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apresuran á hablar desde Burdeos á la nacion española para persuadirla de que todo lo que han hecho ha sido por hacerla dichosa, y exhortándola á que permanezca tranquila esperando su felicidad de Napoleon, además de que todo esfuerzo á favor de sus derechos de rey ó de príncipe sería funesto. ¡Por Dios que no se concibe tanta degradacion ni tanta imbecilidad!

A bien que la nacion, aunque tardía en despertar, al menos no tan desacordada como sus, reyes y sus príncipes, y nunca como ellos degradada ni sufridora de afrentas y humillaciones, herida en su altivez y ultrajada en su dignidad, habia dado ya aquel grito de independencia que al principio pudo parecer temeridad insensata y después llenó de asombro y espanto al mundo; y volviendo por sus fueros, y por los de aquellos príncipes de que ellos mismos se habian indignamente despojado, se alzaba magestuosa é imponente para rescatar ella sola con su propia sangre la libertad y dignidad que no habian sabido sostener sus soberanos. Gracias a Dios que salimos del período de las miserias, de las perfidias, y de las indignidades, y entramos en el de los grandes sentimientos y en el de los hechos heróicos y nobles. Tiempo era.

X.

La escena cambia. ¡Cuán diferente es el espectáculo que se presenta á nuestros ojos! Es doloroso y sangriento, pero glorioso y sublime. La nacion se ha apercibido de las flaquezas de sus príncipes y de su córte, y de las alevosías del usurpador; la nacion sacude su marasmo, y se levanta rebosando de santa indignacion, resuelta á reparar las unas y á vengar las otras. La nacion despierta para volver por su independencia y por su dignidad. La nacion española se ha sentido ultrajada, y se alza á protestar que la nacion española no sufre ultrajes. No importa que se halle sin ejércitos, llevados engañosamente sus mejores soldados á estrañas regiones para pelear alli como auxiliares del que ahora se descubre usurpador; la nacion sabrá crearse ejércitos y soldados. No importa que se encuentre huérfana de reyes, llevados tambien con engaño al vecino imperio: la nacion se hará reina de sí misma, y guardará á su rey la corona que él no ha sabido conservar. La nacion prorumpe en un grito de ira, que

se convertirá á su tiempo en grito de triunfo. Empieza quejándose, para acabar sonriéndose. Hoy se lamenta con dolor y enojo, para gozar mañana con alarde y orgullo.

No hay que rebajar el mérito de España en haber salido triunfante en esta lucha gigantesca. No basta decir que un pueblo que quiere ser libre se hace inconquistable. Tambien Prusia, no hacia aún dos años (1806), considerándose humillada, y sospechando traicion de parte del emperador francés, pasando de improviso del adormecimiento al furor, difundiéndose repentinamente el entusiasmo patriótico en todas las clases del pueblo, participando el ejército del mismo delirio, resonando en ciudades, aldeas y campos himnos guerreros, se levantó en masa á defender su independencia amenazada por Napoleon. Y Napoleon respon. dió al reto arrogante del pueblo prusiano, enviando contra él el ejército grande, que en un dia y en dos batallas, Jena y Awers taed, destruyó un ejército que pasaba por invencible, y en contados dias se apoderó Napoleon del reino, y entrando en la iglesia de Postdam, recogió la espada y el cinturon de Federico el Grande para que sirviesen de trofeo en los Inválidos de París. Y era ya Prusia entonces una potencia mas militar que España, y no tenia sus ejércitos distraidos fuera como los tenia España, y no ocupaban el territorio prusiano las huestes mismas del ́invasor como ocupaban el suelo de España, ni carecia de sus reyes

y de sus príncipes, como á España le acontecia, ni estaba Prusia en ninguna de las desventajosas condiciones en que España se encontraba. Y sin embargo, Napoleon subyugó en un mes aquel reino alzado en masa, y Napoleon salió de España vencido, despues de una lucha de seis años. Merece observaciones este sangriento y glorioso episodio de nuestra historia.

El memorable Dos de Mayo de 1808 es la primera señal del desengaño y del despertamiento del pueblo español, es la primera protesta y la primera esplosion de la ira contra la traicion y la iniquidad, es el primer rugido del leon que tras mentidas caricias siente haberle sido clavado un dardo, es el primer arranque de la dignidad vengadora del insulto, es la primera chispa de la electricidad que atesoraba un cuerpo que se habia creido aletargado é inerte, es el principio de ese período de maravillosos hechos que habian de ser admiracion y asombro de las naciones, escarmiento de usurpadores y tiranos, leccion y ejemplo de pueblos libres Dios permite que estos primeros movimientos sean ciegos, y el pueblo de Madrid no vió, ó no quiso reparar en la desigualdad de la lucha, y en que habria sido menester un milagro para que no sucumbiera, pobre muchedumbre, sin armamento ni disciplina, sin direccion y sin gefe, oprimida por los cañones y los fusiles y las lanzas las lanzas y los sables de las veteranas y brillantes y prevenidas legiones imperiales, acaudilladas por uno de los mas famosos y estra

tégicos generales y el mas acreditado ginete y vigoroso brazo del imperio. Pero no importaba; su grito sería el grito de alarma de toda la nacion, su esfuerzo seria imitado, y la sangre de las víctimas seria la sangre fertilizadora de los mártires. Lo que aconteció era de esperar; lo que no debia esperar ningun pecho generoso fué el abuso que hizo Murat de su fácil victoria, arcabuceando gente rendida, y cebándose en sangre de hombres inocentes. Proceder bárbaro, que deben lamentar y maldecir, no los españoles, sino sus compatricios, que tienen que sufrir tiempo tras tiempo la vista de ese monumento que la patria levantó para gloria nuestra y afrenta suya.

¿Qué importa ya que la Junta suprema de Gobierno, que el Consejo, que otras autoridades de Madrid se muestren escandalosamente tímidas, ó criminalmente débiles? ¿Qué importa que Cárlos IV., rey en Bayona, ex-rey en España, tenga la insensatez de nombrar lugarteniente general del reino al gefe de las tropas francesas alevosamente apoderadas de la capital, al verdugo del pueblo de Madrid? ¿Qué importa que Fernando VII., rey tambien en Bayona, habiendo dejado de ser rey de España, expida desde alli decretos contradictorios á la Junta y al Consejo, y que la Junta y el Consejo, mas desacordados, si en lo posible cupiera, que los reyes, ejecuten las órdenes de Cárlos IV., que para ellos no era ya rey, y desatiendan las de Fernando VII., de quien, como rey, habian re

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