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que duraba entre unos y otros cerca habia ya de ochocientos años. La empresa en que se entraba de la conquista del réino de Gra nada, presentaba dificultades considerables. Habian pasado, es cierto, los tiempos de Tarec y Almanzor, los tiempos en que Valdejunquera y Alarcos recibian su triste celebridad de nuestras desgrácias: pero un território favorecido liberalmente por la naturaleza y de una poblacion que por lo extraordinária suponia un estado floreciente de agricultura y de indústria, cimiento y medida del verdadero poder de las naciones, abundaba en recursos y médios de ofensa y de defensa: y no siendo ni aun la décima parte de la península, solia poner en pié formidables ejércitos, superiores alguna vez en número y no siempre inferiores en valor á los cristianos. El pais fragoso, cortado de montañas y erizado de castillos y fortalezas, era poco favorable á los agresores. El entusiasmo religioso de los habitantes y la inveterada ojeriza entre ambas naciones, no dejando médio entre la victoria, la esclavitud ó la muerte era otra arma y no la menor en manos del mas debil. Tal vez y en los mismos princípios de la guerra, la fortuna miró con semblante risueño á los moros: las lomas de la Ajarquia de Málaga presenciaron la pérdida de la flor de Andalucia, pasada á cuchillo ó reducida á utivério: levantóse en desorden y con poca honra el cerco de Loja, mandado en persona por el Rei Don Fernando. Quizás en otro reinado hubieran aflojado con esto los aprestos militares y los cristianos se contentaran, como en lo pasado, con unas tréguas poco estables que dejaban pendiente el empeño, ó cuando mas con unas párias que habian de negarse á la primera coyuntura favorable. Pero Isabel, enemiga de partidos pusilánimes, decreta la conservacion de Alhama contra la tímida prudéncia de los consejeros del Rei su esposo, recorre la frontera, infunde en los pechos el fuego sagrado del amor de la glória, y resuelve arrancar del suelo de España el império de la média-luna.

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Entonces fue cuando Europa miró atónita á una muger ocuparse en la formacion de planes de campaña, votar entre los viejos y experimentados capitanes, y presidir á los preparativos marciales con una inteligéncia á que no habian llegado los guerreros de

las edades anteriores. No dirigirá el valor ciego las operaciones bélicas, como habia sido comun hasta aquel tiempo: la fuerza será lo debe ser, que la el instrumento del discurso; y guerra de Granada vá á abrir la escuela donde se estúdie y adelante el arte militar, y se formen los grandes soldados que durante el siglo siguiente han de hacer respetar en todas partes las banderas españolas.

Nada se omitió de cuanto podia asegurar el suceso. Suiza nos envió su invicta infanteria, Alemánia sus diestros artilleros, Inglaterra, Portugal y Fráncia sus preciados campeones. Un cuerpo numeroso de pontoneros facilitaba los pasos necesários sobre barrancos y rios, mientras que millares de gastadores desmontaban las colinas, elevaban los valles y abrian caminos por sierras impracticables. Por ellos arrastraban dos mil carros las lombardas que debian derrocar las robustas torres de los alcázares moriscos. La Réina disponia la fábrica de municiones los acópios de pólvora, los cortes de maderas ; cuidaba de las provisiones y recluta del ejército, de la seguridad de la frontera, de la facilidad de las comunicaciones; establecia postas para ellas; y atenta á todo lo que podia contribuir al éxito feliz de la empresa, mandaba armar naves en las marinas de Vizcaya para interceptar los socorros de África, infestar la costa enemiga, y apoyar las operaciones de las tropas destinadas á la conquista.

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No podian las fuerzas granadinas resistir preparativos tan formidables. Recobróse Zahara, manzana de la discórdia y ocasion de la guerra: siguió la toma de Alora, Cártama, Ronda, Íllora, Velez-Málaga: Loja, la sobérbia Loja, que antes vió y celebró la méngua de los cristianos, tuvo que humillar la cerviz y recibir el yugo. Marbella, Fuengirola y otros pueblos mejor aconsejados quisieron mas bien experimentar la cleméncia del vencedor que el rigor de sus armas.

Los sucesos de aquella guerra mostraron que Isabel reunía á la grandeza de alma que acomete las altas empresas, á la prudéncia que las facilita y á la constáncia que las acaba, la bondad y dulce beneficéncia que corona estas otras virtudes, y es el distintivo cierto de los corazones verdaderamente grandes y generosos. Durante la guerra de Granada, Isabel ideó y estableció los

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hospitales de campaña : establecimiento no conocido hasta aquella época y despues imitado por todas las naciones cultas, que templando los males de la guerra y los inconvenientes inexcusables de la victória, ofreció entonces poderosos motivos de gratitud á los soldados castellanos, como ahora exige y exigirá siempre el reconocimiento y elógio de todos los pueblos para quienes la humanidad no sea un nombre vano y sin significacion. Subió de punto el afecto de los soldados de Isabel, cuando la vieron tomar personalmente parte en sus fatigas, asociarse á sus peligros y seguir con ellos las operaciones militares: cuando la vieron campar bajo las murallas de Moclin, asistir á la rendicion de Montefrio, estar á punto de perder la vida delante de Málaga á manos de un nuevo Escévola: y solo pudieran corresponder dignamente á estas demostraciones con su amor y con sus hazañas.

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Despues de un largo cerco, comparable con los famosos de la história, en que se habian atropellado unos á otros los rasgos de valor y heroismo de sitiados y sitiadores la toma de Málaga vino tambien á aumentar las conquistas de Isabel, y á premiar su magnanimidad y constáncia. Las armas cristianas no hallaban obstáculo capaz de detener sus progresos, y la victória parecia haberse fijado irrevocablemente bajo sus estandartes: pero estuvo para abandonarlos en el sitio de Baza. Eran pasados ya seis meses de fatigas y de combates: el acero del enemigo y el acero todavia mas afilado y temible de las enfermedades, habia segado veinte mil campeones castellanos: la estacion, las avenidas, las lluvias, todas las combinaciones del acaso se mostraban obstinadas en favorecer á los moros. La Réina, despues de haber abierto siete leguas de camino para la conduccion de provisiones y pertrechos, despues de haber empleado sumas inmensas y apurado todos los recursos, habia empeñado sus alhajas para acudir á los gastos del sítio; y la pertinácia, seamos justos, el valor de los defensores de Baza no daba indícios de cansáncio ni flaqueza. Vacilaba ya el rei Fernando, y empezaba á dar oidos á las propuestas y consejos de levantar el cerco y aguardar mejor coyuntura. Pero no será, no: Isabel, la que vota siempre por los partidos animosos, la que se opuso á la evacuacion de Alhama, la

que no consintió que se entrase en cuarteles de hibierno despues de la toma de Alora, y obligó á su marido á coronarse á pesar suyo de nuevos laureles en la campaña de 84; esa misma Isabel estorbará que se malogren tantas penalidades y tanta sangre, vendrá en persona al ejército, y hará renacer en todos los pechos el aliento y la confianza.

¡Dia memorable aquel en que á vista de los muros de Baza, puestas las tropas sobre las armas, tendidos al viento los pendones tantas veces victoriosos, la Réina á caballo, servida del Rei su marido y acompañada de su hija Doña Isabel, dió gallarda muestra de sí á los ojos y mas todavia á los corazones castellanos; y atravesando entre alegres vivas las filas y escuadrones al sonido marcial y alborozado de las trompetas y atabales, iba recogiendo en las demostraciones, ademanes y lágrimas de ternura de sus vasallos mezcladas con las suyas própias, el delicioso néctar que solo es dado probar á la virtud y al mérito sublime! Allí viste, ó Princesa augusta, allí viste reunidos en corto espácio los instrumentos de tu glória: allí estaban los varones esforzados que honraron el nombre español y lo cubrieron de láuros inmortales: allí estaban los vencedores de Toro, de la Albuhera y de Málaga; allí estaban, el rayo de la guerra Marqués de Cádiz, terror de Granada y caudillo principal de su conquista; el que defendió á Alhama con murallas de pintados lienzos; el que venció la de Lucena, haciendo prisionero al Rei moro; el otro que finalizó gloriosamente en Sierrabermeja una vida que fué un tejido de proezas ilustres; el Alcaide de las Hazañas, á quien dió este apellido lo singular y casi increible de las suyas en una nacion y en un tiempo de héroes; el Señor Alarcon que en sus tiernos años aprendia á ser lo que mostró despues en Itália; el que añadió la corona de Navarra á la de Castilla; el vencedor de las jornadas de Cerinola y del Garellano, el que arrebató á todos los Generales antiguos y modernos el título de Gran Capitan. Todos te saludaron aquel dia: todos se dieron la enhorabuena de vivir bajo tu império, y todos juraron ilustrar la memória de tu reinado con sus acciones y virtudes.

Los guerreros de Baza, testigos del triunfo de Isabel, llegan á · conocer el desaliento. Entrégase la ciudad y su caida arrastra la

de las fortalezas y castillos de las comarcas. Almuñécar, Purchena, Salobreña, las Alpujarras imitan su ejemplo. Guadix y Almeria, no pudiendo resistir al impulso general, abren sus puertas; y la Réina, atravesando en lo mas crudo del hibierno las altas y nevadas sierras del réino de Granada, recibe el homenage de ambas ciudades, y toma posesion de los nuevos domínios con que su esfuerzo engrandece los de sus antepasados.

Granada, privada de todos sus apoyos y reducida á sus propias fuerzas, es ya como valiente fiera que acosada de los cazadores, rodeada de generosos lebreles, puede, sí, retardar, pero de ningun modo evitar su perdicion y vencimiento. Isabel y Fernando se acercan. Si los ginetes agarenos se atreven á arrostrar el peligro y á medir la lanza, es para ceder al valor y ardimiento castellano si la casualidad incéndia la tienda de la Réina y devora los albergues de sus soldados, este fuego se mira como las luminarias del próximo triunfo: si los cercados se lisonjean de que el rigor de la estacion obligará á desistir del glorioso intento, los Reyes edifican á su vista una ciudad nueva. Granada al fin se rinde, las torres de la Alhambra enarbolan el pendon de Castilla , y cesa para siempre en España la dominacion de los mahometanos. Cumplieronse los votos de ocho siglos está vengada la jornada de Guadalete , y aplacados los manes de la gente goda. Los Pelayos, los Ramiros, los Fernandos, y los Alfonsos oyeron desde la tumba los ecos de la victoria, y sus sombras macilentas y austeras se sonriyeron.

Un hombre obscuro y poco conocido seguía á la sazon la Corte. Confundido en la turba de los importunos pretendientes, apacentando su imaginacion en los rincones de las antecámaras con el pomposo proyecto de descubrir un nuevo mundo, triste y despechado en médio de la alegria y alborozo universal, miraba con indiferéncia y casi con desprécio la conclusion de una conquista, que henchia de júbilo todos los pechos, y parecia haber agotado los últimos términos del deseo. Este hombre era Cristobal Colon. Habia años que las riquezas que sacaban los venecianos de las mercancias del Oriente, traidas por mil rodeos á Alejandria, y repartidas por ellos en toda Europa, habian des

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