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en lo cual si se engañó él lo pudiera probar, si pocos dias ántes que la batalla se diese, no se fuera del campo de Francia, como adelante se dirá. Sacada, pucs, de Lodi la gente, que dije, la mayor parte que serian hasta dos mill infantes, dejando los demás en guardia de la ciudad, el marqués salió con ellos llevando consigo al del Vasto con alguno de sus gentiles hombres y capitanes á caballo á punto de las diez de la noche con gran oscuridad, y nieve y muchos lodos. Empezaron á caminar sin otra sciencia del camino que llevaban, que era seguir al buen marqués, que delante de todos iba, el cual tomó el camino de Melza con una guía que para esto junto á sí llevaba. Este lugar llamado Melza es un castillo ó villa que acá llamamos cercada de mediano muro y torreones: cércanla á la redonda dos fosos de agua buenos; está casi cinco leguas de Lodi á la parte de arriba de Milan. Es pueblo á mi parecer de mill vecinos, y por estar bien proveido de vituallas, se habian entrado en ella Hierónimo Tribulcio y el conde Jacobo Tribulcio su sobrino, caballeros milaneses forajidos, enemigos de su duque y ca pitanes de gente darmas del rey de Francia. Tenian consigo-sus compañías casi ducientas lanzas, algunos archeros ó caballos lijeros para correr toda la noche aquella tierra, y algunos infantes para la guardia del lugar. La fortaleza del pueblo, y el tiempo y la abundancia de vituallas les hacia tenerse por seguros ; lo cual como el de Pescara supiese, pospuestos todos los inconvenientes, toma el camino, parą allá, el cual era tal, que en poco espacio fueran bien fáci les de contar los zapatos que entre todos los soldados iban, que antes de una legua se quedaron todos en el lodo y nieve; de lo cual ningun sentimiento mostraban, sino que desta suerte caminaron todo lo que de la noche restaba, hasta que dos horas de la noche llegamos á un rio grande y tan

frio que parescia cortar las piernas entrando en él. Esto atemorizó algo á los soldados y los hizo detener algun tanto, cada uno esperando si hallaria como pasar sin mojarse: lo cual, como el marqués de Pescara sintiese, hizo poner en el rio una hilera de caballos, que tomaban del un cabo á otro à la parte de arriba donde se quebrantase algo la furia del agua, y apeándose él de un cuartago en que iba, se metió al agua diciendo: "ea, señores, todos haced como yo." Y como en tal caso tenga lugar aquella regla que dice, mover mas los ejemplos que las palabras, así fue allí: que viendo los soldados su capitan en el agua, que le daba encima de la cintura casi á los pechos, ninguno quedó que con gran voluntad no se lanzase al agua; y ansi pasamos por bajo de la hilera de los caballos, que en el rio estaban, los cuales nos fueron grande ayuda para pasar sin peligro. Pasados todos, sin detenernos ninguna cosa, por temor del gran frio que hacia, caminamos y el marqués á pié delante, hasta que al reir del alba llegamos á ponernos junto al lugar, donde oíamos las velas que encima del muro hacian centinela; y hacia la parte donde nosotros íbamos, estaban en dos cabos de muro dos hombres velando y daban voces cuando nosotros llegábamos; y empieza el uno al otro á decir: "oyes, no sé que me veo hácia aquella parte menearse blancó." El otro le respondió: "calla, que no es sino los árboles que están nevados y con el viento se menean." Todo esto oíamos nosotros, que estábamos esperando que toda la gente llegase. Y en este espacio eran tan graciosas las cosas que el marqués de Pescara en voz baja a todos decia, que ni se sentia trabajo ni frio, ni nadie se acordaba de lo pasado. A esta sazon tocan de dentro una trompeta, que mostraba á cabalgar; porque una de las compañías que de gente darmas dentro estaba, queria salir á correr la tierra.

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Luego como el marqués oyese la trompeta y nuestra gente fuese junta, dijo: "razon es, pues estos caballeros quieren cabalgar, que nosotros como infantes les vamos á poner las espuelas; y para esto sin ningun ruido de átambores ni de voces, todos vamos á las murallas con las picas, y ayudémonos unos á otros y con toda presteza entremos dentro." No fué acabada esta palabra, cuando todos arremeten de tropel aunque callando, y pasan los fosos, que eran tan hondos que en el uno daba el agua á los sobacos; y á todo esto el de Pescara adelante, y consigo el del Vasto. Y ansi llegan å la muralla donde era hermosa cosa de verlos gatcar por las picas arriba, y los que subian dando las manos á los de abajo: así se ayudaban valerosamente. A esta hora los de las centinelas ya tocaban al arma á furia, y los de dentro respondian con sus trompetas, y á gran prisa tomaban armas; de suerte que cuando ya la gente española estuvo dentro que pudiesen arremeter á las calles, ya de los enemigos estaba una buena parte armados á caballo en la plaza, y otros á pié con sus armas. A esta hora levantóse la voz, España, España y Santiago. Viérades la mas hermosa muestra de esfuerzo, que jamás se pudo de naide escribir. Arremete aquel escuadron, la una parte á abrir la puerta que allí junto estaba, para dar mas fácilmente entrada á los que no podian gatear, y los otros van derechos á la plaza donde sonaban las trompetas y atambores; y entrando por ella el conde Hierónimo Tribulcio, como buen capitan, se puso en la defensa delante su gente, al cual su desventura trujo á manos del alférez Santillana, alférez del capitan Ribera, hombre de cuyas hazañas ninguno que en Italia aquellos tiempos estuviese, no podria dejar de tener gran noticia. Este fué el que en la batalla de Bicoca sobre todos se señaló en ánimo y valentía; que siendo sar

gento del capitan Guinea, por mandado del marqués de Pescara fué à reconocer un escuadron de gente, que de una parte á otra pasaba, y en el camino á vista de todos los ejércitos, cercado de mucha gente de á caballo, arrimadas las espaldas á un árbol, peleó tan valerosamente que hasta que de nueve heridas lo derribaron en tierra, jamás le pudieron rendir. Allí hizo gran daño en los enemigos, porque por estar los escuadrones en órden para dar la batalla que luego se dió, no le pudieron socorrer, qué estaba algó lejos del fuerte, donde nuestra gente estaba. Este fué uno de los primeros que en Italia ganaron plaza de ventaja ó sueldo aventajado. Era tenido en gran reputacion, así de los soldados como de los señores, tanto que traian por comun adagio: Un capitan, Juan de Urbina, y un alférez, Santillana. Era de nacion hidalgo montañés, lo cual mostraba bien en sus condiciones.

Este fué el primero que puso bandera en Melza: como adelante iba, encontróse con el condé Hierónimo Tribulcio, aunque por llevar la bandera en el hombro, no llevaba sino su espada sola en la mano. Con ella dió tanta prisa al conde, que muy mal herido le rindió: fueron tales las heridas, que el conde murió en pocos dias. En esto, llegada la furia de nuestros españoles, en breve espacio se dieron tal maña, que unos en la plaza, y otros en la iglesia donde se pensaron hacer fuertes, fueron desbaratados y muertos algunos, aunque pocos, y presos los mas, sin irse casi ninguno. Lo cual acabado, el marqués hizo. recoger toda su gente, y el despojo de caballos que habian ganado y armas; y cargando los soldados los caballos de algunas vituallas que allí habia, sin detenerse mas, tornaron á salir por el mismo caminó la vuelta de Lodi muy victoriosos con gran priesa, llevando los capitanes y gente toda consigo; y ansi cami

naron todo el dia sin ningun estorbo, hasta que á la noche con gran alegría llegaron á Lodi, donde el marqués hizo recoger todos los prisioneros y aposentarlos con buen tratamiento, hasta otro dia que sin consentir que ninguno pagase rescate, los mandó dar libertad para que cada uno se pudiese ir donde quisiese, salvo los condes, que el uno, como ya dijimos, mal herido murió, y el otro dende å pocos dias fue suelto. Agraviándose desto los soldados, porque entre los prisioneros habia algunos que pudieran pagar buen rescate, el marqués les satisfizo con decirles, que lo hacia por ver si aquella magnificencia de buena guerra podia vencer la poquedad que el rey de Francia usaba con los españoles, que presos tenia; y cuando esto no bastase, que ahí les quedaba libertad para mejor rescatarlos cuando con su rey los tornasen á prender': cosa maravillosa que jamás fué visto, hablar este príncipe bienaventurado en esta guerra, sino como quien tenia en la mano la victoria; y así una y dos veces que el rey de Francia le envió con bravosería francesa á ofrescerles docientos mill ducados, porque le saliese á dar la batalla, respondió al trompeta que se lo decia: "decid al rey de Francia, que si dinero tiene, que se los guarde, porque yo sé que le scrán bien menester para su rescate." De manera, que claramente podemos decir, que mostraba la confianza que en la justi cia divina tenia.

Acabada, pues, la empresa de Melza, no pasaron mu chos dias que en Roma se supo; y luego paresció una cédula á Maestre Pasquin, que decia: "Los que perdido te »nian el campo del emperador, sepan que ya es paresci› do, el cual paresció en camisa un dia en amanesciendo muy helado, y con ir desta manera, llevaban en las uñas » ducientos hombres de armas y otros tantos infantes, ¿qué

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