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en 1763 y el ponderado sacrificio patriótico de ésta en 1790, habian quedado. muy atrás del prodigioso desprendimiento de los españoles en 1793. Todo abundó donde parecía que faltaba todo, y la guerra contra la república se emprendió con ardor y con tres ejércitos y por tres puntos de la frontera del Pirineo.

¿Fué imprudente y temeraria esta guerra, como lo han afirmado algunos escritores nuestros? Pocas campañas han sido tan honrosas para los españoles como la de 1793, y sentimos haber de decir que las plumas francesas nos han hecho en esto mas justicia que las de nuestros propios compatricios. La verdad es que mientras los ejércitos revolucionarios de la Francia batian á prusianos, austriacos y piamonteses, invadian la Holanda, y triunfaban en Wisenburgo, en Nerwinde y en Watignies, nuestro valiente y entendido general Ricardos franqueaba intrépidamente el Pirineo Oriental, se internaba en el Rosellon, ganaba plazas y conquistaba lauros en el Thech y en el Thuir, atemorizaba á Perpiñan, triunfaba en Truillas, frustraba los esfuerzos y gastaba sucesivamente el prestigio de cuatro acreditados generales que envió contra él la Convencion; y en tanto que en todas las demás fronteras de la Francia iban en voga las armas de la república, solo en la del Pirineo cedian al arrojo de las tropas españolas, inclusa la parte occidental, donde el valeroso general Caro ganaba y mantenía puestos en territorio francés mas allá

del Bidasoa. Si nuestra escuadra fué arrojada, como la inglesa, del puerto de Tolon, merced al talento y habilidad del jóven Bonaparte y á desaciertos y errores del almirante inglés, al menos los españoles acreditaron tal serenidad y fortaleza y dieron tal ejemplo de generosa piedad, que nuestros propios enemigos tributaron públicos elogios á su comportamiento y á sus virtudes.

En tal sazon, en la junta de generales que el rey quiso celebrar á su presencia y en el consejo de Estado para acordar el plan de la siguiente campaña, sucede el lamentable y ruidoso altercado de que hemos dado cuenta entre Aranda y Godoy, insistiendo aquél, como ántes y con el mismo calor, en la conveniencia de la paz, abogando éste por la continuacion de la guerra. El viejo conde, el veterano general, el antiguo ministro y consejero, el honrado pero adusto patricio, el franco pero desabrido aragonés, no sufre verse contrariado por el jóven duque, por el improvisado general, por el novel ministro, por el engreido privado, y le apostrófa con aspereza, y hace ademan de pasar contra él á vías de hecho delante del monarca. El ultraje al favorito ofende al favorecedor; el apacible Cárlos IV. muestra su enojo al que á la faz del rey agravia al valído; y Aranda, como Floridablanca, es desterrado de la córte, recluido en una pri. sion, y sujeto á un proceso criminal. La cuestion de conveniencia de la guerra ó de la paz podia ser enton

el

ces problemática. El arranque de irritabilidad del viejo conde de Aranda contra el privado podria disculparse ó atenuarse: su irrespetuoso porte ante rey ni puede justificarse ni podia ser tolerado; pero la dureza en el castigo, la ruda inconsideracion con que se ejecutó la pena, dureza é inconsideracion que nadie atribuia sino á instigacion y consejo del jóven Godoy, excitó más contra él el ya harto prevenido espíritu popular, al ver como iban desapareciendo los astros que habian alumbrado la España y guiado su gobierno en el anterior reinado, al influjo del nuevo planeta que de improviso se habia levantado en el régio alcázar.

Y si esto sucedia habiéndonos sido próspera la campaña de 1793, ¿qué podia esperarse en vista de los reveses é infortunios que en la de 1794 la mala suerte nos deparó? El pueblo español que veia su ejército del Rosellon, ántes victorioso, repasar ahora derrotado el Pirineo Oriental, y al francés apoderado de nuestro castillo de Figueras; el pueblo español, que habia visto el año anterior su ejército del Pirineo Occidental mantenerse firme mas allá del Bidasoa, y ahora veia las armas de la república francesa enseñoreadas de San Marcial, de Fuenterrabía, de San Sebastian y de Tolosa; el pueblo que veia en 1795 de un lado ondear la bandera tricolor en Rosas, del otro hacerse el francés dueño de Bilbao, penetrar en Vitoria, y avanzar hasta Miranda; este pueblo no reflexio

naba en las causas naturales de estos desastres, no se paraba á pensar en la inopinada y lamentable muerte del bravo y entendido general Ricardos, ni en el fallecimiento igualmente repentino y sensible de O'Reilly; ni en el refuerzo que los enemigos recibieron con la llegada de un ejército y un general victoriosos en Tolon; ni en la bravura con que pelearon nuestras tropas, muriendo en un mismo combate el general español conde de la Union y el general francés Dugommier; ni tomaba en cuenta que por la parte de Occidente arrojó sobre nosotros el gobierno de la república una nueva masa de 60.000 soldados; ni consideraba que precisamente en aquel período de la mas fébril exaltacion y de la mas prodigiosa energía revolucionaria, mientras el interior de la Francia se anegaba en sangre, y cuando todavía la bandera española tremolaba en suelo francés, los soldados de la Convencion arrollaban en todas partes los ejércitos de las naciones confederadas, triunfaban en Turcoing, en Fleurus, en Iprés, en Landrecy, en Quesnoy, en Utrech y en Amsterdam, pisaban con su planta de fuego la Bélgica, la Holanda y el Palatinado, y obligaban á Prusia y Austria á demandar la paz.

Nada consideraba y á nada atendia la generalidad del pueblo español sino al resultado desastroso de la guerra, á los peligros que amenazaban y á las calamidades que la podrian seguir: miraba como autor y causante de ella á Godoy, y predispuesto contra él el

espíritu público por el origen y la manera de su encumbramiento, no creia necesario buscar en otra parte alguna el manantial de todas las desventuras de la patria. Recordábase el destierro que sufria el de Aranpor haber abogado con teson por la paz, é imputábasele á Godoy como un crímen imperdonable.

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Parecia que los que asi opinaban deberian haber aceptado y recibido como un inmenso bien la paz de Basilea. Y sin embargo muchos, entonces y después, y hasta los presentes tiempos, han calificado aquella paz de vergonzosa, de ignominiosa y de funesta. Confesamos no haberlo podido comprender nunca, sar de haberlo visto estampado asi por escritores de autoridad y de crédito. Reconocemos que habria podido ser mas ventajosa despues de los triunfos de la primera campaña. Tras los desastres de las dos siguientes, tras la paz de Prusia y de Holanda, con que quedaba rota la coalicion del Norte, parécenos que no podia ser mas beneficiosa la que ajustó España. Por la de Prusia quedaba la república francesa ocupando las provincias conquistadas á la orilla izquierda del Rhin, y el monarca prusiano se comprometía á ser mediador con el imperio germánico para la paz general. Por la de Holanda guardaba para sí la república toda la Flandes holandesa, completando su territorio por la parte del mar hasta las embocaduras de los rios, y se obligaban las Provincias-Unidas á poner á su disposicion doce navíos de línea, diez y ocho fragatas

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