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tienen por señores y á medida que se va reuniendo gente y se aumentan las dudas y las preguntas de los viejos, aquellos se ocupan en hacer creer cierta la aparicion del rey Alfonso, desmienten su creida muerte en la batalla de Fraga, y procuran animar el entusiasmo, recordando sus hechos y proezas, para que vuelvan á aclamarle por rey de sus estados (2).

Al oir su relacion, los mas ancianos sienten un grato ardor dentro sus pechos y, olvidando las bendiciones que antes dieran al difunto Berenguer por sus virtudes y á su viuda que conserva el Reino en paz, prorumpen en vivas y saludos y corren presurosos hacia el campo, para besar la mano á su Rey. Al pensar en los padecimientos que este habrá sufrido entre los Turcos, mas de uno llorando se maldice y se humilla avergonzado, viendo la facilidad con que le han olvidado los crédulos vasallos. —¡Pobre Rey! ¡Pobre Alfonso!.... ¡Qué injusticia! —¡Qué viejo será ya con tantas penas!..... Cierto es lo que la Reina nos decia, que en el Reino otro Alfonso hubiera luego. — Algo sabria ella. replicaba otro mas amigo de paz. · Yo no creo que hiciera Petronila lo que algunos injustos pretendieran de despreciar á Cataluña y hasta privar á los infantes que se llamen Berengueres, Ramones ó.... ¡Qué necios! ¿No era Berenguer su fiel esposo? ¿No se llama Ramon su hijo adorado?.... La Reina aprecia mucho á sus vasallos; y si ella espera acaso un rey Alfonso, no querrá dividirlos apelando á mudanzas de nombres.... ¡Qué locura! Esto será que ya sabia ella algo de la venida de su pobre abuelo. - Vamos, vamos, que ahora mas que nunca; pues hay por Rey una mujer y un niño: necesita Aragon del rey Alfonso.

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Y el pueblo corria alegre por las calles y se agolpaba en masa al derredor de un anciano, cubierto de canas, que, entre sus extraños y rasgados vestidos guardaba aun como por gala y recuerdo ciertos pedazos de abollada y rota armadura parecida á la que llevaba en Fraga el rey Alfonso. El anciano se sostenia en sus estudiados pasos y cada vez

que sentia besarse la mano por algun viejo soldado ó abrigarse con la capa de algun mancebo, dejaba caer abundantes lagrimas de sus ojos, y mostraba las llagas que en sus puños y cuellos causaran las cadenas del Turco. Su voz solo era para manifestar á los que le consolaban la ingratitud y el olvido que habian sufrido, y de vez en cuando exclamaba levantando su mano temblorosa. —¡No tengo fuerzas ya, fieles vasallos, para empuñar la espada, mas me sobran para apoyar mis manos en el cetro! Yo no creo que la nacion rehuse al que se espuso en Fraga por su gloria. El Rey es niño y necesita un guia: yo guiaré á mi nieto y le haré hombre.

Y á tales palabras, los riños, las mujeres y los jóvenes gritaban y cantaban, los viejos doblaban la rodilla y lloraban, los soldados iban compareciendo á grupos, afanosos de ver al Rey perdido, y de todas partes llegaban diputados y caballeros queriendo conocer al Rey hallado. Unos creian ver en las facciones del anciano las mismas del rey Alfonso, otros vencian sus dudas deduciendo la semejanza, mas por su porte que por las cicatrices de su cara, creidos de que esta habia variado con el peso de los años y de las desgracias.

Así estaba el concurso, escuchando además las razones de los desconocidos que entusiasmaban al pueblo, cuando de repente volvió á presentarse el pregonero á leer una órden dada por el Consejo de la Reina. « Place á la Se«<ñora Reina y á su Real Consejo invitar á la ciudad de Za«ragoza, para que mañana, á esta misma hora, se reunan << sin falta todos sus habitantes en este punto. El nuevo « personaje que ha llegado mostrará aquí su nombre y su « jerarquía, para verse el lugar que le competa, y si ha de « ser alto ó bajo el que deba ocupar. »

El concurso tampoco quiso escuchar al pregonero y solo una voz de «¡ Alto!» fuerte y robusta, que no era voz de viejo, fue la única en respuesta á la última invitacion del enviado rejio.

El pueblo empezó á dudar al conocer el grito impropio que salió de la boca del anciano, y mas al ver que los caballeros desconocidos desaparecian, mientras una guardia de arqueros del Consejo se llevaba preso al abandonado Rey. Este gritó al verse desamparado y arrojó entre el tumulto sus armaduras, que se arrancaba á la par de sus cabellos; pero á su voz de ¡ingratos! ya no respondian ni los niños, mujeres y jóvenes con cantos, ni los viejos guerreros con lagrimas y suspiros, ni los grupos de los soldados con el afan de ver al Rey perdido, ni las comisiones de diputados ó caballeros con el deseo de conocer al Rey hallado.

Pasó un dia y al sonar la misma hora en que se habia recibido el dia antes al anciano guerrero, el pueblo compareció de nuevo al lugar señalado. A un extremo del campo donde no era permitido al concurso acercarse, se levantaba una negra cortina que cubria á un catafalco, cuyos lados ocupaban dos hombres, que el gentío tenia bien conocidos. El uno era el verdugo; el otro era el pregonero.

Así que el campo estuvo lleno de gente, el pregonero dió el grito de «< Viva el rey Alfonso!» lo que repitió el concurso indeciso por no saber á que venia la negra cortina en tal paraje. En seguida el verdugo corrió la cortina y se descubrió el cuerpo del supesto rey y anciano, ahorcado, con la faz descubierta y lavada ya de los ungüentos que le hacian parecer viejo. Luego, el hombre que guardaba al supuesto rey tiró de la soga que sostenia al ahorcado, amarrándose á ella con fuerza para servir de contrapeso y haciendo de este modo que él no quedase en lo mas alto de un palo que se levantaba en medio del tablado. Al tenerle así, afianzó la cuerda y señalando á su víctima, dijo:El que queria verse en alto puesto, ya ha colmado su afan

de verse en alto. Este es el pago que hallarán aquellos que pretendan subir donde no deben, ó quieran perturbar paz del Reino con ficciones y embustes.

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El hombre que ocupaba el otro lado del patíbulo y que habia dado antes el grito de « Viva el rey Alfonso », bajó entonces al campo y en medio del gentío, leyó así en alta voz: « Nos, la Reina y las Córtes, declaramos rey de Ara«gon al príncipe don Ramon. Las Córtes y los ricos-hom«bres han jurado mutuamente con el Rey sostenerse los « fueros de que gozan. La Reina para demostrar cuan grata · <«<le es la memoria del rey don Alfonso, que pereció en Fra«ga, ha tenido á bien dar á su hijo Ramon el nombre de Alfonso, para que así sea llamado en adelante, retirán<< dose ella á Barcelona, donde siempre la vida le es mas dulce.» (3) (4)

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Entonces el concurso entusiasmado, procuró escuchar bien al pregonero.

LEYENDA XIV.

Un hijo por milagro. — Año 1207.

Época del reinado de Pedro II el Católico, de Aragon ).

Lleno de ilusiones juveniles y con la confianza que le inspiran sus glorias, se está el Rey tendido sobre el mejor cojin de su ancha cámara, esperando que pasen las horas y llegue la de una cita que ha de cumplirle una de las mas bellas damas de su Corte. Está en su compañía un viejo y leal servidor, catalan, único de quien tolera reprehensiones y consejos, y cuyos pasos sigue alguna vez, pues ademas de mirarle como á amigo honrado, le debe en gran parte mas de un buen plan, y le ha visto combatir siempre á su lado, ya en las escaramuzas de los condes de Foix y

de Urgel, ya en la batalla de Agramunt, ya en la persecucion de los moros de Vizcaya, ó ya, en fin, contra los alborotos por el monedaje (1) (2) (3).

El Rey admira la alegría que demuestra aquella noche el viejo amigo, y mas al ver que, á pesar de su preparada travesura de que está enterado el viejo, no le recuerda este, como otras veces, ni los padecimientos de la Reina, que vive solitaria, ni la necesidad de la concordia con su madre, ni las rogativas del pueblo, ni la nulidad de los ofrecimientos que hiciera al Papa. Lo único de que el viejo habla al Rey es del cambio que sufrirá su pecho al entrar en años, cuando se vea sin el consuelo de una esposa y sin la esperanza de un hijo, que le suceda. ¡Cómo ! dice el Rey al oir las razones del viejo. — No faltará un hijo algun dia. Dios, que me ha protegido en las batallas, no querrá que Aragon dé en manos muertas. Legítimo ó bastardo tendré un hijo, y para que yo le ame como debo, ya hará el cielo un milagro si le place.

—¡Ojalá sea así!

guie.

respondió el viejo. — El cielo os Y levantándose, mostrando mas alegría que admiracion del escándalo del Rey, apagó la luz y se marchó de la cámara.

Al cerrarse la puerta por donde habia salido el viejo amigo, abrióse otra mas pequeña, y entró á tientas una dama tapada que se dejó caer, sin hablar, en los brazos del Rey. Este la besó y sin hablar tambien, como si fuese condicion el silencio, la acercó á la real alcoba, y se dejó caer con su amante víctima sobre su blanda cama. La noche se pasó en silencio igualmente, y nadie estorbó el sueño á los amantes, hasta que cierta luz, en hora muy avanzada penetró, por las rendijas de la puerta.

Sin embargo, ninguno de los amantes habia dormido aun. (4)

El Rey tenia á su dama ceñida con el brazo izquierdo, mientras que con la mano derecha le acariciaba la cabe

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