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parecer incomprensible novedad; su conato de unir la España á las potencias coaligadas contra Napoleon, el envío de un comisionado especial á Lóndres para entablar tratos de paz con la Gran Bretaña, y la famosa proclama á los españoles (octubre, 1806); vergonzante grito de guerra, mezcla estraña de cobardía y de desesperada resolucion, especie de logogrifo, que sorprendió á todos, y cuyo objeto sin darse á entender se dejaba traslucir.

De dos graves errores procedia este temerario paso del príncipe de la Paz; el 1.o de creer que los españoles habian de responder al llamamiento de una voz que no era simpática á sus oidos; el 2.o de calcular que la situacion de Napoleon en el Norte iba á ser tan comprometida que de seguro era per-dido tan pronto como España le volviera la espalda. Por un cálculo parecido habian dado ántes un paso igual los reyes de Nápoles, y les costó el trono. Desde aquel dia pudo preverse que igual sentencia habia de ser pronunciada y se habia de cumplir mas ó menos tarde ó temprano sobre los monarcas españoles. Casi siempre decide del resultado de todas las resoluciones atrevidas la oportunidad ó inoportunidad.

Todo sucede al revés de los cálculos de Godoy. Triunfa Napoleon en Jena, en Eylau y en Friedland, y vuelve á París cargado de lauros, de gloria y de poder. Esto esplica el cuarto ó quinto giro de la política

del príncipe de la Paz; su empeño en esplicar y en torcer ante los gabinetes de Europa el sentido de su malhadada proclama de octubre; el apresuramiento de Cárlos IV. y de su valído en felicitar á Napoleon por sus recientes victorias, hasta por medio de embajadores estraordinarios y especiales (diciembre, 1806): el reconocimiento de José, como rey de Nápoles, que tanto ántes habian resistido; la adhesion al bloqueo continental; el envio de un ejército español á las márgenes del Elba, pedido por Napoleon para que le ayudára en sus ulteriores fines; y tantas otras complacencias cuantas el emperador exigia ó indicaba, ó cuantas nuestros reyes y su favorito sospechaban que podria desear.

En este nuevo período (1807), aunque acostumbrado Napoleon á humillar por la fuerza testas coronadas, debió sorprenderse al ver cómo los personages españoles de los partidos mas contrarios entre sí, rivalizaban y se disputaban quién habia de prosternarse más ante él para alcanzar una mirada de benevolencia, al modo de una divinidad á quien rindieran culto y adoracion los sectarios de las mas opuestas creencias y doctrinas. Porque ya no era solo el príncipe de la Paz el que renovando la interrumpida negociacion de la conquista de Portugal entre las dos naciones y la reparticion de aquel reino, en que habia de tocarle una soberanía, discurria cómo congraciar al emperador, buscando entre otros medios el de proponerle el enlace del prín

cipe Fernando con una princesa de Francia, la que fuera mas del agrado de la magestad imperial. Eran tambien los enemigos de Godoy, eran los consejeros y los directores y los partidarios del príncipe de Asturias los que se afanaban por ganar la palma al valído en lo de atraerse el favor de Napoleon para derribar á aquél. Era el mismo príncipe Fernando el que, lleno de respeto, estimacion y afecto hácia el héroe mayor de cuantos le habian precedido, enviado por la Providencia para consolidar los tronos vacilantes,» se ofrecia y entregaba á la magnanimidad de Napoleon como á la de un tierno padre. Era el mismo Fernando el que le rogaba encarecidamente «el honor de que le concediese por esposa una princesa de su augusta familia,> que era «cuanto su corazon apetecia.» Era el mismo Fernando el que «imploraba su proteccion paternal, » y aspiraba á ser «su hijo mas reconocido. » ¡Y todavía no era esta la última miseria y la última degradacion! ¡No era mas que el principio de las degradaciones y miserias que habian de venir después!

Aunque fuese el mas desinteresado y desnudo de ambicion de todos los conquistadores, aunque fuese el mas respetuoso á los tronos y á las nacionalidades, aunque no hubiese puesto ántes sus ojos ni tuviese un pensamiento formado sobre España el hombre ante quien tales postraciones se hacian, ¿cómo no habia de despertarse, viéndose de tal manera brindada y provocada, la codicia del mas ambicioso de los conquistado

res, del trastornador de los tronos, del conculcador de las nacionalidades, de quien ya tenia sobre España designios preconcebidos? Lo estraño es que los disimulára con el tratado de Fontainebleau (octubre, 1807); lo estraño es que disfrazára con el título de ejércitos de observacion los de la Gironda, que habian de serlo de invasion y de conquista; lo estraño es que quien desembozadamente y sin disfraz habia acometido y subyugado tantos pueblos y derribado tantos sólios, quisiera aparecer cubierto con el manto de la amistad para enseñorear la España, con que la debilidad de monarcas, príncipes y favoritos le estaban convidando; lo estraño es que el poderoso creyera necesaria la hipocresía contra los débiles. Peor para él, porque en la felonía habia de llevar la expiacion.

De todos modos las sucrtes estaban echadas sobre la desgraciada España. Hemos compendiado una desdichada historia desde el tratado de San Ildefonso hasta el de Fontainebleau, y se iban á tocar sus consecuencias. Los autores de aquella cadena de miserias y de errores iban á desaparecer pronto; la nacion habria desaparecido con ellos sin un arranque de heróico esfuerzo de sus buenos hijos. La España iba á lanzar largos y hondos gemidos de dolor, para acabar con un grito de júbilo y de gloria. Pero descansemos de la fatigosa reseña de la malhadada política esterior, y veamos cuál era su estado dentro de sí misma.

V.

Aunque la marcha política de los gobiernos en sus relaciones con los de otros paises, y los acontecimientos esteriores, que son resultado de aquella en una época dada, suelen influir poderosamente en el estado interior, político, económico é intelectual de un pueblo, y guardar entre sí analogía grande, ni siempre ni en todo hay la perfecta correspondencia que algunos pretenden encontrar. Sin salir de nuestra España, reinados y períodos hemos visto, en que la nacion, al tiempo que estaba asombrando al mundo con sus conquistas, con su engrandecimiento esterior y su colosal poder, sufria dentro, ó las consecuencias desastrosas de un errado sistema económico, ó los efectos de una política estrecha y encogida, ó el estancamiento intelectual producido por medidas de gobiernos fanáticos ó asustadizos, ó por la influencia de poderes apegados á todo lo antiguo y rancio y enemigos de toda innovacion. Mientras hay períodos en que una nacion, sin el aparato y sin el brillo de las glorias esteriores, crece

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