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de que ya empieza el asalto. ¡ Valientes guerreros! hasta la gloria de su misma espada envidian, al pensar que ha de ser primera en el triunfo que sus manos.

Los sitiadores ya se han reforzado con el alimento y la amistad de los nuevos caballeros; solo falta que les hable Carlo-Magno.

—¡Al arma, mis valientes! Nuestra sangre ya tendrá desde ahora mayor vida. Hoy verá Mahomet la cruz con sangre, hoy será una verdad mi felíz sueño, y mañana.... triunfantes en Gerona, ofreceréis conmigo á la cruz santa, nuestra guia y patrona é igualmente las joyas que yo llevo y vuestras armas. Mañana mostraré á la edad futura la fuerza de la cruz porque peleo, grabando de tal modo su gran nombre que ya jamás se estinga en esta Marca. Entretanto vosotros, mis soldados, podréis buscar el labio de la esposa ó saciaréis vuestra arrogancia, exótica y sublime á la par, jugando alegres con los sangrientos cráneos de esos perros (8) (9).

Apenas habia dado fin á su discurso Carlo-Magno, cruzando las manos y alzando la vista al cielo, que empezaba á mostrarse mas sereno á medida que el sol se trasmontaba, cuando de repente vino á cubrirse la ciudad y el campo de un color rojo y sangriento, al través del cual se veia caer una lluvia de sangre, y entre cuyas oscuras gotas aparecia brillando y radiante de hermosura una santa cruz, que, llena de esplendor y majestad, se ostentaba sobre la cúpula del alcázar mahometano (10).

Al contemplar tal milagro, sitiadores y sitiados callan por un momento, y solo rompe en seguida su silencio la voz de Mahomet que se levanta sobre el muro.

No me espanto por esto, Carlo-Magno. Tan solo por la fuerza has de vencerme, porque prefiero ser antes rey muerto, que vasallo con vida (11).

La respuesta que dió á estas palabras el Rey del sitio fue un repentino estrépito de trompas y bocinas, un choque. inesperado de espadas, lanzas, piedras, y máquinas. Bien

pronto, entre gritos de vivos, ayes de moribundos, voces de mando é invocaciones, se vieron temblar las torres y los muros como espantados de la poderosa respuesta.

Todo es confusion..... ¡Ya no hay murallas!

Todo es gloria y poder.....

Ya no hay infieles!

Oid á Carlo-Magno en el asalto.

¡Adentro, mis valientes! ¡Ea! ¡adentro!... Ni uno ha de quedar.... mas.... sí, uno solo.... uno para que cuente mientras viva, si hubo para mí cielo y esperanza, y si con nuestra cruz se vence todo.

Al dia siguiente de la batalla, Carlo-Magno, al lado del valiente Arnaldo de Cartella, cumplia sus promesas en Gerona; y á la puerta del alcázar, que entonces le servia de palacio, lloraba un moro de rabia y gratitud al mismo tiempo. Era el Wali Mahomet que, perdonado por Carlos en el sitio, admiraba la magnanimidad del Rey y el milagro de la cruz (12).

LEYENDA III.

El escudo de Vifredo el Velloso. — Año 873.

(Siglo IX. Época de Vifredo el Velloso, primer conde soberano de Barcelona.)

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¡Barcelona!... -Tal era el nombre que pronunciaban con admiracion los ejércitos que pasaban por frente de una ciudad hermosa á la que rendian homenaje los montes y besaba el pie la mar. Sus murallas eran almenadas, mostrando en cada ángulo una elevada torre y los soldados

que las guardaban eran súbditos del conde que gobernaba la Marca en nombre del emperador Cárlos el Calvo (1).

El conde, que se llamaba Vifredo, era de una arrogante figura y rostro afable; llevaba una barba larga y negra que le cubria el pecho; ostentaba severidad en los ojos, que le brillaban como dos estrellas, y vestia una bruñida armadura, de la que formaba parte un escudo de oro sin timbre ni cuarteles, el mismo que servia de armas á su palacio (2). Pero Vifredo hacia mucho tiempo que se mostraba triste y melancólico, y sus palabras no eran tanto de paz y consuelo como cuando llegó de la guerra la primera

vez.

En vano obsequiaban los nobles á Vifredo, al verle siempre con la vista fija en su escudo; en vano le llamaba Rey el pueblo aconsejándole que disfrutara mejor de la paz; pues la respuesta que daba el conde á tales obsequios y halagos siempre era la misma. — La verdadera paz aun no ha llegado: ¡ falta verter mas sangre para verla!

Esto murmuraba un dia Vifredo estando recogido en su capilla, cuando de repente separó las manos de su barba, y mirando con avidez por entre las rejas que daban al campo, levantó la sudada frente, abrió la boca y respiró con fuerza, aparentando seguir ó buscar un objeto que le interesara en gran manera. Al observarle así sus guardias, miraron tambien hácia el lugar que absorvia la atencion del conde, y vieron á lo lejos el brillo de unos aceros, que cruzaban por entre las arboledas, y se dirigian hácia el Norte.

-¡Oh, desgracia!—dijo en seguida el conde, aferrándose á la doble verja y dando un fuerte golpe á su escudo. -¡Miradlos cual avanzan! Todos van á gozar de la victoria, y yo he de quedarme quieto en mi palacio!... Todos buscan la gloria con su sangre, y yo he de templar mis venas que me hierven, sin ganar un blason para mi pueblo!... (3)

Y llorando amargamente corrió el conde desde la reja

al altar, y, alargando las manos sobre su escudo, quedó de rodillas y en ademan suplicativo ante la imágen de un Cristo, cuya sangre besó, murmurando en seguida estas palabras. — Con tu sangre, Señor, libraste un mundo; ¡ haz que yo libre tambien un solo estado, aunque tenga que hacerlo con mi sangre!

Apenas Vifredo habia salido de la capilla, cuando toda la ciudad sabia ya el sentimiento de su señor; y á poco las escaleras de palacio se llenaron de nobles y vasallos que acudian para consolar al conde.

Por qué está triste nuestro conde invicto? ¿Quéreis, señor, que vuestra leal nobleza disponga fiestas y torneos, donde vuestro espíritu goce y se distraiga? —decian algunos nobles de la Corte.

-¿Quéreis, señor, que preparemos danzas ó festines de corte, donde luzca de nuestras hijas la belleza y gracia, que tanto alegra al corazon del conde?-decian los cortesanos de palacio.

-¿ Quéreis, señor, que vuestros servidores hagan servir sus armas para otro uso, figurando de osos una caza ó luchando con fieras en un circo? - decian ciertos almogávares y soldados, que no sabian ya en que emplear sus ar

mas.

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-¿Quiére el galante conde y caballero, que se borden empresas delicadas, ó se tejan coronas, para cuando cometa nueva hazaña el mas valiente? - decian algunas doncellas esperando que el conde les dirijiera una mirada.

-¿Quéreis acaso oir alguna historia de un rey ó caballero, ó que se cante de los héroes del Norte la arrogancia?... decian ciertos cantores populares, á quienes protejia la nobleza.

-¡No, no!... nada del Norte!.... gritó de repente el conde como herido en lo mas vivo de su sentimiento.

¡No me canten lo que tan solo yo cantar debiera! Torneos, fiestas, bailes, juegos, cazas, empresas, lauros, cantos, relaciones.... ¿ de qué me servirán para mi anhelo?... Yo solo quiero paz haciendo guerra; quiero quitar un feudo sin romperlo, y sin ser del Señor jamás contrario.... Marchad, y armados todos, volved presto. (4).

A las palabras del conde sucedió luego el son de instrumentos bélicos, que, desde el palacio, llamaron al combate; y pronto se vieron reunidos en la plaza las cuadrillas de los caballeros, y las meznadas de soldados que solo esperaban poder complacer á su señor... á su señor, que, cubierto de brillante y pesada armadura, con el escudo de oro y la espada en la mano, salia ya de palacio, dispuesto á dirijir su ejército hacia el Norte. – ¿A dónde vamos, conde?...

dijeron algunos caballeros, observando á su guia parado en contemplar el liso escudo de piedra que se distinguia sobre la gran puerta del palacio.

-A ser felices; á buscar los cuarteles de este escudo.respondió el conde, señalando con su espada el rústico blason; y poniéndose en seguida al frente del ejército, que, mudo y obediente, se dirijia, sin entender la causa, hácia aquel mismo lugar por donde habian cruzado poco antes los brillantes aceros de otros soldados.

A todo puede compararse una batalla, á todo lo que la naturaleza envia y nace de los elementos, pues en su desórden se sienten los golpes que pueden sufrirse en una tempestad, y se goza tambien de las delicias á que recurre el corazon de un hombre cuando se halla satisfecho ó vengado.

Bien lo sabe el rey Carlos el Calvo, que, abatido mas por la indecision del triunfo y duracion de la batalla, que por la fatiga del choque, contempla ante su tienda la lluvia de

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