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El caballo prosigue á paso lento, hasta llegar á un punto, desde el cual se distingue mas claramente la batalla. - Ahora sí que veo lo que es esto, exclama la señora conmovida. Aquí hay todos los nobles catalanes, pues se ven sus insignias y pendones. Allí donde es mas fuerte la pelea es donde se distinguen sus insignias. - Mira, bien inio, mira los escudos......... Mira el oso de Alós, el leon leopardo con un corazon de oro entre las garras, que es propio de Cortada.... ¡Mira, mira! La cabra en campo de oro de Cabrera, el Lambel con las gules de Martell, las tres mallas de sable de Ortafá; los crecientes de plata con la banda de azur del de Belvis.... ¡Cuántas banderas y armas! ¡Cuántas máquinas!........... ¡Y las armas del Conde ! mira, esposo, - añadió la jóven esposa con indecible sorpre

sa (5).

- i Del Conde!... — respondió el caballero, sujetando al caballo y fijando la vista. —¡Sí!... es verdad: ya las diviso campo de oro y sangre encima.... Entonces, ¡Sus mi caballo! ¡ ayuda á Barcelona!...

Al soltar el caballero este decidido grito de entusiasmo, el caballo, herido de los acicates, arremetió furioso hácia el llano y en un instante desapareció el animado grupo, que cruzó el campo como un rayo, penetró intrépido por entre las saetas y piedras, y se perdió luego entre el polvo que levantaban los ejércitos.

Despues de un sitio de tres meses y de haberse sufrido grandes contratiempos, el conde Berenguer de Barcelona habia logrado penetrar á Tortosa y ganar las murallas de la ciudad. A fuerza de trabucos y de picos, con la ayuda de castillos ambulantes y á pesar de la sangre que imprevistamente derramaron los de Génova, el conde tenia ya cuarenta castillos, habia alojado parte de sus soldados en la mezquita, y tenia abiertos grandes fosos al rededor de

la Zuda, para cuya posesion creian todos que solo faltaba arremeter una vez (6) (7).

El Conde se habia mostrado intrépido y sereno en todos los choques de la conquista, pero cuando mas debia gozar se en su victoria, y cuando reunidos sus caballeros en su tienda iban á disponer el plan del mas seguro asalto, en vez de alegrarse y de disponer que se anunciara el triunfo á sus ciudades, se recogió melancólico en un extremo, y pidió por favor á todos que le dejaran solo.

-¿Queréis dormir, señor?-dijo, al observarle Guillen de Montpeller.-¿ Vais á dejarnos ociosos cuando falta solo un golpe para ganarlo todo?

—¡ Nó! respondió el virtuoso Conde.-Tan solo quiero pensar en mi desgracia. El triunfo, á medida que aumenta, solo sirve para aumentar tambien mi gran tristeza.

-No pensarais así, á no estar seguro de rendir hoy la Zuda, y ver triunfante al incógnito héroe que pelea con tanto arrojo y decision,-continuó Guillen.

-¡Quién sabe!..-dijo Berenguer despues de una meditada pausa.-No sé quien es aun el buen guerrero; pero su mismo arrojo y su constancia, aumentan mi tristeza... Si yo tuviera un hijo tan valiente, seria el mas feliz del universo.... ¡Pero no tengo ahora.... ni al guerrero puedo darle una hija, ni una hermana en recompensa del favor que me hizo! ¡En tal estado me hallo, que con nada puedo pagar ahora tanto esfuerzo!

Cuando iban á responder los caballeros para aconsejar ó distraer de su tristeza al Conde, un retumbante é inexplicable estrépito anunció á los de la real tienda, que se desplomaba la Zuda, y que las tropas catalanas se habian apoderado ya de sus almenas. Aquí Guillen de Montpeller, levantando la cortina, hizo ver al Conde el arrojo de sus soldados, y le señaló el guerrero desconocido que en aquel instante clavaba el pendon de Barcelona en lo mas alto de la fortaleza. Un grito de: «¡ Victoria!» resonó por todo, y el canto de la gala, que entonaban los soldados,

animó á todos los caballeros, obligándoles á entrar de nuevo á la tienda para felicitar al Conde (8).

Ya veis: dijo el rey de Castilla, que fué el primero de entrar. - Garci-Ramirez de Navarra nos quiso abandonar; pero no importa: tambien hemos vencido sin su ayuda. Hoy todo será gloria (9).

-Si:respondió al mismo tiempo el de Moncada. -Alegraos, pues nada os falta

ya.

-¡Me falta un goce!...-dijo el Conde, -que ni el poder, ni el oro podrán darme.

Los caballeros de la tienda se admiraron de tal respuesta, y procuraron esmerarse en ofrecer y preguntar al Conde para consularle.

-Si hace falta dinero yo os ofrezco el mio, y os juro que en la vida os lo reclamaré. Cuando tuviere que ir á Barcelona, ante sus puertas esperaré primero un real permiso. -Así habló el de Moncada (10).

-Si sentís la prision de los amigos Pinós y Sanserní, mañana mismo os prometo marchar hácia Granada y hacer que los rediman á la fuerza. Así habló el Rey de Castilla (11).

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-Si dudais por pagar alguna hazaña, ó no sabeis que dar al encubierto, el plato de esmeralda es suficiente. — Así habló un caballero genovés mas desvergonzado que devoto, creido de que el Conde quizá cambiaria los despojos de la conquista porel plato de esmeralda (12).

-Si os confunde pensar quien sea acaso el peregrino que nos guia siempre, y que en esta batalla se ha perdido, tranquilizaos, Conde: yo me encargo de rezar por su alma piadosa. Así habló un meznadero inglés, que nunca habia creido en la santidad del guia (13).

-Si os hace meditar el plan ó idea de alguna nueva órden religiosa en pro de aquellos santos genoveses que murieron durante las tres horas, yo os presentaré Conde, un buen diseño del nuevo escapulario y de la regla. — Así habló un jóven templario, resentido de la oferta del genovés, y cargando con sátiras sus expresiones (14).

-O si os pesa que esten en vuestra tienda aquellos caballeros tortosines que intentaron matar á sus mujeres, decidlo: las heroínas que han peleado juntas en las murallas de Tortosa, vendrán á suplicar por sus esposos. Así habló un escapado de Tortosa, recordando al Conde el valor de las mujeres en el sitio (15).

-¡No quiero ver mujeres...! ¡Ni una!... ¡ni una!-Replicó entonces el Conde con repentino encono, despues de haber hecho una señal negativa con la cabeza á cada ofrecimiento de los caballeros.

-¿No quereis ver mujeres, teniendo hijas?—dijo el de Montpeller como enojado (16).

- Tengo hijas, Guillen, pero acordaos que las tuvo tambien Carlos el Calvo, y Lotario tambien...! ¿ Me comprendisteis? (17).

Respuesta tan estraña admiró mas á los caballeros de la tienda, y algunos adivinaron luego á que aludia el Conde, recordando que en su mismo palacio se habia cometido el crímen de Bausia (18). No sabian ya entonces como consolarlo, al ver su gran tristeza, y que ni se acordaba de ir á tomar posesion de la ciudad conquistada, cuando la voz de un heraldo atrajo la atencion de todos los caballeros. -Si place al señor Rey, entrarán luego el guerrero encubierto y una dama.

El Conde habia fijado la vista en la dama, mientras el encubierto se levantaba la visera. Los corazones palpitaban de alegría, en especial el del Conde, al ver el humilde ademan de los dos héroes, por cuyo valor era ya dueño de Tortosa. Mientras la visera y el velo se levantaron, el conde dejó caer una lágrima por la que todos vinieron en conocimiento de los héroes. Esta lágrima aumentó la alegría de todos, pues les recordó y les hizo ver cual era el único goce que faltaba antes al Conde, lágrima que este habia guardado para cuando pudiese abrazar á su herma-na Mahalta y á Ponce de Cervera que fue su robador.

El conde Rey, y los héroes se abrazaron y lloraron. Ani

mado ya entonces por tal goce el Conde Berenguer, corrió con sus soldados á tomar posesion de su conquista, pues ya no le faltaba nada para ser feliz y habia vencido las dos únicas causas que mas le amedrentaban en sus glorias, á saber: la Zuda de Tortosa y el robo de doña Mahalta.

LEYENDA XIII.

El fingido Rey.- Año 1164.

(Época de la gobernacion del reino por D.a Petronila y del reinado de Alfonso II, el Casto, de Aragon.)

Cierta mañana vino un pregonero del Consejo al medio de la plaza, y leyó ante el concurso en alta voz un mandato real que decia así: « La Reina ha reunido la Corte en Za«ragoza y cede á su hijo el príncipe Don Ramon, lo que le << pertenece de sus reinos (1). »

El pueblo no escuchó al pregonero y prefirió seguir á unos hombres que cruzaban la plaza.

El concurso va caminando hacia fuera de la ciudad, olvidado de la Reina y del príncipe Ramon (que lloran retirados la muerte de su padre Berenguer) y anhelando solo ver al rey Don Alfonso que ha vuelto de Turquía.

-¿A dónde vá esa plebe entusiasmada? ¿A dónde van con flores y cantando esos soldados viejos casi inválidos? ¿Qué poder hace alzar su débil voz, y entretejer coronas con sus manos como si fuesen niños ó doncellas?

Ante el pueblo van unos desconocidos, á quienes todos

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