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negociando con dichos hermanos, para que se pasaran con toda la fuerza que dirigian en Cataluña, entregando al mismo tiempo al Conde de Morella, de cuya confianza con ellos debian abusar.. Esta accion, cuya nobleza ó villanía, en caso de haberse llevado á cabo, no debo calificar, era pagada á los hermanos Tristanys, reconociéndoseles el grado de brigadier en el ejército de la reina, el grado respectivo á sus oficiales, y á estos y á los soldados, dándoseles una crecida gratificacion, aparte de la alzada cantidad que habian de percibir los cabecillas, y de la que cobraron ya una buena parte. Despues de algunas entrevistas, que tuvo el coronel Rotalde, comisionado al objeto por el Capitan general, con los tres hermanos cabecillas, se convino al fin que estos entregarian á su fuerza y á Cabrera, en la noche del 13 al 14, en el santuario de Pinós. Al efecto salieron de Igualada el dia 13 las columnas de los coroneles Larrocha y Catalan, y de noche, entre breñas, entorpecidos por una lluvia copiosa, cuando estaban á mitad del camino, recibieron, en vez del esperado abrazo, una descarga de los carlistas, mandados y dirigidos por Cabrera, á quien los Tristanys tenian al corriente de las negociaciones. La sorpresa fué cual no se puede pintar, y los carlistas aprovechando los momentos, dispersaron la vanguardia y acometieron al enemigo, haciéndole muchos prisioneros, heridos, y muertos, no tantos empero como cra de creer, por haber tomado las columnas de la reina un camino que creyó Cabrera habian de abandonar por sus malas circunstancias.

Despues de la accion de Pinós, destruidas las partidas del Ampurdan, presentados á indulto muchísimos carlistas, soldados y gefes; dirigiéronse contra Cabrera, Tristany y los pocos mas que quedaban todas las fuerzas disponibles que habia en el Principado, las que constaban de 69 batallones, 19 escuadrones, 190 gefes, 2,023 oficiales, 49,018 soldados, y 1877 entre caballos y mulas. No hubo acciones importantes; pero las fuerzas carlistas se fueron disolviendo, entrando en Francia los gefes, y presentándose á in

dulto los soldados. Cabrera pasó la frontera con otros tres generales, el 25 de abril de 1849: preso, y conducido á Perpiñan, fué encerrado por de pronto en un castillo.

Así concluyó una guerra que durante tres años habian sostenido con entusiasmo, pero con dignidad y nobleza, los defensores del conde de Montemolin, con el objeto de colocar en el trono de España á este virtuoso Príncipe. Fiel á la obligacion que me impuse de no hacer cierta clase de comentarios y reflexiones á los hechos de la misma, y no queriendo decir una palabra acerca de los medios con que se llevó á término, creo que con nada puedo mejor concluir este capítulo que con las palabras de un periódico liberal madrileño, el cual despues de referir los rumores, verdaderos por cierto, de comprarse á los gefes que se pasaban, se espresaba así:

«No es defecto en el gobierno, la venalidad de los rebeldes; pero lo seria y muy grande el ensayar el sistema de corrupcion, porque esto equivaldria á declararse impotentes en el campo de batalla: y no solo seria defecto, sino que seria crímen de esa nacion, rebajando su dignidad hasta el estremo vergonzoso de comprar un triunfo que no podria conquistar de los facciosos. ¡Qué derecho tendríamos en tal caso para decir á Montemolin: « no tienes simpatías en España, no tienes prosélitos, eres impotente ante nosotros; no seas pues temerario llevando á tu país los horrores de la guerra civil, de la cual nada que no sean desastres, puedes pro meterte!» Él entonces podria contestarnos: «he sucumbido ante la inmoralidad de un gobierno, y ante la corrupcion de unos cuantos gefes, en quienes habia depositado mi confianza; no he sido vencido con las armas; aun me resta probar el trance de una batalla.

CAPÍTULO XII.

Estancia en Londres del Conde de Montemolin.

La noticia de la llegada à Londres del Conde de Montemolin, el 23 de Noviembre de 1846, produjo profunda sensacion en la ciudad, fué un golpe fatal para las cortes de Madrid y París, cuyos fondos públicos se pronunciaron en baja, y dejó concebir la esperanza ó el temor de un plan, que con las potencias del Norte que no habian reconocido todavia la legitimidad de Isabel II, hubiese meditado la Inglaterra para vengarse del desaire sufrido con el doble matrimonio español. Desvanecióse la esperanza que pudieran aun tener los gobiernos de Luis Felipe y D.a Isabel, de que Lord Palmerston, ligado por los compromisos de la cuádruple alianza, retuviera prisionero al Conde ó lo entregara á la Francia, que tanto empeño popia en vigilar sus acciones. Mas, el ministerio inglés, que no solo se creía libre del tratado de la cuádruple alianza por haber faltado, á su entender, las córtes de Madrid y París, á otros no menos respetables, sino que se creía tambien obligado por el Jerecho de gentes, á dejar en libertad á un príncipe estrangero

que buscaba la hospitalidad en aquella nacion, á veces tan generosa, creyó de su deber no arrestar al Conde de Montemolin, sino dejarle en completa libertad, sin fiscalizar sus acciones.

Y no solo esto, sino que al siguiente dia de haberse anunciado la llegada del príncipe español á la capital de la Gran Bretaña, fue objeto de los mas estraordinarios obsequios por parte del presidente del consejo de ministros y de los mas notables personages de aquella poderosa nacion. Lores, Generales, Diputados, banqueros, literatos, y cuanto de notable encerraba la ciudad de Londres, se empeñaron á porfia en dar muestras de distincion al escapado de Bourges; pero en medio de tantos obsequios, ninguno llamó tanto la atencion como la larga visita que le hizo Lord Palmerston, cuya importancia era incalculable en aquellos momentos. En diversos sentidos fue comentada por la prensa y por los gabinetes, atribuyéndola unos á cortesía y atencion, y á miras politicas los mas. Secreto quedó por entonces el objeto de la larga conferencia del príncipe y del Vizconde, pero no dejó lugar á creer que fuese mera cortesanía, la circunstancia de haber saludado los periódicos ingleses, aun los que pasaban por órganos del Gabinete, al ilustre proscrito como á Rey de España. El nombre de Magestad era el que, con anuencia del gobierno inglés, se le daba en toda la prensa periódica, que seguia sus acciones y sus pasos como los de una persona real, para luego darlos al público, en una especie de parte de atencion diario. El Mornig Cronicle, el Times, Morning Post y demas diarios de Londres, seguian el mismo sistema, del cual voy á dar un ejemplo con el siguiente párrafo de este último, del 26 de noviembre. «El Conde de Montemolin.-Ayer S. M. salió á pasear por la mañana temprano, y despues se ocupó en despachar algunos negocios. Por la tarde S. M. recibió varias visitas, entre ellas la del Vizconde Palmerston y Vizconde Ranelagh, y la de otras varias personas que se interesan en los negocios de España, S. M. comió en seguida con los oficiales de su séquito..

La casa que habitaba era visitada todos los dias por muchos personages nacionales y estrangeros que lo tenian á honra, y cuyos nombres se veian al dia siguiente estampados en las columnas del Morning Post. Empeñábanse en que con su presencia honrara los establecimientos, sociedades y corporaciones de que forma ban parte ó en que tenian influencia, y era además continuo objeto de espléndidos convites.

Acompañábanle comunmente, el Marques de Villafranca, el General Montenegro y el Coronel Merry; con quienes principió á visitar los edificios de Londres, como el palacio del Parlamento, el dia 26, en compañia del miembro del mismo, Lord Borthwich. El dia 5 de diciembre, el Conde de Lansdale dió en obsequio del príncipe, un banquete espléndido en su quinta de Cartton-HouseTerrace, al que asistieron muchas personas de la mas alta aristocracia inglesa. El 7 visitó la sociedad de trabajadores de Pall-mall, donde fue recibido y obsequiado por Lord Jhon Maners, que tenia esta comision, escribiéndose luego su nombre y el de los que le acompañaban en el libro de los miembros honorarios que tienen libre entrada en el establecimiento. El 12 estuvo convidado en Deepdue por M. G. Hope con muchos Lores y caballeros.

A los pocos dias de su permanencia en Londres, habia alcanzado el simpático Conde tanta popularidad, como nunca hubiese conseguido otro príncipe alguno, y era el objeto de todas las conversaciones. Súpose que habia de honrar con su asistencia el Tea. tro francés, donde á peticion suya se representaba la comedia de Scheridan, La escuela del escándalo, y hubo aquel dia una afluencia estraordinaria, estando ocupadas desde muy temprano todas las localidades con objeto de ver al príncipe español, que llamó la atencion sobre todos, apesar de haber asistido aquella misma noche al teatro, entre otros personages, los príncipes Luis y Gerónimo Bonaparte. Las autoridades populares, intérpretes del interés que inspiraba al pueblo el jóven Conde, quisieron darle un convite oficial, invitándole de antemano, de parte del consejo ó

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