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que han hecho á las de su familia, célebres en toda Europa, reune un candor y un fondo de bondad que cautivan, ha traido á D. Cárlos Luis aquella felicidad y bienestar que resultan del ejercicio de las virtudes domésticas, de que tan altos ejemplos ha ofrecido siempré, por confesion de sus mismos adversarios, la familia de Don Cárlos. La Providencia no ha concedido hasta ahora á los jóvenes esposos la dicha de llevar el dulce nombre de padres; pero no por esto han acreditado menos, que quienes fueron hijos obedientes y sumisos y modelo de esposos, habrian cumplido los deberes de este cargo con la escrupulosidad que hacian esperar la religiosidad de sus sentimientos y la ejemplar educacion que recibieron.

En la corte de Nápoles, como en las de los varios Estados con. quienes está aquella unida con los vínculos de amistad ó parentesco, han gozado siempre de la distinguida consideracion á qué les daban dercho, no ya tanto su categoría y el esplendor de su cuna, como la ilustracion y dotes personales que en ellos reconocen todos. El Rey Fernando, en especial, ha encontrado mas de una vez en su reflexiva hermana, atinadísimos consejos y una prudente iniciativa para salvar las dificultades y riesgos que tanto prodiga nuestro siglo á las familias rcinantes. Su influencia en la marcha política de aquel importante Estado, es tan reconocido por todos, como alabada por los que sinceramente desean ver salir triunfan-. tes de la deshecha borrasca que en nuestros dias han corrido, á los principios monárquico y religioso.

Un nuevo infortunio ha venido ultimamente á herir á los Condes de Montemolin en lo mas vivo de sus sentimientos. Tranquilos permanecian en Nápoles, esperando resignados que sonase, la hora que haya tal vez señalado la Providencia como la última de sus no interrumpidas adversidades, cuando el telégrafo vino á anunciarles el estado de gravedad que presentaba la salud del Sr. D. Cárlos María Isidro, que desde hacia algun tiempo inspiraba á todos sérios cuidados, á consecuencia de habérsele arraigado unas tereianas que ningun medicamento bastaba á combatir,

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ademas de haber sufrido ya el año 1850 un ataque apoplético que le habia paralizado, aunque imperfectamente, todo el lado derecho, á escepcion de la cabeza. Púsose precipitadamente en camino el Sr. Conde, en compañia de su primo D. Sebastian Gabriel, ansioso de dar a su anciano padre el último testimonio de su acendrado cariño. Detuviéronse en Roma muy pocas horas, parando en el palacio de Toscana, y en este corto tiempo fueron á besar el pié al Santo Padre acompañados del cardenal Antonelli, que habia ido á visitarlos tan pronto como tuvo noticia de su llegada. Al entrar en Florencia, el telégrafo habia anunciado ya el funesto fin del ilustre enfermo, que les fué comunicado con las debidas precauciones.

Desde hace ocho años vivia D., Carlos en Tricste en compa ñia de su esposa y de su hijo menor D. Fernando, rodeado de tres ó cuatro de sus antiguos servidores, entre ellos el gentil-hombre Villavicencio. Ocupaba el segundo piso de una casa sumamente modesta, y solo muy rara vez paseaba en coche, que le dejaba el gobernador austriaco de aquella ciudad, pues no contaba con otros recursos que con la modesta pension que le habian señalado los emperadores de Austria y Rusia, apesar de lo cual sufria resignado las privaciones que le imponia su desgracia. No obstante lo delicado de su salud desde hacia algun tiempo, tres dias antes de su muerte escribia aun algunas cartas á sus amigos; pero de pronto fué tál el estado de gravedad á que llegó, que de noche le fué administrado el Viático por el Illmo. Sr. Obispo de aquella diócesis, que procesionalmente condujo el Santísimo Sacramento desde la parroquia, acompañado de numeroso clero y de otras muchas personas con hachas encendidas, teniendo lugar esta ceremonia con la mayor pompa, y recibiendo D. Cárlos el Sacramento con aquel fervor que era en él peculiar. Tan rápido era el curso de su enfermedad, que á la madrugada del dia siguiente el médico de la familia mandó que se le administrase la Estrema-Uncion, aunque

solo despues de haberse de nuevo reconciliado quiso recibirla Don Cárlos.

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Era un momento supremo, decia una carta de Trieste, y la alcoba del espirante personage presentaba el cuadro mas tierno y desgarrador. Mientras el sacerdote recitaba las oraciones de la Iglesia, y D. Cárlos, abriendo los ojos y moviendo los labios, indicaba comprender y repetir mentalmente, hallábanse postrados alrededor del lecho su ilustre esposa, su hijo D. Fernando, y todas las personas de la familia que habian acudido á dar á su querido amo el último testimonio de su lealtad y tierna afeccion. Los sollozos de todos se mezclaban con las palabras del sacerdote, el cua pidió al enfermo que bendijese á su hijo D. Fernando, por sí y á nombre de sus hermanos ausentes. D. Cárlos entonces alzó las manos, y estrechando en ellas la cabeza de su hijo, hizo ademan de besarla y apoyarla sobre su corazon. Estrechó con la misma efusion á su querida esposa, la cual soportó con bastante fuerza aquel acto, del que pudo retirarsela con dificultad y no sin temer algun accidente por lo oprimida y afligida que se hallaba. Estos fueron momentos tan aflictivos, que se pueden comprender, pero que no es posible describir. ›

Poco tiempo despues, á las nueve y media de la mañana de 10 de Marzo de 1855, despues de haberse despedido de los que le rodeaban, entregó su alma al Criador, aquel príncipe, en quien no sé qué hay que admirar mas: si los padecimientos y privacio nes en que tanto abunda su vida, ó la cristiana resignacion é inflexible entereza con que supo dominarlos.

La familia imperial austriaca, que desde que tuvo noticia del estado del ilustre enfermo habia mandado se la diese parte cada dos horas del curso de la enfermedad y que se pusiese å su disposicion cuanto fuese necesario, ordenó al baron Mertens, gobernador militar y civil de Trieste, que se presentase á la augusta viuda á darla el pésame en su nombre: la poblacion que durante tantos

años habia admirado sus cualidades, manifestó el mayor sentimiento por su pérdida, y dió á la ilustre viuda inequívocas pruebas de simpatía: sus numerosos amigos en muchas ciudades de España, y aun de Europa, demostraron por medio de sufragios celebrados para el eterno descanso de su alma, cuan grata les era la memoria de sus virtudes.

El cadáver: fue embalsamado y vestido con el uniforme de capitan general español, sobre el cual se veían las placas de Cárlos III, de San Hermenegildo, las insignias del Toison de Oro y la banda de la primera de las mencionadas órdenes, y espuesto sobre un catafalco construido en una de las salas de la casa mortuoria, todo adornado con el mayor gusto. Despues que una inmensa muchedumbre de personas hubo acudido á tributarle el último homenage de respeto, el cadáver fué depositado en una caja de plomo, encerrada en otra de caoba, magníficamente trabajada, y trasladado con la mayor solemnidad á un panteon construido apropósito en una capilla de la catedral de aquella ciudad, bajo la advocacion de San Justo. Los funerales, en que ofició el Sr. Obispo, tuvieron lugar con mucha ostentacion y con asistencia de cuanto de notable encierra aquella ciudad y de muchos personages que de remotos puntos habian espresamente acudido para ofrecer cá la proscrita familia esta nueva prueba de estimacion. Ademas del Conde de Montemolin y de su primo D. Sebastian, que, segun se ha dicho, dejaron su residencia habitual de Nápoles para correr al lado del moribundo D. Cárlos, acudió presuroso, desde Londres, el Sr. D. Juan de Borbon, á quien acompañáron y sirvieron de consuelo en su quebranto el general Cabrera y su interesante esposa, y desde Venecia, donde se hallaban, el Conde de Chambord, el Conde Luchesi-Palli y el Duque de Levis, no habiendo asistido por estar enfermo el archiduque Fernando Maximiliano, que mandó á un gentil-hombre que le representase, y puso á disposicion de la familia española el palacio que allí posee y cuanto él tenia.

CAPÍTULO XIV.

Conclusion..

has dificultades de todo género de que se ve siempre rodeado el que toma á su cuidado el referir la historia de los hechos contemporáneos, se multiplican hasta el infinito en los momentos en que termino la narracion de los actos de la vida pública y privada del Sr. D. Cárlos Luis María de Borbon. Imposible es cuando las pasiones ocupan el lugar de la razon, sobreponerse á las circunstancias, y juzgar á amigos y á adversarios con la serenidad y calma que nunca deben abandonar al que escribe para el público, y analiza los hechos, los principios y tendencias de cada partido, sus faltas y las esperanzas que les ofrece el porvenir. Añádanse á estos obstáculos los que en este momento ofrece la perspectiva de los escesos de toda clase á que se entrega el partido dominante, quien al paso que se bautiza á sí mismo con los pomposos nombres de liberal y de tolerante, ahoga toda discusion, y por medio de los llamados estados de sitio persigue á sus contrarios con caprichosos confinamientos y toda clase de vejámenes: no se pierda de vis

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