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LEYENDA XXIV.

La agonía de Alfonso el Sabio.

Año 1458.

(Época del reinado de Alfonso V el Sabio de Aragon.)

(Sombras negras.)

EL REY ALFONSO.

¡La agudeza de injenio y de la espada no ha sabido librarme de perfidias, pues solo veo males y asechanzas! ¡Ahora que me falta ya el espíritu, que se nublan los ojos y la mente y que en vano salvar quiero la vida, ahora es la verdad la única imagen que confunde á mi mente y á mi vista, ajitando en mi pecho una esperanza que ya no puedo alcanzar, y presentando ante el aislado lecho de mi muerte las sombras de mis glorias y desgracias! ¡Huid, sombras, huid! ¡En la agonía no os presenteis tan llenas de verdades! ¡Si vuestra exactitud confundí vivo ya me queda despues el justo pago, pues dudosos mis hijos cuando muera confundirán lo bueno con lo malo!

JUAN II. Y UN NOBLE DE ARAGON.

¿Qué has hecho, oh Rey, de Nápoles? ¿Qué has hecho del brillante mejor de tu corona? (1).

UN CATALAN.

¿Qué paga me reservas, Rey Alfonso, por la sangre vertida allá en Italia? Nuestro brazo te puso su corona porque eres Rey.... ¿Acaso nuestros brazos para bastardos viles ganan cetros? (2).

EL PRÍNCIPE DE VIANA.

¿ El cometa que alumbra en estos dias, es señal del político destierro que, entre olas de afan y de tristezas, me haceis sufrir mandándome á Sicilia? ¿ó es señal de la

muerte de un monarca que muere sin consuelo....? ¡Al menos, Tio, dádme antes la corona que mi padre merece mas que todos (3)!

EL PAPA CALIXTO.

La corona no la tendrá ni Cárlos ni Fernando (4).

PEDRO LUIS DE BORJA DUQUE DE ESPOLETO Y SOBRINO

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¡Ingrato! ¿qué presagias....? ¿Olvidas que yo fuí quien la tiara puso sobre tu sien (5)?

El Papa es rey.

UN SOLDADO DE NÁPOLES.

EL REY DE FRANCIA.

Al brillo que despida esta corona, sin duda podréis ver allá en Turquía una armada que duerme y aun mas clara, la espada del de Anjou y del de Lorena que á Génova amenazan (6).

EL REY ALFONSO.

¡ Perdon, Sombras!.... Sabed que en mi agonía ya previne que ni aun muerto se acate mi memoria, pues desnudo en la tierra y sin osario, deseo que me pisen los vivientes (7). UN REY DE ESPAÑA (8).

En vida era mejor que asi pensaras. Ya ves en tu saber lo que ganaste....

EL REY ALFONSO.

A venderse la ciencia yo te juro que esto no me dijeras en– vidioso, pues ya hubiera agotado mis caudales para ser mas feliz (9).

EL MISMO REY DE ESPAÑA.

Los envidiosos son los que á tí Ꭹ

mal nadie lo cura.

á mi nos rodearon. Su

LA CABEZA ENSANGRENTADA DE DON ÁLVARO DE LUNA. Si¡ El ejemplo!... (10).

LAS MATRONAS DE LA CIUDAD DE NÁPOLES.

Jamás pensó en tal cosa el rey Alfonso, pues sencillo venia á nuestras fiestas despreciando la envidia.

UNA VOZ ESTENTÓREA Y COMO DE TRUENO.

¡Y los avisos que le daban sus reinos retemblando!.....(11) ·

EL REY ALFONSO.

¿No hay perdon para mí?

EL REY DE CASTILLA.

¡Mira á Castilla antes de perecer, oh rey Alfonso! Hácia aquel punto hallarás sin duda al infeliz que debe perdo

narte.

EL REY ALFONSO.

¡Perdon, esposa amada! (12).

Te perdono.

LA REINA DOÑA MARIA.

EL REY ALFONSO.

¡Pues no me mateis ya, Dios soberano! ¡No aumenteis mi agonía! .... ¡Ya ha pasado lo que sin culpa hice!

UN ANCIANO.

En las tristezas es cuando la virtud mas bella luce.

EL REY ALFONSO.

¿Con qué, veré en castigo la luz pura cuando la pierdo? ¡Perdonadme sombras!

(Sombras blancas.)

UN SOLDADO DE LA BATALLA DEL RIO VOLTURNO. (13). Mirad esta bandera rey Alfonso. El pan que despreciasteis en la lucha dió gloria á vos, y pan á los vasallos.

UN SOLDADO HERIDO.

Aquí os devuelvo, Rey, aqueste lienzo con que un dia mi sangre detuvisteis (14).

UNOS POBRES.

Nosotros una lágrima os traemos, en cambio de aquella agua que empleasteis para lavar al infeliz las plantas (15).

UNOS SACERDOTES.

Dos lágrimas nosotros os dejamos: la una de pesar porque os perdemos, la otra de gratitud porque la imágen generosa de un Rey en vos miramos (16).

JAIME BORRA.

Y yo tres lágrimas tengo ya en los ojos, porque pierdo

mi amigo y mi maestro, porque pierdo mis libros y mi plu ́ma, y porque en lo futuro veo solo la imágen de un juglar que me retrata, faltándome un apoyo tan robusto (17).

UNOS SABIOS RINDIENDO SUS CORONAS.

Y nosotros un llanto aquí os rendimos, poniendo vuestro lauro sobre todos y vuestra cifra indeleble grabando en el libro precioso de los tiempos.

EL REY ALFONSO.

¡Ya es tarde, bellas sombras; ya no sirve! ¡ Volved sombras primeras que pasasteis!.... juntad las palmas secas con las manos de estas segundas sombras y así en vida se sabrá aun mi virtud ó mi descuido, pues como la Justicia en su balanza ponga entrambos destinos, mas no quiero.... ¡ Retarda tu guadaña, sombra pálida! ¡Acércate, Justicia !.. ¡ aun tengo vida!.... Mas, ¿guardas tu balanza ?......... ¡Ah! ¿Quién mi gloria podrá justificar y mis virtudes?.... ¿Qué voz será la que honre mi memoria?.... ¡Di !!....

LA MUERTE APARTANDO Á LA JUSTICIA.

¡La posteridad!!!

UNAS SOMBRAS DE OTROS SIGLOS.

Hemos cumplido.

LEYENDA XXV.

El príncipe de Viana.

· Años 1460, 1461 y 1472.

(Época del reinado de Juan II el Grande de Aragon.)

Non può più la virtu frágile e stanca

Tante varietati omai soffrire

Che'n un punto arde agghiaccia arrossa e'mbianca
Fuggendo spera i suoi dolór finire...

Petrarca.

El palacio del rey don Juan segundo, no era ya hermoso jardin donde las prendas de la reina doña Blanca sobresalian como flores extendiendo su inextinguible aroma por todos sus pacíficos estados. Este precioso ramo, arrancado por el soplo fatal de una imprevista muerte, habia dejado un hermoso pimpollo solitario, que solo crecer debiera á la sombra de un trono real, y con la vida de un sol inextinguible, del brillo que cual sol le trasmitiera á la par una corona regia. Mas ¡ay! el hermoso pimpollo no estaba ya en el jardin, pues, trasplantado en árido lugar, su aroma no se percibia y, en vez de admirarse su gala en la floresta, solo se veia una ávida serpiente que destruia las flores y hasta tronchaba la planta, fingiendo con su silbido la aura ligera y suave del estío (1).

La reina doña Blanca habia muerto; el príncipe don Cárlos lloraba solo en Monserrate, esperando con la ayuda de Dios y la justicia el nombramiento de sucesor y primogénito, y Juana Enriquez, segunda esposa del monarca, detenia con aparente amor las esperanzas de su hijastro, para favorecer á sus hijos, á la par que con traidora fineza procuraba aumentar el odio que habia logrado fijar

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