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veces, y no debo tener reparo en ir á comer con él. Conozco mucho á Perico, que no es el de los palotes, ni tan chico como Perico urdemalas, ni tan grande como el Czar Pedro; aborrece las cosas del tiempo del Rey Perico, las crueldades del Rey Don Pedro, y las ceremonias de Don Pedro el ceremonioso; pero no es tiempo en que nos metamos en razones de historia: que hoy son lo mismo, que tú la tienes Pedro, y pues está nuestro mozo Pedro en casa, vamos á ella.

16 Llegamos, y el portero me habló en cerrado Frances. Dixe á Juan, que habiamos equivocado la casa, pues allí viviria algun Embaxador, ó Ministro extrangero. Me respondió que no, que uno de los buenos muebles que habia traido Perico de mas allá de los Pirineos, era el portero furiosamente Frances.

17 Subimos la escalera, entramos en el quarto de Perico, que aunque eran mas de las doce del dia estaba en ropa de chambre. Me dió un abrazo y dos besos, cada uno en su carrillo, me hizo varias ofertas y pregun ́tas, llamó á un domestico, y le dixo me llevase con mi compañero al departamento de su muger, iba á decir de su fama, porque la tienen entre muchos de mun¬ do las mugeres que galican los nombres Castellanos. Me guió el criado, y al llegar á una pieza, sala, ó quarto me dixo: Esta es la cámara de mi señora. Yo que oí cámara, y ví que todo aquello apestaba como los gatos de Algalia, y peor que antes las calles de Madrid, le pregunté: ¿está la señora en el retrete? señor, no, me respondió lo está en la toaleta.Ya: dixe yo, estará adornán¬ dose, peinándose y tocándose al espejo de su tocador. Señor, sí, me respondió.

18 Entramos sin llamar ni decir Ave Maria, ni Deo gracias porque ya no cae en gracia de la moda esta salutación.Hice mį arenga a la señora, que me dixo me bes

sil

saba las manos, y que me sentase. Lo estaban ya, y medio recostados dos petimetres tan bien peinados, que sería obra de muchas horas. Las bolsas del pelo eran semejantes á como dicen, que son las almas de los Vizcaynos. Traian vueltas de encajes harto mas finas, que los que con este nombre venden los catalanes: cubrian con sortijones la longitud de los dedos de sus manos, y hasta en los de los pies llevaban unos evillones perdurables, al modo de los que ponen en las sopandas de los coches, las que comenzaban á caminar desde más abaxo del empeine, con tanta carga de piedras, que les haria su peso sentar bien el pie, y dexarian muy apurada la cantera de que se sacaton. Lo mismo sucederia á la de ralco en todos los cintillos de los sombreros, y pomos de las espadas. El uno vestia una casaca ó sobretodo, sortú ó cabriolé de color obscuro, forro amarillo, y guarnicion de plata. A esta cubierta, funda ó vestido, llamaban pequés; y el otro, otra encarnada y oro, que nombraron circasiana, con pasamanos de cadenillas y borlitas, por quid pro quod de ojales y botones. Me baxaron la cabeza (sin ademan de levantarse), les respondi con la misma accion y me senté. Ellos continuaron callados, jugando el uno con una borlita de la circasiana, y el otro con dar vueltas á una caxa de tabaco rapé, que tenia el retrato de una madama, con uno de los peinados de moda. Poco despues hablaron algunas palabras de aquellas que no dicen nada en sustarcia, en un Español chapurrado; porque había estado el uno casi més y medio, y el otro cerca de dos meses en París, y sus cafees, visto tragedias en sus featros, y oido sus conciertos no espirituales, paseándose en sus Tullerías; de manera, que pa- . rà ser Franceses (si hubieran nacido y criadose allá) no Jes faltaba mas, que aprender la lengua, y mudar de

ape

apellido, pues , pues las maneras, y todo lo demas, lo habían mudado y trocado hasta el Don por el turuleque del Monsieur. El peluquero era Frances (de picardía), y las dos criadas, que servian los alfileres, Españolas.

19 La señora, que no encontraba de que hablarme, y se hubo de acordar de que era forastero, me preguntó, despues de tanto tiempo de visita y de silencio, si estaba bueno y sin duda me tuvo por huerfano, pues no me preguntó por nadie de mi familia. Dixela que me dolia la cabeza (y era desde que entre en su casa). Al instante ó al momento el adoptivo Monsieur de las bor `litas, sacó dos pañuelos blancos, y dixo: huela vm. éste, que está con agua de la banda; ó este, que tiene la ό de champarell. El de la caxa sacó otro de vinagrillo, y parló: tome vm, un poco de esta tabaquera, y se le refrescará la testa, Yo les di las gracias, y les dixe: que esperaba que mi mal se lo llevaria el ayre luego que me diera en la cabeza, y que no estaba acostumbrado á olores, aunque tenia grandes narices. A este tiempo entró un criado con un papel de otra señora, en que la decia, que no podia ir á cierta visita; porque estaba con la dormilona. Yo dixe aparte á mi Juan; pues que la dexe dormir, y que se vaya. Hombre, me dixo al oido, la dormilona es la gran cofia, que se ponen las señoras (en que se les divisa la cara entre dos conchas, á manera de almejas á medio abrir), quando el peluquero falta á peinarlas; y esa señora falta, muchos dias á Misa, por Las faltas que le hace el peluquero extrangero pocobstante que le da (ó le ofrece) diez reales diarios, porque no le haga falta, y le servirian por mucho menos sin tantas faltas, peluqueros Españoles (sería mejor y mas decente que fuesen sus criadas). Pero el que sean Españoles es la falta mayor que pueden tener para dicha

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se

señora, no pudiendo decir entonces en las visitas, que la habia peinado un Monsieur Leblané, ó un Monsieur

Lebrum.

20 Entróse, y como por su casa, con mantilla de1 muselina (gusta mucho lo privado), y basquiña de terciopelo rizo de moda; una muger á quien trató con grande agasajo, y la llamó Madama la señora. Pregunté á Juan, ¿quién es ésta ? Y me respondió: una Modista. que ayer tomó una letra de mil Liuses para su tierra.. Sacó Madama de una gran caxa, que traia un mozo de carga un empinadísimo sombrero (que subia al modo'de. los cucuruchos de los nazarenos, ó del árbol mayor de un navio empavesado con muchos gallardetes), guarnecido con cintas, cada una de dos colores, borlas y gasas á modo de los turbantes; y otro promontorio que pa-. recia coroza con sus llamas, sin faltarle lo emplumada, . con hilos de perlas gordas, que despues de mil vueltas y rodeos remataban en una cosa del mismo color de per la esmaltados cuya figura semejaba á la de las campanillas de las mulas de colleras. Dieron á este promontorio el nombre de escofieta. En el ánverso del centro habia un gran circo, y ácia el punto centrico una naumaquia en donde se registraba una nave del tamaño de los modelos que tienen los que aprenden la Naútica: en él reverso muchas varas de cinta de agua y vino (erá de dos colores) y del ancho de las del órden del baño. of 21 Yo me embovaba viendo estas á mi parecer, bovadass pero como no entendia de ellas ni las podia remediar, veia, oia y callaba.

22 Dixo la señora : Estas cintas del sombrero no me gustan; respondió el infuso Monsieur de las borli tas: Madama, perdoneme vm. ¿Pues en qué la ha ofendido? decia yo entre mí: pero vi que prosiguió: y permitame tenga el honor de decirla, que estás cintas son

de

de la gran moda, y mas en Madrid, que tienen el nombre de la union. Los airones ó plumas, dixo la señora, de esta escofiera me parecen pequeños. No, Madama; respondió el Monsieurado señor de las caxas, y el pequés: acabo de recibir una letra por la mala de Francia ( mala obra nos suelen hacer las letras que de allá nos giran, dixe á mi capote ), en que me parlan, que la mensura de los ayrones y plumas á la dernier, debe ser de un pie, (se entiende de los Franceses, que están en tan gran pie, que todo se mide por el suyo; no de los Romanos antiguos, ni de los Españoles) tres pulgadas y cinco lineas. Y efectivamente los tiene esta pluma de color de lila, que hace juego con la roxa, y de color de canario. Y mejor Triunvirato que el Romano, dixe al oido de Juan; pues estamos en el siglo ilustrado. Aproposito, añadió el Monsiurisimo señor; tambien me dice esta carta (con la priesa se le olvidó decir parla, ó se acordó que habia nacido cerca del lugar de este nombre) que se ha inventado en Marli un nuevo genero de caprichos de bravo gusto, para las cabezas de las señoras mugeres. Bastantes caprichos, dixe á Juan, tienen por sí ellas; y lo peor es, que por conseguir los de moda, suelen amansar á los maridos. El deseo de parecer bien, me dixo Juan, que es el mayor enemigo del alma de las mugeres, tiene la culpa; y no habria tantaş, sino parecieran bien á los hombres las modas del luxo, á que dan elogios en lugar de vituperios. Esta es la razon de que hay tan pocas mugeres varoniles, desde que hay tantos hombres afeminados.

23 Entró un criado á saber á que hora queria la señora que estuviese puesto el coche, y ella le preguntó, han traido ya el Frances? No señora, respondió, porque el Maestro no le ha acabado. Fuerte desgracia es, dixo la señora, dando una palmada, que no ha de haber en

Ma

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