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de Fernando VII. en su escrito, hubiera podido llegar por la infidelidad de la Regencia la noticia de estas intenciones del rey al gobierno francés, y haberlo echado á perder todo ").»-Dejémosle proseguir en su relacion.

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«Partió, dice, el duque de San Carlos el 11 de diciembre para esta comision desde Valencey bajo el nombre supuesto de Ducós, para que no se sospe>chase el secreto, llevando todos los pasaportes nece»sarios, y en su consecuencia quedó encargado de tra>>tar con el conde de Laforest don Pedro Macanáz, que de órden tambien del emperador habia llegado allí »algunos dias ántes. Con igual órden llegaron aquellos dias el mariscal de campo don José Zayas y el » teniente general don José de Palafox, y por último »yo don Juan de Escoiquiz el dia 14 del mismo mes de » diciembre.-Desde aquel dia seguí de órden del rey á una con Macanáz el trato con el conde de Laforest, »que vivia oculto en un cuarto del mismo palacio en »que habitábamos con S. M.-Propusimos poco des>pués al conde de Laforest, y aprobó el rey el pen»samiento de enviar á don José de Palafox con la misma comision duplicada del duque de San Carlos »á Madrid, por si acaso el espresado duque enferma»ba ó le sucedia alguna avería en el camino.-Dióle

(4) Escoiquiz. Idea sencilla, de Fernando VII., y el lugar en pág. 410.-Ya se vé la idea que que procuraria ponerla para con tenia de la Regencia el privado su augusto amo.

»en consecuencia S. M. una nueva carta para acredi»tarle con la Regencia.....")-Provisto de los pasa>portes necesarios, y bajo el nombre supuesto de »Mr. Taysier, partió Palafox el dia 24 del mismo mes para Madrid.-Durante la ausencia de ambos comi»sionados, se nos pasó el tiempo en ganar, en cuanto >pudimos, la voluntad al conde de Laforest, y en con»tar con impaciencia los minutos hasta su vuelta.»

Veíase, pues, otra vez rodeado Fernando VII. de los mismos hombres que con sus desatentados consejos le habian perdido en el Escorial, en Aranjuez, en Madrid y en Bayona; y que lejos de haber aprendido

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1. Que examinase el espíritu de la Regencia y de las Córtes, y que en caso que fuese el de lealtad y afecto á su real persona, y no el de la infidelidad y jacobinismo, como ya S. M. lo sospechaba, manifestase á la Regencia bajo el mayor sigilo, que su real intencion era la de que ratificase el tratado, si las relaciones que tenia la España con las potencias coligadas contra la Francia se lo permitian, sin perjuicio de la buena fé que se les debia, ni del interés público de la nación, pero que en caso que nó, estaba muy lejos de exigirlo.

2. Que si la Regencia juzgaba que, sin comprometer ninguna de las dos cosas, podia ratificar temporalmente, entendiéndose con la Inglaterra hasta que en consecuencia se verificase la vuelta del rey á España, en el supuesto de

que S. M., sin cuya aprobacion libre no quedaba completo dicho tratado, no lo terminaria, antes sí, puesto ya en libertad, lo declararia forzado y nulo, como que su confirmacion podria producir los mas fatales resultados para su pueblo. Deseaba S. M. que diese dicha ratificacion, pues nunca los franceses podrian quejarse con razon de que S. M., adquiriendo acerca del estado de España datos que no tenia en su cautiverio, y reconociendo que el tratado era perjudicial á su nacion, se negase á darle la última mano con su real aprobacion.

3.° Que si dominaba en la Regencia y en las Córtes el espíritu jacobino, reservase con el mayor cuidado estas reales intenciones, y se contentase con insistir buenamente en que la Regencia diese la ratificacion, lo que no estorbaria que el rey á su vuelta á España continuase la guerra, si el interés ó la buena fé de la nacion lo requeria.

en el infortunio, y mas lejos todavía de enseñarle á ser agradecido á los que en Espaüa se habian sacrificado por conservarle la corona, sembraban en su corazon la semilla de la desconfianza, haciendo, al menos alguno de ellos, á la Regencia el inaudito agravio de sospechar que pudiera descubrir á Napoleon los secretos de su rey. Injuriosa é incomprensible cavilosidad, que demuestra lo que los españoles honrados podian prometerse de tales hombres, y que hace no estrañar las calamidades que semejante conducta trajo después sobre el pais.

Mientras tales manejos andaban por Valencey, dejáronse ver por España ciertos franceses, que decian traer plenos poderes y venir competentemente autorizados por una muy elevada persona, y cuya mision era al parecer trabajar por que se hiciese salir de la península á los ingleses. Uno de ellos, nombrado Duclerc, se presentó al general Mina; otro, llamado Magdeleine, vió al duque de Ciudad-Rodrigo y al general Alava. Y como la Regencia supiese que habian sacado de estos personages algun dinero, tomólos y los hizo prender como estafadores petardistas, y lo publicó por medio de la Gaceta y en artículo de oficio, advirtiendo que si bien traian pasaporte de Fernando VII. y cartas de letra muy parecida á la del rey, examinadas y comprobadas se habia reconocido ser apócrifas, y que se les seguia causa para averiguar si traian además alguna mision de otra naturaleza. Pero hubo que

suspender las actuaciones judiciales, y ver de echar tierra al asunto, porque de ciertos documentos que presentaron resultaba más de lo que convenia averiguar y saber. Lo cierto es que en vez de ser castigados como falsarios y embaucadores, se los puso en libertad al venir á España Fernando; y mas adelante, hallándose ellos ya en Francia, como reclamasen indemnizacion de gastos y perjuicios, amenazando de lo contrario publicar cartas y papeles que tenian en su poder, no debieron parecer éstos tan apócrifos cuando hubo necesidad de que el duque de FernanNuñez, nuestro embajador en París, les diese una cuantiosa suma para acallarlos y reservar aquellos documentos. Singulares tramas las que por allá habian urdido los amigos íntimos del rey, y que acá no podian imaginarse sus leales y legítimos defensores.

San Carlos llegó á Madrid (4 de enero de 1814) algo ántes que la Regencia, y hallándose las Córtes todavía en camino. En los dias que tardó en presentar sus credenciales, el pueblo, trasluciendo que traia alguna mision, y recordando el papel que habia hecho en Bayona, tomóle por blanco de sus burlas, cantábale coplas amargas, y en los periódicos, y hasta en los teatros se le hacian con poco ó ningun rebozo alusiones satíricas, y á veces escesivamente descaradas у punzantes, que le incomodaban y ponían de mal humor, como era natural. No trató así á don José de Palafox, que llegó pocos dias después, sirviendo á éste

de escudo el recuerdo de su gloriosa defensa de Zaragoza. Llegado el caso de presentarse el de San Carlos á la Regencia y enterada de la mision que traia del rey, aunque un tanto sorprendida, no vaciló en la respuesta que las leyes y el deber le aconsejaban dar, y contestó á la misiva del rey con la carta siguiente:

«Señor: La Regencia de las Españas, nombrada por las Córtes generales y estraordinarias de la nacion, ha recibi do con el mayor respeto la carta que S. M. se ha servido dirigirle por el conducto del duque de San Carlos, asi como el tratado de paz y demás documentos de que el mismo duque ha venido encargado. La Regencia no puede espresar á V. M. debidamente el consuelo y júbilo que le ha causado ver la firma de V. M. y quedar por ella asegurada de la buena salud que goza en compañía de sus muy amados hermano y tio los señores infantes don Carlos Y don Antonio, asi como de los nobles sentimientos de V. M. por su amada España.

«La Regencia todavía puede espresar mucho menos cuáles son los del leal y magnánimo pueblo que lo juró por su rey, ni los sacrificios que ha hecho, hace y hará hasta verlo colocado en el trono de amor y de justicia que le tiene preparado; y se contenta con manifestar á V. M. que es el amado y deseado en toda la nacion. La Regencia, que en nombre de V. M. gobierna á la España se vé en la precision de poner en noticia de V. M. el decreto que las Córtés generales y estraordinarias espidieron el dia 1.° de enero del año de 1814, de que acompaña la adjunta copia (1).

(1) Este era el decreto por el cual no se reconoceria por libre

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