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Si el cielo me otorga la dicha de pisar de nuevo el suelo de mi Patria, no quiero mas escudo que vuestra lealtad y vuestro amor; no quiero abrigar otro pensamiento que el de consagrar toda mi vida á borrar hasta la memoria de las discordias pasadas y fomentar vuestra union, prosperidad y ventura, lo que no me será difícil, si, como espero, ayudais mis ardientes deseos con las prendas propias de vuestro carácter nacional, con vuestro amor y respeto á la santa religion de nuestros padres, y con aquella magnanimidad, con que fuisteis pródigos de la vida, cuando no era posible conservarla sin mancilla.

Bourges 23 de mayo de 1845, Firmado.--Cárlos Luis.

He aquí ahora los principales trozos del primer artículo que publicó D. Jaime Balmes despues de dado el manifiesto del Conde de Montemolin.

«D. Cárlos ha desaparecido de la escena política, y en su lugar se ha colocado su hijo; este es un acontecimiento importante. El manifiesto que ha seguido á la renuncia indica un notable cambio en la política; esto es todavía mas importante. Pocos hombres habrá que reunan una opinion mas general y mas bien sentada de honor, de religiosidad, de sinceridad, de convicciones, del deseo del bien público que D. Cárlos; pero sí como hombre obtiene el aprecio y respeto universal, tampoco puede negarse que como Príncipe era objeto de prevenciones tan fuertes, que nada hubiera sido bastante á disipar. Fueran justas ó injustas, fundadas ó infundadas, lo cierto es que existian; tratamos únicamente del hecho, no de la razon en que pueda estribar. Y en circunstancias como las de D. Cárlos, un hecho semejante no puede ser desatendido: quien no cuenta con fuerza material, á qué queda reducido si le falta la moral? Y esta fuerza moral en un Príncipe es muy diferente de su buena reputacion como hombre particular; errados consejos ó circunstancias infaustas pueden hacer inútil para ciertos objetos al mejor hombre del mundo. En 1852 la fuerza moral de D. Cárlos conio Principe, era muy grande; los errores, las des

gracias y el mismo curso de los años la han consumido.

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Nada tenemos que observar ni sobre la renuncia ni sobre las comunicaciones que han mediado entre padre e hijo; este es un asunto de familia y de convicciones particulares. En los do cumentos se habla de derechos, porque sus autores han creido tenerlos; si esto no creyeran no estarian en Bourges. Nada tenemos que decir sobre este punto; solo haremos notar que si algunos fuesen tán susceptibles que ni aun este lenguaje quisieran sufrir, les preguntaremos; si era de esperar que D. Cárlos se presentase al mundo diciendo que se habia engañado, ó bien que su hijo al reemplazarle, declarase este engaño, y rechazase todas las pretensiones de su padre. Sca como fuere, repetimos que nada tenemos que decir sobre el particular; en nuestro concepto todo lo que sea remover en un artículo la cuestion dinástica, considerándola en otra esferá que la de un simple hecho público y notorio, seria desviarse del objeto á que deben dirigirse las miras de quien desée sinceramente ahogar toda la semilla de discordia, y prevenir sus resultados para lo venidero.

El manifiesto del príncipe que reemplaza á D. Cárlos, producirá en España y en Europa una impresion profunda. En él hay dignidad sin altanería, blandura sin humillacion, indicaciones gra ves, sin manifestaciones inoportunas é impropias. En breves palabras, como á tan alto rango cumplen, sentidas como las inspira el infortunio, estan tocados estremos tan delicados, de una manera qué ni rebaja al que habla, ni hieren la susceptibilidad de ninguno de los que escuchan. A las dificultades relativas à la persona se contesta; á las que se refieren á las cosas, se deja entrever la contestacion. Un príncipe que hiciese el manifiesto con la mano en puño de la espada, sería rechazado con espadas; un principe que hablara en actitud de suplicante, puesto de rodillas, sería despre. ciado. Entre el ruego y la amenaza habia un medio; y este medio lo ha encontrado el ilustre proscrito.

Recorramos los principales puntos del manifiesto. El hijo de

D. Carlos hablando á los españoles, podía ser considerado por algunos como provocador de la guerra civil; sus primeras palabras son una protesta de paz, protesta que aplaudimos sinceramente, asi bajo el punto de vista de la humanidad como de la política. Los horrores de la última guerra son muy recientes, han sido demasiados para que nadie pueda abrigar sin estremecerse, la idea de encenderla de nuevo. ¡Ay de los tronos que se levantan en medio de un lago de sangre! La causa de la humanidad tiene un venga*dor en el Cielo.

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Los sentimientos pacíficos del hijo de D. Carlos encontrarán eco en el corazon de todos los españoles, sea cual fuere la opinion á que pertenezcan y la bandera dinástica que hayan defendido, todos harán justicia á csa voz de reconciliacion, la primera que oye el público de la boca de un individuo de la real familia despues de la muerte de Fernando.

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Aquellas consoladoras palabras de no habrá partidos, no ha brá mas que españoles, espresan algo mas que un sentimiento de generosidad, encierran un sistema político. En todos los partidos hay elementos que pueden servir; quien rechace imprudentemente estos elementos, perpetuará los partidos: quien los aproveche con cordura, acabará por disolver los partidos confundiéndolos en un sistema nacional. En todos los partidos hay un caudal de fuerza; esas fuerzas estan ahora en oposicion, y su lucha produce el caos; armonizadlas y de su armonía resultará una vida lozana y fecunda.

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En este conflicto, no hay otro remedio que un poder que en cerrando todos los títulos de legitimidad, verdaderos ó imaginarios, atraiga y asegure al rededor de sí á toda la nacion, un poder que todos hayan de aceptar, porque fuera de él no encuentren punto de apoyo. Cuando los partidos se digan á sí propios: «es preciso resignarse á lo que hay, ó cambiar la dinastía de Borbon, ó establecer la república entonces las conspiraciones no encontrarán elementos, sinó entre unos pocos díscolos; podrá haber conjuraciones, mas no revoluciones.

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El poder que resulte de esta alianza es el único que alcanza. rá la fuerza necesaria para fundir á los partidos; esta es la situa cion actual de España: esta será durante muy largos años.

Tocante á los hechos de la revolucion, encontramos en el manifiesto, el lenguage que corresponde á las circunstancias de quien habla; el que acaba de colocarse en el lugar de D. Cárlos, no podia por cierto hacer la apología de lo que se ha hecho, combatiéndolo su padre: pero tampoco podia levantar un grito que le presentase como desconocedor de la situacion de las cosas y de la fuerza de los acontecimientos. Lo propio opinamos de lo relativo á la cuestion dinástica. No hay compromiso para nada; pero tampoco se cierra la puerta á nada.

«Este manifiesto, se nos dirá, podrá contener lo que se quiera, pero tiene la desgracia de salir de la cabeza de una familia ya olvidada; todo lo que en favor de ella se pondere son exageraciones; su voz no es la de la conciliación, sino de la impotencia.» A esa respuesta opondremos una réplica muy sencilla, un hecho. Si es ta familia no puede nada, si sus palabras no significan nada, si su vida política ha terminado para siempre, ¿por qué se le retiene prisionero en Bourges? ¿por qué dan tanta importancia á esta retencion, asi el gobierno frances como el español? Si en la cárcel no hay nada vivo; si no hay mas que un cadáver, ábranse las puertas; déjesele al aire libre; que el rayo de luz que alumbra á su rostro, mostrará mas infalibles señales de la muerte; y bien pronto el viento llevará el polvo del fantasma que poco antes hacia miedo. x

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En qué funda el Conde de Montemolin

SUS DERECHOS A LA CORONA DE ESPAÑA?

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AGENO de mi propósito el apoyar ni contradecir los derechos que pretendan tener á la corona de España las dos ramas que se la han disputado, me concretaré á esponer sencillamente las razones en que los funda la familia de D. Cárlos, por ser únicamente mi objeto narrar la historia del que ha venido á representarlos. No puedo aducir, ni es justo que admitan sus parciales como una prueba de la legitimidad de sus pretensiones, el inmenso partido que las sostuvo, pues no cabe duda en que, á pesar de ser la cuestion dinástica, lo que se debatia en la guerra de los siete años, habia detrás de esta cuestion, la política, de tanta importancia, que absorvia á la otra. No es esto decir que los defensores de los dere chos de D. Cárlos, lo mismo que los de Doña Isabel, no obraran en general de buena fé, y siguiendo los impulsos de su conciencia; pero tampoco se puede desconocer que el partido monárquico abrazó en su totalidad la causa de D. Cárlos, asi como el liberal abrazó la de Cristina, sin discurrir á quien legalmente pertenecia la corona. Está consideracion hace perder mucha importancia á las pruebas legales que se presenten para defender los derechos de cualquiera de las dos ramas; sin embargo, esto no me obliga á mas que á ser breve en la presente materia. ››

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