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-Salud al que pulsando, en vez de lira, la espada vengadora de su patria, sabe excitar de libertad un canto.

-Salud, salud al héroe de Aquitania, á Otgero Catalon, al que Favencia prepara una corona y quizá un trono..... jah Favencia! ¡ah Favencia!....

-¡Sí! ¡ah Favencia!...

Las cumbres, los valles, los bosques, todo, todo prolongó el eco que dispertaba el mútuo saludo de los troxadores y del guerrero, cuyo nombre llevaba de cumbre en cumbre una atrevida ráfaga, que extendia su fuerza hácia los valles de la Marca, y esparcia por todo el olor que siempre exhala hacia los cielos el hermoso y perenne Canigó (9).

Tras el grito de « ¡Favencia!», que arroja desde su tienda el intrépido Otgero, descuelga el héroe su férrea trompa y esparce un sonido, cuya fuerza es interpretada al punto por dó quiera. Al instante, todos los que estaban frente la tienda de Otgero, doblaron las rodillas, rindieron las espadas, levantaron la vista al cielo y entonaron en coro: «¡La voluntad de Dios sea cumplida!»

Nueve veces ha sonado la trompa del confiado guerrero y nueve trompas han respondido á su son como por eco; pero no es eco, no, lo que responde: la nieve y el frio no pueden nunca dar ecos de fuego.

Fácilmente conoce Otgero la respuesta, cuando, al través de la arboleda, empieza á distinguir lanzas, escudos y armados caballeros.

-¡La fama os guie siempre, capitanes: -exclama Catalon con impaciencia.-Levantad ante todo las viseras: vuestros rostros darán aliento al mio!

¡Salud, salud al héroe que buscamos! ¡ salud á Catalon, á nuestro guia!..

-¡Salud á todos, fieles capitanes; á Moncada, á Pinós, á Mataplana, á Aleman, à Anglesola, á Cervellon, á Heril,

á Ribelles, á Cervera; á los nueve barones de mas fama!.... (10)

Apenas se han reconocido el jefe y los capitanes, vuelve á sonar Otgero su trompa; los nueve sonidos se repiten, y á росо, de todos los valles y rincones abortan gritos de guerra, trotes de caballos y rumores de armas y de trompas que van acercándose al lugar donde Otgero espera para arrojarse cuanto antes à aquel valle delicioso que ha salvado ya en sus sueños.

-¡Fe y libertad! ¡Guerra al infiel!
-¡Sí! ¡guerra!

-¡Fe y libertad! ¡ Viva Favencia!...
—¡Viva !........

Y á este grito se arrojan por nueve puntos diferentes los barones al nuevo y desgraciado país que han jurado libertar. Pronto aparecen cuadrillas de soldados que van reforzando los ejércitos, y, apenas han dejado el Pirineo los héroes y su jefe, que ya se cuentan á millares los conquistadores de Favencia, á donde penetran, para formar una nueva patria de felicidad y nobleza, y para dar un nombre al país conquistado que recuerde siempre las hazañas empezadas en aquellos montes que separan el país de las Galias, del conocido por el nombre de Marca de España.

Los trovadores que siguieron á Otgero Catalon, no hallaron luego mejor premio á su trabajo, que cambiar la espada por la lira.

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El ejército de Francos y Catalaunos duerme fatigado al pié de los muros que coronan las tropas de Mahomet. Todos los que descansan al sereno no tienen mas sueño ó ilu-sion que el deseo de la próxima venganza y el recuerdo de la cruda batalla que les ha hecho bajar de la sierra de Rams, donde se habian acampado el dia anterior. Solo Carlo-Magno reposa tranquilo en su tienda, con el dulce sueño que el cielo le envia, presentándole la victoria que ha de alcanzar en aquel llano (1).

-Duerme, duerme, orgulloso caballero;-dice Mahomet, que vigila desde el muro.-Ya puedes reforzarte descansando, que los mios no ceden ni partidos, pues no lemen tus lanzas ni tus cruces. Hoy llegarán de Córdoba mas huestes, y mañana el Espanto de la Europa se humillará á los pies de mi caballo. Para tí no hay ya cielo ni esperanza: tu cruz es para mi menor que nada (2).

El gran rey sigue durmiendo junto á su gran caballo negro que aun muestra las clines salpicadas con la sangre y la espuma de que se cubriera en Rams. El campamento sigue quieto tambien, y solo se levanta una vez al dia para comer unas cuantas yerbas y pan, volviendo á dormir despues, para hallarse así mas ágil cuando el cielo disponga la batalla; sin embargo, ni un soldado cierra los ojos en tal caso que no haya abierto los oidos para escuchar antes las palabras que el Emperador dirige entonces á sus huestes (3).

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- Esperad y sufrid, que Dios nos guia. Creed que el alto cielo nos ayuda, y que con nuestra cruz se vence todo. Pues sin verla en el cielo no la temo : responde á gritos el confiado moro. - Para tí no hay ya cielo ni esperanza, y es tu cruz para mí menos que nada,

A pesar del coraje que infunden las palabras del moro en el pecho de Cárlos, este no se decide á pelear, porque ve que falta pan á sus soldados, que no acuden los condes feudatarios en su ayuda, ni espanta ya la cruz á los infieles, que son diez por cada uno de los suyos. En tal estado no queda mas recurso que la oracion : quizá por ella logrará desalojar el Emperador á los infieles de Gerona, antes que el sol desaparezca.

« Señor, vos que en el centro de la noche habeis pintado << hermosa y esplendente una aurora de gloria ante mis « ojos; que habeis rodeado el techo donde lloro con el « verde laurel de la victoria; que habeis mostrado en sue«ños á mi ejército vuestra divina cruz bella y triunfante; << mostradme ahora la verdad que buscan mis ojos con mi << pecho y con mi mente. ¡Señor, misericordia! haced que « pueda dar alimento y gloria á mis soldados, que acudan « à mi ayuda mis amigos y ante la cruz se humillen mis « contrarios.... ¡Cambiad en verdad mi feliz sueño!»>

El ejército cristiano vuelve á descansar tranquilo sobre el campo; los guerreros abren á veces los ojos durante la vela, con el recuerdo de sus hijos y de sus hogares; pero pronto se desvanece tal idea á la sombra de la venganza próxima, que vuelve á cerrarle los ojos y á despertarles el corazon. La venganza borra hasta la ternura, y, en tal estado, el guerrero que es padre forma solo sus placeres con los objetos que le rodean; la tierra y el escudo son la cama, la espada la única esposa con quien duerme abrazado, el cielo el único techo de su albergue, el ejército la única familia que le acompaña, y el fuego de la venganza el único hogar donde se calienta el pecho recordando las glorias ya pasadas.

Trap, trap, trap, trap....

¡Oh, qué alegria!-¡ arriba, mis soldados! Carlo-Magno da este grito al oir las pisadas de un caballo, cuyo eco retumba mas grato en su corazon que el chasqui. cuando con do de una espada á los oidos de un guerrero, ella se parte el cráneo de un contrario.

- Trap, trap, trap, trap....

¡A fuera los cuidados! el cielo ya ha escuchado nues

tros votos.

El rumor que ha hecho nacer la esperanza en el pecho de Carlo-Magno, infunde temor al vigilante moro, pero al observar la causa Mahomet desde su torre, recobra de nuevo espíritu y maldice á su infundada desconfianza.

¡Ah!... ¡inalaya el miedo! Solo veo un corto peloton de unas cien lanzas, y á su frente un imbécil caballero.... ¡Qué refuerzo!... Bien puedes, Carlo-Magno, esperar á tus condes feudatarios que en la fiesta de mayo te acompañan, pues se durmió su honor como tu ejército. Por demás es, oh Rey, la copa de oro y esa virgen de plata que, colgada del arzon de tu silla, te protege. Mañana he de beber con la primera en medio de mi harem, y una coraza he de mandarme hacer de la segunda para guardarme el pecho de tus dardos. Lo que te conviniera es sangre y fuerza, y tal socorro el cielo no lo envia.... (4) (5).

Trap, trap, trap, trap....

Carlo-Magno ha salido de su tienda para ver al caballero de las cien lanzas que viene en su ayuda.

¿Quién es el caballero que se acerca?... ¡Oh! vén, vén á mis brazos, caro amigo, fiel é invencible Arnald de Cartella, vén con tu unguela roja y tus cien lanzas que así darás alivio á mis valientes. (6) (7).

el Al cruzarse los brazos de Cartella con los del Rey, ejército dormido recobra nueva vida, y mas al ver los víveres que vienen con la hueste ayudadora; cada cual alaralguno de los nuevos compañeros y con la ga una mano otra se aferra á la empuñadura de su espada, con la idea

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