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del Rey, ni jamás se habia notado mayor grandeza y aparato de músicas y luminarias, como en la noche del recibimiento de la embajada, pues por una misma puerta entraban á un tiempo, pero por su órden correspondiente, los principales nobles del Reino, y comisionados de la ciudad, que iban á dar gracias al Rey por la confirmacion de sus constituciones; los legados del papa Clemente, que iban á dar gracias tambien por el favor que les habia hecho el rey don Juan, cumpliendo las disposiciones de su antesesor; el Gefe de los bacinetes de Cerdeña, que volvia triunfante; el embajador de Venceslao rey de Romanos, que venia en nombre de su Rey á aprender estilos de corte; los comisionados de Venecia, que el caballero Baruc habia llamado para tratar el casamiento de su señor Juan de Lusiñan con la hermana del rey de Aragon, y por último, la señora Carrocia, tan conocida en la corte por su influjo, por su belleza y por sus intrigas. (2) (3) (4).

Del mismo modo que entraban con fausto y suntuosidad todos estos personajes por una puerta, salia por otra, con sencillez é indiferencia de su Corte, el rey don Juan, montado en ligero caballo, armado de saetas y viras, y cubierto de halcones por todas partes.

—¡Оe, oe, oe!... ¡ Ea, ea! — gritó el Rey al tomar la cadena de la traílla para salir de palacio. Vamos á escuadriñar cielos y tierra.... Caigan las mariposas y las águilas.... Paguen todos su feudo á nuestras flechas.... No haya perdon.... Humillense en sus cantos.... ¡ Sus !...

-O sino, respondió el bufon de la Corte, que estaba montado sobre la barandilla de la escalera,

que formen embajada, y vengan á aprender los cantos gayos.

El Rey saludó al juglar con una carcajada y con un leve latigazo en las orejas, dió un fuerte sonido con su cuerno de caza y, al frente de toda su comitiva, cruzó por delante del palacio, á cuyas ventanas se agolparon todos los personajes, para ver á don Juan, sin cuidar del respeto á la Reina, que entonces recibia la Corte.

El sonido del cuerno llegó al salon rejio, á sazon que la Reina cuestionaba aun con el marqués de Villena, acusándole de que, sin duda por el nombre de su gaya ciencia estaba aquel dia tan lucida la Corte, lo que daria pié á que ciertos vasallos la criticaran mas.

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- Buena es la poesía,· decia la Reina ; ella matará al Rey....

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-¡Esto le mata! — replicó, señalando la comitiva de caza, un discípulo del Marqués, que estaba junto á la ventana.

Sin malicia habia soltado estas palabras el discreto discípulo; pero la Reina se habia afectado de tal modo al oirlas, que no pudo menos de suplicar al poeta para que fuese á detener al Rey. ¡Cualquiera hubiera dicho que la Reina acababa de leer un triste presagio en la voz del que la avisaba!

Penetró la novedad el poeta, y obedeció en seguida, mas queriendo desvanecer antes la tristeza de su Reina, inventó un capricho con el que pensó, sin duda, mudar el pálido color que de repente habia cubierto las mejillas de la tímida esposa. ¡Allá voy!

dijo el poeta marchando, y desde la puerta - Hoy mi canto será caza, pero al volver, señora, á este palacio, si vuelvo vencedor en caza ó canto, ¿qué os daré?.. responded.

-¡Lo que os parezca ! - respondió la Reina sonriendo. En canto dadme amor; en caza...... solo la mejor pluma de la mejor ave!...

se

El discípulo se fue, atravesando las calles por donde habia pasado la cuadrilla; pero esta, al salir al campo, habia dividido en dos, y así fue que nadie pudo dar razon de la cierta vereda que habia emprendido el Rey, corrió el enviado de la Reina hasta topar con un bosque, donde los sonidos de las trompas indicaban que se buscaba mas á un cazador perdido que á una ave confiada. Estas cruzaban tranquilas y se mostraban mas vistosas, jugueteando

por las copas de los árboles mas verdes, y variando sus alegres cantos, hasta que unos cuervos vinieron á ahogarlos con sus graznidos y sus garras.

¡Cielos! ¡He aquí la caza y la poesía! - exclamó entonces el buscador, al observar los festivos ruiseñores acallados por las garras de los cuervos.

Seguia abismado en su admiracion el poeta, cuando hirió sus oidos un ruido aterrador, cual si fuera el de un caballo que corriera atropellando por los riscos, y, al volver la vista para buscar la causa, ve cruzar por frente de sus ojos el Rey montado en su caballo, que en vano podia detener, y seguido de una furiosa y carnicera loba que señalaba la tumba con su boca, al caballo y al caballero que lo sujetaba. ¡Ay! gritó el poeta, sacudiendo la cabeza horrorizado; y al echar mano á su espada para librar al cazador, ve caer rebentado bajo las garras de la loba el indómito bruto y el desalentado caballero (5).

Volvió el discípulo de Villena al palacio de Barcelona y quedó extático ante la real princesa, que vió destruido su anhelo, y cumplido su temor y presagio en las lágrimas que el jóven derramaba.

-

¡De amor cantar ahora es imposible!... - dijo vacilante el poeta.

¿Pues, del ave mejor, dó está la pluma?—gritó la Reina exasperada.

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Esta es, señora.... la corona regia, y tomando la corona del Rey, que estaba sobre un cojinete junto al trono, la presentó llorando á la desconsolada viuda, que desde entonces miró con horror la caza, porque en ella habia perdido á su esposo el rey don Juan.

De allí en adelante, fueron el mejor alivio para la Reina en su soledad, las bellezas de la gaya ciencia, que cultivaba el noble marqués de Villena y sus discípulos.

LEYENDA XXII.

Leyes y costumbres -Año 1396.

(Época del reinado de Martin I el Humano, de Aragon.)

Por ley y costumbre, despues de la muerte del rey don Juan, doña María, esposa del sucesor duque de Montblanch, habia mandado reunir en su palacio á todos los prelados, barones, caballeros y procuradores de las universidades de Cataluña, y con ellos á Pedro de Beviune, secretario y privado del difunto Rey, para leer el testamento de este y ver á quien nombraba sucesor de sus reinos. En tanto, habian marchado ya embajadores á Sicilia para recordar al duque (que era don Martin, hermano del rey don Juan) la ley que en su reino escluia á las hembras de la sucesion, y manifestarle al mismo tiempo la necesidad que habia de que volviera á su país cuanto antes (1).

Reunidos todos los magnates, doña María requirió al notario para que abriese el testamento, y este iba á verificarlo ya, cuando observó que la viuda del Rey faltaba á tal concurso. Esta informalidad pasaba desapercibida á los ojos de los concurrentes; pero el notario, que conocia los secretos del Estado, y la necesidad que habia de no acrecentar abusos, en vez de romper la cubierta de la última disposicion regia, la cubrió antes bien con otra banda y la seiló con doble sello, manifestando en seguida la causa de su determinacion. Instáronle algunos para que desistiera de su empeño, ya que importaba al Estado saberse pronto la disposicion del Rey; pero el notario no quiso acceder, refutando esta necesidad, que no consideraba tan peren

toria, cuando se sabia por ley cual habia de ser el sucesor, y, sobre todo, porque faltando allí la Reina viuda, tal informalidad no era de ley.

Aplazóse la ceremonia para otro dia, y hasta que la Reina doña Violante saliese de una enfermedad que le sobrevino, pero acrecentándose el mal, la necesidad vencia á la ley, y era preciso resolverse á consumar el acto; mas, tampoco pudo verificarse este por la creida presuncion que manifestaron algunos ante la junta, de que doña Violante estaba en cinta, y, por consiguiente, se debia esperar hasta saberse si seria varon ó hembra el que debiese suceder en el trono. Los convocados tuvieron que esperar de nuevo, el preñado se desvaneció, y entretando don Martin surcaba ya el mar hácia Barcelona, para cumplir así con lo que le imponia la costumbre (2).

Volvió á reunirse la junta despues de vencidos los temores, y hubiera pasado adelante sin tardanza, á no haberse determinado por Consejo la ventaja que habia de esperar á don Martin, para que el acto tuviera así mas fuerza, pues en aquel mismo dia habian llegado los enviadados de la prudente ciudad de Zaragoza, junto con unos caballeros de Balbastro, y además una comision que solo queria darse á conocer ante el Consejo de Barcelona. Los primeros venian á participar como el Arzobispo de la ciudad que representaban, tenia en su poder unas cartas del conde de Foix, pretendiendo ser el sucesor del reino, las que no queria abrir el prelado por deliberacion de su Consejo, hasta que llegara don Martin y se leyera el testamento de su hermano. Los segundos venian á participar el resultado de una defensa que habian hecho, junto con unos ballesteros catalanes, contra una faccion del conde de Foix que, aclamando á este por Rey, habia invadido la ciudad. Los terceros eran los comisionados del mismo Conde pretendiente, que suplicaban al Consejo tuviese por justa su demanda, atendido á que Foix era el verdadero sucesor, por estar casado con la hija mayor del rey don Juan (3).

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