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única aliada la España y por únicos y constantes amigos sus reyes, siguiendo llamándose amigo de la nacion y de sus monarcas; que recibiendo incesantes pruebas de adhesion de los soberanos, y de los príncipes y de los ministros españoles, plagó la España de innumerables legiones como aliadas y amigas, con propósito de destronar y derribar reyes, príncipes y ministros, y hacerlos á todos esclavos y subyugar el reino; que negaba las cartas de sumision recibidas del monarca reinante y del príncipe heredero; que resistia publicar los tratados solemnes en que habia estampado su firma y comprometido su nombre; que instruía á sus generales sobre el modo de ocupar las plazas fuertes españolas, siempre con protestas de íntima amistad; que llevó sus huestes á la capital de la monarquía, siempre como aliadas y amigas, y como tales benévolamente recibidas y cordialmente agasajadas; y todo cuando los ejércitos españoles peleaban como aliados y auxiliares suyos, los unos en las heladas regiones del norte de Europa, los otros en el vecino reino lusitano,» ¿quién habria podido adivinar por este proceder el nombre de Napoleon el Grande? Y sin embargo, aunque parezca fábula, esta fué la historia.

Que faltar el amigo y el aliado al aliado y al amigo; que aprovecharse los poderosos de las discordias y flaquezas de los débiles, y desangrar so color de auxilio al que se proyecta privar de la vida despues de

desangrado y exánime, cosas son desgraciadamente usadas entre potentados á quienes se decora todavía con el dictado de héroes y grandes hombres. Pero seguir vistiendo el blanco y puro manto de la amistad para encubrir la negra armadura de la traicion; pero adormecer halagando para descargar golpe seguro sobre el que descansa tranquilo; pero vestir de flores, como Harmodio, el puñal que va á clavarse en el pecho del que se saluda amigo; pero sustituir á la franqueza la insidia, esto fué siempre de almas vulgares y de espíritus pequeños, no que de ánimos levantados y de corazones formados para ser ejemplo de grandeza al mundo.

Y todavía no acaban ni las miserias de nuestra córte, ni la honradez del pueblo español, ni la insidiosa conducta del emperador francés. Todavía se ignoraban sus misteriosos designios, y cada cuál los interpretaba y traducia en favor de sus deseos ó de sus intereses, á escepcion del príncipe de la Paz, que si no los trasluce, se muestra ántes que nadie receloso de ellos, comprende ó sospecha que van enderezados en su daño, y acaso en el de sus reyes, pero nadie le cree; propone el medio de conjurar la tormenta que está encima, y nadie le acepta; proyecta salvarse á sí mismo y salvar á la real familia retirándose á Andalucía y aun á América, y todos se oponen. El rey se opone, porque teme provocar con una resolucion impremeditada el enojo de Napoleon, que sigue

creyendo su amigo; el príncipe de Astúrias, porque no quiere alejarse, no sea que pierda la ocasion de subir al trono que piensa obtener por la gracia de Napoleon, su protector: el pueblo, porque espera de la internacion de las tropas francesas la caida del favorito y la elevacion de su querido Fernando. ¡Admirable credulidad de todos! Al fin logra Godoy persuadir á los reyes de la necesidad y conveniencia del viaje de la real familia, y el anuncio de esta resolucion provoca el motin de Aranjuez.

Difícil sería decidir dónde se representaron mas reales miserias, si en el drama del Escorial ó en el tumulto de Aranjuez. Cárlos IV. desempeña un papel muy igual en uno y otro episodio. Teme que el pueblo se alborote, y dá una proclama para tranquilizar al pueblo. Las tropas de mi caro aliado, le dice, atraviesan mi reino con ideas de paz y de amistad.» Si aun lo creia asi, era una prodigiosa inocencia: si no lo creia, y lo decia por adormecer al pueblo y á la nacion, era una insigne perfidia en un rey. Para nosotros era indudable lo primero, porque era asi Cárlos IV. Pero siguen los preparativos de viaje, y el pueblo se alborota, y arremete furioso la vivienda de Godoy, y atropella y destruye cuanto encuentra, y no destruye la persona porque no la encuentra. Porque Godoy, que en el Escorial se habia conducido al parecer decente y noblemente, en Aranjuez se ha escondido como un delincuente vulgar, y el que ha contratado con el empe

rador Napoleon una soberanía y un trono para sí, se ha envuelto en un desvan en un rollo de estera para no ser despedazado. El rey exonera por un decreto al favorito, á quien de hecho ha exonerado al pueblo, y el pueblo agradecido grita: «¡Viva el rey!» Cárlos IV., en Aranjuez como en el Escorial pone cuanto ha hecho en noticia de Napoleon su amigo. ¿Por qué habia de ignorar Napoleon todas nuestras adversidades y flaquezas? Si él se habia ya propuesto consumar una gran iniquidad, ¡cómo le allanaban entre todos el camino! Si no lo habia meditado ¡qué conducta tan propia para inspirarla, y que tentacion para cometerla!

Godoy es hallado, maltratado, encerrado en un cuartel y sujeto á un proceso. El príncipe Fernando se da con él aires de rey, y arrogándose una prerogativa que no le pertenece, hace alarde de perdonarle la vida. El pueblo, pronto á tumultuarse, encuentra fácil pretesto para alborotarse de nuevo; el rey se intimida: oye la palabra y consejo de abdicacion, y Cárlos IV. que el dia ántes habia dicho á la nacion que queria mandar en persona el ejército y marina, al dia siguiente le dijo que sus achaques no le permitian soportar el peso del gobierno, y abdicó la corona en el príncipe de Asturias su hijo. Gran alborozo, regocijo inmenso para el pueblo español, que veia colmado su ardientísimo deseo de ver entronizado á su idolatrado Fernando. ¿Qué le importaba que la abdicacion fuese ó nó hecha con las solemnidades legales, que fuese

espontánea y libre, 6 arrancada por la violencia ó por el miedo á un tumulto? Fernando era rey de España, y esto y no más era lo que le importaba al pueblo español.

En la capital, en las provincias, en todas las poblaciones del reino se hacen aclamaciones, y se celebran á porfía fiestas y regocijos públicos, no ya con entusiasmo, sino con delirio y frenesí. Por todas partes se pasea, y se expone luego como á la adoracion pública el retrato de Fernando, mientras con el mismo placer y fruicion se destruyen y despedazan todas las obras buenas y malas de Godoy. El dia de la entrada solemne y triunfal de Fernando en Madrid fué un dia de verdadera embriaguez y locura popular. Monarca y pueblo parecia rebosar de dicha. ¿Quién que lo hubiera presenciado pensaría en infortunios pasados, ni auguraría desdichas futuras?

¿Pero de dónde son esas estrañas y brillantes tropas que maniobran al paso del rey? ¿Quién las acaudilla, y á qué han venido á la capital de nuestro reino? Una proclama del nuevo gobierno lo esplica. Esos estimables huéspedes son tropas de nuestro íntimo y auyusto aliado el emperador de los franceses, las manda su cuñado el príncipe Murat, y han venido, no con el menor propósito hóstil, sino á ejecutar los planes convenidos con S. M. contra al enemigo comun. ¡Desgraciado el español que los ofenda de hecho ó de palabra! Y en prueba de cordial intimidad y del grande

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