirieron sirviendo juntos en la Guardia Real, habia sido la causa de aquella

(1) A esta orden del 19 de abril, contestó Eguía el 25 desde Estella que, si bien nada le seria más lisonjero que cumplir con la voluntad soberana, veia la imposibilidad de cumplirla, por desconocer todos los idiomas estranjeros, cuando ni la lengua francesa entiendo, decia, carecer de bienes de fortuna para sufragar los gastos de su representacion, y la dificultad de atravesar la Francia en quien concurrian señales tan visibles, que no permitian disfraz.

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eleccion. Moreno representó diciendo no necesitaba secretario, y Lassala fué destinado con su desgraciado hermano Agustin, al E. M. de Guipúzcoa, á peticion de su jefe, entonces, don Cárlos de Vargas, á quien tantos y tan apreciables apuntes debemos.

El mismo señor Lassala, ocupándose de este período de la historia del partido carlista, dice:

«El real seguia invariable en su desacertada conducta; oraciones, novenas, y una rigida preparacion para la Cuaresma, eran sus asíduas ocupaciones: ningun recurso se procuraba al necesitado ejército; al mismo tiempo que el palacio de don Carlos y su servidumbre aumentaban más y más en superfluos é irritantes gastos; ningunas relaciones de importancia cierta se adquirian en los gobiernos esteriores, y con imbécil altanería se rechazaban consejos é intervenciones de amigos. Cuantos estranjeros llegaban á las Provincias, se admiraban al ver la constancia increible de las tropas y el sufrimiento lastimoso de los pueblos, y todos presagiaban funestamente, al conocer el carácter y sentimientos de don Carlos, de quien ya se osaban decir sus capitales defectos; el mismo Elliot, al paso que fué entusiasta admirador de las tropas carlistas, ya dijo entonces era más fácil que el Támesis variase de curso, que el que don Carlos reinase. Los cortesanos del partido furibundo, al ver la conducta franca de don Sebastian, sus relaciones amistosas con los principales generales, y el desprecio con que en algun modo les miraba, murmuraron y osaron pintar al cuartel general hasta lleno de vicios, y á la reunion amistosa de los más distinguidos generales durante la estancia de ambos cuarteles en Tolosa, se le dió por los estremados del real, un carácter de criminal sospecha, que ocasionó sensibles disgustos. Las espediciones continuaban siendo un manantial de proyectos, y tambien la causa de imponentes desavenencias; respetables generales las reprobaron, y la esperiencia venia á justificar su opinion: proteger las fuerzas de Cataluña y Aragon, y romper las líneas que cerraban las Provincias, era el plan más acertado, y esto secundado por medidas políticas, necesarias; pero los visionarios de la corte clamaban con encubierta y maliciosa intencion: no se querian espediciones para eternizar así la guerra, para dar fin con las Provincias, y para evitar el triunfo completo y absoluto de don Carlos, que se decia no era querido por algunos, y en lo que se suponia trabajaban los siempre nombrados masones, atribuyendo los malos resultados de las efectuadas espediciones, en unas á los errores de sus jefes, y en otras á la falta de sangre y esterminio, que era su único camino de victoria; así Guergué habia estado en la desgracia, García (don Basilio) sumariado, y Gomez, con su jefe de E. M.. el jefe de brigada Fulgosio, y otros tachados de tolerantes, encerrados con el más desusado rigor en estrechas prisiones, acriminándoles hasta porque no habian fusilado prisioneros, y encargado de formarles causa el prototipo de la más refinada y astuta malicia, el mariscal de campo don José Mazarrasa, uno de los principales en el partido furibundo, y una de las personas que por esto gozaba el muy particular aprecio de don Carlos. Este general, antiguo militar, es natural de las montañas de Santander, y de unos sesenta años de edad; tiene talento, pero talento venenoso;

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era enemigo personal de Eguía, de Villarreal, de Elío y de todos los jefes jóvenes; su carácter es solapado y malicioso, y su dura alma se encubre en una cara adusta é inclinada siempre al suelo, y en unos ojos escondidos entre largas y pobladas cejas; insensible, y gozándose en el padecer de las personas y partidos de que era enemigo, sabia encubrir sus malos sentimientos con el velo de la justicia, con el rigor inevitable de las leyes, ó con el celo de la religion y la fidelidad á su rey, justificándose de sus largos procedimientos al abrigo de minuciosas fórmulas, y de impertinentes formalidades con este carácter; cubierto de hipocresía, usando hasta en su rúbrica de religiosos signos, y viendo en todas partes revolucionarios é impíos, era un contínuo tormento para los desgraciados acusados que gemian bajo su horrendo poder, y un digno fiscal de los tiempos más duros.

»Esta desordenada situacion tenia eco en los pueblos, que se lamentaban, aunque sin perder su constancia, de una guerra que creian pesaba solo sobre ellos, y de mantener á una porcion de los llamados castellanos no dependientes del ejército, y que creian fácilmente habian ido á satisfacer el hambre á su costa, y bajo el nombre de carlistas, con la miserable racion que se les daba algunas veces entre humillaciones: éstos, entre los que habia ciertamente personas distinguidas, pertenecientes á muy conocidas familias, ó procedentes de elevados empleos en el reinado de Fernando VII, lloraban su desgraciada situacion, y todo les parecia ménos duro que continuar en tan aflictivo estado: las juntas y diputaciones á su vez representaban la dificultad de continuar aprestando recursos, y pidiendo se desahogase el país; así de mil diversos modos todo se conmovia; la opinion pública se agitaba, y la exigencia de un gran golpe que decidiese la cuestion de la guerra se hacia general: la guerra era la gangrena que devoraba á los españoles de todos los partidos. En el cuartel de don Sebastian se manifestaban Villarreal, Elío y otros cada vez más enemistados contra Moreno; y éste, aunque aislado, les era superior por sus influencias con don Cárlos: así de todas partes se iban robusteciendo la desunion y partidos que en más adelantados tiempos habian de influir en los destinos de la causa carlista.»

MOVIMIENTOS Y PREPARATIVOS DE DON SEBASTIAN.

VI.

Conocidos del jefe carlista los planes de su contrario (1), se aprestó á hacerles frente para lo cual tuvo tiempo, y dió al efecto algunas órdenes oportunas á los comandantes generales. Aproximándose el dia de la pelea, dispone revistar las diferentes divisiones del ejército y las provincias, á fin de animarles á los combates, que era de suponer serian lar

(1) El general carlista Guibelalde recibió de un oficial liberal en la emigracion, copia del proyecto.

TOMO IV.

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