Imágenes de páginas
PDF
EPUB

española, ó fueron necesarias las intrigas, las discordias y las miserias interiores para atraer sobre ella las miradas codiciosas del insaciable conquistador? Aun dado que aquellas no hubieran existido, no es de suponer que fueran los Pirineos mas respetable barrera á su ambicion que lo habian sido los Alpes y los Apeninos, y que se detuviera ante el Bidasoa quien no se habia detenido ante el Rhin y el Danubio; no es de creer que quien habia derribado los Borbones de la península itálica, dejára tranquilos en su sólio á los Borbones de la península ibérica; no es de presumir que quien estaba acostumbrado á humillar tan poderosos soberanos y á derruir tan vastos y pujantes imperios, pensára en hacer escepcion de un monarca débil y de un reino que tanto él mismo habia enflaquecido. Lo único que habria podido servir de dique al torrente de su ambicion, y de freno á su desmesurada codicia, hubiera sido la gratitud á una alianza tan constante y leal, tan útil al imperio como funesta á España, el reconocimiento á tan inmensos servicios, tan beneficiosos al emperador como costosos á los esdañoles. ¿Mas quién podia descansar en la confianza de un agradecimiento de que nunca se habian visto señales, ni cómo podia España prometerse que sus complacencias fueran mas generosamente correspondidas que las de Parma y de Cerdeña?

Pero si es cierto que habria bastado la desastrosa política esterior de nuestros gobernantes para atraer

sobre la nacion la tempestad que del otro lado del Pirineo estaba siempre rugiendo y amenazando, no lo es menos que las miserias del palacio y de la córte fueron como aquellas materias que llaman hácia sí la nube cargada de electricidad y atraen el rayo. Si cuando éste se desgaja, abrasára solo á los que provocan el estampido, casi no moverian á compasion las víctimas: pero Dios sabrá por qué los pueblos están destinados á expiar los crímenes ó las flaquezas de sus príncipes y de sus gobernantes, y esto es lo que acrecienta el dolor del infortunio. La córte de Cárlos II. tan vituperada no ofrecia un cuadro tan aflictivo como la córte de Cárlos IV. Alli eran cortesanos corrompidos y partidos políticos estrangeros los que abusaban de un monarca de flaco y perturbado entendimiento; aquí, además de cortesanos inmorales, eran reyes y príncipes los que dentro del régio alcázar, divididos entre sí en odiosos bandos y urdiendo abominables intrigas, daban escándalo á la nacion, y comprometian el trono y el reino. Alli se disputaba la herencia de un soberano sin sucesion, y conspiraban las facciones en pró de cada aspirante á la corona. Aqui, habiendo sucesores legítimos, y antes de la época legal de la sucesion, hablábase de hijos que aspiraban á suplantar á los padres, de padres á quienes se atribuian intentos de desheredar á los hijos, de privados que soñaban en escalar tronos y sustituirse á las leyes de la naturaleza y del reino, de reinas que postergaban el fruto de sus en

trañas al objeto de sus ilícitos favores. Alli se aborrecian los partidos contendientes, y nadie aborrecia al rey; aqui mostraban odiarse consanguíneos y afines del que ocupaba el trono, se achacaban recíprocamente designios criminales, temian ó fingian temer cada cuál por su existencia, y todos ¡oh baldon! invocaban humildemente contra sus propios deudos el auxilio y proteccion de un potentado estraño. ¿Qué habia de hacer este destructor de imperios, y este usurpador de coronas? Casi le disculparíamos si no se hubiera puesto máscara de amistad para encubrir y cometer una felonía.

Hay, sin embargo, en esta repugnante galería, un personage, que se destaca por la apacibilidad de su carácter, por el fondo de probidad que se dibuja en los rasgos de su rostro, y hasta en los errores de su proceder. Este personage es el rey. Honrado Cárlos IV., como Luis XVI., amante como él de su pueblo, pero débil como él, no escaso de comprension, pero indolente en demasía, y confiado hasta lo inverosímil, vivió y murió teniendo constantemente á su lado dos personas, y vivió y murió sin haberlas conocido, la reina y Godoy. No se comprende en quien ni era imbécil, ni careció de avisos imprudentes que le hicieran cauteloso. Solo puede esplicarse por una dósis tál de fé, que le representára cosa imposible la infidelidad. No fué el mayor mal, aunque lo era muy grande, de esta obcecacion, el haber fiado al valído la direccion de

una política que se veia ser ruinosa, y la suerte de un reino que se veia caminar por sendas de perdicion. Lo peor era la mancilla que caia sobre lo que debe servir de espejo en que se mire el pueblo, la herida que se abria á la moral pública, la ocasion que se daba á calificaciones propias para desprestigiar el trono, y sobre todo, el mal ejemplo para un hijo á quien sobraba ya malicia para conocer, y faltaba generosidad ó prudencia para disimular. ¿Qué estraño es que Cárlos IV., tan confiado en la reina y en Godoy, confiára tambien en Napoleon, y creyera de buena fé á hacerle emperador?

que venia

No queremos recargar las sombras del retrato de la reina. Pero culpable de la elevacion del favorito, causa y fuente de la animadversion popular, de los desaciertos políticos, de los disturbios domésticos, y de la cadena de desastrosas consecuencias que de ellos se derivaron; perseverante á tal estremo que si lo fuera en la virtud, como lo fué en la pasion, hubiera pocos tan recomendables modelos; nada cuidadosa de la cautela que tanto habria podido atenuar la fealdad del proceder; generosa en desprenderse de sus joyas para subvenir á las necesidades y peligros de la patria, y solo obstinada en no desprenderse de un afecto, que habria sido el sacrificio mas acepto á Dios, á la patria, y á los hombres, nos es imposible, aunque lo desearíamos, relevarla de la responsabilidad de las calamidades que de su conducta emanaron.

Menos culpable aparece á nuestros ojos el príncipe de la Paz como ministro que como privado. Hémosle juzgado ya en el primer concepto. Funesta y vituperable como fué su política, podia nacer de error, y el error no es crímen; y hemos visto además que tuvo períodos de dignidad y entereza como diplomático, rasgos de acierto como gobernante, y arranques plausibles como administrador. Ni malvado en el fondo, ni de inclinacion tirano, solo aparecia lo uno ó lo otro, cuando alguno intentaba quebrantar y él pugnaba por mantener su valimiento. Cególe en la última época la ambicion, y no queriendo ni pensando vender la patria, la iba entregando á un dominador, y por hacerse soberano de una parte de la península ibérica, perdia á todos los soberanos y á todos los príncipes de ella, caia él mismo envuelto en la ruina general: prueba grande de la ceguedad que padecía. Y asi y todo la privanza fué mas funesta que el ministerio, mas fatal el valimiento que el poder. Cabe consuelo y perdon para la pérdida de un trono por desgracia ó error en el gobernar; no cabe resignacion ni indulgencia para el desprestigio del sólio por haberle á sabiendas mancillado. El mal ministro podia excitar el descontento y el disgusto del pueblo; el favorito provocaba su cólera y su enojo. Otros ministros que lo fueron con él, 6 cuando él no lo era, podian compartir con él los desaciertos de gobierno; en los escándalos de la privanza no habia compartícipes, reflejábanse todos en él solo.

y

« AnteriorContinuar »