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se daban reglas y establecian bases sobre duracion del servicio, ascensos ó remociones de los jueces. Parécenos muy estraña la falta de movimiento y de espíritu de reforma que se advierte en este ramo, siendo cabalmente la clase de jurisconsultos y letrados la que habia brillado más en el reinado precedente, habiendo sido la magistratura, los Consejos y tribunales, objeto preferente de la atencion y solicitud de Cárlos III., y cuando vivian y estaban dando á luz aquellos ilustres varones tan luminosas obras y escritos sobre derecho y sobre materias de jurisprudencia. Por nuestra parte no hallamos otra esplicacion á este fenómeno, sino el estorbo que parecia encontrar el príncipe de la Paz para el ejercicio de su influencia y de su superior poderío en los hombres que vestian toga y desempeñaban el elevado sacerdocio de la justicia. No era posible que éste se ejerciera con independencia y dignidad con un monarca que prevenia al Consejo de Castilla, que en adelante ninguna sentencia se ejecutase sin que ántes se remitiese á la aprobacion de su secretario de Estado y del Despacho, y que éste declarase si estaba ó nó fundada en derecho. ¿No era esto trastornar enteramente los poderes, y crear una omnipotencia de favoritismo sobre el vilipendio del sagrado magisterio judicial? ¿Y cómo con esto no habia de pronunciarse aquel antagonismo que se advirtió entre los Consejos. y el valído?

Justos, no obstante, é imparciales, como debemos

serlo, y es nuestra obligacion mas estrecha, cúmplenos decir, que si en materias de beneficencia pública no se siguió en este reinado aquel impulso enérgico, caritativo y general que distinguió y honró tanto, y constituye uno de los mas gloriosos timbres de Cárlos III., hízose algo en este camino, asi como en el de amparar el verdadero desvalimiento, desterrar la vagancia y castigar la mendicidad fingida, especialmente en el principio del reinado. Pero el rasgo noble, grande, plausible, la providencia humanitaria y liberal del gobierno de Cárlos IV. en estas materias, y era ya primer ministro Godoy, fué la legitimacion por la real autoridad de los desgraciados niños expósitos, prohibiendo los despreciativos apodos con que por mofa apellidaba el vulgo á aquellos séres inocentes, y declarando que quedaban en la clase de hombres buenos del estado llano general, gozando los propios honores y llevando las cargas de los demás vasallos honrados de la misma clase. Medida que en su espíritu, en su novedad y su trascendencia, puede compararse, y no es menos digna de elogio que aquella en que Carlos III. declaró oficios honestos y honrados los que ántes se tenian por infamantes y viles.

Dictáronse tambien ordenamientos, bandos y edictos, asi para corregir los escándalos públicos y hasta las palabras obscenas, ofensivas al decoro social, como para la cultura, reforma y moralidad de las costumbres, ya con aplicacion á los espectáculos, estableci

mientos y otros puntos de concurrencia, ya tambien hasta para las reuniones de carácter privado. Laudable era el propósito, y sonaban bien los preceptos escritos. Mas como la mejor y mas eficaz leccion de moralidad para los pueblos sea el ejemplo de los que le gobiernan y dirigen; como los que ocupan las alturas del poder, á semejanza de los astros, no puedan ocultar á las miradas del pueblo, siempre fijas en ellos, ni las buenas prendas y virtudes que los adornen, ni las flaquezas ó vicios que los empañen; como el pueblo español acababa de ser testigo de la moral austera de la persona, del palacio y de la córte de Cárlos III., y la comparaba con la falta de circunspeccion, de recato ó de honestidad, que dentro y en torno á la régia morada de Cárlos IV. ú observaba por sus ojos, ó de oidas conocia; como de la causas de la intimidad entre la reina y el favorito se hablaba sin rebozo y sin misterio, porque ni siquiera la cautela las encubria, ni el disimulo las disfrazaba, ¡última fatalidad la de apoderarse el vulgo de los estravíos de los príncipes y de sus gobernantes!; como aparte de aquellas intimidades que mancillaban el trono, sabíase de otras que el valído mantenia, no menos ofensivas á la moral, ó auténticas, ó verosímiles, ó tal vez nacidas solo de presunciones á que desgraciadamente daban sobrado pié y ocasion; como el pueblo veia que los hombres del poder, del influjo y de la riqueza ni habian conquistado aquellos puestos ni los honraban despues de

conquistados, ni con la continencia, ni con el recato, ni con la moralidad y las virtudes que á otros recomendaban ó prescribian, pagábase poco de edictos, de bandos y de ordenamientos, heríale mas vivamente el ejemplo de lo que presenciaba, que los mandamientos que se le imponian.

Y siendo la desmoralizacion una epidemia que cunde y se propaga, y corre con la rapidez de un torrente cuando el manantial brota de la cumbre y se desliza al fondo de la sociedad, y siendo lamentable tendencia y condicion de la humanidad ser mas imitadora de ejemplos dañosos, que cumplidora de consejos sanos, la conducta de la rcina, del valído y de la córte de Cários IV. causaron á la sociedad española en la parte moral heridas que habian de tardar mucho en cicatrizarse, y males de que le habia de costar gran trabajo reponerse.

VII.

Aunque es en muchos casos exacta aquella máxima de Jovellanos: «Ya no es un problema, es una verdad reconocida que la instruccion es la medida » comun de la prosperidad de las naciones, y que asi > son ellas poderosas ó débiles, felices ó desgraciadas, >>segun son ilustradas ó ignorantes, sin embargo, ni siempre marchan paralelas la ilustracion y la prosperidad, ni siempre y en toda época la instruccion y el progreso intelectual son regla cierta criterio seguro de la grandeza y del poder de un pueblo. Vióse esto muy bien en el reinado que describimos, puesto que en medio de los contratiempos é infortunios esteriores y de la debilidad y abatimiento interior que hemos lamentado, la instruccion pública se fomentaba y desarrollaba de la manera que en nuestra historia hemos visto.

y

Y es que el vígor ó la debilidad de un pueblo, su flaqueza ó su poder material, penden á veces de uno ó de muy pocos acontecimientos prósperos ó desgracia

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