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CAPITULO X.

Evasion de Bourges del Conde de Montemolin

Y SEGUNDO MANIFIESTO.

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El Conde de Montemolin, en su primer manifiesto, que publicó el 23 de mayo de 1845, decia claramente que sus deseos eran la paz y unión entre todos los españoles, y el olvido de las pasadas discordias; palabras que nada tenian de vagas é indeterminadas, sino que manifestaban un objeto fijo al que se dirigian sus miras y las de todo su partido. Pero al mismo tiempo daba á entender que, jóven intrépido, no seria menos constante que su padre, en trabajar para el logro de un triunfo, si los que en su mano ténian el medio de una reconciliacion, se negaban á ella. Deseo presentarme entre vosotros con palabras de paz y no con grito de guerra. Seria para mi motivo de una pena inmensa, verme alguna vez obligadó á separarme de esta linea de conducta En aquel manifiesto y en estas palabras estaba envuelto el plan que mas tarde se desarrolló por la fuerza de los sucesos en la huida de Bourges y en la proclama en que dió el grito de guerra.

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El corazon generoso del Conde se resistia a la idea de que pudiese renovarse una guerra fraticida como la que habia tenido que sostener D. Cárlos en defensa de sus derechos á la corona. Avaro de que se derramara sangre española, se estremecia al pensar que podrían reproducirse los horrores de la lucha pasada y anhelaba por esto fomentar la union de los españoles, su prosperidad y ventura. El medio era óbvio, sencillo, libre de dificultades; sin perder nada de su dignidad la reina que ocupaba el trono de San Fernando, podia enlazarse con su augusto primo, príncipe noble y generoso, adornado con una educacion esmerada y brillantísima, favorecido por la naturaleza con las mas relevantes prendas fisicas y morales. Con su venida al trono de España como á rey màrido de la reina, agrupaba al rededor del sólio real la inmensa muchedumbre de españoles que habian luchado á favor de su padre, sus corazones, los de sus familias, como tambien los de otros muchos que sin haber tomado las armas, veneraban á la familia proscrita.

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La influencia estrangera y la mezquindad de miras del gobierno español, resolvieron el importantísimo negocio en un sentido que no era el mas elevado y político, obligando al hijo de D. Cárlos á poner en práctica la amenaza hecha el 23 de mayo de 1845.

Para ello era preciso ante todo escaparse de su prision de Bourges, con el fin de poder obrar desde un lugar seguro.con libertad é independencia, para lo que hubo de burlar la vigilancia del gobierno francés, por quien estaba detenido, y la de los activos agentes que le rodeaban. No era poco dificil la empresa, tratandose de una elevada persona, en quien recaian sospechas de querer disputar el trono á la dinastia con que se enlazába la familia de Luis Felipe, y en país en que por su policía y medios de comunicacion era fácil desbaratar el mas bien combinado plan, á lo que debe añadirse la notable circunstancia de estarse buscandó en aquellos mismos momentos, por los gobiernos frances y español, los medios de ahogar cualquier movimiento carlista á que pudieran dar lu

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gar las bodas de la reina y su hermana. Pero la intrepidez del jóven Conde superó todas las dificultades, y por un pase hábil y enérgico, en que el atrevimiento raya en imprudencia, se hallaba al siguiente dia libre de sus enemigos, en país hospitalario, y en camino de realizar sus esperanzas é ilusiones el que la víspera estaba prisionero en Bourges, vigilado por gendarmes, á merced de aquellos á quienes queria combatir. a) Kit Komižóz v El misterio de su evasion ha dado lugar & diversas conjeturas, creyéndose generalmente que á su realizacion no fúéagena la grán Bretaña, que habia sufrido en los casamientos españoles una momentánea derrota de que muy fuego habia de vengarse. Motivos hay para creer que no hubo tal influencia; pero como quiera que sea, lo cierto es que aquella huida fué una calamidad para lás córtes de Francia y España, bastante para aguar el regocijo de las bodas, y hacer oir al monarca de julio en medio de la alegría de Jos festines, las palabras misteriosas que á otro rey anunciaron su próxima desgracia.

Cuarenta horas mediaron entre la desaparicion del Conde y la primera noticia que de ella tuvieron las autoridades francesas. No fueron perezosas en poner en práctica los medios mas activos para capturarle antes de que pasara la frontera. El prefecto de Bourges anunció á su gobierno la evasion, y este desde luego dirigió por telégrafo á todos los prefectos el siguiente despacho, fechado á las tres de la tarde del dia 17 (setiembre de 1846.)

S. A. R. el Conde de Montemolin, hiju mayor de, D. Carlos, se ha escapado de Bourges; haréis que lo busquen y detengan

Se circularon ademas á los maires las siguientes » Señas del principe Carlos Luis Maria, conde de Montemolin. Edad 28 años; estatura 5 pies; cabellos y cejas negras; frente estrecha y abultada; ojos pardos; nariz gruesa y larga, un poco torcida; boca regular; barba negra corrida; cara ovalada, color moreno, » c>uil

Señas particulares. El labio superior y los dientes un poco salientes, lo cual se nota mas cuando habla; se espresa, con facili

dad, aunque con bastante acento; las rodillas vueltas un poed hácia adentro; anda muy derecho, guiña a menudo el ojo izquierdo; lleva el sombrero inclinado á la derecha sobre los ojos kon

Inútiles fueron los esfuerzos del gobierno francés, pues es sabido que el Conde de Montemolin pasó la frontera sin haber sufrido ningun tropiezo. Diversas son las relaciones que de esta evasion se han hecho, de las cuales voy á estraetar lo que me parezca mas crítico, concluyendo con la proporcionada por personas que con él estaban, y tomaron parte en su realizacion.

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Segun los periódicos de Paris, salió de Bourges el principe el dia 14 á las cinco y media de la tarde, conduciendo el carruage en que iba con cuatro personas de su servicio, escoltado segun costumbre, por los gendarmes que le seguian á distancia de unos 40 á 50 pasos. Al poco tiempo, dicen unos, montó à caballo y lo sacó á escape hasta perder de vista á su escolta, que no lo estraño, porque muchos dias le veia hacer lo mismo. Entonces fue cuando se ocultó el Conde. Otros dicen que el príncipe no dejó el carruage, hasta que estando á la puerta de una quinta sin ser visto de los gendarmes, le sustituyó un criado de su guarda ropa. Mas todos convienen en que al poco rato, los engañados gendarmes vieron venir el carruage del Conde con una persona que creyeron ser su prisionero á la cual acompañaron hasta palacio, segun de costumbre tenian. Pero dejando á parte estas relaciones y congeturas, hé aquí los pormenores de la evasion, segun datos de que puedo responder.

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El marques de Obando habia mandado hacer uno de esos carruages Hamados charabanes, que usaba el conde para sus paseos, pues no lo tenia propio desde que su padre habia abandonado ła Francia. El mismo solia dirigírlo por sus propias manos.

El Conde tenia un criado llamado Manuel Charri, algo semejante á su ilustre persona, tanto en estatura como en la barba, que llevaba corrida cual la del Principe, y a quien le hizo vestir precisamente el mismo trage que debia llevar el 14 de setiembre

para cuyo dia estaba dispuesta la evasion, enviándole a apostarse al lugar, hácia el que pensaba dirigir aquella tarde su paseo. El trage consistia en pantalon blanco de verano, levita negra, y sombrero redondo, negro tambien; la mano derecha cubierta con un guante blanco, la izquierda completamente desnuda, aunque llevando empuñado el otro guante,

Llegada la hora de paseo, tomó el Conde un trage igual, y subiendo al charavanc empuñó las riendas como tenia de costumbre. Subieron tambien al carruage, poniéndose á su izquerda, el marqués de Obando, y detrás, en los segundos asientos, el general D. Juan Montenegro, y el gentil-hombre del Conde, D. Tomás Garcí Martin. Inmediatamente despues, el charavanc partió al galope por el camino de París, en direccion à la quinta llamada Barbansois.

Los gendarmes que seguian á caballo el veloz carruaje marchaban muy cerca de él; mas no tanto que llegasen á descubrir el cambio verificado de repente del individuo principal que le ocupaba un momento antes.

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En efecto; apenas hubo entrado el carruage, dirigido por el Conde en un declive ocultado por una colina á los ojos, de los polizontes, tomó un camino travieso que dirigia á la quinta Barbansois, saltó de repente al suelo D. Carlos Luis, y mientras montaba en un brioso corcel, dispuesto allí al efecto, partiendo como una exalacion lejos de Bourges, subió Charri al charavanc, tomando la propia posicion en que se hallaba el Conde, y en vez de seguir el mismo camino, volvió por el contrario sobre sus pasos, retrocediendo á Bourges, sin que los gendarmes, poco dispuestos á esperar ser víctimas de aquel juego de prestidigitacion, se cuidasen de examinar el engaño deplorable para ellos, en que acababan de caer, antes al contrario hicieron á Manuel Charri, los mismos honores y saludos que si hubiese sido el Conde.

Al siguiente dia pasó el prefecto á visitarle, y contestándosele que estaba enfermo, no insistió en verle. El dia 10 volvio á visi

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