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CAPITULO III.

D. Carlos Luis Maria en Inglaterra

Y ALEMANIA.

Bumillaciones tan solo saboreó la familia de D. Carlos al llegar á la gran Bretaña, á la qué iba con la esperanza de encontrar un país hospitalario en donde pasar los dias de su infortunio. Ya antes de desembarcar, el embajador español puso dificultades y entorpecimientos que obligaron á los viageros del Donegal á permanecer dos dias anclados á la vista del puerto de Porsmouth; pero allanados los inconvenientes, pudieron al fin los ilustres proscritos pisar el ingrato suelo de Inglaterra que tan fatal habia de ser para ellos, ya por los desengaños que alli les aguardaban, ya principalmente por que en él habia de hallar sepultura una ilus. tre víctima del infortunio, Doña María Francisca de Braganza.

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la Francia con nombres supuestos, se presentó en Navarra en medio del ejército carlista. Al dejar la Inglaterra, poquísimas personas tenian conocimiento de esta espedicion, que se tuvo oculta hasta á los mismos familiares é hijos, dando por pretesto de la desaparicion del príncipe una grave enfermedad que le tenia al borde del sepulcro. Creyó inocentemente el jóven Carlos Luis esta enfermedad y principió á entristecerse de tal modo, temeroso de que se lo arrebatára la muerte, que recelando por su salud, si continuaba en aquella ansiedad, tuvieron que descubrirle el viage de su padre y los pormenores con que lo habia llevado á cabo. La desgraciada Doña Maria Francisca rodeada únicamente de sus hijos, quedó en Inglaterra abandonada á los negros presentimientos que la asaltaban por la suerte de su esposo, y por el éxito de una empresa erizada de dificultades. Muger proscrita en país estrangero y enemigo de su causa, caida de la altura á que la habia colocado su nacimiento y matrimonio, desdeñada de cuantos la cercaban si se esceptuan sus cariñosos hijos y un corto círculo de fieles servidores, rodeada de privaciones y obligada á buscar por medios humillantes y desconocidos para ella los precisos recursos para sostener á su familia, sintió abatirse su ánimo varonil, decaer su firmeza y constancia, agoviada bajo el peso de tantos infortunios. Recogida en su quinta, ni aun la naturaleza tenia para ella ese encanto que infunde en los seres desgraciados. Solo en el trato con sus hijos hallaba algun lenitivo á sus padecimientos; siempre amable y cariñosa invertia mucho tiempo en conversar con ellos sobre puntos de historia, inculcándoles las máximas de moral que le dictaba su cristiano corazon, y enseñándoles los deberes propios de personas de su posicion y gerarquia: solo instruyéndolos podia dar á su alma la tranquilidad que necesitaba.

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Las primeras noticias que recibió de su esposo, tan satisfactorias eran y con tanto calor espresadas por él mismo, que consiguieron por algunos momentos hacer renacer la esperanza en

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aquel ánimo abatido. Llegó á sonreirla tal vez en medio de su desgracia la halagüeña idea de que la providencia que tan bien habia conducido á su esposo en la arriesgada espedicion que acababa de verificar, bendeciria el valor y el entusiasmo de los pueblos que le habian acogido con tantas muestras de cariño. Pero no habia de ser duradera esta ilusion, que se desvaneció bien pronto, sumiendo á Doña María Francisca en un profundo decaimiento, precursor de su muerte. Fija su atencion en la península, esperaba con avidez noticias de su esposo y del estado de la guerra, pero lo que en la víspera erà un hecho que infundia esperanzas, era al siguiente dia un hecho que las desvanecia. En esta continua lucha de sentimientos encontrados, supo el inminente peligro de ser preso en que se habia visto D. Cárlos, y entonces fué cuando temió sériamente, y se sobrecogiósu espíritu. Perdidás ya todas las esperanzas de salir del infeliz estado en que se veia sumida, sus fuerzas se agotaron, su salud se quebrantó,y cayó en cama postrada por una activa fiebre el 15 de mayo de 1834.

En medio de esos contratiempos pudieron faltar á la infanta la firmeza y ánimo varonil por que se habia distinguido, mas no menguar en nada su cristiana resignacion ni disminuir el cariño que profesaba á sus hijos, cuya suerte futura era en medio de tantos padecimientos el mayor que afligia suangustiado corazon. Prueba brillante de lo primero, es la sublime contestacion que dió á su hermana, la princesa de Beira, que trataba de arrancarla á sus tristes reflexiones y hacerla ver que no habia razon para desesperar del resultado favorable de su causa, y que el tiempo y la providencia la indemnizarian de sus muchos padecimientos: «Agradezco tu tierna solicitud, Teresa, dijo Doña aria Francisca sonriéndose melancólicamente, pero los dias de mi vida estan contados, y tengo un sentimiento intimo de que se acerca el último: por lo demas, yo no acuso á la Providencia Divina, y reputaria de criminal mi arrogancia si me atreviese á escudriñar sus insondables misterios. Dios me ha regalado un tesoro de tribulaciones,

pero tambien me ha proporcionado ocasiones de ejercitar mi paciencia. Suppmano soberana nunca nos lega el mal, sino para nuestra mayor perfeccion y felicidad. hubnes sided

El cariño que profesaba a sus hijos agravaba la enfermedad con el triste pensamiento de la horfandad en que quedarian sumidos, si muriese en Inglaterra, dejándolos lejos de su padre. Ellos por su parte, y mas que todos el mayor, D. Carlos Luis María, estaban tan profundamente afectados, que se conoció útilapartarlos de la quinta de Albertoke-rector en donde estaba su madre moribunda, y trasladarlos á la vecina poblacion de Gosport en la que estuvieron algunos dias con el P. La Calle y tres ayudas de cámara, Orfeliu, Tejeirquy Garci Martin, inciertos acerca el estado de su madre, presagiando, empero, un resultado fatal, Ocultaba sin embargo D. Carlos Luis sus presentimientos y su pesar para no afligir mas á sus hermanos. Algunas veces, segun un historiador, todas aquellas en que le lera dado burlar la vigilancia de sus compañeros de desgracia, salia de Gosport y se dirigia rápidamente á la quinta dónde yacia postradaolan moribunda, imposibilitado de penetrar en la casa, puesto que le contenia el temor de causarla una sorpresa de fatales consecuencias; é impulsado al propio tiem potá hollar todo obstáculo y lanzarse entre, aquellos brazos qne tantas veces le habian estrechado contra el materno seno, permanecia aparentemente silencioso, mientras batallaban interiormentescon violencia sus encontrados deseos. Sentia desfallecer sus fuerzas, miraba con amor aquellas paredes entre las cuales estaba depositada su propia vida, que era la vida de su madre, las lágri mas humedecian sus párpados y retrocedia casi sin salientobak lugar en que se hallaban sus hermanos boisda orïoil 'uí o xol

Todos los recursos de la ciència fueron inútiles para detener los progresos de la enfermedad que acababa con la esposa de DiCarlos. Finalmente el dia 40 deljunio, despues de haber hecho testamento y haber pediato con cristiana humildad perdon á todos los circunstantes, cayó en uni profundo estupor que solo la dejó

*pocos momentos, al amanecer del siguiente dia, para pedir que la permitiesen ver y hablar por última vez con sus queridos hijos.. Los síntomas de la enfermedad se agravaron rápidamente, y á las once y media de la misma mañana espiró en medio del desconsuelo de su servidumbre que habia tenido ocasion de admirar tan heróicas virtudes.

El P. Frias, maestro de D. Cárlos Luis, fué quien tuvo el eno-! joso encargo de anunciar á este la infausta nueva de la muerte de su madre, que afectó profundamente su ánimo sensible. El dolor que le causó esta desgracia no fué pasagero, sino que ha quedado para siempre impreso en su corazon, y de él ha dado continuamente sinceras muestras en lo restante de su vida. Quince dias despues de la fatal pérdida, debiendo pasar por delante de la casa que habitaban en Gosport los hijos de D. Cárlos el entierro de su difunta esposa, dejaron á esta poblacion pocas horas antes, y se trasladaron á Londres.

Todas las personas de la alta sociedad de Porstmouth, los oficiales de la guarnicion, y las principales señoras tuvieron las mas delicadas atenciones con la desgraciada familia. Una concurrencia numerosa y brillante acudió á observar los restos inanimados de la infeliz señora, en los cuales se notó cierta descomposicion chocante y estraordinaria. El gobierno ingles mandó hacer á la difunta honores fúnebres: los navíos de guerra que habia en el puerto y las baterias enarbolarón á medio mastil el pabellon español, y desde el momento en que el cuerpo salió de la casa mortuoria acompañado de una guardia de honor, hasta la conclusion de la ceremonia, dispararon cada cuarto de hora un cañonazo.

En Londres permaneció D. Cárlos Luis y sus hermanos, bajo la tutela de su tia, hasta el año 1835 en que dejaron la Inglaterra para trasladarse á Alemania. Despues de haber recorrido varios puntos, fijáron su residencia en Salzburg, en donde dirigia su educacion el P. Luis García. Allí se encontraban en 1838, cuando un acontecimiento importante dió ocasion á su regreso á Espa

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