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do, que ellos solos bastarian para llenar más de un libro; pero en la precision de reducirnos, habremos de ocuparnos de los que dejamos pendientes, ó hemos insinuado, para tratar de los demás en el tomo siguiente.

Publicada la famosa alocucion de Arciniega, que será siempre el punto de partida de muchos desastres, algunos ó casi todos los jefes que fueron presos, preveian que se tramaba algo contra ellos, porque no eran un misterio las intrigas que se cruzaban. En su vista, escribió Zaratiegui á don Cárlos, el 10 de Noviembre, la siguiente carta que llevó él ayudante Vidal:

«Señor: Yo sé, y todo me indica, que hay una gran trama contra mí; pero tranquila mi conciencia, estoy dispuesto á todo lo que sobrevenga: solo suplico á V. M. no me abandone á merced de mis enemi gos, y que en todo caso se me dé lugar á justificarme.»

En tanto que tan digna súplica se entregaba á don Cárlos al tiempo de salir de misa, el general Vivanco, nombrado fiscal, arrestaba en Zúñiga á su autor: se le condujo escoltado al fuerte de Arciniega, donde estuvo mes y medio incomunicado y donde esperimentó, como los demás presos vicisitudes más propias de ser narradas en una biografía que en una historia.

Habia grande empeño en justificar la alocucion de Arciniega, pero era imposible en las víctimas que escogieron; en otros podia haberse hecho. Las defensas que de Zaratiegui y Elío, se hicieron, son incontestables: la del primero debida á don Clemente Madrazo Escalera, impresa está y puede consultarse: es notable, y lo es tambien é importantísima, la que del segundo hizo don Cárlos de Vargas, inédita (1).

Ya hemos hecho referencia á la insurreccion que la vista de la causa de Elío y Zaratiegui produjo, en la que hizo la víctima el jóven capitan don Felipe Urra, miserable instrumento de ambiciosos y de su propio fanatismo. Se le atropelló impiamente, y de aquel atropello y de la insurreccion que le produjo se dió cuenta en un Beletin el 24 de Mayo, acompañándolo la órden de Lezaun, firmada por Teijeiro el 22. Se desfiguran notablemente los hechos; se enaltece á don Carlos y se da al través de lo que se dice y se oculta, un testimonio evidente, de la ponzoña que ya corroia las entrañas del partido carlista.

Pero si á Urra se le hacia entrar en una conspiracion en que se suponia de acuerdo al mismo don Cárlos, y se le sacrificaba luego, al jóven brigadier don José Cabañas se le asesina bárbaramente, como puede

(1) Véase documento núm. 35.

TOMO IV.

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verse en la declaracion de uno de los instrumentos de tan odioso crímen (1).

(1) Declaracion sobre el asesinato del brigadier Cabañas.-Acto contínuo y å virtud de la notificacion anterior, compareció ante el señor auditor general, don Luis Arreche (alias Bertach), subteniente de infantería del 5.o batallon de Navarra, de quien se recibió juramento con arreglo á ordenanza, que prestó segun en la misma se requiere, y bajo de él y su palabra de honor prometió decir verdad en todo cuanto supiere y le fuere interrogado.

Preguntado: si ha demostrado en conversacion particular ó general ante alguna persona la manera y forma con que se perpetrase la muerte violenta que sufrió el brigadier don José Cabañas, dijo: que no recuerda haber dicho á persona alguna el suceso que ha manifestado al Excmo. señor general, jefe del estado mayor general del ejército, sobre este acontecimiento, á el cual le ha referido en los mismos términos que ocurrió, señalándole las personas que lo ejecutaron con todo cuanto le precedió. Que el 13 ó 14 de Mayo del año último, y como tres dias antes de la salida de esta ciudad para Lezaun del primer batallon de Navarra, fué llamado el que declara por su comandante don Juan Bautista Aguirre à su alojamiento, que era entonces en el pueblo de Cirauqui, por el asistente de este, llamado Juan Bautista Almandos, cuya órden obedeció presentándose inmediatamente en dicho alojamiento: introducido à la sala alta de la casa le dijo que era necesario cumplir la órden que acababa de recibir del general García, mandándole nombrase del batallon cinco personas que pasasen à asesinar al brigadier Cabañas, que se hallaba en un caserío llamado Saracois, porque éste, su hermano y padre eran traidores y habian perdido la espedicion del rey, y que era necesario se encargase él y el subteniente del mismo batallon don Saturnino Uzcariz con los soldados que eligiese de cumplimentar la referida órden: que se opuso à ella diciéndole que una cosa así le parecia no debia hacerla, pero que Aguirre le contestó: basta que lo mande el general y no hay remedio, porque es beneficio del rey quitar de en medio los traidores: que habiéndole manifestado que para hacer una cosa así era menester contar con personas de conflanza, le manifestó eligiese soldados que la mereciesen y que él nombraria al oficial, como tambien un hombre que avisase la hora en que estaba en su casa el referido Cabañas: que á muy poco rato le avisó y salieron de Cirauqui el declarante, el subteniente don Saturnino Uzcariz y los soldados Domingo Salaverri, de la compañía de granaderos de su batallon, Esteban Santacilia, soldado del mismo, y Antonio Nuin, de la compañía de tiradores, y todos juntos se dirigieron al caserío, llegando á él ya oscurecido y como á las ocho y media de la noche: que se dirigieron à la casa en que estaba alojado Cabañas, y habiendo entrado en ella pidieron a los patrones un vaso de vino, y estos le dijeron no podian dárselo porque no le tenian, y que estando en estas palabras entró Cabañas, que venia de casa del cura, y al que conocieron por las insignias que de su empleo llevaba en las mangas de la levita: que le pidieron sus cartas y correspondencias y acto contínuo lo ataron con una cuerda por los brazos á presencia de los patrones, que estabau llorando, y que en seguida entraron en su habitacion y cogieron las cartas y papeles que tenia, y en cumplímiento de lo que les habia mandado el comandante Aguirre, à quien se las entregaron despues: que verificado esto le dispararon un tiro despues de haberle dado varios bayonetazos, hahiéndole tirado por una ventana que habia en el mismo cuarto, de la que cayó á una acequia que habia inmediata á la casa, pero ya muerto; que todos le hirieron mortalmente, y Salaverri le acabó de matar con el tiro que le dió: que en seguida recogieron las ropas de Cabañas y echaron á andar otra vez para Círauqui, dejando aquellas en la esquina del camino con un papel encima que les entregó el mismo comandante Aguirre, con órden para que lo pusiesen sobre sus ropas, y una piedra encima para que no se la llevase el aire, cuyo papel decia: He muerto por traidor, de mano de los voluntarios: que habiendo llegado à Cirauqui todos juntos se presentaron á su comandante Aguirre; el oficial y el que declara le entregaron los papeles y dieron parte de haber cumplido la órden, como de haberse quedado el soldado Nuin, que hoy está en Francia con el reloj de Cabañas: que Aguirre les encargó guardasen el mayor sigilo, que no dijesen á nadie cosa alguna, y que hasta el dia nadie le habia preguntado al declarante cosa alguna sobre el particular. Que hallándose en Vera el mes pasado, el comandante

No vamos á tratar aun del tristísimo cuadro que presentaba el campo y más especialmente la córte carlista. No tenia esta razon en verdad, para poner en ridículo en su Boletin, las miserables pasiones que agitaban á los liberales, á su gobierno y á las córtes, porque en los sistemas representativos, esa lucha de las opiniones, aunque sea apasionada, es útil, es necesaria, porque es como el fuego, que funde los metales y los purifica. Es inherente ese contínuo bregar de opiniones, á los principios de un gobierno liberal que concede á todos el derecho de combatir y exponer doctrinas, de censurar actos públicos y de enaltecer á las personas que se creen dignas, al paso que se procura derribar el pedestal que sostiene falsos ídolos.

No era esto lo que debia asombrar á los carlistas, sino el espectáculo que ellos mismos daban á su gente, á la España y á la Europa entera; pues si entonces no se sabia fuera del recinto de sus líneas, las consecuencias habian de ser lo que fueron.

Interpuesto un foso de sangre entre los partidos, habia de aumentarse, y si uno ú otro no sucumbian, perecerian los dos, que tal enseñanza da la historia.

MISION DEL CONDE DE CUSTINE.-VIAJE DE LA PRINCESA DE LA BEIRA Y DE DON CARLOS LUIS.

XXXV.

El conde Roberto de Custine, uno de esos realistas de corazon, tipo de los caballeros antiguos, que no tenian otro lema social y político que

Aguirre hizo saber á todos los oficiales, y en Leiza á todo el batallon formado, la órden que habia recibido del rey declarando traidor al general Maroto, y otra de Arias Teijeiro mandando que à todos los que fuesen por aquel punto con pases firmados por Maroto, los matasen, como se ejecutó á su virtud en la persona del coronel Cortines y otros tres que fueron muertos por esta razon, encima də Zubieta por las compañías de tiradores y la cuarta; que estando en Vera salió el batallon para Echaralai, en ocasion en que venian para Vera Arias Teijeiro y los demás desterrados á Francia, y saliendo ya del pueblo, se encontraron con Arias Teijeiro, el cual le llamó á la casa en que lo alojaron, que estaba á la entrada de Vera, y lo entró en su cuarto, diciéndole se fuese con él á Francia, que él tenia dinero para mantenerlo allí, porque de lo contrario lo fusilaria Maroto á él y á sus compañeros, como lo habia ejecutado con los generales más finos; pero contestándole el declarante no queria ir á Francia, y que el que habia fusilado á los generales sabria por qué lo habia hecho, le dijo que hiciera lo que quisiera, pero que tuviese entendido que Maroto pertenecia al justo medio y que le encargase al batallon no le obedeciese: que en este concepto se han verificado todas las cosas que han sucedido, y por haber creido de buena fé que el rey lo mandaba así: que es cuanto sabe y puede manifestar en obsequio de la verdad y bajo su palabra de honor y juramento prestado, sin tener que añadir cosa alguna; y en cuanto leida que le ha sido esta su declaracion, en ella se afirma y ratifica, y espresó ser de edad de veinte y tres años, y la firmó con el señor auditor general, de que doy fé.-Arizaga.-Pedro Luis Arreche. -Ante mí.-Casto Herrero.

Dios y el rey, fué el comisionado para ir á Saltzburgo, donde presentado á la princesa de la Beira por su dama la señorita doña Pilar de Arce, manifestó quedar admirado del aire digno y magestuoso de aquella señora, que le pareció de treinta y cuatro años de edad, de estatura más que mediana, de porte airoso, de gracia y esbeltez esclusivamente españolas, hermoso cutis, blanquísimos dientes, pequeña boca, ojos negros y grandes, cabello de ébano, linda mano y pié andaluz. Hija de Juan IV, era hermana de don Miguel y sobrina del difunto don Cárlos.

Rodeada de corta servidumbre, se dedicaba en el retiro en que vivia á dirigir con esquísito cuidado é ilustrado interés, la educacion de sus sobrinos, invirtiendo la mayor parte del dia en presenciar las lecciones que les daba; paseaba en coche ó á caballo por la tarde, y por la noche conversaba con las personas que recibia en su casa.

Citado Custine por la prudente señorita de Arce, volvió á ver á la de la Beira, y le dijo:

-Una persona en la que yo he puesto toda mi confianza, me ha asegurado que podia fiarme de vos y contar con vuestra serenidad y resolucion. La mujer, pues, de que os he hablado y que desea llegar á España lo más pronto posible, soy yo, que quiero reunirme con el rey y conducirle al príncipe de Asturias. En un principio, esperaba que hubierais vuelto á Francia para daros parte de mi intencion, pero he reconocido que es mucho más prudente, si tomais este cuidado á vuestro cargo, el concertarlo todo aquí antes de vuestra marcha. Reconozco la reflexion que pide un negocio de esta importancia; por consiguiente, venid á verme mañana á las nueve y me direis lo que habreis decidido.

Poco dudosa era la resolucion para un noble tan caballero; volvió al dia siguiente, y besando de rodillas la mano de la princesa, la dió gracias por el honor que le dispensaba, y la juró que con el favor del cielo, la conduciria, y á su sobrino, en medio de los valientes soldados de don Cárlos.

-«Sí, respondió la señora, llegaremos: vos me inspirais entera confianza, y estoy segura de que la Vírgen ha oido mis oraciones en el hecho de enviaros aquí.»>

Añadióle despues, que era reina de España, que se habia casado con don Carlos por poderes hacia muchos meses, que debia estar cerca de él y participar de sus riesgo, y que teniendo veinte años el príncipe de Asturias, debia ir á combatir juntamente con los fieles soldados de su padre para conquistar la real herencia.

Al quererla manifestar el conde los medios de hacer el viaje, le atajó diciéndole que tenia confianza en lo que él dispusiera, que se sometería á todo género de fatigas, iria á pié, á caballo, haria uso de la pistola

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